Patrona y Fundadora de Paraná
7 de Octubre de 2019
Queridos hermanos
Como todos los años, nos hemos reunido, en esta fecha, en torno al altar para celebrar esta Eucaristía, en donde queremos dar gracia y alabar al Dios Trino, que tanto amó al mundo que envió a su propio Hijo para la redención del hombre y venerar con gratitud a Nuestra Señora del Rosario.
Acabamos de escuchar en el Evangelio El “SI” de María. Fue el modo, en el designio de Dios, de introducir a SU HIJO en el mundo. Cuando Dios pensó Su Plan unió para siempre a Su Hijo con la Madre, ni Cristo solo, ni María sola, dos vidas compenetradas por el mismo Plan de Salvación.: “…Cuando el ángel te saludó en nombre de Dios respondiste Sí a la invitación divina, y el Verbo se hizo carne en tu seno virginal… desde entonces comenzaste a vivir en íntima comunión con Él, los Misterios todos de su vida y te convertiste en Nuestra Señora del Evangelio, de la redención y de la Gracia”.
Desde el primer instante de Su concepción, Dios adornó a María con la plenitud de gracia, es la Inmaculada, la Toda Bella.
Queridos hermanos, desde el inicio de la Evangelización en nuestra tierra entrerrianas, María se hizo presente, aún más su presencia en una humilde capilla, en 1730, nucleó al primer grupo de pobladores en la llamada “Baxada de Paraná”. Así comienza la historia religiosa, política y social de nuestra ciudad. Por eso la reconocemos como nuestra Madre, Patrona y Fundadora.
Por María llegó el Evangelio a estas tierras, nació mariana por eso es cristiana. QUEREMOS ser fiel a nuestras raíces.
Reconocer nuestro origen es asegurar nuestro futuro, profundizar sus raíces es garantizar el crecimiento de nuestro pueblo que ponga al hombre en el centro porque reconoce a Dios como a su Señor.
En esta fiesta de Nuestra Señora del Rosario queremos dar inicio al Mes misionero extraordinario que promulgó el papa Francisco, para conmemorar el centenario de la promulgación de la carta Apostólica MAXIMUM ILLUD, del Papa Benedicto XV para renovar el compromiso misionero de la Iglesia.
Providencialmente, tenemos otro motivo para hacer memoria agradecida y así tener nuevo entusiasmo para este impulso misionero, que nos pide Francisco y son los 20 años del COMLA VI_ CAM I que se celebró en nuestra Arquidiócesis y nos dio tanta fuerza misionero. 3100 Congresista de 4 continentes, 346 niños de la IAM, 1400 servidores que proclamamos una y mil veces: “América con Cristo, sal de tu tierra”.
Con motivo del Congreso, nuestro querido San Juan Pablo II nos decía: “anunciar a Cristo, es una misión “que incumbe a toda la Iglesia, pero que se hace especialmente urgente hoy en América, después de haber celebrado los 500 años de la primera evangelización… sobre todo cuando se constata que su nombre “es desconocido todavía en gran parte de la humanidad y en muchos ambientes de la sociedad americana” (ibíd., 74).
La Iglesia es bien consciente de que la dimensión misionera propia de toda comunidad cristiana proviene ante todo de la fe en Cristo, cuya novedad y riqueza no se puede esconder ni conservar para sí (cf. Redemptoris missio, 11).Esta proclamación que no se expresa solamente con palabras, sino también dando testimonio inequívoco de que Cristo colma realmente las aspiraciones más profundas del ser humano y llena de gozo su corazón”.
Con la celebración de este mes, Francisco nos pide que volvamos al sentido misionero de nuestra adhesión a Jesucristo, que la hemos recibido por un don gratuito en el bautismo y que esta vida, no es un producto para vender, sino una riqueza para dar, para comunicar, para anunciar. Este es el sentido de la misión.
Bautizados y enviados es el lema que nos propone Francisco para este mes.
Bautizados: toda la vida cristiana consiste en vivir plenamente la gracia del bautismo, en el don total de si al amor del Padre, para vivir como Cristo, en el fuego del Espíritu Santo, su mismo amor por todos los demás.
Bautizados: nuestra pertenencia filial a Dios no es un acto individual sino eclesial. Gratuitamente lo recibimos, gratuitamente lo compartimos.
Es un mandato… yo soy siempre una misión, tu eres siempre una misión: todo bautizado es una misión, Nos dice Francisco- Quien ama se pone en movimiento, sale de sí mismo.
El que guarda el don del bautismo para sí, se pierde. Como le gusta decir a Francisco se enferma. El que guarda su vida la perderá, el que gasta su vida la ganará.
Ayer al inaugurar el Sínodo de la Amazonía, el Papa Francisco insistía que hemos recibido un don (en el bautismo) para ser dones. Un don no se compra, no se cambia y no se vende; se recibe y se regala.
“Predicar el Evangelio no es para mí ningún motivo de gloria; es más bien un deber que me incumbe. Y Ay de mi si no predico el Evangelio” (1 Cor 9,16) nos dice san Pablo. Pobre de nosotros hermanos, si en un mundo como el nuestro, en donde se habla poco de Dios y se lo margina de la vida social de nuestro pueblo, nosotros no somos capaces con nuestra vida de anunciar la Buena Nueva de <Jesucristo, sin temor, con santa audacia. Predicarlo con nuestra palabra, pero especialmente con nuestro testimonio, muchos de nuestros hermanos sólo leerán el evangelio en nuestra vida. Que mi vida grite el Evangelio, para que conozcan a Jesús: la verdad, la Vida y el camino.
Pero recordemos, como nos decía San Juan Pablo II, que el misionero es el santo. La vocación universal a la santidad está estrechamente unida a la vocación universal a la misión.
No basta renovar planes pastorales o nuevas estrategias para la misión, es necesario suscitar un renovado anhelo por la santidad, como nos propone Francisco. Para lo cual necesitamos acrecentar en la Iglesia una intensa corriente de oración, porque el misionero debe ser un contemplativo en la acción, porque si no lo es, no puede anunciar a Cristo de modo creíble. El misionero es un testigo de la experiencia del Dios Vivo que pueda decir con los Apóstoles “lo que contemplamos…lo anunciamos.
Entremos en la escuela de María. Que seamos hombres y mujeres hechos Rosarios. Bendita monotonía del AveMaría que purifica la monotonía de nuestros pecados.
En un mundo triste y angustiado, oprimido por tantos males y que tiende al pesimismo, el misionero debe ser un hombre que ha encontrado en Cristo la razón de su alegría, de su ser y existir: la verdadera esperanza.
En este día de Nuestra Madre, confiamos a Ella la Misión de la Iglesia. La Virgen unida a Su Hijo desde la Encarnación, se puso en movimiento, participó totalmente de la misión de Jesús, misión que, a los pies de la cruz, se convirtió también en su propia misión, colaborar como Madre de la Iglesia que en el Espíritu y en la fe engendra nuevos hijos e hijas de Dios.
¡Madre nuestra! No conocen a Jesús, tu Hijo divino. No saben que, por salvarlos, derramó su sangre redentora.
Intercede por ellos ante tu divino Hijo, y alcanza con tu inmenso poder que la luz del Evangelio se derrame por el mundo entero. Que no haya ningún hombre que no adore a Cristo, fruto bendito de tu vientre.
A través de tu «sí» generoso y de tu obediencia al mandato divino, abriste las puertas al misterio más grande de la historia de la humanidad: la encarnación del Hijo de Dios. Ayúdanos a que también sepamos decirle que sí a Dios, para que Él pueda encarnarse también hoy en los corazones de los hombres a través de nuestra palabra y de nuestros testimonios. Virgen maría, ayúdanos a ser misioneros en el mundo de hoy, y que sepamos decir como tú: «He aquí el esclavo del Señor; hágase en mí según tu palabra»
Madre del Rosario, únenos a ti en la tierra y llévanos contigo al cielo
Que así sea.
Mons. Juan Alberto Puiggari
Arzobispo de Paraná