Parroquia “San José” de Hasemkamp
6 de noviembre de 2024
Queridos hermanos:
En este tiempo de Adviento, en donde todo nos habla de esperanza, vamos a ser testigos de un motivo más para acrecentarla, ya que Dios regala a nuestra Iglesia, a un hermano nuestro, el Orden del Diaconado, como paso previo al Sacerdocio, configurándose por la acción del Espíritu Santo, a Cristo servidor.
Va a ser ordenado Diácono, a ejemplo de Cristo, «que se hizo «diácono», el servidor de todos», Servidor gozoso del Padre celestial. Servidor de todos y servidor en todo, porque su existencia quedará marcada por el carácter del diaconado.
El Documento final del Sínodo dice – refiriéndose a los diáconos: “son ordenados “no en orden al sacerdocio, sino en orden al ministerio” (LG 29). Lo ejercen en el servicio de la caridad, en el anuncio y en la liturgia, mostrando en cada contexto social y eclesial en el que están presentes la relación entre el Evangelio anunciado y la vida vivida en el amor, y promoviendo en toda la Iglesia una conciencia y un estilo de servicio hacia todos, especialmente hacia los más pobres. Las funciones de los diáconos son múltiples, como muestran la Tradición, la oración litúrgica y la práctica pastoral…”
“Pero servir, -nos dice Francisco-, es un verbo que rechaza toda abstracción: servir quiere decir estar disponibles, renunciar a vivir según la propia agenda, estar preparados para las sorpresas de Dios que se manifiestan a través de las personas, los imprevistos, los cambios de programa, las situaciones que no entran en nuestros esquemas y en la “justeza” de lo que se ha estudiado. La vida pastoral no es un manual, sino una ofrenda diaria; no es un trabajo preparado en la mesa, sino “una aventura eucarística”.
El Diácono, para poder vivir en actitud de servicio, tiene que configurarse con Cristo. No basta una asimilación meramente sacramental o funcional, deberá serlo con toda su vida y en su modo de ser, teniendo sus mismos sentimientos, para lo cual deberá encontrarse personalmente con Cristo vivo y real, desde la experiencia de la fe, que se acerca a través del Evangelio, se le hace presente en la Eucaristía y se comunica en la oración.
Querido Javier,
vas a ser propiedad exclusiva de Dios y de la Iglesia. Tendrás que salir de la propia voluntad cerrada en sí misma, de la idea de autorrealización, para sumergirte en otra voluntad, la de Dios, y dejarte guiar por ella.
¿Pero es posible una entrega así? ¿No es pedir mucho al joven del siglo XXI? ¿Vale la pena? ¿Serás feliz?
El diácono, no deja de ser hombre, su vocación no cambia las leyes de su naturaleza. Como todo hombre desea ser feliz, por lo tanto necesita amar, sólo en el amor y en la fidelidad, el hombre se plenifica. Este es el drama de nuestro tiempo que no cree en el amor, lo vacía de contenido – en el mejor de los casos-, o lo caricaturiza de una manera trágica.
El diácono, es llamado al amor, su vocación es amar más, es el sentido profundo del celibato que hoy, con libertad y clara conciencia, abraza Javier. Está llamado a ensanchar su corazón para ser capaz de amar a todos, sin excluir a nadie, para ser verdadero discípulo de Aquel que en la Cruz nos enseñó el verdadero amor.
No es posible vivir el diaconado, si no hay un amor capaz de unificar y dar sentido a su vida, sólo Jesucristo es la respuesta. En el fondo, esa es la esencia de la vocación diaconal: su identificación amorosa y vital con Cristo Servidor, que lo ha llamado por amor, para pedirle su amor total y exclusivo: porque Él mismo nos dice con claridad que quien no sea capaz de darse a Él por encima de padre y madre… y hasta de su propia vida, no puede ser su discípulo.
Sólo este amor a Jesucristo, y por Él al hombre, da sentido pleno y gozoso a la vida del Diácono y así con su vida será para sus hermanos una señal que le recuerde que “Dios debe ser amado sobre todas las cosas y que debe ser servido en todo y antes que todo” (Ritual).
Querido Javier,
dentro de instantes descenderá el Espíritu Santo para que, fortalecido con la Gracia y el carácter sacramental, puedas desempeñar el ministerio que la Iglesia te confiere.
El secreto de tu vocación “es la amistad con Cristo y la adhesión fiel a su Voluntad. Cristo es todo, decía San Ambrosio; y San Benito exhortaba a no anteponer nada al amor de Cristo. Que Cristo sea todo para vos. Ofrecele a Él lo más precioso que tienes, como recordaba San Juan Pablo II: el oro de tu libertad, el incienso de tu oración fervorosa, la mirra del afecto más profundo.
Imita su humildad y mansedumbre, virtudes imprescindibles de los verdaderos seguidores del Maestro, que confirma el compromiso de quien, en verdad, se sabe instrumento de Dios, dándole un arrojo pastoral impensable porque no mide los peligros según las propias fuerzas ni se atribuye los éxitos, ni se acobarda ante los fracasos, sino que refiere todo a Dios.
Imita la pobreza del Señor, fomentando una confianza filial y plena en la Providencia de Dios; toda avaricia es una esclavitud, nos dice el Ritual. Sé pobre de espíritu, desapegando tu corazón de lo material, evitando toda ostentación y viviendo como peregrino en camino hacia la posesión eterna de Dios. La pobreza evangélica nos hace libres y mantiene el alma abierta a Dios y a los hombres. Pobreza que no es tanto la ausencia de bienes sino el desapego, la lucha contra el consumismo y el uso instrumental al servicio pastoral. Como insiste el Papa Francisco , evita la mundanidad.
Imita a Jesús que se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte y muerte de cruz. Esta es la ofrenda amorosa del don más grande de Dios al hombre: la libertad. Obediencia que no es la del esclavo, sino la que nace de la gloriosa libertad de los hijos de Dios: “porque no busco mi voluntad, sino la del que me ha enviado.
Imita el corazón casto y puro del Maestro, con un amor magnánimo, que te mantendrá en una disponibilidad total, al servicio del Reino. Ensancha el corazón, nada de lo humano te debe ser indiferente. Ama a todos y que tengan un lugar preferencial en tu corazón los pobres, los enfermos, los más necesitados de Dios.
Seguramente te habrás preguntado en estos días: ¿seré fiel a mi consagración? Dios es fiel y no abandona su obra.
La fidelidad es posible cuando uno se mantiene firme en las pequeñas pero insustituibles fidelidades cotidianas: sobre todo fidelidad a la oración y a la escucha de la Palabra de Dios; fidelidad al servicio de los hombres de nuestro tiempo, fidelidad a la enseñanza de la Iglesia; fidelidad a los sacramentos de la Reconciliación y especialmente de la Eucaristía, fuente de la Gracia, que nos sostienen en las situaciones difíciles de la vida; fidelidad con un amor tierno y viril a la Santísima Virgen, la Servidora del Señor, nuestra Madre, que nos acompaña siempre en nuestro caminar.
Querido Javier: también hoy, el seguimiento de Cristo es arduo; por eso te pido con todo afecto, no apartes la mirada de Jesús, contempla su Rostro, conócelo íntimamente, amalo con pasión, para que nada pueda separarte de Él.
En la oración consagratoria que vamos a hacer dentro de unos momentos la Iglesia va a pedir: “disponibilidad para la acción, humildad en el servicio y perseverancia en la oración”. Esto es lo que la Iglesia quiere de vos: disponibilidad, humildad y perseverancia.
Una disponibilidad que, a impulso de la caridad pastoral, te haga estar siempre muyatento a las necesidades de los hombres y a las orientaciones magisteriales dela Iglesia; una actitud humilde, que te haga reconocer con gratitud que todo lo que tienes lo has recibido de Dios; y perseverancia, siendo constante en la oración y paciente en el trabajo, soportando las debilidades humanas, propias y ajenas, y buscando siempre, no el propio provecho, sino el bien de aquellos que la Iglesia te ha confiado.
Con la confianza puesta en Dios, prepárate al momento tan esperado, dispuesto a ser asumido por el Espíritu Santo, dejándote santificar para santificar y animándote a navegar mar adentro y, en nombre del Señor, echar las redes.
No quiero terminar sin agradecer a todos los que te han apoyado para que puedas dar este paso. A tu familia, a los sacerdotes y comunidades de tus Parroquias, especialmente a la Basílica del Carmen, Parroquia de origen, y San José de Hasenkamp, que te acompañó en este año pastoral, y muy especialmente a los formadores del Seminario.
Queridos hermanos:
que Dios nos conceda:
– muchas y santas vocaciones;
-fidelidad a los seminaristas,
– y fortaleza a nuestros sacerdotes.
Por estas intenciones, les pido la oración perseverante y confiada.
Que Dios nos bendiga a todos y que Nuestra Madre, la Servidora del Señor, por excelencia, le enseñe al nuevo diácono el modo de vivir en actitud de permanente “diaconía”.
Santa Madre de Dios,
Modelo de entrega y servicio,
Acoge bajo tu manto a Javier.
Tú que fuiste la primera en decir ¨Sí” al plan de Dios,
Inspíralo para que sea fiel a su vocación,
Siempre dispuesto a servir con humildad y alegría.
Enséñale a amar como tú,
Con un corazón lleno de compasión y ternura,
Y a llevar a Cristo a los demás,
Especialmente a los pobres y necesitados.
Protégelo de todo mal,
Sostén sus pasos en los
Momentos de dificultad
Y guíalo siempre hacia Tu Hijo,
Fuente de amor y misericordia.
Que sea peregrino de la esperanza que no defrauda,
Que cada día repita con Tu Hijo:
“Yo estoy en medio de ustedes como el que sirve”.
Que, siguiendo tu ejemplo,
Sea un verdadero servidor de la Iglesia,
Y un signo vivo del amor de Dios en el mundo de hoy.
Que así sea.
+ Juan Alberto Puiggari
Arzobispo de Paraná