Este jueves 2, se conmemora a los fieles difuntos. Esta solemnidad tiene un valor tanto humano como teológico, ya que abarca todo el misterio de la existencia humana, desde sus orígenes hasta el fin sobre la tierra e incluso más allá de esta vida temporal.
La Iglesia intercede por nuestras hermanas y hermanos difuntos, rezando por ellos, haciendo sufragios y limosnas, pero sobre todo ofreciendo el mismo sacrificio de Cristo en la Eucaristía, de modo que todos los que aún después de su muerte necesitasen ser purificados de las fragilidades humanas, puedan ser definitivamente admitidos a la visión de Dios.
La muerte física es un hecho natural ineludible. Nuestra propia experiencia directa nos muestra que el ciclo natural de la vida incluye necesariamente la muerte. En la concepción cristiana, este evento natural nos habla de otro tipo de vida sobrenatural donde no existe la muerte. La voluntad de Dios, del Señor de la vida, es que todos sus hijos e hijas participen en abundancia de su propia vida divina.
Esta fecha constituye una gran oportunidad para renovar la fe en la resurrección de los muertos; en la eternidad que nos espera en el Cielo; en la comunión de los santos que debemos ejercitar cada día, pidiendo la intercesión de los santos del cielo e intercediendo ante Dios con nuestras oraciones, limosnas y obras de caridad por los santos que aún están el Purgatorio.