“Como todos los años, los festejos del mes de septiembre nos dan la ocasión de volver a reflexionar y celebrar nuestra condición de educadores: maestros, directivos, personal no docente al servicio de la educación, personal administrativo. Todos somos parte de esta hermosa llamada a contribuir al crecimiento de las personas y a la construcción de un mundo mejor”, expresa en sus párrafos iniciales la carta dirigida los integrantes a las comunidades educativas Mons. Juan Alberto Puiggari y la Junta Arquidiocesana de Educación.
El texto agrega que “hemos vivido y seguimos viviendo momentos complejos y delicados. Lo saben de sobra ustedes que tienen que afrontar cada día las dificultades de aprendizaje, cierto clima de malestar, la tentación de la violencia, la sobrecarga y el cansancio que tiende a instalarse como atmósfera difusa. Pero son precisamente ustedes los que ponen cada día la voluntad de servir, de poner lo mejor de ustedes mismos, la alegría en medio de las dificultades y la esperanza como semilla que se siembra en el corazón de niños, jóvenes y familias. La vida es una misión y no se trata de ser eficientes sino de apasionarse con el sueño de aportarle al mundo lo mejor de nosotros mismos. No olviden que la entrega realizada con amor siempre da frutos incluso más allá de lo que podemos ver. Pero para eso necesitamos la ayuda de la Gracia de Dios”. El escrito recuerdo que San Antonio María Gianelli decía “‘en los apuros y trances difíciles, la mayor habilidad consistirá en recurrir con toda humildad, sencillez y confianza a Dios y seguir sus inspiraciones’. Aunque tengamos que ir contracorriente”.
Finalmente, en el saludo invitan a pedir “al nuevo beato Juan Pablo I que nos obtenga “la sonrisa del alma”, aquella transparente, que no engaña. Supliquemos, con sus palabras, aquello que él mismo solía pedir: «Señor, tómame como soy, con mis defectos, con mis faltas, pero hazme como Tú me deseas» (Audiencia General, 13 septiembre 1978)”.