Catedral “Nuestra Señora del Rosario” de Paraná
Queridos hermanos:
Como todos los años, nos hemos reunido para orar por nuestra Patria, en un nuevo aniversario de la Revolución de Mayo, cuando el Cabildo abierto de Buenos Aires expresó el primer grito de libertad que culminaría el 9 de julio de 1816 en la ciudad de Tucumán.
Estamos agradecidos por nuestra Patria, y con este sentimiento de gratitud, nos hemos congregado para pedir la gracia de vivir con responsabilidad y grandeza este tiempo difícil que nos toca transitar.
Como expresábamos los Obispos argentinos en abril pasado: “Desde hace décadas vivimos tiempos difíciles en nuestra querida Argentina. Hay muchas situaciones que atentan contra la dignidad de la persona humana, como el avance de la pandemia silenciosa del narcotráfico, que utiliza a los pobres como material de descarte, (…), abuelos y abuelas se les presenta el drama de elegir entre comer o comprar los medicamentos porque la jubilación no alcanza;(…) muchos vecinos se quedan sin la posibilidad de esa comida en el día; se ataca la vida inocente que no ha nacido, y, a la vez, la igualmente sagrada vida de millones de niños y niñas ya nacidos que se debaten entre la miseria y la marginación;(…); hermanos que pierden su trabajo, que sienten que su vida está de sobra, y que no pueden poner el hombro en la construcción de la Patria.”
Son tiempos complejos, por momentos contradictorios, en los que convive una esperanza y paciencia honda de nuestro pueblo, que habla de su grandeza de corazón.
Hay dificultades, no las negamos, son evidentes. Pero en este día no quiero ser profeta de calamidades sino exhortarnos a superar la tentación de la queja inútil, de la protesta por la protesta. Debemos reaccionar como Jesús, amando a la Patria, que es el conjunto de bienes que hemos recibido como herencia de nuestros antepasados.
Amar a la Patria supone poner al servicio de nuestros hermanos nuestro trabajo, nuestro esfuerzo, nuestros talentos para hacerla resurgir según el sueño de nuestros próceres.
Desde los inicios de nuestra comunidad nacional, aún antes de la emancipación, los valores cristianos impregnaron la vida pública. Esos valores se unieron a la sabiduría de los pueblos originarios y se enriquecieron con las sucesivas inmigraciones. Así se formó la compleja cultura que nos caracteriza. Es necesario respetar y honrar esos orígenes, no para quedarnos anclados en el pasado, sino para valorar el presente y construir el futuro. No se puede mirar hacia adelante sin tener en cuenta el camino recorrido y honrar lo bueno de la propia historia.
Estos valores tienen su origen en Dios, como lo reconoce nuestra Constitución Nacional y son fundamentos sólidos y verdaderos, sobre los cuales podemos avanzar hacia un nuevo proyecto de Nación, que haga posible un justo y solidario desarrollo de la Argentina.
Queremos hoy elevar nuestras suplicas por nuestros gobernantes, y por todos los que tienen una responsabilidad mayor en la construcción de la sociedad, para que con sabiduría y prudencia puedan construir nuestro futuro buscando el bien común de todos.
En un mundo marcado por la fragmentación y la indiferencia, la encíclica Fratelli Tutti nos recuerda que estamos llamados a la fraternidad y a la amistad social. No podemos caminar solos. La solidaridad es más que un acto esporádico de generosidad; es un compromiso constante para con el bien común. Como ciudadanos de esta nación, es nuestro deber trabajar juntos para construir una sociedad donde todos sean tratados con dignidad y respeto.
“La solidaridad, entendida en su sentido más hondo, es un modo de hacer historia (…). Cuando se habla de solidaridad, sin duda muchos piensan en un acto de ayuda a los más pobres. Es cierto, pero es mucho más. Es crear una mentalidad nueva que piense en términos de comunidad, de prioridad de la vida de todos sobre la apropiación de bienes por parte de algunos”.
La paz social es laboriosa, artesanal. En cuanto a las relaciones sociales, es necesario trabajar muchas veces desde lo pequeño y lo más cercano, y así llegar al último rincón del país y del mundo. Ser constructores de paz nos acerca a Dios y permite que su gracia nos impulse a encontrar caminos de fraternidad
Deseamos alentar un estilo de liderazgo centrado en el servicio al prójimo y al bien común. El testimonio personal, como expresión de coherencia y ejemplaridad, hace al crecimiento de una comunidad. Necesitamos generar un liderazgo con capacidad de promover el desarrollo integral de la persona y de la sociedad. No habrá cambios profundos si no renace, en todos los ambientes y sectores, una intensa mística del servicio. El verdadero liderazgo supera la omnipotencia del poder y no se conforma con la mera gestión de las urgencias.
Recibimos la Patria como un legado maravilloso y una tarea inacabada. Todos somos constructores y responsables de su futuro. No esperemos a ver que hacen los otros, no miremos con indiferencia lo que no nos toca, despertemos de la inmadurez de pretender un estado paternalista. La Argentina es una obra de todos, que se hace con el deber de cada día, hecho con esfuerzo, con honestidad, pensando más en los otros que en el propio interés. Actitud que supone heroísmo para no cansarse, para no claudicar, para comenzar cada mañana, para creer y esperar que, con la gracia de Dios, otra Argentina sea posible legar a nuestros hijos.
En nuestro país, se dan confrontaciones, desencuentros y divisiones. En nuestra sociedad hay violencia, corrupción y egoísmo.
En la verdadera democracia, no existen enemigos, solamente hermanos, con pensamientos distintos. De lo contrario se hace imposible el diálogo, elemento central e indispensable para resolver los conflictos sociales y proyectar políticas que trasciendan el gobierno de turno. Para esto es imprescindible saber escuchar, sin prejuicios.
Tenemos que dar ejemplo de madurez y no hacer de nuestra sociedad un campo de batalla.
Debemos crear un clima de mayor credibilidad y confianza en donde no haya excluidos.
En este día, venimos aquí a implorar al Señor, que ilumine nuestro camino y fortalezca nuestros espíritus, especialmente pedimos por nuestros hermanos que más sufren por la falta de paz, salud, trabajo, amor.
Invoquemos la protección de Nuestra Señora de Luján, Patrona y guía de nuestra Patria. Que su intercesión ante su Hijo, nos conceda la gracia de la unidad, la paz y el bienestar para todos los argentinos. Virgen de Lujan, ruega por nosotros y acompáñanos siempre por nuestro camino con amor y ternura y condúcenos por los caminos del bien. Que así sea.
+ Mons. Juan Alberto Puiggari
Arzobispo de Paraná