Homilía Te Deum del 9 de Julio

Monseñor Juan Alberto Puiggari presidió el martes 9 la ceremonia del Tedeum que tuvo lugar en la Parroquia San José Obrero de Paraná. Aquí, el texto de la Homilía.

En ocasión de conmemorarse un nuevo aniversario de la Declaración de la Independencia, el arzobispo de Paraná, Monseñor Juan Alberto Puiggari presidió en la mañana del martes 9 la ceremonia del Tedeum que tuvo lugar en la Parroquia San José Obrero de Paraná.

La celebración contó con la presencia autoridades civiles,  y de diferentes fuerzas junto a vecinos que se sumaron a la Acción de Gracias.

Aquí, compartimos el texto de la Homilía.

Como nuestros representantes, reunidos en la histórica Casa de Tucumán, el 9 de julio de 1916, hoy también nosotros queremos invocar al Eterno reconociéndolo como fuente y origen de toda razón y justicia como lo invoca nuestra Constitución Nacional.

Y lo hacemos con el convencimiento más firme que como dice el Salmo “en vano trabaja el obrero, si el Señor no construye la casa y que en vano vigila el centinela, si el Señor no cuida la Ciudad”.

Creemos que nuestra Patria es un don de Dios confiado a nuestra libertad, un regalo de amor que debemos cuidad y mejorar. “

Esto mismo nos exige superar progresivamente las tensiones históricas de nuestro ser como país. En tiempos marcados por la globalización y de tantas dificultades, no debe debilitarse la voluntad de ser nación, una familia fiel a su historia, a su identidad y a sus valores humanos y cristianos.

La patria es nuestra madre. Nos engendró ella, somos pedazos de sus entrañas,  nos abriga bajo su bandera celeste y blanca, nos da su nombre, el de argentinos, nos hace participes de sus triunfos y fracasos; sus alegrías y sus sufrimientos,  sus sueños y esperanzas.

El amor a la patria es virtud, es deber imperioso para todos.  San Agustín con sus frases vigorosas nos decía “ama a tus padres, pero más que a ellos ama a tu Patria, y más que a tu patria ama a Dios”.

Por eso mis hermanos todos  somos necesarios, protagonistas de ese continuo renacimiento de la Patria, que renace cada día en la mente de nuestros científicos y gobernantes, en la solicitud de los servidores de la salud, de la educación, de las fuerzas armadas y  de seguridad,  entre las manos endurecidas de nuestros trabajadores y los sufridos y curtidos hombres del río y del campo,  en los ideales  de nuestros jóvenes y, particularmente, en la fortaleza y generosidad de nuestras familias.

Tenemos que pedir la gracia para renovar nuestro entusiasmo por construirla juntos y curar cuidadosamente sus heridas”, Este es un momento de  magnanimidad  y de renuncia, que distinguieron a nuestros héroes como San Martín y Belgrano, para que todos, sin excepción, nos  sintamos pequeños obreros en la construcción de la misma. Como decía el entonces Cardenal Bergoglio, hoy Francisco, “hay que ponernos la Patria al hombro”.

 El sufrimiento de nuestro pueblo nos está exigiendo   a dejar de lado toda mezquindad  para enfocarnos en los graves problemas que afectan a nuestros ancianos, a los hombres y mujeres que ven un horizonte oscuro, a los jóvenes y niños sin futuro por la falta de educación y de trabajo, a tantos hermanos nuestros que le falta lo más  elemental para una vida digna.

Mirando nuestra historia nacional nos damos cuenta, que más allá  de las limitaciones que tenemos, de los errores que hemos cometido o de las situaciones difíciles que estamos viviendo, Dios  ha dotado a la Argentina de grandes riquezas, en su gente y en sus recursos.

Hoy  queremos sentirnos herederos  de la historia que comenzó en Tucumán. Es  hora de soñar con un país  que potencialicé todo lo mucho que Dios nos ha dado, para lo cual necesitamos la purificación de los egoísmos personales o sectoriales, la búsqueda desinteresada de la verdad, el diálogo, el consenso, la capacidad de ser adversarios sin convertirnos en enemigos, la aceptación de una pluralidad que, sin perder sus matices que enriquecen, converja en una unidad en los grandes objetivos nacionales. Pero, para ello, es indispensable que, cada uno, cada ciudadano de esta bendita nación, pueblo y dirigentes, gobernantes y gobernados,  todos, tomemos la decisión de estar a la altura de los fundadores de la Patria que pusieron en juego sus vidas, dinero  y fama.

También la Iglesia católica tiene que estar a la altura de las circunstancias y ser cada día más misionera, más comprometida, más coherente, más audaz y más libre para proclamar su fe en Jesucristo, Señor de la historia, y anunciarla con sencillez, no imponiéndola sino haciéndola creíble por la coherencia entre lo que se predica y lo que se hace»..

Por eso ofrecemos con humildad a quienes deseen acogerlas las orientaciones de su Doctrina Social con la convicción que son útiles para guiar la vida de la nación por caminos de paz, justicia y progreso.

¿Cuáles son las certezas y valores que de ella quiere compartir?

En primer lugar: .- Dios Uno y Trino debe ser el fundamento r de nuestra vida y proyectos. El Preámbulo de Nuestra Constitución así lo reconoce: “invocando la protección de Dios, fuente de toda razón y justicia”:

Queremos proclamar la dignidad incuestionable de la persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios. Todo proyecto humano, el político, el económico, debe estar al servicio del ser humano, que es el centro de la historia pensada y querida por el Creador. Por esto en esta perspectiva no hay lugar para el odio, la venganza, la violación de los derechos humanos, la discriminación social, racial o religiosa, o la manipulación o explotación de cualquier clase.

La sociedad del mañana que queremos, debe tener a la persona humana como medida, teniendo en cuenta la vocación que Dios le dio de amar y ser amada, responsable de su propia vida, y de servir a los demás. Desde esta realidad hay que entender y valorar la familia, fundada sobre el matrimonio, como célula básica de la sociedad y de la Iglesia.

Desde el valor inalienable de cada persona se debe afirmar el valor sagrado de la vida humana, desde su concepción hasta la muerte natural. La vida es el gran don de Dios, por esto no hay progreso verdadero si la vida peligra. No hay futuro para la humanidad si el ser humano si sitúa por encima de la vida.

Pero si cada vida es sagrada, lo es más delante de Dios la vida de los más débiles, los que están indefensos en el seno de la madre, los pequeños, enfermos, los pobres. Hacer una opción preferencial por ellos, traducida en hechos concretos, ennoblecerá a nuestro país, y a nuestra ciudad siempre que se les trate como protagonistas de su propio desarrollo. Esto nos obliga a cultivar el sentido de la equidad y la justicia, del bien común y del servicio público

La Iglesia está convencida que las enseñanzas de su Doctrina Social es uno de sus mayores aportes para el bien de nuestro País, porque creemos en lo que nos dijo Jesús “busquen el REINO DE Dios todo lo demás se les dará por añadidura”.

Quiero elevar mi oración al Dios fuente de la Sabiduría, para que asista a todas las autoridades del país, de nuestra provincia y de nuestra ciudad. Que el Señor los  ilumine y le dé la fortaleza necesaria para las grandes responsabilidades que  tienen entre manos y dé fecundidad a sus esfuerzos  en búsqueda del bien común.

Porque somos conscientes de nuestra necesidades una vez más con confianza quiero terminar invocando María, la madre de Jesús, mujer creyente y humilde, a quien bajo la advocación de Ntra. Señora de Luján, reconocemos como Madre y Reina de nuestra Patria, que nos alcance del Espíritu de Dios, fortaleza para el alma de Argentina. Así, los hombres y mujeres nacidos en nuestra querida patria,  podremos caminar, con paso seguro y fraterno, hacia una vida con la dignidad, el gozo y el verdadero progreso que Dios quiere para todos, como anticipo de la vida definitiva.

¡A CRISTO EL SEÑOR SEA TODO EL HONOR Y LA GLORIA
AHORA Y PARA SIEMPRE! AMÉN.

Mons. Juan Alberto Puiggari