En ocasión de la Cuaresma, Mons. Juan Alberto Puiggari presenta al Pueblo de Dios, una carta pastoral en la que nos invita a reflexionar sobre la oportunidad de impulso que la Iglesia propone en este tiempo tan particular.

Asimismo, el arzobispo recuerda que “la Iglesia en la Arquidiócesis de Paraná quiere en esta Cuaresma renovar su compromiso de seguir al Señor, ser testigos de la verdad y apoyo para todos los que sufren y han sufrido. Las puertas están abiertas para todos; con humildad y sabiendo que, a pesar de todo, el Señor nos sigue llamando a purificarnos y a renovar nuestro compromiso por el hermano que sufre y por el más pequeño y vulnerable. A todos, sin distinción, quiero pedirles que acompañen con su compromiso y oración este proceso de purificación, desde la verdad y la misericordia”.

 

 

 

 

 

 

Un camino de renovación

A pocos días de iniciar la Cuaresma, quisiera reflexionar con ustedes sobre la gran oportunidad de renovación e impulso que la Iglesia propone a sus fieles en este tiempo tan particular. En cada Cuaresma, el Señor recorre el camino de preparación para su Pasión, muerte y Resurrección, con las cuales concretará la Redención de la humanidad. Camino difícil, duro, inquietante, pero que va adquiriendo cada vez más sentido a medida que se va acercando a la meta. Camino que también prefigura el arduo peregrinar del hombre ya redimido, hacia la vida plena que ganó para él el Redentor. Por eso, el tiempo de Cuaresma es siempre propicio para reflexionar sobre el sentido de nuestra peregrinación y sobre la certeza de nuestra esperanza final.

Hoy la Iglesia en todo el mundo -también en nuestra Arquidiócesis- está sufriendo un largo y doloroso proceso de purificación, marcado por el dolor y el escándalo causados por graves pecados y delitos de algunos de sus miembros. Hemos condenado repetidamente esas situaciones, y seguiremos haciéndolo, poniendo los medios que estén en nuestras posibilidades para evitar que estos hechos se repitan y para acompañar a quienes más han sufrido en la Iglesia.

Si bien de un modo u otro todos experimentamos las consecuencias de este proceso, íntimamente sabemos que la voluntad del Padre es que nos revistamos de humildad y fortaleza para atravesar el momento, confiados en el triunfo final de la Resurrección, del que ya podemos ver muchos adelantos si, enfrentando el miedo y la confusión, abrimos los ojos a las realidades espirituales de la Fe, la Esperanza y la Caridad.

Vemos entonces, con enorme gratitud, que la obra que el Espíritu Santo sigue perseverantemente realizando a través de la Iglesia nos supera, nos trasciende, nos asombra, nos conmueve. ¿Cómo no conmoverse frente a los cientos de fieles que ofrecen su tiempo en tantas capillas de adoración perpetua que hay en nuestra Arquidiócesis? ¿O con el entusiasmo imparable de los jóvenes que regalan sus vacaciones para llevar el mensaje de esperanza a tantos hermanos alejados, niños en situación de vulnerabilidad, en movimientos, instituciones? ¿Cómo no dar gracias con todo el corazón por la obra de Caritas y tantas instituciones eclesiales que ponen enorme empeño en acudir con su asistencia y contención allí donde hay más necesidad, extrema pobreza, desempleo, catástrofes climáticas? ¿Cómo no asombrarnos por todo el bien que la Iglesia es capaz de hacer a través de la entrega de quienes, con esfuerzo y alegría, se hacen eficazmente cercanos a los hermanos que intentan salir de la esclavitud de las adicciones, visibilizado en centros, casas y lugares de conversión? ¿O tantos laicos que se juegan para defender y promover la vida -toda vida- desde el primer momento, o voluntarios que se acercan a las mujeres en conflicto con su embarazo para apoyarlas, sostenerlas, facilitarles el camino hacia una maternidad plenificante? ¿Cómo no admirarnos ante tantas familias que luchan día a día, en medio de dificultades de todo tipo, para poder mantener un testimonio cristiano que sea luz para otras familias y que muestre que todavía es posible educar a los hijos en la fe, el respeto y el compromiso con los valores más nobles? ¿Cómo no reconocer con agradecimiento la labor de tantos profesionales que juegan sus trabajos y su comodidad por no ceder a presiones indebidas y poder conservar la libertad para manifestar la verdad y lo correcto sin importar las consecuencias? Me viene a la mente aquí la imagen de tantos educadores que, en un clima adverso, no pierden el entusiasmo que les da su vocación gozosa al servicio de los más jóvenes. ¿Y qué decir del testimonio y la entrega de tantos sacerdotes y consagrados que, en el silencio y la entrega a veces martirial de cada día, dejan su vida, su salud, sus preferencias humanas, por servir a los demás? Y así podría señalarles comunidades, escuelas, grupos y personas que emocionan con su trabajo desinteresado por el otro en bien de la Iglesia.

Mi primera reacción ante todo esto es de conmovido reconocimiento y gratitud por estos dones del Señor a nuestra Iglesia arquidiocesana, la que desearía fuese también experimentada por todos ustedes como parte del camino cuaresmal.

Por eso quisiera hacer un llamado concreto a todos los fieles para a seguir caminando juntos y profundizar en esta Cuaresma nuestro Bautismo y así poder seguir dando abundantes frutos. Porque el Señor nos sigue asegurando su presencia en la barca de la Iglesia y nos sigue pidiendo incansablemente que no dejemos de navegar mar adentro y de echar las redes: que no nos instalemos en la comodidad, que no aflojemos en el desánimo, que no perdamos el rumbo en la confusión. Los invito a que mantengamos los ojos fijos en Él: que nada, absolutamente nada, sea capaz de apartar la mirada de Su rostro tranquilizador.

Los vaivenes y zarandeos de la barca muchas veces son violentos y amenazan tirarnos por la borda; pero adquieren profundo sentido en los insondables designios de la misericordia de Dios. Con la mirada fija en Él, sabemos que siempre saldremos adelante y que estaremos unidos en la verdad y el amor fraterno. Eso nos dará las fuerzas para seguir sembrando la semilla del Evangelio en cada rincón de nuestra Iglesia arquidiocesana. Y recibiremos también a todos aquellos que corran el peligro de naufragar en medio de las tempestades de este mundo y quieran subir a nuestra barca, pequeña y pobre, pero alegre y confiada porque sabe que lleva al Señor a bordo. Y Él no abandona nunca su barca.

Quiero invitarlos con fuerza a que dediquemos siempre un tiempo a rezar intensamente unos por otros: ¡Que bien nos hace el sabernos sostenidos por los hermanos! Corrijámonos fraternalmente cuando haga falta; y también alentémonos. Y, sobre todo, salgamos cada vez más hacia el otro: ¡hay tanto sufrimiento en el que está lejos de Cristo en su vida! Nosotros sabemos que esa distancia es el origen de todo dolor, de todo daño, de todo pecado y sinsentido en la vida del hombre.

La Iglesia en la Arquidiócesis de Paraná quiere en esta Cuaresma renovar su compromiso de seguir al Señor, ser testigos de la verdad y apoyo para todos los que sufren y han sufrido. Las puertas están abiertas para todos; con humildad y sabiendo que, a pesar de todo, el Señor nos sigue llamando a purificarnos y a renovar nuestro compromiso por el hermano que sufre y por el más pequeño y vulnerable.

A todos, sin distinción, quiero pedirles que acompañen con su compromiso y oración este proceso de purificación, desde la verdad y la misericordia.

A los que incansablemente trabajan por la Iglesia y llevan adelante todo tipo de iniciativas por sus hermanos les quiero dar las gracias especialmente. Constituyen, ciertamente, una gran luz de esperanza para nuestra Iglesia.

A las familias y a los jóvenes, que insisten alegremente en hacer de sus vidas y sus comunidades testimonios vivos del amor del Señor y de respuesta generosa y desinteresada a su llamado, quisiera alentarlos a seguir al Señor mar adentro y a marcar un rumbo para tantos jóvenes y familias desorientados y abatidos.

A aquéllos que se sienten abandonados y desilusionados por la Iglesia, o que han sido víctimas de las miserias de sus miembros, quisiera decirles que los comprendemos y nos duele su situación. Los invito a descubrir que el Señor sigue valiendo la pena y nos trae su Vida en plenitud; que es el único capaz de curar todas las heridas y hacer nuevas todas las cosas, incluidas nuestras vidas. Ustedes son nuestros hermanos y queremos ofrecerles todo lo que la cercanía fraterna es capaz de dar en una familia.

Y a tantos sacerdotes, consagrados y diáconos de la Arquidiócesis, que entregan sus vidas con alegría, muchas veces en medio de la incomprensión y de una crítica y sospecha martirizantes capaces de causar un enorme cansancio y de minar el entusiasmo propio del amor a Dios, quisiera decirles que camino al lado de ustedes y que sufro cada dolor que los aflige como un padre se siente dolido por todo lo que agobia a sus hijos. Los sigo invitando hoy más que nunca a tener la mirada levantada hacia el Señor, de tal modo que Él sea quien nos mantiene irresistiblemente unidos en el amor, y quien hace que todas las incomprensiones y las contrariedades de la vida sean poco al lado de la firmeza con la que somos fijados junto a su corazón.

En cuando a mí, Dios me puso en este momento al frente de la Iglesia arquidiocesana de Paraná, con todas mis limitaciones humanas, que intento superar día a día. Acepto las tensiones de este tiempo, en el que trato de poner todos los medios posibles para llegar a la verdad y la justicia. Sepan que doy gracias a Dios por todos ustedes y los llevo cada día en mi oración: estoy a su servicio y que cuentan con todo mi amor de padre y pastor. Les pido que recen por mí y que sepan perdonar mis errores, porque no se trata de mí sino de que Él brille y actúe con su poder.

Que durante la Cuaresma, junto a María, Nuestra Señora del Rosario, podamos reflexionar sobre todo esto y renovar una vez más la acción de gracias, la alegría y el entusiasmo por las promesas y los dones del Señor en nuestras vidas y en la de nuestra querida Iglesia arquidiocesana.

 

Mons. Juan Alberto Puiggari

Arzobispo de Paraná