En ocasión de conmemorarse los 203 años de la Declaración de la Independencia, el arzobispo de Paraná,  Monseñor Juan Alberto Puiggari presidió la ceremonia del Tedeum que tuvo lugar en la Catedral Metropolitana, este martes 9 de julio.

La celebración contó con la presencia de autoridades civiles, religiosas y de diferentes fuerzas, junto a la participación de vecinos que se sumaron a la Acción de Gracias.

El vicario general, Mons. Eduardo Tanger acompañó a Mons. Puiggari en la tradicional celebración a la que también asistieron el intendente de Paraná, Sergio Varisco; el asesor cultural del Gobierno de Entre Ríos, Roberto Romani; el concejal de la capital entrerriana, Carlos González y la diputada electa Lucia Varisco, entre otros.

La solemne Acción de Gracias fue interpretada por el Coro Tradicional “Maestro Lorenzo Anselmi” de la Asociación Verdiana, el Ensamble Vocal “Cantus Firmus” de la Asociación Verdiana, “Nuestro Coro” de la Facultad de Ciencia y Tecnología de la Universidad Autónoma de Entre Ríos y el Coro de Adultos Mayores Asociación El Recreo.

A continuación compartimos el texto completo de la Homilía.

Como nuestros representantes, reunidos en la histórica Casa de Tucumán, el 9 de julio de 1916, hoy también nosotros, queremos invocar al Eterno, reconociéndolo como fuente y origen de toda razón y justicia como lo invoca nuestra Constitución Nacional.

Y lo hacemos con el convencimiento más firme que en vano trabaja el obrero, si el Señor no construye la casa y que en vano vigila el centinela, si el Señor no cuida la Ciudad.

Creemos que nuestra Patria es un don de Dios confiado a nuestra libertad, un regalo de amor que debemos cuidad y mejorar. Esto mismo nos exige superar progresivamente las tensiones históricas de nuestro ser como país. En tiempos marcados por la globalización, no debe debilitarse la voluntad de ser nación, una familia fiel a su historia, a su identidad y a sus valores humanos y cristianos.

La patria es nuestra madre. Nos engendró, somos pedazos de sus entrañas, nos abriga bajo su bandera celeste y blanca, nos da su nombre, el de argentinos, nos hace participes de sus triunfos y fracasos; sus alegrías y sus sufrimientos, de sus sueños y esperanzas.

El amor a la patria es una virtud, es deber imperioso para todo hombre y más aún para todo cristiano.

León XIII ( el Pontífice que comienza a explicitar la Doctrina Social de la Iglesia) afirmaba que el amor patrio es obligación impuesta por la ley natural, que ha de ser uno de nuestros principales afectos, que ha de llevarnos a comprometernos a trabajar por su grandeza. San Agustín con sus frases vigorosas nos recordada “ama a tus padres, pero más que a ellos ama a tu Patria, y más que a tu patria ama a Dios”.

Por eso mis hermanos todos tenemos que sentirnos necesarios protagonistas de ese continuo renacimiento de la Patria. La Patria renace cada día en la mente de nuestros científicos y gobernantes, en la solicitud de los servidores de la salud, de la educación y de seguridad, entre las manos endurecidas de nuestros trabajadores y los sufridos y curtidos hombres del campo, en la sabiduría de nuestros legisladores, en los ideales puros de nuestros jóvenes y, particularmente, en la fortaleza y generosidad de nuestras familias.

Tenemos que pedir la gracia para renovar nuestro entusiasmo por construirla juntos y curar cuidadosamente sus heridas.  Es el momento de la magnanimidad, humildad y renuncia que distinguieron a nuestros héroes como San Martín y Belgrano, para que todos, sin excepción, nos sintamos pequeños obreros en la construcción de la misma. Si el no comprometerse ha sido siempre algo inaceptable, el tiempo presente lo hace aún más culpable. A nadie le es lícito permanecer ocioso

Mirando nuestra historia nacional nos damos cuenta, por encima de las limitaciones que tenemos, de los errores que hemos cometido o de las situaciones difíciles que estamos viviendo, nuestra nación ha recibido grandes dones y beneficios de Dios.

Hoy queremos sentirnos herederos de los 203 años de Independencia, que con humildad y agradecimiento debemos sentirnos comprometidos a seguir trabajando para que ninguna cultura extraña al ser nacional nos vuelva a esclavizar.

A la hora de soñar con un país grande, la Iglesia mira a su Señor y Maestro, Jesús, que, en el monte de las bienaventuranzas, presenta su programa de vida a todas las generaciones de la historia y que como acabamos de escuchar se nos presenta como la Roca sobre la cual tenemos que construir para tener la certeza que las tempestades no la harán sucumbir.

Pero además esta misma Iglesia ofrece a quienes deseen acogerlas las orientaciones de su Doctrina Social que pueden ser útiles para guiar la vida de la nación por caminos de paz, justicia y progreso.

¿Cuáles son las certezas y valores que ella quiere compartir, humilde y respetuosamente, con la comunidad nacional, como aporte a una vida más humana y plena para todos?

En primer lugar:  Dios Uno y Trino ha de estar en el primer lugar de nuestra vida y proyectos. Así lo reconoce la Constitución Nacional y la historia enseña, dramáticamente que siempre que el ser humano ha querido ponerse en la cumbre, la lucha por el poder lo ha destruido. Hoy una vez más queremos confesar lo que creemos: ¡Jesucristo es el Señor del tiempo y de la historia!

En segundo lugar: Hay que proclamar la dignidad incuestionable de la persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios. Todo proyecto humano, político, económico y social, debe estar al servicio del ser humano buscando entre todos el ansiado bien común.
Por esto en esta perspectiva no hay lugar para el odio, la venganza, la violación de los derechos humanos, la discriminación social, racial o religiosa, o la manipulación o explotación de cualquier clase.

En tercer lugar: La sociedad del mañana. que queremos, debe tener a la persona humana como medida, teniendo en cuenta la vocación que Dios le dio de amar y ser amada, responsable de su propia vida, y de servicio a los demás. Desde esta realidad hay que entender y valorar la familia, como célula básica de la sociedad.

Desde el valor inalienable de cada persona se debe afirmar el valor sagrado de la vida humana, desde su concepción hasta la muerte natural. La vida es el gran don de Dios, por esto no hay progreso verdadero si la vida peligra. No hay futuro para la humanidad si el ser humano si sitúa por encima de la vida.

Pero si cada vida es sagrada, lo es más delante de Dios la vida de los más débiles, los que están indefensos, los más pequeños, enfermos, los pobres, los ancianos. Hacer una opción preferencial por ellos, traducida en hechos concretos, ennoblecerá a nuestro país. Esto nos obliga a cultivar el sentido de la equidad y la justicia, del bien común y del servicio público

La Iglesia está convencida que las enseñanzas de su Doctrina Social es uno de sus mayores aportes para el bien de nuestro País, porque estamos convencidos que buscando el REINO DE Dios todo lo demás se dará por añadidura: el progreso, la justicia, la paz social.

Antes de terminar quiero elevar mi oración al Dios fuente de toda Sabiduría, para que asista a todas las autoridades del país y de nuestra ciudad. Que el Señor de la Vida los siga iluminando y fortaleciendo para los grandes desafíos de este tiempo y les dé fortaleza para buscar ante todo el bien del pueblo en la búsqueda del reencuentro de los argentinos sin el cual no hay futuro posible.

Que Nuestra Señora de Luján, patrona de Nuestra Patria, nos acompañe siempre con su protección maternal.

Que así sea