Compartimos la Homilía pronunciada por Mons. Juan Alberto Puiggari el 25 de mayo en la parroquia Santa Rosa de Lima de la ciudad de Villaguay, en ocasión del Tedeum con motivo de los 209 años de la Revolución de mayo.
HOMILIA DEL TEDEUM DEL 25 DE MAYO DE 2019
Parroquia “Santa Rosa de Lima”
Villaguay, Entre Ríos
Queridos hermanos:
Nos hemos reunido en esta Parroquia histórica de Santa Rosa, en el corazón de nuestra Provincia, para dar gracias a Dios y alabarlo por los dones recibidos y vividos en estos 209 años de vida como pueblo libre, que nació en el Cabildo de Buenos Aires con el grito de los patriotas de mayo.
Nos reunimos como hijos de Dios: Él nos hermana y nos pide con su amor de Padre que trabajemos por la gran familia de los argentinos.
Al poco tiempo de nuestra independencia, comenzó la historia de este pueblo que hoy nos recibe. El 20 de noviembre de 1823, el por entonces Gobernador Lucio Norberto Mansilla, autorizó a adquirir una cuadra de terreno para edificar allí una capilla, la casa del cura y el cementerio.
En 1833, el caudillo Crispín Velásquez decidió adoptar a Santa Rosa de Lima como Santa Patrona, y en torno de su pequeña Capilla comenzó la historia de esta hoy pujante ciudad. Una vez más en nuestra historia, la fe en Dios, en la Virgen y en los Santos, estuvo en el origen de nuestros pueblos.
Queremos dar gracias a Dios por tantos dones recibidos a lo largo de su historia, pero también pedirle por todas las necesidades de nuestro pueblo argentino. Sabemos que son muchas, pero al estar acá, en el corazón de la Provincia, que es llamada “la ciudad del encuentro”, quiero pedirle al Señor que nos conceda lo que más estemos necesitando y que, seguramente, es el principio de muchas soluciones a nuestros problemas crónicos. Nos lo pedía, hace pocos días, el Papa Francisco: trabajar para lograr el encuentro de y entre todos.
Hoy se habla demasiado de grieta; los argentinos nos acostumbramos a este lenguaje y tal vez saquemos réditos mezquinos de esta situación.
Lamentablemente la grieta no se ciñe al ámbito político o social, sino que fractura las amistades más entrañables, las relaciones con los vecinos, las mismas familias y los vínculos más queridos.
Es el momento de derribar muros y crear puentes. Buscar soluciones a los conflictos pensando siempre en el bien común, apostando a la vida, a toda vida, al diálogo, al respeto, a la dignidad y a la libertad de toda persona.
Para lograr esto, nos pide el Papa Francisco que «le entreguemos (a nuestra Patria) lo mejor de nosotros mismos, para mejorar, crecer, madurar…” Por lo cual es necesario rescatar lo positivo de cada uno, con actitud de respeto y humildad. Necesitamos magnanimidad para buscar el bien común.
En el Evangelio que acabamos de escuchar el Señor nos advierte sobre el peligro de construir nuestra existencia sin Dios. Como dice Benedicto XVI, “…a menudo el hombre (…) prefiere las arenas de las ideologías, del poder, del éxito…”, y no la roca de Cristo, que es la Palabra eterna y definitiva que no hace temer ningún tipo de adversidad.
En este día de la Patria quiero recordar las declaraciones del Episcopado Argentino en la reunión Plenaria de marzo de este año:
“Como parte de este pueblo que quiere ser protagonista de un nuevo tiempo, los obispos argentinos compartimos con ustedes algunas reflexiones en este año electoral.
‘Votar es hacer y construir nuestra propia historia argentina y provincial. Es poner el hombro para que, como pueblo, no se nos considere solamente en las urnas, sino el gran protagonista y actor en la reconstrucción de la Patria.’ (Monseñor Enrique Angelelli, obispo mártir de La Rioja, 25 de febrero de 1973).
La nobleza de la vocación política pide a los dirigentes la responsabilidad de colaborar para que el pueblo, que es soberano, sea artesano de su historia. Necesitamos políticos que nos ayuden a mirar más allá de la coyuntura y que nos propongan caminos auténticos de amistad social.
En una realidad que nos golpea y nos duele por su pobreza creciente, no queremos perder la esperanza de salir adelante, asumiendo el desafío de pasar de la cultura de la voracidad y el descarte, a la cultura del cuidado de toda vida y de nuestra Casa común, de la fraternidad y de la hospitalidad.
Como obispos presentes a lo largo y ancho de nuestro país, escuchamos el dramático pedido de trabajo. Junto a la educación, constituyen los ejes más importantes de la cuestión social. Estamos convencidos de que debe superarse para siempre la lógica de la dádiva, de la especulación financiera, y del enriquecimiento a costa de los otros.
Pedimos a los candidatos que presenten propuestas concretas a los ciudadanos en sus plataformas electorales; y a la vez, que las campañas sean austeras, con gastos transparentes.
… que Jesucristo, Señor de la historia, nos ayude a construir entre todos un país más justo y solidario, sin excluidos, donde nos descubramos verdaderamente hermanos, donde volvamos a creer que es posible una Argentina grande”.
Y que la Virgen de Luján, patrona de la Argentina, custodie nuestra esperanza.”
Virgen María, Madre de Dios y Madre nuestra
Nuestra Señora de Luján, Patrona de nuestra Patria; hoy alzamos nuestros ojos y nuestros brazos hacia ti… Madre de la Esperanza, de los pobres y de los peregrinos, escúchanos…
Hoy te pedimos por Argentina, por nuestro pueblo. Ilumina nuestra patria con el sol de justicia, con la luz de un nuevo mañana, que es la luz de Jesús. Enciende el fuego nuevo del amor entre hermanos.
Unidos estamos bajo los colores celeste y blanco de nuestra bandera y de tu manto, para contarte que: hoy falta el pan material en muchas, muchas casas, pero también falta el pan de la verdad y la justicia en muchas mentes. Falta el pan del amor entre hermanos y falta el pan de Jesús en los corazones.
Te pedimos Madre, que extingas el odio, que ahogues las ambiciones desmedidas, que arranques el ansia febril de solamente los bienes materiales y derrama sobre nuestro suelo, la semilla de la humildad, de la comprensión. Ahoga la mala hierba de la soberbia; que ningún Caín pueda plantar su tienda sobre nuestro suelo, pero tampoco que ningún Abel inocente bañe con su sangre nuestras calles.
Haz Madre que comprendamos que somos hermanos, nacidos bajo un mismo cielo, y bajo una misma bandera. Que sufrimos todos juntos las mismas penas y las mismas alegrías. Ilumina nuestra esperanza, alivia nuestra pobreza material y espiritual y que tomados de tu mano digamos más fuerte que nunca: ¡ARGENTINA! ¡CANTA Y CAMINA!
Virgencita de Luján, madrecita azul y blanca, devuélvenos la Argentina. Danos Dios y danos Patria.