“Sr. Cardenal Estanislao Esteban Karlic

Sr Arzobispo Emérito de Paraná Mons. Mario Bautista Maulión

Queridos hermanos sacerdotes y diáconos

Queridos hermanos y hermanas de la Vida Consagrada

Queridos seminaristas y hermanos en el Señor:

Jesucristo  «trajo a la tierra» el Espíritu Santo, el amor de Dios que «renueva la faz de la tierra» purificándola del mal y liberándola del dominio de la muerte. Este «fuego», fuego del amor, vino sobre los Apóstoles, reunidos en oración con María en el Cenáculo, para hacer de la Iglesia la prolongación de la obra renovadora de Cristo… el Espíritu de Dios, donde entra, expulsa el miedo; nos hace conocer y sentir que estamos en las manos de una Omnipotencia de amor: suceda lo que suceda, su amor infinito no nos abandona. Lo demuestra el testimonio de los mártires, la valentía de los confesores de la fe, el ímpetu intrépido de los misioneros, la franqueza de los predicadores, el ejemplo de todos los santos algunos, incluso adolescentes y niños. Lo demuestra la existencia misma de la Iglesia que, a pesar de los límites y las culpas de los hombres, sigue cruzando el océano de la historia, impulsada por el soplo de Dios y animada por su fuego purificador… (Benedicto XVI)

El Espíritu Santo infunde en nosotros las virtudes teologales y recrea  esas recias aspiraciones que constituyen la condición del progreso espiritual.

Queremos hoy renovar el compromiso de vivir plenamente nuestra vida cristiana con deseos fuertes que preparan las gracias de Dios e introducen en nuestra existencia todo lo que es bello, digno y generoso. Esto vale tanto para nuestra vida particular como para nuestra vida  eclesial. Magnanimidad es sinónimo del Espíritu.

En el Pentecostés histórico, el Espíritu Santo se expresa mediante tres símbolos que acabamos de escuchar en los Hechos de los Apóstoles: el viento, el fuego y las lenguas.

Con una ráfaga de viento  el Espíritu nos manifiesta su capacidad de dar un fuerte impulso, un poderoso dinamismo. Debemos acoger este impulso con el fin de no quedarnos inactivos por la pereza espiritual o pastoral.

También se manifiesta como fuego, no se trata de algo material, sino espiritual,  un impulso de amor. Un fuego de caridad que transforma y  purifica  todo aquello con lo que entra en contacto.

El tercer símbolo, referido al Espíritu, es el de lenguas. No es un lenguaje común, es el que expresa todas las realidades sobrenaturales y que es capaz de ser comprendido por todos los puebles. Y así  se superan todas las divisiones y se restablece la unidad. En Babel el orgullo del hombre,  confunda sus lenguas,  en Pentecostés, el Espíritu llega a todos, a cada uno en su lengua y así se realiza la unidad.

En esta actualización de Pentecostés, damos comienzo al III Sínodo Arquidiocesano.

Creo humildemente, que estamos siguiendo las mociones del Espíritu Santo,  que se manifestaron de muchas maneras pero especialmente en las Palabras del Santo Padre en Brasil y que las reitera en su Exhortación Evangelii Gaudium:   “en orden a que este impulso misionero sea cada vez más intenso, generoso y fecundo, exhorto  también a cada Iglesia particular a entrar en un proceso decidido de discernimiento, purificación y reforma.” (EG 30).

Muchas veces me ha resonado en lo profundo, aquellas palabras lúcidas de nuestro Papa Emérito Benedicto XVI que después las asumió el Documento de Aparecida:  ¡ Pobres de nosotros ¡ sí, satisfechos, contentos, pero sin inquietud en el alma, seguimos viviendo, como si, de hecho, nada hubiera ocurrido, sin cambiar nada, haciendo lo mismo de lo mismo, acostumbrados a ese  gris pragmatismo de la vida cotidiana de la Iglesia, en el cual aparentemente todo procede con normalidad, pero en realidad la fe se va desgastando y degenerando en mezquindad” DA.n.12.

Nos apremia la Nueva Evangelización, la cual no es un programa  o estrategia que se agrega a  su pastoral ordinaria. Es la misma vida de la Iglesia que continúa y actualiza el mandato de Jesús. “Vayan y anuncien el Evangelio” Mt, 28

Pero tenemos que  recordar, para que podamos cumplir este mandato, que todos los bautizados estamos llamados a “recomenzar desde Cristo” a reconocer y seguir Su presencia con la misma realidad y novedad y el mismo poder de persuasión y esperanza  que tuvieron los Apóstoles, a orillas del Jordán hace 2000 años. “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da nuevo horizonte a la vida y, con ello una orientación decisiva” (Deus Caritas est, n.1). Para que sea eficaz nuestro compromiso de discípulo-misionero debe partir de un corazón que cree, espera y ama; un corazón que adora a Cristo y cree en la fuerza del Espíritu Santo”

El Papa Francisco no se cansa de llamar a una conversión personal que supone implicarse en primera persona, en su testimonio personal y ésta ha de ser inseparable de la conversión pastoral y misionera. Necesitamos un nuevo Pentecostés.

Pero hay que insistir: primero  una conversión de nuestros corazones (de nada serviría el cambio de estructuras sino cambia el corazón). No conseguiremos la Nueva Evangelización con la multiplicación de proyectos y estrategias. Se trata de proponer y compartir de persona a persona, de experiencia en experiencia, de comunidad en comunidad, una nueva Vida plena para todos. La primera evangelización fue fruto de la fe vivida, no sólo por cada uno de los cristianos sino también por toda la Iglesia. Así debe ser la nuestra. No hay reforma sin una tensión a la santidad, sin una corriente de santidad, sin un testimonio de vida que fascine a los que nos ven

En el contexto de la nueva Evangelización, la Parroquia al servicio de una vida plena para todos, será el tema de este Sínodo que estamos comenzando.

Memoria, presencia y profecía: ése es el lema de este acontecimiento eclesial. Mientras se enmarca en el centenario del primer Sínodo, quiere ser una “mirada” actualizada del caminar de la Iglesia Arquidiocesana hoy y, a su vez, una proyección hacia adelante, procurando hacerla más lúcida, más disponible, más cercana, en continuidad con el pedido del Papa argentino.

Hemos elegido la parroquia como tema central. Nos dice Francisco en EG. : “La parroquia no es una estructura caduca; precisamente porque tiene una gran plasticidad, puede tomar formas muy diversas que requieren la docilidad y la creatividad misionera del Pastor y de la comunidad…  si es capaz de reformarse y adaptarse continuamente, seguirá siendo « la misma Iglesia que vive entre las casas de sus hijos y de sus hijas ».26 …La parroquia es presencia eclesial en el territorio, ámbito de la escucha de la Palabra, del crecimiento de la vida cristiana, del diálogo, del anuncio, de la caridad generosa, de la adoración y la celebración.27  A través de todas sus actividades, la parroquia alienta y forma a sus miembros para que sean agentes de evangelización.28 Es comunidad de comunidades, santuario donde los sedientos van a beber para seguir caminando, y centro de constante envío misionero. Pero tenemos que reconocer que el llamado a la revisión y renovación de las parroquias todavía no ha dado suficientes frutos en orden a que estén todavía más cerca de la gente, que sean ámbitos de viva comunión y participación, y se orienten completamente a la misión.”, nos decía el Papa. Estas palabras nos interpelan.

Hay que pensarla  como una comunidad que forme discípulos misioneros de Cristo, desde un encuentro personal con Él y con una fuerte experiencia de “envío”. Pensar una parroquia que en todas sus actividades pastorales se organice “en salida”.

 “Por otro lado la nota característica de esta comunidad debe ser la de la misericordia. La fe se hace creíble cuando se expresa en el amor. La organización de la caridad y la experiencia comunitaria fraterna y en orden a una “cultura del encuentro” tendrán que hacerse visible en especial a través de la preocupación y el compromiso con los más solos, débiles y pobres.”.

Por este motivo he convocado el Sínodo de la Arquidiócesis de Paraná: buscar una más intensa y activa comunión eclesial a través de propuestas para una adecuada pastoral de conjunto en el contexto de la Nueva Evangelización dando continuidad a su peculiar tradición.

El Espíritu santo es el que sostiene e inspira a la Iglesia  y es el protagonista de la evangelización. Él suscita el nuevo ardor. Nosotros debemos ser dóciles instrumentos. Tenemos que suplicar como mendicantes. En la Iglesia nada ocurre si no es porque la presencia suave, fecunda y entusiasmante del Espíritu Santo; es por eso que hoy nos reunimos para implorar a Dios que derrame abundantemente al Espíritu sobre nosotros, sobre los sinodales y la comunidad diocesana.

Sin oración, no hay sitio para el Espíritu. Pedir a Dios que nos mande este don: ‘Señor, danos el Espíritu Santo para que podamos discernir en cada momento qué debemos hacer’. El mensaje es el mismo: la Iglesia va adelante,  con las  sorpresas, con las novedades del Espíritu Santo”.  Francisco ha recordado que “es necesario discernirlas, y para discernirlas es necesario rezar, pedir esta gracia”.

‘Pero, padre, ¿por qué meterse en tantos problemas?”, se preguntaba el Papa, También me lo he preguntado. Hagamos las cosas como las hemos hecho siempre, que estamos más seguros…»

Al respecto, Francisco, ha advertido que hacer las cosas como se han hecho siempre es una alternativa “de muerte”. Por eso ha exhortado a “correr el riesgo, con la oración,  con la humildad, de aceptar lo que el Espíritu Santo”, nos pide “cambiar”.

Pidamos en esta Eucaristía “la gracia de no tener miedo cuando el Espíritu, con seguridad, me pide dar un paso adelante”, así como “tener la valentía apostólica de llevar vida y no hacer de nuestra vida cristiana un museo de recuerdos”.

No hay gracia, en la historia de la salvación, que no pase  a través de María, desde su Fiat obediente al designio de Dios.

Por eso y avalados por la historia de nuestros pueblos, podemos afirmar con alegría: no hay Nueva Evangelización si no es profundamente mariana. Es la “Pedagoga del Evangelio” que nos indica los caminos de amor,  sacrificio y servicio como en su visita a su prima Isabel. Es la perfecta discípula-misionera.  Ella es la Aurora de la mañana del Evangelio y la Estrella en la noche de la primera y la Nueva Evangelización (EG, 28)

A Ti Madre,  Nuestra Señora del Rosario, Patrona y Fundadora de nuestra Iglesia, encomendamos este camino sinodal, contamos con tu intercesión, tu ternura y tú esperanza.

 

San Juan Pablo II, que peregrinaste por Paraná, acompáñanos.

Beato Cura Brochero, ruega por la santidad de nuestras parroquias.