Homilía en el Tedeum por el Día de la Independencia

 

HOMILÍA DEL DÍA DE LA INDEPENDENCIA

 

Parroquia San Juan Bautista

Paraná, 9 de Julio de 2014

 

Como todos los años, como lo hicieron nuestros representantes, reunidos en la histórica Casa de Tucumán, el 9 de julio de 1916, hoy también nosotros queremos invocar Dios,  como fuente y origen de toda razón y justicia como lo invoca nuestra Constitución Nacional.

Y lo hacemos con el convencimiento más firme, como dice el Salmo,  que en vano trabaja el obrero, si el Señor no construye la casa y que en vano vigila el centinela, si el Señor no cuida la Ciudad.

Creemos que nuestra Patria es un don de Dios confiado a nuestra libertad, un regalo que debemos cuidad y mejorar. Esto mismo nos exige superar  las tensiones históricas de nuestro ser como país.

La patria es nuestra madre. Nos engendró, somos parte de sus entrañas,  nos abriga bajo su bandera celeste y blanca, nos da su nombre, el de argentinos, que nos hace participes de sus triunfos y fracasos; sus alegrías y sus sufrimientos,  sus sueños y esperanzas.

En tiempos marcados por la globalización, no debe debilitarse la voluntad de ser nación, una familia fiel a su historia, a su identidad y a sus valores humanos y cristianos.

Tenemos que pedir la gracia para renovar nuestro entusiasmo por construirla juntos y curar cuidadosamente sus heridas y como insiste nuestro querido Papa Francisco trabajar y crear la cultura del encuentro, refundando con esperanza nuestros vínculos sociales. No se trata de una nueva utopía irrealizable ni muchos menos de un pragmatismo desafectado.  Es como decía Francisco “la necesidad de convivir para construir juntos el bien común posible que resigna intereses particulares para poder compartir con justicia sus bienes”

Es el momento de la magnanimidad, humildad y renuncia que distinguieron a nuestros próceres para que todos, sin excepción, nos  sintamos pequeños obreros en la construcción de la Patria. Hay que ponerse la Patria al hombre (Cardenal Bergoglio), a hacerse cargo de su pasado, presente y futuro; a forjarlo de la memoria de sus raíces, de sus convicciones más profunda apelando a la creatividad y al compromiso para construir una nueva Nación.

Permítanme una reflexión tal vez un poco circunstancial. ¿ cómo nos gusta ver nuestra calles en estos días con la bandera argentina, todos festejamos con los mismos colores… y estoy seguro que detrás de cada uno de esos argentinos hay hinchas de River o de Boca, de Patronato o Paraná, de uno u otro partido político, de distintas opiniones y sin embargo todos detrás de un objetivo. No hay violencia, no hay agresión.

¿No es posible soñar que todos los argentinos, nos pongamos la misma camiseta para soñar un bicentenario sin equidad, sin pobreza, viviendo plenamente la libertad que supimos conseguir en Tucumán: libertad que hay que defender todos los días?

No es posible pensar en políticas de estado, con consensos amplios mirando el bien común de los argentinos. Hace poco tiempo el Papa Francisco nos recordaba que la  “cuestión económica es un tema central en la vida de los pueblos, pero siempre debe estar al servicio del bien común, del crecimiento integral de la persona humana y en el marco de la justicia”. “El orden económico no es independiente del orden social, ambos pertenecen al mundo de la ética y tienen en el hombre su sentido y referencia.

     

Antes de terminar  quiero elevar mi oración al Señor por aquellos hermanos nuestros que sufren como consecuencia de las inundaciones.

Y le pido al Señor fuente de toda Sabiduría, para que ilumine a todas las autoridades  de nuestra provincia y ciudad. Que Dios los siga iluminando y fortaleciendo para las grandes desafíos en esta  camino al Bicentenario y les de fortaleza para buscar ante todo el bien de nuestro pueblo en  la búsqueda del bien común de nuestra Patria.

Que Nuestra Señora de Luján, patrona de La Argentina,  haga sentir su presencia de Madre y nos acompañe siempre en el caminar de nuestra historia.

Que así sea

 

      + Juan Alberto Puiggari

       Arzobispo de Paraná

 

                                          

Homilía en la Santa Misa de Clausura del Año de la Fe (2013)

 

 

Noviembre 23 de 2013

 

Queridos hermanos: Nos congrega esta Eucaristía como Iglesia que peregrina en Paraná, el deseo de dar gracias a Dios por el AÑO DE LA FE que estamos culminando, al cual nos convocó nuestro querido Papa Emérito Benedicto XVI, y que estaba llamado a ser un tiempo de gracia y de compromiso para una conversión a Dios cada vez más plena, para reforzar nuestra fe en Él y para anunciarlo con alegría al hombre de nuestro tiempo. La fe en Jesucristo es el bien más precioso de la Iglesia. Ella misma existe por la fe y para transmitir la fe. Existe para evangelizar, anunciando a Jesucristo como Señor y Salvador, Amigo y Redentor de los hombres. Tenemos la certeza, que a pesar de nuestras limitaciones, y por pura gracia de Dios, ha sido realmente un tiempo de gracia maravilloso para nuestra Iglesia. El Señor nos ha hecho experimentar y asombrar por su presencia en la historia de la salvación, como Padre Bueno y Providente. Nos sorprendió y conmovió la renuncia inesperada de Benedicto XVI; el tiempo nos hizo comprender la grandeza, fortaleza y humildad de nuestro querido Papa Emérito que nos decía con convicción: “Siempre he sabido que la barca de la Iglesia no es mía, no es nuestra, sino Suya y no la dejará hundirse. Es Él quien la conduce, por supuesto, a través de los hombres que ha elegido. Esta es una certeza que nada puede ofuscar. Y es por ello que mi corazón está lleno de agradecimiento a Dios, porque no le falta a toda la Iglesia, ni a mí, su consuelo, su luz y su amor». Fue un momento que tuvimos que aferrarnos a la fe con la certeza que Jesús conduce la barca de Pedro Nos volvió a sorprender con la elección del Papa Francisco, Dios tiene caminos insospechados. Nos bendijo como pueblo argentino al elegir uno de los nuestros, nos bendijo como Iglesia al regalarnos un nuevo sucesor de Pedro que con su lenguaje directo y sus gestos evangélicos nos invitaba a todos a salir a anunciar el evangelio a las periferias existenciales. Nos sorprendió una vez más con la explosión de fe juvenil de la JMJ en Brasil que entusiasmo a nuestros jóvenes con el deseo de hacer “lío” al anunciar a Jesucristo sin miedos y con pasión. Nos regalo, en este año de la fe, la beatificación tan anhelada del “Cura Brochero” ejemplo maravilloso para todos los sacerdotes que necesitamos que nuestros corazones vuelvan a arder con el fuego de la caridad pastoral que nos hagan superar todos los obstáculos, como lo hizo él, para llevar a Cristo a nuestros hermanos. Estos acontecimientos de por si bastan para agradecer inmensamente los dones de Dios , pero gracias a Su infinita misericordia, nos regaló también muchas y variadas actividades pastorales en las Parroquias y en la Arquidiócesis que convirtieron a este año en un verdadero tiempo de gracias para una Iglesia que con nuevo ardor, desea ser protagonista –con la fuerza del Espíritu- de una Nueva Evangelización en una sociedad y cultura que desafía redescubrir la identidad cristiana que nos han constituido como pueblo y Nación. Queridos hermanos: en realidad esta clausura es un renovado comienzo y compromiso para poner en el centro de nuestra vida personal y eclesial el encuentro con Jesucristo y la belleza de la fe en Él. Fe que se alimenta y vigoriza en la celebración de la misma, especialmente en la liturgia que nutre la oración y vida de los creyentes. En este año hemos descubierto que la fe sólo crece y se fortalece creyendo, hemos redescubierto la necesidad de conocer más a fondo los contenidos que es esencial para el propio asentimiento para adherirse plenamente con la inteligencia y la voluntad a lo que propone la Iglesia. Fe profesada, celebrada, vivida y rezada. Nos hemos sentido urgidos a vivir con coherencia nuestra fe dando un testimonio que debe manifestarse en nuestra vida pública: que se note que somos creyentes, no haciendo ostentación sino con la sencillez y la humildad que corresponde a un verdadero cristiano. Que en nuestra vida se perciba que creemos lo que creemos. Que se lea el evangelio. Muchos hermanos nuestros nunca tendrán contacto con él si no es a través de nuestro testimonio. El mundo necesita testimonio creíble de los creyentes. La fe nos hace discípulos y por lo tanto misioneros., en este año nos sentimos animados y alentados, los acontecimientos de estos tiempos han disipado los temores y miedos y nos llena de coraje para salir a anunciar la buena nueva y salir a todos lados para ser testigos valientes y anunciadores convencidos del Evangelio. Vivimos momentos difíciles, el secularismo ha ocultado la necesidad de Dios. No podemos ser meros espectadores, no nos podemos cruzar los brazos, ni silenciar lo que hemos recibido. No podemos callar, pero sólo podremos hablar si creemos. “creí por eso hablé”. Y hablar sin complejos, ni temores, con sencillez ilusionada y entusiasmo vigoroso, con audacia apostólica y con inmenso amor hacia todos. Nos dice el Papa Francisco «En nuestro tiempo se verifica a menudo una actitud de indiferencia hacia la fe», y los cristianos, con su testimonio de vida, deben suscitar preguntas dudas en todos los que encuentran: « ¿Por qué viven así? ¿Qué cosa los impulsa?». «Lo que necesitamos, especialmente en estos tiempos, son testimonios creíbles que con la vida y también con la palabra hagan visible el Evangelio, despierten la atracción por Jesucristo, por la belleza de Dios».” El hombre de nuestro tiempo necesita una luz fuerte que ilumine su camino y sólo el encuentro con Cristo puede dársela. Es nuestra responsabilidad traer a este mundo, con nuestro testimonio la esperanza que se nos da por la fe.” Queridos hermanos: para ser una iglesia misionera necesitamos: comprometernos en la conversión. “Somos hijos de esta Iglesia santa pero también necesitada de purificación. Renovemos nuestro compromiso de conversión al Señor y de búsqueda sincera y humilde de la santidad. Necesitamos vivir como verdaderos discípulos del Señor: «En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tienen amor unos con otros” (Juan 13:35). «Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a la vida en que amamos a los hermanos. EL que no ama a su hermano permanece en muerte». 1 Juan 3:14. Necesitamos escuchar la oración de Jesús: “Que todos sean uno como Tu Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en el nosotros para que el mundo crea que tú me enviste” Queridos hermanos: terminamos esta Año Santo en la Solemnidad de Cristo Rey. Nosotros queremos manifestar nuestra profunda convicción del poder real de Cristo, creemos que con Él podemos superar todas las dificultades y que con Él nuestra vida obtendrá un verdadero triunfo, un éxito no a la manera humana, sino mucho más profundo y autentico que nos proporcionará la alegría eterna. A Él sea el poder y la gloria por siempre. Madre del Rosario, tú que eres feliz por haber creído, muéstranos lo que ha significado el encuentro con el Acontecimiento del Verbo hecho carne que da nuevo horizonte a tu historia. Madre únenos a Ti en la tierra y llévanos al cielo. Que así sea.

Mensaje de Mons. Juan A. Puiggari por el primer año del Papa Francisco

 

Sin duda que uno de los gestos, que con el tiempo, se medirá en toda su audacia y grandeza será el gesto de Benedicto XVI, cuando nos anunciaba su renuncia al ejercicio de su ministerio petrino.

Recuerdo que me encontraba en Córdoba, en la convivencia de los seminaristas, cuando nos sorprendió la noticia, sí, lo primero que sentimos fue: sorpresa, estupor y esa sensación de orfandad de los primeros días que se unían a una certeza de que es Jesús quien conduce a la barca de Pedro.

Uno sabía que era verdad, pero aun así, con la confianza puesta en Dios, no era extraño que los horizontes que se abrían a la iglesia fueran absolutamente novedosos e inciertos.

Y ese Dios, que maneja los hilos de la historia, nos volvió a sorprender con la fumata blanca, la cual, casi en un gesto de ternura del Padre, la gaviota nos anunciaba vientos que venían del sur, una brisa que traía aires renovados y sangre nueva a la viña del Señor.

La aparición del Cardenal Bergoglio, ahora Francisco, nos confirmó cómo Cristo está junto a nosotros, caminando la historia como lo hizo con los discípulos de Emaús. La alegría espontanea de la gente en las calles, los templos que se hacían ecos de plegarias de miles y miles de argentinos, de paranaenses que colmaron la catedral nos llevaba a decir “ tú eres Pedro”…

Este entusiasmo y alegría se notó en nuestras comunidades, en la gente que se acercaba con la necesidad de acompañar a este compatriota quien se convertía, ahora, en padre del mundo entero. Dejaba de ser el cardenal primado para ser el sucesor de Pedro: de Jorge a Francisco; cercanía que los llevaba a replantearse su vida a la luz de Dios, de su misericordia y que tuvo su expresión fresca y vigorosa en la JMJ de Río de Janeiro.

En ellos, en los jóvenes, es donde se comprueban los mayores cambios, la mayor movilización, el mayor deseo de “hacer lío” y confiamos, en que si bien no se ha registrado gran repercusión en el panorama vocacional, sabemos que estos procesos son largos, y que por el “efecto Francisco”, como gustan llamarlo, se hará sentir en los muchachos y en las chicas que no duden en entregar su vida y consagrarla al servicio de los hermanos en la vida matrimonial y de especial consagración. Comprobamos también cuántos hermanos nuestros que se habían alejado vuelven a su casa: la Iglesia.

Damos gracias a Dios por el regalo que nos ha hecho en Francisco, a nosotros y a la Iglesia toda, y como él siempre nos pide, recemos por todo lo que lleva en el corazón, y tengamos un corazón dócil para dejarnos enseñar. Una vez decimos con convicción:“ tú eres Pedro y donde esta Pedro esta la Iglesia”.

 

+ Mons. Juan Alberto Puiggari

Arzobispo de Paraná

               

Homilía en el Tedeum del 25 de Mayo 2014

 

Queridos hermanos:

 

Nos reunimos  en  este templo para honrar a la Patria en el  aniversario de su primer gobierno. Al dar gracias a Dios por estos 204 años de vida libre y soberana, transcurridos desde la gesta de Mayo, elevamos nuestra plegaria por el progreso y la prosperidad de la Nación, por sus gobernantes y su pueblo.

 

Damos gracias a Dios por esta tierra bendita, tan rica y fecunda en sus tierras y en sus ríos, con sus paisajes maravillosos desde el mar hasta los Andes, de Humahuaca, hasta nuestros hielos australes y nuestras islas Malvinas.

Le damos gracias a Dios por nuestro pueblo, con sus crisoles de razas, con el aporte enriquecedor de los pueblos originales y de las distintas corrientes de inmigrantes.

 

Hoy más que nunca, acercándonos al bicentenario de nuestra independencia tenemos que asumir  el compromiso de nuestra acción en defensa de los principios que nos dieron existencia y de los valores que fundaron nuestra vida republicana y que animaron a nuestros próceres de mayo. Como decía el Cardenal Bergoglio, hoy Francisco, hablando sobre esta fecha que cercana del 2016 “ esta celebración aumenta la responsabilidad de los dirigentes y de la ciudadanía frente a la ocasión y el reto. No podemos segmentarnos en espacios, Más bien tenemos que privilegiar el tiempo al espacio; la unidad al conflicto; el todo a la parte y la realidad a la idea”.

 

Llevamos en el alma la pasión por nuestra patria que nos exigen a todos comprometernos por el bien común y el bienestar l de cada uno de los argentinos.

 

Honramos a la Patria, honrando al ciudadano en el respeto de su dignidad, en el reconocimiento de sus derechos, en el resguardo de su seguridad, en la promoción de su salud y su educación, en el entorno de paz y armonía que debemos ofrecernos entre todos, en la inclusión de todos como meta anhelada para el festejo bicentenario.

 

Honramos a la Patria, sanando las heridas,  buscando la reconciliación en la verdad y la justicia que nos permitan proyectarnos hacia el futuro con un corazón magnánimo.

 

Honramos la Patria cuando trabajamos para refundar el vínculo social entre los argentinos, cuándo nos descubrimos familia, y que la amistad social es la virtud que debe regir nuestra historia: tenemos un pasado común, un presente que es de todos y un futuro que debemos legar a nuestros hijos.

 

Hace pocos días, los obispos argentinos, analizando la situación de nuestra Patria, afirmábamos con el deseo de contribuir al bien común: “Para construir una sociedad saludable es imprescindible un compromiso de todos en el respeto de la ley. Desde las reglas más importantes establecidas en la Constitución Nacional, hasta las leyes de tránsito y las normas que rigen los aspectos más cotidianos de la vida. Sólo si las leyes justas son respetadas, y quienes las violan son sancionados, podremos reconstruir los lazos sociales dañados por el delito, la impunidad y la falta de ejemplaridad de quienes tenemos alguna autoridad. La obediencia a la ley es algo virtuoso y deseable, que ennoblece y dignifica a la persona. Esto vale también para los reclamos por nuestros derechos, que deben ser firmes pero pacíficos, sin amenazas ni restricciones injustas a los derechos de los demás”.

 

Nos estamos acostumbrando a la violencia verbal, a las calumnias y a la mentira, que “socava la confianza entre los hombres y rompe el tejido de las relaciones sociales” (Catecismo de la Iglesia Católica, 2486). Urge en la Argentina recuperar el compromiso con la verdad, en todas sus dimensiones. Sin ese paso estamos condenados al desencuentro y a una falsa apariencia de diálogo.

 

Estos síntomas son graves. Sin embargo, en el cuerpo de nuestra sociedad se encuentran también los recursos para afrontar el paciente camino de la recuperación. Todos estamos involucrados en primera persona. Destacamos, ante todo, el profundo anhelo de paz que sigue animando el compromiso de tantos ciudadanos. No hay aquí distinción entre creyentes y quienes no lo son. Todos estamos llamados a la tarea de educarnos para la paz.

 

Nosotros creemos que Dios es “fuente de toda razón y justicia” y que los peores males brotan del propio corazón humano. El vínculo de amor con Jesús vivo cura nuestra violencia más profunda y es el camino para avanzar en la amistad social y en la cultura del encuentro. A esto se refiere el Papa Francisco cuando nos invita a “cuidarnos unos a otros”. Jesús nos enseñó que “Dios hace salir el sol sobre buenos y malos y hace llover sobre justos e injustos” (Mt 5, 45). No hay persona que esté fuera de su corazón. En su proyecto de amor la humanidad entera está llamada a la plenitud. No hay una vida que valga más y otras menos: la del niño y el adulto, varón o mujer, trabajador o empresario, rico o pobre. Toda vida debe ser cuidada y ayudada en su desarrollo desde la concepción hasta la muerte natural, en todas sus etapas y dimensiones. Jesús es nuestra Paz, en él encontramos Vida y Vida abundante. A Él volvemos nuestra mirada y en Él ponemos nuestra esperanza para renovar nuestro compromiso en favor de la vida, la paz y la salud integral de nuestra querida Patria. Jesús nos dice: “Felices los que trabajan por la paz…” (Mt 5,9). …

 

La Virgen de Luján, presente en el corazón creyente de tantos argentinos y argentinas, nos anima y acompaña en nuestro empeño “…porque cada vez que miramos a María volvemos a creer en lo revolucionario de la ternura y del cariño. En ella vemos que la humildad y la ternura no son virtudes de los débiles sino de los fuertes, que no necesitan maltratar a otros para sentirse importantes…” (EG 288)

 

+ Juan Alberto Puiggari

Arzobispo de Paraná

 

Homilía en la Misa Crismal (2014)

 

Catedral de Nuestra Señora del Rosario

Paraná, 16 de abril de 2014

 

Querido Sr. Cardenal, querido Mons. Maulión

Queridos hermanos en el sacerdocio;

Querido Diácono, queridos Consagrados y consagradas, queridos seminaristas

Queridos hermanos en el Señor:

 

Con gran alegría, nos reunimos hoy en esta solemne Misa Crismal, que pone de manifiesto la unidad eclesial y el origen pascual de todos los sacramentos. Misa concelebrada por el Obispo y todo su presbiterio, en la cual se consagrará el Santo Crisma y se bendecirán el óleo de los catecúmenos y de los enfermos, materia de los sacramentos, que los sacerdotes llevarán a su Parroquia para administrar los misterios de la salvación. En ella también los presbíteros renovarán sus promesas sacerdotales y participaremos todos de la ofrenda eucarística de Jesucristo.

Un profundo sentido de la unidad del sacerdocio en el único Sumo y Eterno Sacerdote, Jesucristo Nuestro Señor, se irradia en toda la liturgia que hoy celebramos. Llegamos a esta celebración con nuestro corazón de pastores, trayendo al altar todas las necesidades de la Arquidiócesis y de la Iglesia, el Señor sabe que nos oprimen los males del mundo, las heridas de la Iglesia, las angustias de las almas y de los cuerpos y las alegrías y esperanzas de nuestro pueblo. (Ver más -PDF)

 

Mensaje de Mons. Juan A. Puiggari para la Cuaresma (2014)

 

 

 

Queridos hermanos:

Nuevamente, este tiempo de Cuaresma que comenzamos a vivir, nos llama como Iglesia, a recorrer el camino penitencial hacia la Pascua. Es un tiempo de gracia en el cual el Señor nos llama a la conversión,  a adentrarnos en lo profundo de nuestro  corazón y  confrontar serenamente, con Su luz, nuestra vida con el Evangelio.

Este año queremos,  junto con nuestro Papa Francisco, meditar y profundizar la realidad  de la pobreza evangélica, contemplando a Jesús “que se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza”.Queremos entrar en la escuela de Jesús

Cada uno de nosotros hemos experimentado, en nuestra propia vida y en la vida de los que amamos, cómo  Dios ha estado junto a nosotros en las dificultades y como  Buen Samaritano ha salido al encuentro del que sufre.

Al acercarnos en el silencio de nuestra oración, descubrimos que la mayor riqueza que poseemos es el don de la fe. Don que nos permite descubrir ese amor profundo  del Padre que nos revela el sentido más profundo  de nuestras vidas: ser hijos en el Hijo. Así nos lo recuerda el Santo Padre  en su mensaje de cuaresma de este año cuando nos dice: “la riqueza de Jesús es su confianza ilimitada en Dios Padre…Es rico como  es un niñoque se siente  amado por sus padres y los ama, sin dudar ni instante de su amor y de su ternura”.

El camino cuaresmal es una invitación para examinar serenamente nuestra vida y mirar, en este seguimiento de Cristo, si nuestro camino cotidiano  no se ha ido empobreciendo con nuestros pecados y miserias morales y espirituales, al punto de enterrar nuestras riquezas  como lo hizo quien , por temor, comodidad o por no arriesgarlo todo por el Reino,enterró el talento que le había sido confiado.

“Se trata de seguir e imitar a Jesús” y ser pobre de espíritu porque ponemos nuestra confianza y seguridad en Dios y no en el poder o el dinero. “Se trata de seguir e imitar a Jesús, que fue en busca de los pobres y pecadores  como el pastor con la oveja perdida, y lo hizo lleno de amor. Unidos a él, podemos abrir  con valentía nuevos caminos  de evangelización y promoción humana” (Francisco).

Una de las maneras más fuertes de miseria que podemos tener, es la de no saber mirar las miserias de los hermanos con un corazón misericordioso, miseria ya sea material, moral o espiritual;  no viendo en los demás el rostro de Cristo, olvidando que “amando y ayudando a los pobres, amamos y servimos a Cristo”.

Es un tiempo de gracia para mediante la oración, el ayuno y la limosna dejarnos reconciliar por Dios y así con un corazón puro contemplar el rostro del Padre y descubrir Su inmenso amor por cada uno de nosotros

Queridos hermanos, pidamos a nuestra Madre, Nuestra Señora del Rosario de Paraná, que nos acompañe en este peregrinar hasta la Pascua, con un sincero deseo de conversión que nos mueva a preguntarnos  en qué podemos privarnos con el fin de enriquecer a otros  con nuestra pobreza.  “que ella  sostenga nuestro propósitos y fortalezca en nosotros la atención  y la responsabilidad  ante la miseria humana, para  que seamos  misericordiosos y agente de misericordia[u1] [u2] .”

Que Dios nos bendiga y nos conceda a todos una Santa Cuaresma.

 

 

+ Juan Alberto Puiggari

Arzobispo de Paraná


 [u1]

 [u2]

 

HOMILIA EN LA SOLEMNIDAD DE NUESTRA SEÑORA DEL ROSARIO

 

Paraná, 7 de Octubre de 2013.

 

Queridos hermanos:

Sentimientos de gratitud, de devoción filial y de amor nos reúnen esta tarde para venerar a Nuestra Madre, la Santísima Virgen del Rosario.

Este año tenemos distintos motivos para celebrar: Estamos recordando los 200 años que Paraná fue elevada de “pueblo de la Baxada” a la categoría de “Villa”, bajo la advocación de Nuestra Señora del Rosario, por la Asamblea del año XIII, en sesión del 25 de junio de 1830. Justo reconocimiento a esta venerable imagen que desde 1730 congregó a su alrededor la incipiente ranchería, origen del primer vecindario que se fue construyendo alrededor de la naciente capilla dando comienzo a la primera sociedad entrerriana, nacía así una incipiente ciudad, una nueva provincia. Hoy le damos gracias a María por su protección maternal a lo largo de su historia y le pedimos por todas lasnecesidades materiales y espirituales que tenemos.

Pero también estamos celebrando su fiesta en este Año de la Fe, en el cual queremos meditar la fuerza y belleza de creer sintiendo una llamada a una auténtica y renovada conversión al Señor, único Salvador del mundo.

“Redescubrir la alegría de creer y el entusiasmo de comunicar la Fe” es nuestro programa en este año de gracia que estamos cerca de concluir.

Hoy contemplando su imagen queremos decirle: “Bienaventurada por haber creído”,“Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor (Lc 1,45,. como exclamó llena de gozo Santa Isabel.

“La Madre del Señor es ícono perfecto de la fe” (LF n.58). “En María, Hija de Sión, se cumple la larga historia de la Fe del Antiguo Testamento”. En Ella se cumple la espera de la venida definitiva de Dios y por su acogida a la Palabra de Dios, por su “fiat”, se cumple la venida definitiva de Dios, el Verbo se hizo carne. Porque creyó, concibió en” fe y alegría” (San Justino).

Contemplemos la fe de María.

Su fe fue fuerte. No duda. María enfrenta situaciones difíciles de comprender. Su reacción siempre la misma: se abandona en Dios y guarda estas cosas en su corazón. Su fe como la de todo hombre guarda momentos de oscuridad.

La prueba más dura para María será el cuadro desgarrador de la cruz: Ver a su Hijo amado desangrándose y muriendo de dolor, ni rostro humano, sin haber hecho en su vida más que amar a los demás hasta el extremo. Aún en ese momento, María confía en el Señor, su fe no claudica. Y aunque el dolor no le permite pronunciar palabra alguna, María guarda este acontecimiento en su corazón al tiempo que pronuncia en su mente “Fiat”, “Hágase”.

Queridos hermanos: no es distinto para nosotros este camino de la fe, cada uno en nuestro caminar encontramos momentos de luz, pero también momentos de oscuridad en donde Dios parece ausente. Su silencio se hace duro, sus caminos son muy distintos a los nuestros; pero estos son los momentos de purificación y crecimiento, es el momento en el que, como María y con su ayuda, debemos abrirnos a Dios, acoger el don de la fe, poner en Él nuestra confianza, con la certeza de Su amor y fidelidad.

Esto nos exige salir de nosotros mismos, de nuestros proyectos, de nuestras ambiciones, para que la Palabra de Dios sea la lámpara que guíe nuestros senderos. Que María nos ayude a tener pronto el “sí” a la voluntad de Dios, sin pretensiones de comprender sus proyectos.

Que nos ayude a no dudar, a no claudicar, a no “licuar” la fe para adecuarnos a las pretensionesen un mundo sin Dios. En María el “sí” a la voluntad de Dios, en la obediencia de la fe, se repite a lo largo de toda su vida, hasta el momento más difícil, el de la Cruz.

La fe de María fue servicial, se manifiesta en obras, la mueve siempre a obrar sin demora, con prisa, cuando alguien la necesita. Lucas subraya que María se dio prisa en visitar a su parienta Isabel, porque estaba encinta. En Caná, tan pronto nota que en la boda se termina el vino, interviene para pedir a su Hijo que evite el mal momento de los jóvenes esposos.

No es difícil imaginar en cuantos otros momentos de su vida, silenciosamente, como le enseñóJesús, María habrá acudido a socorrer a sus hijos.

El Año de la fe será también una buena oportunidad, con el corazón y la ayuda de María, para intensificar el testimonio de la caridad. El apóstol Santiago dice: « ¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Podrá acaso salvarlo esa fe? Si un hermano o una hermana andan desnudos y faltos de alimento diario y alguno de ustedes les dice: “vayan en paz, abríguense y sáciense”, pero no les da lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve? Así es también la fe: si no se tienen obras, está muerta por dentro. Pero alguno dirá: “Tú tienes fe y yo tengo obras, muéstrame tu fe sin las obras, y yo con mis obras te mostraré la fe”» (St 2, 14-18).

La fe sin la caridad no da fruto, y la caridad sin fe sería un sentimiento a merced de la duda, constantemente. Gracias a la fe podemos reconocer, en quienes piden, el rostro del Señor resucitado. «Cada vez que lo hicieron con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicieron» (Mt 25, 40).

Quisiera resaltar un último aspecto de la fe de María aunque habría, ciertamente, muchos más.

La fe de María es alegre. El saludo del Ángel es una invitación a la alegría, a ungozo profundo que anuncia el final de la tristeza ante el pecado, el sufrimiento, la muerte. Es el saludo que marca el inicio del Evangelio de la Buena Nueva.

¿Cuál es la causa de la alegría en nuestra Madre? “El Señor está contigo”. Alégrate María porque eres llena de gracia. Ella vive totalmente de la fe, está inserta en la historia de la fe y de la esperanza.

En la visita a Isabel entonó su canto de alabanza por las maravillas que hace en quienes se abandonan a Él (cf. Lc 1, 46-55). Con gozo y temblor dio a luz a su único hijo, manteniendo intacta su virginidad (cf. Lc 2, 6-7). Con fe, María saboreó los frutos de la resurrección de Jesús y, guardando todos los recuerdos en su corazón (cf. Lc 2, 19.51), los transmitió a los Doce, reunidos con ella en el Cenáculo para recibir el Espíritu Santo (cf. Hch 1, 14; 2, 1-4).

Que María contagie de alegría a nuestra fe, porque Dios está con nosotros: “Nada te turbe, nada te espante,… sólo Dios basta” (Santa Teresa).

Aprendamos de María su fe que confía en Dios en contra de todo y a pesar de todo. Aprendamos a actuar de inmediato, movidos por la fe, para ayudar a los hermanos y para rezar sin desfallecer por aquellos a quienes se ha agotado el vino del gozo en su vida. Aprendamos a abandonarnos en Dios y decirle “Hágase en mí según tu palabra” siempre y en todos los momentos de la vida.

La fe de María ha sido posible por su actitud de fondo, que asume ante lo que le sucede en la vida. Ella entra en diálogo constante e íntimo con la Palabra de Dios, conuna humildad profunda y obediente que acepta incluso lo que no comprende de la acción de Dios, dejando que sea Él quien le abra la mente y el corazón. Es precisamente por esta fe que todas las generaciones la llamarán bienaventurada

.

Nuestra Señora del Rosario, en esta tarde, te pido la gracia: para todos tus hijos que te reconocen como Madre y Patrona:

Ayuda nuestra fe,

Abre nuestros oídos a la Palabra para que reconozcamos la voz de Dios y su llamada

Que nuestra fe se fortalezca para que nuestro testimonio de creyentes sea cada vez más creíble.

Siembra en nuestra fe la alegría de la Resurrección

Recuérdanos que quien cree no está nunca sólo.

Enséñanos a mirar con los ojos de Jesús, para que Él sea luz en nuestro camino.

Y a ustedes queridos hermanos quiero pedirles de todo corazón que no abandonemos o retomemos el rezo del santo Rosario, para que, en la Escuela de María, aprendamos a ser discípulos-misioneros de Jesús.

Ayer en el Ángelus, el santo Padre Francisco decía: “Sí, Señor, nuestra fe es pequeña, nuestra fe es débil, frágil, pero te la ofrecemos tal como es, para que Tú la hagas crecer… en la propia vida de cada día, se puede dar testimonio de Cristo, con la fuerza de Dios, la fuerza de la fe. ¡Con la fe pequeñísima que tenemos, pero que es fuerte! ¡Con esa fuerza dar testimonio de Jesucristo, ser cristianos con la vida, con nuestro testimonio!… ¿Y cómo tomamos de esta fuerza? La tomamos de Dios en la oración. La oración es la respiración de la fe: en una relación de confianza, de amor, no puede faltar el diálogo, y la oración es el diálogo del alma con Dios.”

¡El Rosario es una escuela de oración! ¡El Rosario es una escuela de fe!

Hace 40 años, el 8 de diciembre de 1973, esta histórica imagen fue coronada. En esa ocasión, los fieles de Paraná hicieron una Alianza con su Madre:

Se comprometieron a rezar el Santo Rosario y expresaron:

“El Rosario es el poema — del amor divino por el hombre. — Es la gesta del Hijo de Dios, — peregrino sobre el mundo, — a través de una vida de familia. — Un matrimonio, — un Hijo, — un humilde hogar. — Trabajo, — sacrificio, — oración, — comunión de almas, — paz, — alegría, — don recíproco del uno al otro, —silenciosamente, con los hechos.

Por medio del Rosario — queremos descubrir a nuestra generación — perpleja y destrozada — por un mundo contradictorio, —que hay un oasis siempre a mano — para restaurar el alma — y retomar el camino de las cumbres. — Este oasis es la oración. —Queremos aprender a orar y enseñar a orar. — Será nuestro mejor aporte a la salvación del mundo.

En esta convocatoria a la nueva Evangelización y en este camino hacia el Bicentenario los invito, les pido, los comprometo a que recemos con confianza el Santo Rosario, la oración de los pequeños, y así colaboremos eficazmente en Instaurar todo en Cristo de la mano de María. Que así sea.

 

 

Homilía en Ordenación Diaconal – 4 de agosto 2012

HOMILIA DE ORDENACION DIACONAL

Iglesia Catedral Nuestra Señora del Rosario

Paraná, 4 de agosto de 2012

 

Queridos hermanos:

 

Con profunda adoración y acción de gracias queremos disponernos para lo que va a suceder dentro de unos momentos, en esta Iglesia Catedral. Sólo la plena vigencia de la fe nos hará pregustar cuántas bendiciones nos regala Dios en este día, con la ordenación diaconal de Julián y Miguel.

El ministerio, que hoy recibirán estos hermanos nuestros, es un paso hacia el ministerio presbiteral del mañana, pero no es un mero trámite. Tiene su propia identidad, su propia significación. Es una gracia y un carácter sacramental para una misión de origen apostólico. Escuchábamos en la segunda lectura de los Hechos de los Apóstoles, cómo la iniciativa fue de los Doce: “Es preferible, hermanos, que busquen entre ustedes a siete hombres de buena fama, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría” después de orar, les impusieron las manos y ahí, por primera vez, se ordenaron diáconos para colaborar con ellos en la Obra que les había confiado el Maestro.

Hoy por la gracia de Dios y por la efusión del Espíritu Santo se hará nuevamente presente la acción salvífica del Señor.

El servicio que implica el diaconado, se desarrolla en el anuncio de la Palabra, el ministerio del Altar y la atención a los hermanos en las obras de caridad, lo cual supone en los candidatos, una vocación acogida en el corazón, con el fuego de un amor entregado, capaz de cambiar radicalmente sus vidas.

En estos hermanos nuestros, quienes dentro de unos momentos serán ordenados, se da el misterio de Dios que llama, y el no menos grande misterio del hombre que con la gracia responde. “Tú me has seducido Señor; y yo me dejé seducir” (Jr. 20,7).Escuchamos en la primera lectura al profeta Jeremías “Antes de formarte en el vientre materno, Yo te conocía; antes que salieras del vientre, Yo te había consagrado, te había constituido profeta para las naciones”. .. “No temas… porque Yo estoy contigo para librarte”

Gracia y libertad, unidas inseparablemente. “Gratia Deum mecum”, expresaba San Pablo.

El sacramento del orden diaconal, sella para siempre ese amor mutuamente correspondido. Iniciativa de Dios que, como regalo, sembró en sus corazones la semilla de la vocación la cual, a lo largo de estos años, fue creciendo en sus corazones. Ellos dejaron que Dios triunfara y por eso hoy se presentan para decirle al Señor ¡Aquí estoy! Aquí estoy para consagrarme a Tu servicio y al de la Iglesia, Aquí estoy, envíame, ordena. Sólo quiero hacer la Voluntad del Padre para ofrecerme Contigo, por la salvación de mis hermanos.

El Diaconado, que van a recibir Miguel y Julián, es para ellos, la puerta grande del ingreso al sacerdocio, porque el servicio es la actitud fundamental del ministerio y porque conlleva la importancia de ser el compromiso definitivo que decide para siempre su porvenir y les abre el camino a la fecundidad del apostolado. El Evangelio que acabamos de escuchar es suficientemente elocuente. “El que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; y el que quiera ser el primero que se haga un esclavo; como el Hijo del Hombre, que no vino a ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud” Mt. 20,27. La verdadera grandeza es la de Dios, cuya gloria es servir. Servir. En el Nuevo Testamento, expresa la concreción del amor. La perfección del amor consiste en “ser del otro”, como Dios. La gloria no es servirse del otro, sino servirle, no es poseerlo, sino pertenecerle por amor. La verdadera libertad es ser en el amor “esclavos” los unos de los otros. El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir, está en medio de nosotros como el que sirve; es una de las definiciones más hermosa del Señor.

Hoy, queridos Miguel y Julián, van a asumir, delante de toda la Iglesia, el compromiso largamente madurado del celibato, que significa el total despojo de sí, para ser exclusivamente de Dios, al servicio de la comunidad entera. Corazón indiviso, todo de Dios y así serán libres para dedicarse al servicio del Señor y de los hombres. Es la causa profunda de la disponibilidad de sus vidas y signo elocuente para nuestro mundo que Dios debe ser amado sobre todas las cosas y que debe ser servido en todo y ante todo.

El celibato implica el anonadamiento de nuestro ser, la voluntaria privación de sentimientos y derechos del corazón, creado para compartir la vida en el amor, como nos enseña el libro del Génesis. Y esto sólo es posible porque otro amor más grande: Cristo y su servicio, llenan plenamente la necesidad de amar… Ya sólo interesa la llamada de Dios: servir a los hombres, porque fueron escogidos por Él para imitar al Maestro y dar su vida en rescate por muchos” (Mt 20,28).

En el mundo de hoy esto no es muy creíble, no se entiende que se pueda renunciar a un amor humano santo y legítimo por un amor superior, ya no se cree en la fidelidad que es lo mismo que no creer en el amor. El amor, por un tiempo, es caricatura del mismo. Bien sé que ustedes concientes de su pequeñez pero confiando en la gracia de Dios, se presentan con la clara determinación de entregarse para siempre al Señor. Que Él confirme esta decisión.

Queridos hijos: comenzarán a ser siervos de Dios, siervos de la comunidad; colaborador del obispo y de los sacerdotes, para que el Pueblo de Dios sea atendido en sus requerimientos espirituales y materiales con el fin de encontrarse con Cristo y Cristo está presente en la Eucaristía, en la Palabra y en los hermanos, especialmente en los necesitados. Por eso servirán a la Palabra en la predicación y en la catequesis, Palabra que se hará sacramento en el Bautismo. Servirán a la Eucaristía que distribuirán a los fieles, El Pan Vivo que da la vida al mundo. Y servirán a los hermanos, en quienes el Señor espera recibir nuestra misericordia. Para ellos fueron elegidos los primeros siete diáconos, como nos relata los Hechos de los Apóstoles. Cuando San Pedro enumera las condiciones para ser elegidos (Hc 6,3) piden que sean elegidos hombres de buena fama, dotados de Espíritu y de prudencia. También Pablo le indica a Timoteo, en su segunda carta, “los diáconos deberán ser hombres honestos, sin dobleces, templados, no codiciosos de vil ganancia; que guarden el misterio de la fe en una conciencia pura”.

Todo un programa de vida para ser imitados por ustedes, armonía humana, colmada por la gracia de Dios. Vida irreprochable, fundada en una paz interior que nace del permanente contacto con Cristo Diácono. Que se vea en ustedes al Maestro, pero más en las obras que en las palabras porque sean capaces de interiorizar el Evangelio, de tal manera que se les constituya en la sola regla del obrar. La fe que no es activa en el amor, no es fe.

Sean discípulos que tengan una profunda experiencia de Dios, en la Palabra y en la Eucaristía; Discípulos-misioneros movidos por la caridad pastoral que los hagan consumir en el servicio.

 

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HOMILIA DE CORPUS CHRISTI 2012

Paraná, 9 de junio de 2012

“Yo os adoro por mi dueño, Pan, cordero de Sión,

que darse un amo a un esclavo; es maravilla de amor”

Lope de Vega

 

Queridos hermanos:

En la Solemnidad del Corpus Christi, que estamos celebrando, la Iglesia no sólo celebra la Eucaristía, sino que también la lleva solemnemente en procesión, recorriendo las calles de nuestra ciudad, proclamando públicamente que el Sacrificio de Cristo es para la salvación del mundo entero. “Pan para la vida del mundo”

La Iglesia, agradecida por este inmenso don, se reúne hoy, en torno al Santísimo Sacramento, porque en él se encuentra la fuente y la cumbre de su ser y su actuar. “¡La Iglesia vive de la Eucaristía!” y sabe que esta verdad no sólo expresa una experiencia diaria de fe, sino que también encierra de manera sintética el núcleo del misterio que es ella misma. (cf. Ecclesia de Eucharistia, 1).

 

 

Desde el siglo XIII la Iglesia celebra con gran devoción esta fiesta, que en un primer momento puede parecer la repetición del gran misterio pascual celebrado el Jueves Santo. Sin embargo allí se considera el aspecto sacrificial y aquí la presencia real.

Profesamos nuestra fe en la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía, con su cuerpo, sangre, alma y divinidad. Es el “misterio de fe” por excelencia. “es el compendio y la suma de nuestra fe” (SC, n°6).

“La Santísima Eucaristía es el don que Jesucristo hace de sí mismo, revelándonos el amor infinito de Dios por cada hombre. En el Sacramento eucarístico Jesús sigue amándonos “hasta el extremo”, hasta el don de su cuerpo y de su sangre. ¡Qué emoción debió embargar el corazón de los Apóstoles ante los gestos y palabras del Señor durante aquella Cena! ¡Qué admiración ha de suscitar también en nuestro corazón el Misterio eucarístico!” (Sacramentum Caritatis, introducción)

La fe de la Iglesia es esencialmente fe eucarística y se alimenta en la mesa de la Eucaristía. El documento de Aparecida (Documento de la V Conferencia) nos invita a renacer desde Cristo, y como nos dice nuestro querido Benedicto XVI: “Toda gran reforma está vinculada de algún modo al redescubrimiento de la fe en la presencia eucarística del Señor en medio de su pueblo”.

Quisiéramos en este día pedir la gracia que en toda la Arquidiócesis se despierte cada vez más el “asombro” eucarístico, que nos lleve a “arrodillarnos en adoración ante el Señor. Sería la mejor preparación para el Año de la FE. Adorar al Dios de Jesucristo, que se hizo pan partido por amor, es el remedio más válido y radical contra las idolatrías de ayer y hoy. Arrodillarse ante la Eucaristía es una profesión de libertad: quien se inclina

 

ante Jesús no puede y no debe postrarse ante ningún poder terreno, por más fuerte que sea.” (Benedicto XVI, Corpus Christi) Comunión y contemplación no se pueden separar, van juntos Nos decía el Santo Padre, en la homilía de este año. Para comunicar verdaderamente con otra persona debo conocerla, saber estar en silencio cerca de ella, escucharla, mirarla con amor. El verdadero amor y la verdadera amistad viven siempre de esta reciprocidad de miradas, de silencios intensos, elocuentes, plenos de respeto y veneración, de manera que el encuentro se viva profundamente, de modo personal y no superficial. Y lamentablemente, si falta esta dimensión, incluso la misma comunión sacramental puede llegar a ser, por nuestra parte, un gesto superficial. En cambio, en la verdadera comunión, preparada por el coloquio de la oración y de la vida, podemos decir al Señor palabras de confianza, como las que han resonado hace poco en el Salmo responsorial: “Yo soy tu siervo, hijo de tu esclava:/ tu has roto mis cadenas./ Te ofreceré un sacrificio de alabanza/ e invocaré el nombre del señor” (Sal 115,16-17).

 

“Nos postramos ante un Dios que se ha abajado en primer lugar hacia el hombre, como el Buen Samaritano, para socorrerle y volverle a dar la vida, y se ha arrodillado ante nosotros para lavar nuestros pies sucios. Adorar el Cuerpo de Cristo quiere decir creer que allí, en ese pedazo de pan, se encuentra realmente Cristo, quien da verdaderamente sentido a la vida, al inmenso universo y a la más pequeña criatura, a toda la historia humana y a la más breve existencia. La adoración es oración que prolonga la celebración y la comunión eucarística, en la que el alma sigue alimentándose: se alimenta de amor, de verdad, de paz; se alimenta de esperanza, pues Aquél ante el que nos postramos no nos juzga, no nos aplasta, sino que nos libera y nos transforma.” (ibid)

 

La liturgia de hoy nos propone tres textos que hemos leído: el primero, tomado del libro del Éxodo, está relacionado con el establecimiento de la Antigua Alianza. “Moisés tomo la sangre y roció con ella al pueblo diciendo “Esta es la sangre de la Alianza que ahora el Señor hace con ustedes…” “Estamos resueltos a poner en práctica y a obedecer todo lo que el Señor ha dicho”. En la segunda lectura de la carta a los Hebreos nos presenta el misterio de Cristo como misterio de mediación y alianza y en el Evangelio, Marcos nos relata la institución de la Eucaristía como misterio de Alianza. Toda la liturgia de la Palabra nos hace reflexionar sobre el significado de la Alianza.
Jesús realiza en la última cena un gesto sorprendente: “Mientras comían, Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: «Tomen, esto es mi Cuerpo.»
Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, y todos bebieron de ella. Y les dijo: «Esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por muchos”. Jesús estableció la Nueva Alianza con Su sacrificio. No fue a buscar una víctima en un rebaño, sino que se ofreció Él mismo como el “cordero de Dios” y se trasformó en sacrificio de Alianza. Toma su pasión y su muerte y los pone al servicio de un don de amor, establece la Nueva Alianza, obteniéndonos así la redención eterna.

Así, queridos hermanos, la Eucaristía se convierte en un sacramento de unidad porque unifica en sí el pasado, el presente y el futuro de la historia (de la salvación). El pasado, en cuanto hace memoria de la Pasión del Señor; el presente porque la Iglesia se une a Cristo para seguir inmolándose. No hay Eucaristía sin Gólgota, pero tampoco hay Eucaristía sin Iglesia. El futuro porque la Eucaristía mira hacia la gloria; es el nuevo maná de la Iglesia que peregrina hacia el cielo, pero ya es anticipo porque comemos a Cristo glorioso, nos alimentamos de gloria, es anticipo y esperanza de la Resurrección.

El pasado nada pierde de su riqueza en el presente, y el presente se orienta hacia el futuro. Desde el Génesis hasta el Apocalipsis pasando por la Cruz.

La Eucaristía es un sacramento de unidad porque lleva a su máxima expresión la identificación entre Cristo y el hombre hasta tal punto que ambos se hacen uno en una sola carne: “el que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él”. Se realiza la verdadera cristificación. San Agustín pone en boca de Jesucristo “No eres tú quien me convertirás a ti, como el alimento de tu cuerpo, sino que soy Yo quien te convertiré a Mí”.
“El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y Yo lo resucitaré en el último día”. El que come a Cristo lleva en sí la fuente de la vida eterna, al modo como los sarmientos unidos a la vid reciben la sabia vivificante. Él comunica su gloria a la debilidad del hombre, el cual queda enraizado en la vida gloriosa de Cristo.
La Eucaristía es también un sacramento de unidad porque lleva a su máxima expresión y a su plenitud la unidad del Cuerpo Místico de Cristo, que es la Iglesia por el hecho de que muchos son uno en Cristo.
Unidad eclesial, toda falta contra la unidad es también una falta contra la Eucaristía; pero además nos interpela a cultivar el amor social con el cual anteponemos el bien privado al bien común. La mística del sacramento tiene un carácter social que nos lleva a unirnos con todos los hombres para trabajar por la defensa de la vida, la familia, la paz, la justicia, la reconciliación y el perdón, transformar las estructuras injustas para restablecer la dignidad del hombre, creado a imagen y semejanza de Dios. El que como el cuerpo de Cristo debe dejarse comer por el hermano.

Queridos hermanos: “La fuerza del sacramento de la Eucaristía va más allá de las paredes de nuestras iglesias. En este sacramento el Señor está siempre en camino hacia el mundo. Este aspecto universal de la presencia eucarística se aprecia en la procesión que haremos al concluir la Misa.
Llevamos a Cristo, presente en la figura del pan, por las calles de nuestra ciudad.

 

 

Encomendamos estas calles, estas casas, nuestra vida diaria, a su bondad.
Que nuestras calles sean calles de Jesús.
Que nuestras casas sean casas para Él y con Él.
Que nuestra vida de cada día esté impregnada de su presencia.
Con este gesto, ponemos ante sus ojos los sufrimientos de los enfermos, la soledad de los jóvenes y los ancianos, las tentaciones, los miedos, toda nuestra vida.
La procesión quiere ser una gran bendición pública para nuestra ciudad: Cristo es, en persona, la bendición divina para el mundo. Que su bendición descienda sobre todos nosotros. (Benedicto XVI, Homilía de Corpus Christi, 26/5/2005)

Concluyo con palabras de Benedicto XVI del jueves pasado: “Con la Eucaristía, y «sin ilusiones, sin utopías ideológicas, nosotros caminamos por las calles del mundo, llevando dentro de nosotros el Cuerpo del Señor, como la Virgen María en el misterio de la Visitación».
«Con la humildad de sabernos simples granos de trigo, custodiamos la firme certeza que el amor de Dios encarnado en Cristo, es más fuerte que el mal, que la violencia y la muerte. Sabemos que Dios prepara para todos los hombres cielos nuevos y tierra nueva, donde reina la paz y la justicia, y en la fe entrevemos el mundo nuevo, que es nuestra verdadera patria».

Que así sea

+ Juan Alberto Puiggari
Arzobispo de Paraná

 

Homilía en la Misa Crismal 2012

 

HOMILÍA DE LA MISA CRISMAL

Paraná, 4 de marzo de 2012.

Catedral Ntra. Señora del Rosario


Querido Cardenal , querido Mons. Maulión

Queridos hermanos en el sacerdocio;

Queridos Consagrados y consagradas, queridos seminaristas

Queridos fieles laicos:

Con gran alegría, nos reunimos hoy en esta solemne Misa Crismal, que pone de manifiesto la unidad eclesial y el origen pascual de todos los sacramentos. Misa concelebrada por el Obispo y todo su presbiterio, en la cual se consagrará el Santo Crisma y se  bendecirán el óleo de los catecúmenos y de los enfermos, materia de los sacramentos, que los sacerdotes llevarán a su Parroquia para administrar los misterios de la salvación, así se pone de manifiesto cómo la salvación, transmitida por los signos sacramentales, brota precisamente del Misterio pascual de Cristo; de hecho, somos redimidos con su muerte y resurrección y, mediante los Sacramentos, acudimos a esa misma fuente salvífica. También, hoy, los  sacerdotes renuevan los compromisos que asumieron el día de la Ordenación, para ser totalmente consagrados a Cristo en el ejercicio del sagrado ministerio al servicio de los hermanos. Acompañemos a nuestros sacerdotes con nuestra oración.

Un profundo sentido de la  unidad del sacerdocio en el único Sumo y Eterno Sacerdote, Jesucristo Nuestro Señor, se irradia en toda la liturgia que hoy celebramos.

Llegamos a esta celebración con nuestros corazones de pastores, trayendo al altar todas las necesidades de la Arquidiócesis y de la Iglesia; el Señor conoce que nos oprimen los males del mundo, las heridas de la Iglesia y las angustias de las almas y de los cuerpos.

En horas más oscuras que las nuestras, en el primer Jueves Santo, Jesús nos dice: “no se turbe sus corazones. Confíen,  Yo he vencido…Yo estoy con ustedes”.

Al presidir en nombre de Jesús esta concelebración y haciéndome eco del Santo Padre, (Spe Salvi) quisiera invitarlos a levantar el corazón y centrarlo en la serena luz de la Esperanza Teologal.

“ El presente, aunque sea un presente fatigoso, se puede vivir y aceptar si lleva hacia una meta, si podemos estar seguros de esta meta y si esta meta es tan grande que justifique el esfuerzo del camino” (S.S. n.1) .

El Espíritu Santo nos apremia a “vivir alegres en la esperanza” y nuestros hermanos y el mundo exige de nosotros un claro testimonio de esperanza sacerdotal, testimonio de esa esperanza que no defrauda.

La esperanza supone de la fe y en ella se apoya. La crisis y falta de fe se proyectan y se traducen en una crisis de esperanza. Muchos de nuestros hermanos la han perdido y lo que es peor, no les desespera la falta de esperanza.

 

Hemos llegado ya al corazón de la Semana Santa, culminando el camino cuaresmal. Mañana entraremos en el Triduo Pascual, los tres días santos en que la Iglesia conmemora el misterio de la pasión, muerte y resurrección de Jesús. El Hijo de Dios, después de haberse hecho hombre en obediencia al Padre, llegando a ser del todo igual a nosotros, excepto en el pecado (cfr Hb 4,15), aceptó cumplir hasta el final su voluntad, afrontar por amor a nosotros la pasión y la cruz, para hacernos partícipes de su resurrección, para que en Él y por Él podamos vivir para siempre, en el consuelo y en la paz.

 

Este año estará marcado por dos momentos muy fuertes para nuestra vida personal y eclesial: el Sínodo para la Nueva Evangelización y el Año de la Fe. Con la promulgación de este Año, el Santo Padre quiere poner en el centro de la atención eclesial lo que, desde el inicio de su pontificado, más le interesa: el encuentro con Jesucristo y la belleza de la fe en él. Por otra parte, la Iglesia es muy consciente de los problemas que debe afrontar hoy la fe y considera más actual que nunca la pregunta que Jesús mismo hizo: «Cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe en la tierra?» (Lc 18, 8). Por esto, «si la fe no adquiere nueva vitalidad, con una convicción profunda y una fuerza real gracias al encuentro con Jesucristo, todas las demás reformas serán ineficaces» (Discurso a la Curia romana con ocasión de las felicitaciones navideñas, 22 de diciembre de 2011).

El «Año de la fe desea contribuir a una renovada conversión al Señor Jesús y al redescubrimiento de la fe, de modo que todos los miembros de la Iglesia sean para el mundo actual, testigos gozosos y convincentes del Señor resucitado, capaces de señalar la “puerta de la fe” a tantos que están en búsqueda de la verdad».

La proximidad de estos dos grandes acontecimientos de gracia, exige de nosotros los pastores del pueblo de Dios una preparación muy seria y responsable para poder animar a nuestras comunidades. Por eso queridos hermanos los exhorto y me exhorto “a una auténtica y renovada conversión al Señor, único Salvador del mundo. Dios, en el misterio de su muerte y resurrección, ha revelado en plenitud el Amor que salva y llama a los hombres a la conversión de vida mediante la remisión de los pecados (cf. Hch 5, 31).”  La «fe que actúa por el amor» (Ga 5, 6) se convierte en un nuevo criterio de pensamiento y de acción que cambia toda la vida del hombre (cf. Rm 12, 2; Col 3, 9-10; Ef 4, 20-29; 2 Co 5, 17).

Deseo invitar a ustedes queridos hermanos, haciéndome eco de las palabras del Santo Padre a que nos unamos al Sucesor de Pedro en el tiempo

de gracia espiritual que el Señor nos ofrece para rememorar el don precioso de la fe.  Tenemos que prepararnos para  confesar la fe en el Señor Resucitado en nuestras catedral, en nuestra parroquias, capillas y en todos los rincones de la Arquidiócesis. Confesar la fe con nuestras palabras y con nuestra vida.

Estamos en vísperas del jueves Santo  en donde el Señor pronunciando la bendición sobre el pan y el vino, anticipa el sacrificio de la cruz y manifiesta la intención de perpetuar su presencia en medio de los discípulos: bajo las especies del pan y del vino, Él se hace presente de modo real con su cuerpo entregado y con su sangre derramada. Durante la Última Cena, los Apóstoles son constituidos ministros de este Sacramento de salvación; a ellos Jesús les lava los pies (cfr Jn 13,1-25), invitándoles a amarse unos a otros como Él les amó, dando la vida por ellos.

 

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