La preparación más inmediata

Como he dicho, cada una de estas comisiones fue creciendo y estructurándose en sub-equipos conforme aparecían las necesidades. Las reuniones generales de la Comisión tenían lugar todos los martes a las 20 en el salón comedor de la Curia, que se vio prácticamente invadida por la secretaría general de la visita, que funcionó en la planta alta, en el salón grande que da sobre la calle Monte Caseros, luego convertido en cancillería, más tarde en despacho del Obispo Auxiliar, Monseñor Puiggari, y actualmente salón de reuniones.

Recuerdo que el entonces mayordomo de la Curia, el inolvidable Dante Befani, al ver que el edificio se poblaba y que además era de hecho invadido por gente que entraba y salía todo el tiempo, no sólo para trabajar sino para informarse, ofrecer colaboración, o simplemente para husmear, vino a verme un día y me confió que había descolgado de las paredes todos los cuadros pequeños que podían tentar a los amigos de lo ajeno…Sólo el querido Dante, custodio inveterado de la curia, podía hacer eso. Quienes tuvimos la dicha de conocerlo, podemos recordar muy bien con qué espíritu hacía él estas cosas.

Por parte, tanto de la gobernación de la Provincia, a cargo del Dr. Sergio Montiel, cuanto de la Municipalidad de Paraná, a cargo de Don Humberto Varisco, se recibió plena colaboración. El escribano Luis García Guiffré y Domingo Suárez eran referentes permanentes de la Comisión y de sus diversas áreas para la concreción de cuanto fuera necesario. Se construyeron caminos de acceso al aeropuerto para descomprimir la llegada y la partida de los asistentes, se proveyó todo el operativo sanitario requerido para la atención de la multitud, se dispuso realmente con gran espíritu de todo lo necesario, sin mezquindad. Más allá de pertenencias y partidismos, creo que fue una experiencia en la que supimos trabajar como una comunidad integrada y ello fue causa de un gozo genuino en todos.

También recuerdo que hubo momentos de indecible tensión y hasta de temor fundado de que la visita no tuviera lugar… Fue cuando recibimos la inspección de la Comisión Nacional encargada de supervisar cada una de las ciudades que visitaría el Papa. La espera de la Comisión en el aeropuerto fue agónica: duró horas a causa de un desperfecto en el micro que los trasladaba desde Rosario, pero la espera en realidad no fue nada al lado del virtual examen que debieron pasar cada uno de los responsables de área ante ese tribunal tan exigente como implacable… Esto fue el 6 de marzo, apenas un mes antes de la visita. Allí supimos que si llovía podía suspenderse el descenso del Papa en Paraná, con lo cual TODO el esfuerzo que estábamos haciendo podía quedar en… NADA! También se nos dijo que cualquier parte del acto podía ser suspendida, excepto el saludo del Arzobispo al Papa y las palabras de éste. No podía contarse con un minuto más de lo programado, sí con menos, y ni soñar con hacer agregados por nuestra cuenta con la pretensión de prolongar la estadía del Papa. Recuerdo que fue una noche de gran sufrimiento para todos, pero que nos ayudó mucho a darnos cuenta de lo que afrontábamos.

Releo lo que he ido escribiendo y lo descubro tan limitado, tan pobre, tan lleno de huecos… ¿cómo decir la vida? ¿Cómo poner en palabras lo que se experimenta y se vuelve a vivir cada vez que se recuerda? Esto quería ser una memoria de la visita del Papa y se ha convertido casi en una pobre memoria de algunos hechos relativos a la preparación de esa visita…

Los días transcurrieron febrilmente hasta ese 9 de abril que parecía no llegar nunca y al mismo tiempo venírsenos encima sin darnos tregua. No podría decir cómo vivíamos, cómo nos manteníamos en pie. Hoy creo que ese tiempo fue una especie de milagro de la Providencia y de la gracia que nos sostenía a todos. La generosidad se multiplicaba, los gestos de entrega, de magnanimidad también. Pude ser testigo de gestos realmente heroicos por parte de algunas personas. Dios sabe.

 

El gran día

Y llegó el día, jueves 9 de abril, que amaneció nublado… Dos días antes una tormenta había caído sobre la ciudad y había estropeado las banderas que decoraban el palco. Algunas señoras las habían sacado cuidadosamente, las habían llevado a sus casas y las habían lavado y planchado para volverlas a poner… Conforme pasaban las primeras horas de la mañana el tiempo estaba indeciso. De la Base Aérea nos informaban que las condiciones del clima iban a mejorar. ¿Cómo creerlo mientras veíamos el cielo nublado y por televisión a los pobres correntinos bajo una lluvia tan fuerte que hizo tambalear la estructura misma del palco en el que el Santo Padre estaba celebrando la misa?

Pasada la medianoche Monseñor Karlic había ido a celebrar la misa para los servidores, que ya se encontraban concentrados en las inmediaciones del aeropuerto. Eran una multitud que había sido convocada desde el 28 de febrero en el Anfiteatro y que se había preparado con rigor y disciplina para asistir prestando servicios no sólo durante el encuentro aquí sino para colaborar también en la Jornada Mundial de la Juventud en Buenos Aires, el 11 de abril.   Recuerdo bien que Monseñor estaba esa mañana del jueves prácticamente sin dormir. En tanto iban llegando a la residencia algunos obispos: Monseñor Adolfo Gerstner, Obispo de Concordia, Monseñor Pedro Boxler, Obispo de Gualeguaychú, Monseñor Rómulo García, entonces Obispo de Mar del Plata, Monseñor Héctor Romero, Obispo de Rafaela; el Abad de Victoria, Padre Eduardo Ghiotto…

Después del almuerzo el clima fue mejorando firmemente. El cielo se despejó totalmente y la temperatura se hizo agradable. No estaba ni pesado ni frío. Era un día glorioso. Todo refulgía. La lluvia pasada había lavado los árboles. Era un día brillante, diáfano. Nos pusimos en camino al aeropuerto con serena alegría pero también con la incertidumbre de cómo se desarrollarían efectivamente los acontecimientos. El Padre Eduardo Tánger, recién ordenado, se desempeñaba entonces como secretario de Monseñor Karlic. En la noche del 7 de abril, cuando fuimos a ver junto a Monseñor cómo había quedado el aeropuerto, advertimos que ni el Padre Eduardo ni yo podíamos ingresar puesto que el operativo de seguridad impedía la entrada de cuantos no estuvieran debidamente acreditados y ni él ni yo lo estábamos puesto que no formábamos parte de ninguna de las comisiones cuyos miembros tenían acceso autorizado. Esa misma noche, muy tarde en la curia, con fotos que recortamos de viejos carnets, completamos los datos requeridos para obtener nuestras credenciales y poder ingresar al aeropuerto junto a Monseñor el día de la visita. Pero ni el Padre Eduardo ni yo teníamos puestos asignados en el edificio. Estaba previsto que ambos fuéramos a colocarnos en los sectores destinados a los sacerdotes, él, y a los consagrados, yo. Con la idea, pues, de entrar primero al edificio con Monseñor y luego desplazarnos a nuestros respectivos sectores, ingresamos en el aeropuerto. La marea humana era impresionante… innumerable. ¿Vamos a discutir cuántos éramos? Algunos hoy acotan las cifras y creo que lo hacen injustamente. Tucci, acostumbrado a ver multitudes, desde el palco la calculó en unos 150.000. La única verdad es la realidad y lo que cuenta no son las cifras que decimos los hombres sino la realidad de cada persona que allí estuvo… y la verdad es que costaba llegar. En un punto, no se podía ya acceder en auto. El Padre Puga, que fue quien me llevó, me dejó a unas siete cuadras y a partir de allí me acerqué a pie. Era una fiesta. Había gente no sólo de Paraná sino también de muchas ciudades y pueblos de la provincia, y de Santa Fe. El clima espiritual era muy gozoso y el equipo de animación con Esteban Quinodoz a la cabeza se ocupó de mantener a la multitud entusiasmada pero también serena y en orden. Sin dificultad fui pasando los diversos controles hasta llegar al edificio. Y una vez allí nos dimos cuenta de que pensar en retornar a los sectores entre el público era una empresa imposible.

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