Queridos hermanos:

Desde el inicio de la Evangelización en nuestra tierra entrerrianas, María es venerada a bajo la Advocación de Nuestra Señora del Rosario.

Su presencia en una humilde capilla, en 1730, nuclea al primer grupo de pobladores en la llamada “Baxada de Paraná”. Así comienza la historia religiosa, política y social de nuestra ciudad. Por eso la reconocemos como nuestra Madre, Patrona y Fundadora.

El amor a la Virgen, fue el lazo de unidad y factor de progreso para los primeros habitantes de la villa.    

Queremos  en este tiempo sinodal hacer memoria y descubrir el signo especial del amor de Dios, la gracia singular enclavada en el corazón de la historia de Paraná y transmitirla, como fuego sagrado.

Esa gracia singular de Dios para nuestro pueblo tiene un nombre: la Santísima Virgen del Rosario.  Junto a Ella nació Paraná;  por eso nació cristiana,  hija de Dios. .   La Ciudad de hoy quiere ser fiel al tiempo  y sabe que de esta fidelidad Paraná y la Arquidiócesis serán bendecidas en el presente.

Reconocer nuestro origen es asegurar nuestro futuro, profundizar sus raíces es garantizar el crecimiento de nuestro pueblo que ponga al hombre en el centro porque reconoce a Dios como a su Señor.

En esta Eucaristía, damos gracia y alabamos al Dios Trino, que tanto amó al mundo que envió a su propio Hijo para la salvación del mundo y le eligió una Madre tan grande. “amada por Dios desde toda la eternidad, viniste al mundo llena de gracia y sin la más ligera sombra de pecado para ser Madre de Jesús y Madre Nuestra”

Damos gracias y veneramos a Nuestra Madre Santísima. Gracias por su Fiat, que recordábamos con reverencia en el evangelio de hoy. “Yo soy la servidora del Señor que se cumpla en mí lo que has dicho” (Lc. 1,38).

“…En este tiempo de renovación y conversión pastoral  queremos poner nuestra mirada en Nuestra madre porque sin ella no terminamos de comprender el espíritu de la nueva evangelización. Hay un estilo mariano en la actividad misionera de la Iglesia nos dice Francisco: “porque cada vez que miramos a María volvemos a creer en lo revolucionario de la ternura y del cariño. En Ella vemos que la humildad y la ternura no son virtudes de los débiles sino de los fuertes que no necesitan maltratar a otros para sentirse importante EG n. 288

Como María, queremos ser  una Iglesia que sirve, que sale de casa, que sale de sus templos, que sale de sus sacristías, para acompañar la vida, sostener la esperanza, ser signo de unidad de nuestro pueblo. 

Como María, , queremos ser una Iglesia que salga de casa para tender puentes, romper muros, sembrar reconciliación en este camino al Bicentenario..          Como María, queremos ser una Iglesia comprometida con la vida, desde su concepción hasta la muerte natural. Con  la cultura, con nuestros hermanos que sufren cualquier tipo de necesidad.

Y aprender a orar con María porque su oración es memoriosa, agradecida; es el cántico del Pueblo de Dios que camina en la historia. Estoy convencido que toda renovación en la Iglesia y de la sociedad empieza por la renovación de la oración, especialmente de la adoración. Si nos dejamos educar por Ella, tenemos el camino más fácil para llegar a Dios. Dios está en todas partes, pero en María se revela a los pequeños y pobres. Dios es “ en todas partes el Pan de los fuertes y de los ángeles, pero en María es el Pan de los Niños…” S. Luis Grignion de Montfort

Honramos a Nuestra Madre con el título de María, del Rosario,  ésta advocación, nos habla a lo largo de la historia de la cercanía de nuestra Madre en los momentos difíciles, y que nos ofrece un medio maravilloso para conseguir las gracias necesarias y especialmente para alcanzar su gran deseo: la identificación con Su Hijo Jesús.

El medio siempre victoriosa es el Santo Rosario.  Gracias a él   nuestras vidas serán configuradas con el Señor y conseguiremos lo que le pidamos con confianza.

Por medio del Rosario  descubrimos  que hay un oasis siempre a mano  para restaurar el alma  y retomar el camino de las cumbres.  Queremos aprender a orar y enseñar a orar. Convencidos que es el comienzo de toda transformación.

El querido San Juan Pablo II fue un gran apóstol del Rosario, lo recordamos de rodillas frente a esta imagen venerada acá en Paraná. Él nos decía”. El Rosario es oración contemplativa y cristocéntrica, inseparable de la meditación de la Sagrada Escritura. Es la plegaria del cristiano que avanza en la peregrinación de la fe, en el seguimiento de Jesús, precedido por María.» (Castelgandolfo 1 octubre de 2006)

«El Rosario, exclamaba, es mi oración predilecta. ¡Plegaria maravillosa! Maravillosa en su sencillez y en su profundidad”.

Y Francisco dice: “El Rosario es la oración que acompaña todo el tiempo mi vida. Es también la oración de los sencillos y de los santos… es la oración de mi corazón”      

Queridos hermanos: permítanme hacer mía la exhortación de San Juan Pablo II. “Una oración tan fácil, y al mismo tiempo tan rica, merece de veras ser recuperada por la comunidad cristiana.” Estamos como Arquidiócesis marcados por la Virgen del Rosario, crezcamos en su rezo, en las familias, en todas las comunidades parroquiales.

Al celebrar hoy a la Virgen, celebramos especialmente a la Madre de Dios. Gracias a Ella nos llegó la Vida Plena: Jesucristo. Hablar de la Madre nos lleva necesariamente a pensar en la vida  y en la familia, dones maravillosos de Dios.

Estamos celebrando el Sínodo sobre la familia, debemos rezar fuertemente para que El espíritu Santo ilumine al Papa y a los Padres Sinodales.

Debemos unirnos, entonces en la oración y en el desafío de multiplicar gestos, actitudes, acciones que manifiesten el compromiso ante  la vida humana. El rostro humano que podemos percibir en el seno de una madre, nos piden acoger el don y cuidarlo. El rostro humano de cada niño y, en especial, de aquellos que son explotados, abandonados, sumidos en extrema pobreza, nos interpelan a acoger y cuidar el don. El rostro humano en los jóvenes que en la desesperación han llegado al alcohol o a la droga, que sufren la orfandad de adultos que los guíen y eduquen para descubrir el sentido de sus vidas nos interpelan a acoger y cuidar el don. El rostro humano de cada anciano y de cada enfermo; el rostro humano de cada hombre y cada mujer, en toda situación y en especial en aquellos contextos en que hacen peligrar su dignidad nos interpelan a acoger y cuidar el don maravilloso de la vida humana. No nos cansemos de predicar el Evangelio de la Vida.

Rezar y vivir la familia, como decía el Papa en la Homilía de inicio del Sínodo. “su misión en la verdad que no cambia según las modas pasajeras o las opiniones dominantes. La verdad que protege al hombre y a la humanidad de las tentaciones de autoreferencialidad y de transformar el amor fecundo en egoísmo estéril, la unión fiel en vínculo temporal. «Sin verdad, la caridad cae en mero sentimentalismo. El amor se convierte en un envoltorio vacío que se rellena arbitrariamente. Éste es el riesgo fatal del amor en una cultura sin verdad» (Benedicto XVI, Enc. Caritas in veritate, 3).

“La Iglesia es llamada a vivir su misión en la caridad que no señala con el dedo para juzgar a los demás, sino que -fiel a su naturaleza como madre – se siente en el deber de buscar y curar a las parejas heridas con el aceite de la acogida y de la misericordia; de ser «hospital de campo», con las puertas abiertas para acoger a quien llama pidiendo ayuda y apoyo…”.  No nos cansemos de predicar el Evangelio de la familia

 

            “Estrella de la nueva evangelización,

            ayúdanos a resplandecer en el testimonio de la comunión,

            del servicio de la fe ardiente y generosa,

            de la justicia y el amor a los pobres

            para que la alegría del Evangelio,

            llegue hasta los confines de la tierra, y ninguna periferia se prive de su luz

 

            Madre del Rosario,

            Manantial de alegría para los pequeños,

            ruega por nosotros.