HOMILIA DE LA FIESTA DE NUESTRA SEÑORA DEL ROSARIO,

PATRONA DE LA ARQUIDIOCESIS DE PARANA

Catedral, 7 de octubre de 2022

Queridos hermanos:

Con gran alegría, después de años difíciles, estamos celebrando a nuestra Patrona y Madre, la Santísima Virgen del Rosario. Ella nos primerió y esta mañana visitó nuestra ciudad; ahora con un corazón agradecido y gozoso estamos aquí reunidos para expresarle nuestro amor y gratitud por su protección a lo largo de nuestra historia.

 Su presencia en una humilde capilla, en 1730, reúne al primer grupo de pobladores en la llamada “Baxada de Paraná”. Así comienza la historia religiosa, política y social de nuestra ciudad. Por eso la reconocemos como  Fundadora.

Reconocer nuestro origen es asegurar nuestro futuro, profundizar sus raíces y garantizar el crecimiento de nuestro pueblo poniendo en el centro a Dios y reconociéndolo como Nuestro Señor.

 Hoy queremos pedir: Madre ¡enséñanos a ser fieles al  Amor de Dios!

 Dios es Amor, es su autorrevelación. Gracias a ese Amor surgió la creación de la nada, el hombre a su imagen y semejanza, pero sobre todo ese Amor se manifiesta en la Encarnación y en Su Pascua.

El mundo en el que nos toca vivir frecuentemente profana esta palabra, la corrompe, la vacía de contenido.

A nosotros nos toca redescubrir su sentido profundo, vivirla con intensidad y mostrar al mundo la infinita riqueza del amor.

Debemos suscitar en el mundo -primero en nuestras vidas- un renovado  compromiso en la respuesta humana al amor divino. Vivir el amor e irradiar la luz de Dios: “El amor es una luz –en el fondo la única–, que ilumina constantemente al mundo oscuro y nos da la fuerza para vivir y actuar”. Tenemos que manifestar la centralidad de la fe en Dios, en ese Dios que ha asumido un rostro humano y un corazón humano. Tenemos necesidad del Dios vivo que nos ha amado hasta la muerte.

“Dios es Amor y quien permanece en el Amor permanece en Dios, y Dios en él”. La ternura, la misericordia, la compasión, la fidelidad son los rasgos del amor que Dios nos tiene. “El amor se convierte en el criterio para la decisión definitiva sobre la valoración positiva o negativa de una vida humana. Amor a Dios y amor al prójimo se funden entre sí: en el más humilde encontramos a Jesús mismo y en Jesús encontramos a Dios”.

Como decía San Agustín: “Amas cielo eres cielo, amas tierra eres tierra”. Cada uno de nosotros es lo que ama. Madre, ¡que descubramos, vivamos y seamos fieles al Amor de Dios!

Ante nuestro mundo, que cada vez  se va alejando de Dios y  por lo tanto del amor, de la felicidad, de la libertad, ante este mundo que grita que Dios ha muerto, estamos proclamando inconscientemente la muerte del hombre. No podemos caer en el pesimismo, en la desesperanza o en la indiferencia. Debemos reaccionar, como lo decía nuestro querido Papa Emérito Benedicto, comprometiéndonos en la revolución del amor, o como lo expresa Francisco, en la revolución de la ternura. Sólo la caridad cambiará al mundo, porque sólo el amor redentor de Cristo salvó al mundo. Queremos educarnos en la ley del amor y en la ley del servicio.                           

La prueba más grande del amor es dar la vida. Queremos aprender a darla, día a día, por Dios y por los hombres. Creemos en la fuerza omnipotente del amor.

No podemos resignarnos porque Dios no se resigna, ama a todos los hombres y por todos envió a Su Hijo a morir en la Cruz, no para condenarlos sino para salvarlos.

Para no resignarnos y caer en la desesperanza debemos descubrir una vez más nuestra vocación a la santidad, nuestra necesidad de la oración y el llamado imperioso a la misión.

Misión, a la cual nos invita con insistencia Francisco: “invitarlos a una nueva etapa evangelizadora marcada por la alegría” que exige renovar nuestro encuentro personal con Cristo.

“Éste es el momento para decirle a Jesucristo: «Señor, me he dejado engañar, de mil maneras escapé de tu amor, pero aquí estoy otra vez para renovar mi alianza contigo. Te necesito. Rescátame de nuevo, Señor, acéptame una vez más entre tus brazos redentores». Quiero ser tu discípulo-misionero por amor al Padre y a mis hermanos.

Con María, queremos ser una Iglesia en salida, de puertas abiertas, que sepamos caminar juntos en comunión para anunciar al Señor que salva.

  Pero bien sabemos que somos débiles y por eso necesitamos de la oración. El título de nuestra Patrona, María del Rosario, nos habla de la cercanía de nuestra Madre que en los momentos difíciles nos brinda un medio maravilloso para conseguir las gracias necesarias y especialmente para alcanzar su gran deseo: que nos identifiquemos con su Hijo Jesús.

 “El Rosario es el poema  del amor divino por el hombre.  Es la gesta del Hijo de Dios.”


Por medio del Rosario queremos descubrir  que hay un oasis siempre a mano  para restaurar el alma  y retomar el camino de las cumbres.  Este oasis es la oración, es el Rosario.

Oración simple y  profunda. San Juan Pablo II decía”. El Rosario es oración contemplativa y cristocéntrica, inseparable de la meditación de la Sagrada Escritura. Es la plegaria del cristiano que avanza en la peregrinación de la fe, en el seguimiento de Jesús, precedido por María.» (Castelgandolfo, 1º octubre de 2006)

En su sencillez y profundidad,  sigue siendo también en este tercer Milenio, de gran significado, destinada a producir frutos de santidad. Se encuadra bien en el camino espiritual de un cristianismo que, después de dos mil años, no ha perdido nada de la novedad de los orígenes, y se siente empujado por el Espíritu de Dios a «remar mar adentro» (duc in altum!), para anunciar a Cristo al  como Señor y Salvador, «el Camino, la Verdad y la Vida» (Jn14, 6), el «fin de la historia humana, el punto en el que convergen los deseos de la historia y de la civilización».

«El Rosario, exclamaba S. Juan Pablo II, es mi oración predilecta. ¡Plegaria maravillosa! Maravillosa en su sencillez y en su profundidad.

Nos hace entrar en la escuela de María, para  contemplar el rostro de Cristo, recordar, comprender y configurarse con Él. En el Rosario el camino de Cristo y el de María se encuentran profundamente unidos. ¡María no vive más que en Cristo y en función de Cristo! Mi vida es Cristo, decía San Pablo, cada uno de nosotros tenemos que repetirlo sin cansarnos, para que por medio de Ella podamos hacerlo realidad.

Queridos hermanos: permítanme pedirles que recen el Rosario. “Una oración tan fácil, y al mismo tiempo tan rica, merece de veras ser recuperada por la comunidad cristiana.” Estamos como Arquidiócesis marcados por la Virgen del Rosario, crezcamos en su rezo, en las familias, en todas las comunidades parroquiales.

Ella es punto de referencia constante para la Iglesia (EG: 287) y modelo eclesial para la Evangelización, en Ella aprendemos sobre todo una actitud, un estilo, es el estilo mariano con el que hemos de conducirnos en esta hora de nuestra Iglesia que necesita su conversión pastoral. Un estilo servicial y tierno, que cuida de los hijos, sobre todo de los más débiles.

En este tiempo Sinodal, le pedimos a María que podamos redescubrir la alegría de ser discípulos-misioneros de  su Hijo,  y que caminando juntos en comunión, tengamos la pasión de la evangelización. 

Que nos haga  una Iglesia más contemplativa y orante para poder ser  más profética, misionera, misericordiosa y samaritana.

Le pido a María la gracia  de ponerme, junto con toda la Iglesia, a la escucha de la Palabra y de la voluntad del Señor para dejarnos conducir por El, de tal modo que sea Él mismo quien conduzca a la Iglesia que peregrina en Paraná.

 Que como Iglesia respondamos siendo misioneros con nuestra vida de fe, esperanza y caridad, cada uno según su carisma, en cada Eucaristía, en cada acto de libertad.

Como es entero el Amor de tu Hijo, sea entera nuestra entrega.

Madre de Rosario: nos ponemos en tus manos, cuida a todos tus hijos, especialmente a los que más sufren.

Únenos a Ti en la tierra y llévanos contigo al cielo. Amén.

+ Mons. Juan Alberto Puiggari