Queridos hermanos:
Nos reunimos en este templo para honrar a la Patria en el aniversario de su primer gobierno. Al dar gracias a Dios por estos 204 años de vida libre y soberana, transcurridos desde la gesta de Mayo, elevamos nuestra plegaria por el progreso y la prosperidad de la Nación, por sus gobernantes y su pueblo.
Damos gracias a Dios por esta tierra bendita, tan rica y fecunda en sus tierras y en sus ríos, con sus paisajes maravillosos desde el mar hasta los Andes, de Humahuaca, hasta nuestros hielos australes y nuestras islas Malvinas.
Le damos gracias a Dios por nuestro pueblo, con sus crisoles de razas, con el aporte enriquecedor de los pueblos originales y de las distintas corrientes de inmigrantes.
Hoy más que nunca, acercándonos al bicentenario de nuestra independencia tenemos que asumir el compromiso de nuestra acción en defensa de los principios que nos dieron existencia y de los valores que fundaron nuestra vida republicana y que animaron a nuestros próceres de mayo. Como decía el Cardenal Bergoglio, hoy Francisco, hablando sobre esta fecha que cercana del 2016 “ esta celebración aumenta la responsabilidad de los dirigentes y de la ciudadanía frente a la ocasión y el reto. No podemos segmentarnos en espacios, Más bien tenemos que privilegiar el tiempo al espacio; la unidad al conflicto; el todo a la parte y la realidad a la idea”.
Llevamos en el alma la pasión por nuestra patria que nos exigen a todos comprometernos por el bien común y el bienestar l de cada uno de los argentinos.
Honramos a la Patria, honrando al ciudadano en el respeto de su dignidad, en el reconocimiento de sus derechos, en el resguardo de su seguridad, en la promoción de su salud y su educación, en el entorno de paz y armonía que debemos ofrecernos entre todos, en la inclusión de todos como meta anhelada para el festejo bicentenario.
Honramos a la Patria, sanando las heridas, buscando la reconciliación en la verdad y la justicia que nos permitan proyectarnos hacia el futuro con un corazón magnánimo.
Honramos la Patria cuando trabajamos para refundar el vínculo social entre los argentinos, cuándo nos descubrimos familia, y que la amistad social es la virtud que debe regir nuestra historia: tenemos un pasado común, un presente que es de todos y un futuro que debemos legar a nuestros hijos.
Hace pocos días, los obispos argentinos, analizando la situación de nuestra Patria, afirmábamos con el deseo de contribuir al bien común: “Para construir una sociedad saludable es imprescindible un compromiso de todos en el respeto de la ley. Desde las reglas más importantes establecidas en la Constitución Nacional, hasta las leyes de tránsito y las normas que rigen los aspectos más cotidianos de la vida. Sólo si las leyes justas son respetadas, y quienes las violan son sancionados, podremos reconstruir los lazos sociales dañados por el delito, la impunidad y la falta de ejemplaridad de quienes tenemos alguna autoridad. La obediencia a la ley es algo virtuoso y deseable, que ennoblece y dignifica a la persona. Esto vale también para los reclamos por nuestros derechos, que deben ser firmes pero pacíficos, sin amenazas ni restricciones injustas a los derechos de los demás”.
Nos estamos acostumbrando a la violencia verbal, a las calumnias y a la mentira, que “socava la confianza entre los hombres y rompe el tejido de las relaciones sociales” (Catecismo de la Iglesia Católica, 2486). Urge en la Argentina recuperar el compromiso con la verdad, en todas sus dimensiones. Sin ese paso estamos condenados al desencuentro y a una falsa apariencia de diálogo.
Estos síntomas son graves. Sin embargo, en el cuerpo de nuestra sociedad se encuentran también los recursos para afrontar el paciente camino de la recuperación. Todos estamos involucrados en primera persona. Destacamos, ante todo, el profundo anhelo de paz que sigue animando el compromiso de tantos ciudadanos. No hay aquí distinción entre creyentes y quienes no lo son. Todos estamos llamados a la tarea de educarnos para la paz.
Nosotros creemos que Dios es “fuente de toda razón y justicia” y que los peores males brotan del propio corazón humano. El vínculo de amor con Jesús vivo cura nuestra violencia más profunda y es el camino para avanzar en la amistad social y en la cultura del encuentro. A esto se refiere el Papa Francisco cuando nos invita a “cuidarnos unos a otros”. Jesús nos enseñó que “Dios hace salir el sol sobre buenos y malos y hace llover sobre justos e injustos” (Mt 5, 45). No hay persona que esté fuera de su corazón. En su proyecto de amor la humanidad entera está llamada a la plenitud. No hay una vida que valga más y otras menos: la del niño y el adulto, varón o mujer, trabajador o empresario, rico o pobre. Toda vida debe ser cuidada y ayudada en su desarrollo desde la concepción hasta la muerte natural, en todas sus etapas y dimensiones. Jesús es nuestra Paz, en él encontramos Vida y Vida abundante. A Él volvemos nuestra mirada y en Él ponemos nuestra esperanza para renovar nuestro compromiso en favor de la vida, la paz y la salud integral de nuestra querida Patria. Jesús nos dice: “Felices los que trabajan por la paz…” (Mt 5,9). …
La Virgen de Luján, presente en el corazón creyente de tantos argentinos y argentinas, nos anima y acompaña en nuestro empeño “…porque cada vez que miramos a María volvemos a creer en lo revolucionario de la ternura y del cariño. En ella vemos que la humildad y la ternura no son virtudes de los débiles sino de los fuertes, que no necesitan maltratar a otros para sentirse importantes…” (EG 288)
+ Juan Alberto Puiggari
Arzobispo de Paraná