Noviembre 23 de 2013

 

Queridos hermanos: Nos congrega esta Eucaristía como Iglesia que peregrina en Paraná, el deseo de dar gracias a Dios por el AÑO DE LA FE que estamos culminando, al cual nos convocó nuestro querido Papa Emérito Benedicto XVI, y que estaba llamado a ser un tiempo de gracia y de compromiso para una conversión a Dios cada vez más plena, para reforzar nuestra fe en Él y para anunciarlo con alegría al hombre de nuestro tiempo. La fe en Jesucristo es el bien más precioso de la Iglesia. Ella misma existe por la fe y para transmitir la fe. Existe para evangelizar, anunciando a Jesucristo como Señor y Salvador, Amigo y Redentor de los hombres. Tenemos la certeza, que a pesar de nuestras limitaciones, y por pura gracia de Dios, ha sido realmente un tiempo de gracia maravilloso para nuestra Iglesia. El Señor nos ha hecho experimentar y asombrar por su presencia en la historia de la salvación, como Padre Bueno y Providente. Nos sorprendió y conmovió la renuncia inesperada de Benedicto XVI; el tiempo nos hizo comprender la grandeza, fortaleza y humildad de nuestro querido Papa Emérito que nos decía con convicción: “Siempre he sabido que la barca de la Iglesia no es mía, no es nuestra, sino Suya y no la dejará hundirse. Es Él quien la conduce, por supuesto, a través de los hombres que ha elegido. Esta es una certeza que nada puede ofuscar. Y es por ello que mi corazón está lleno de agradecimiento a Dios, porque no le falta a toda la Iglesia, ni a mí, su consuelo, su luz y su amor». Fue un momento que tuvimos que aferrarnos a la fe con la certeza que Jesús conduce la barca de Pedro Nos volvió a sorprender con la elección del Papa Francisco, Dios tiene caminos insospechados. Nos bendijo como pueblo argentino al elegir uno de los nuestros, nos bendijo como Iglesia al regalarnos un nuevo sucesor de Pedro que con su lenguaje directo y sus gestos evangélicos nos invitaba a todos a salir a anunciar el evangelio a las periferias existenciales. Nos sorprendió una vez más con la explosión de fe juvenil de la JMJ en Brasil que entusiasmo a nuestros jóvenes con el deseo de hacer “lío” al anunciar a Jesucristo sin miedos y con pasión. Nos regalo, en este año de la fe, la beatificación tan anhelada del “Cura Brochero” ejemplo maravilloso para todos los sacerdotes que necesitamos que nuestros corazones vuelvan a arder con el fuego de la caridad pastoral que nos hagan superar todos los obstáculos, como lo hizo él, para llevar a Cristo a nuestros hermanos. Estos acontecimientos de por si bastan para agradecer inmensamente los dones de Dios , pero gracias a Su infinita misericordia, nos regaló también muchas y variadas actividades pastorales en las Parroquias y en la Arquidiócesis que convirtieron a este año en un verdadero tiempo de gracias para una Iglesia que con nuevo ardor, desea ser protagonista –con la fuerza del Espíritu- de una Nueva Evangelización en una sociedad y cultura que desafía redescubrir la identidad cristiana que nos han constituido como pueblo y Nación. Queridos hermanos: en realidad esta clausura es un renovado comienzo y compromiso para poner en el centro de nuestra vida personal y eclesial el encuentro con Jesucristo y la belleza de la fe en Él. Fe que se alimenta y vigoriza en la celebración de la misma, especialmente en la liturgia que nutre la oración y vida de los creyentes. En este año hemos descubierto que la fe sólo crece y se fortalece creyendo, hemos redescubierto la necesidad de conocer más a fondo los contenidos que es esencial para el propio asentimiento para adherirse plenamente con la inteligencia y la voluntad a lo que propone la Iglesia. Fe profesada, celebrada, vivida y rezada. Nos hemos sentido urgidos a vivir con coherencia nuestra fe dando un testimonio que debe manifestarse en nuestra vida pública: que se note que somos creyentes, no haciendo ostentación sino con la sencillez y la humildad que corresponde a un verdadero cristiano. Que en nuestra vida se perciba que creemos lo que creemos. Que se lea el evangelio. Muchos hermanos nuestros nunca tendrán contacto con él si no es a través de nuestro testimonio. El mundo necesita testimonio creíble de los creyentes. La fe nos hace discípulos y por lo tanto misioneros., en este año nos sentimos animados y alentados, los acontecimientos de estos tiempos han disipado los temores y miedos y nos llena de coraje para salir a anunciar la buena nueva y salir a todos lados para ser testigos valientes y anunciadores convencidos del Evangelio. Vivimos momentos difíciles, el secularismo ha ocultado la necesidad de Dios. No podemos ser meros espectadores, no nos podemos cruzar los brazos, ni silenciar lo que hemos recibido. No podemos callar, pero sólo podremos hablar si creemos. “creí por eso hablé”. Y hablar sin complejos, ni temores, con sencillez ilusionada y entusiasmo vigoroso, con audacia apostólica y con inmenso amor hacia todos. Nos dice el Papa Francisco «En nuestro tiempo se verifica a menudo una actitud de indiferencia hacia la fe», y los cristianos, con su testimonio de vida, deben suscitar preguntas dudas en todos los que encuentran: « ¿Por qué viven así? ¿Qué cosa los impulsa?». «Lo que necesitamos, especialmente en estos tiempos, son testimonios creíbles que con la vida y también con la palabra hagan visible el Evangelio, despierten la atracción por Jesucristo, por la belleza de Dios».” El hombre de nuestro tiempo necesita una luz fuerte que ilumine su camino y sólo el encuentro con Cristo puede dársela. Es nuestra responsabilidad traer a este mundo, con nuestro testimonio la esperanza que se nos da por la fe.” Queridos hermanos: para ser una iglesia misionera necesitamos: comprometernos en la conversión. “Somos hijos de esta Iglesia santa pero también necesitada de purificación. Renovemos nuestro compromiso de conversión al Señor y de búsqueda sincera y humilde de la santidad. Necesitamos vivir como verdaderos discípulos del Señor: «En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tienen amor unos con otros” (Juan 13:35). «Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a la vida en que amamos a los hermanos. EL que no ama a su hermano permanece en muerte». 1 Juan 3:14. Necesitamos escuchar la oración de Jesús: “Que todos sean uno como Tu Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en el nosotros para que el mundo crea que tú me enviste” Queridos hermanos: terminamos esta Año Santo en la Solemnidad de Cristo Rey. Nosotros queremos manifestar nuestra profunda convicción del poder real de Cristo, creemos que con Él podemos superar todas las dificultades y que con Él nuestra vida obtendrá un verdadero triunfo, un éxito no a la manera humana, sino mucho más profundo y autentico que nos proporcionará la alegría eterna. A Él sea el poder y la gloria por siempre. Madre del Rosario, tú que eres feliz por haber creído, muéstranos lo que ha significado el encuentro con el Acontecimiento del Verbo hecho carne que da nuevo horizonte a tu historia. Madre únenos a Ti en la tierra y llévanos al cielo. Que así sea.