Paraná, 28 de mayo de 2016
“Santo eres en verdad, Padre ya que por Jesucristo, tu hijo, Señor nuestro, con la fuerza del Espíritu Santo,…congregas a tu pueblo sin cesar para que ofrezca en tu honor un sacrificio sin mancha desde donde sale el sol hasta el ocaso”.
Queridos hermanos:
Como lo expresa tan bellamente la plegaria III de la Eucaristía “De la salida del sol hasta el ocaso” queremos que hoy se levante un himno de alabanza, adoración y acción de gracias por la más sorprendente invención divina. Es una obra en la que se manifiesta la genialidad y el poder de una sabiduría que es simultáneamente “locura de amor”, como lo decía Santa teresita del Niño Jesús.
“La fiesta del Corpus Christi, que estamos celebrando, nos ofrece la ocasión para profesar nuestra fe, manifestar nuestra adoración y amor por la Eucaristía. Es la fiesta del grandísimo don que nos hace Jesús antes de su pasión.
Este es el día que recordamos y celebramos el milagro de la presencia Divina bajo las especies del pan y del vino en la Eucaristía. Es el mismo misterio que conmemoramos el Jueves Santo, pero ahora sin el telón de fondo de la Pasión. La Iglesia, hoy cubre con el velo de su piedad la traición de Judas, para que resalte con todo su resplandor la entrega de Cristo para la vida de todos los hombres.
En el Evangelio que acabamos de escuchar podemos apreciar una vez más el amor misericordioso de Jesús. Él no se desentiende de la muchedumbre que lo sigue para escucharlo. Los discípulos le proponen una solución realista y de sentido común, como probablemente lo hubiéramos hecho nosotros, sin embargo Jesús les propone una solución completamente distinta: “Denle ustedes de comer”.
Este milagro tan conocido de la multiplicación de los panes pone en evidencia el poder de Jesús, y al mismo tiempo su misericordia. Eleva los ojos al cielo y pronuncia la bendición, porque todo don baja del cielo. Jesús está siempre unido al Padre con un amor agradecido, filial y por eso puede realizar milagros.
Pero este episodio, en realidad, es profético que anuncia otra multiplicación: la del pan eucarístico, que manifiesta mucho más el amor del corazón de Jesús. Al decir a sus apóstoles: Hagan esto en memoria mía” abrió el camino para la multiplicación del pan eucarístico para todos los tiempos y lugares, en donde un sacerdote pronuncie esta palabras sublimes.
El «pan eucarístico» se trata de una comida que nos hace entrar en comunión con el misterio de Dios, más aún, con el misterio pascual de Jesús. Recibimos, al participar en este banquete sagrado, al mismo Jesús y a los frutos de su obra redentora. En la Eucaristía Jesús se hace alimento. Don y donante son lo mismo. Es lo que nos dice el Papa Emérito Benedicto XVI en Sacramentum Caritatis nº 7: «En la Eucaristía, Jesús no da “algo”, sino a sí mismo; ofrece su cuerpo y derrama su sangre”
Esto es lo principal del misterio Eucarístico: la comunión vital con Jesús. Es su entrega personal, su amor hasta el extremo de dar la vida por nosotros. Nos salva su amor. Recibirlo a Él que se nos entrega con infinito Amor. Y al recibirlo, al comerlo, nos transforma en Él, como decía San León Magno: «Nuestra participación en el cuerpo y la sangre de Cristo no tiende a otra cosa que a convertirnos en aquello que comemos». Y San Agustín puso en boca de Cristo “No eres tú el que me convertirás en ti, sino que soy yo el que te convertiré en mí”. El Señor se hace carne de nuestra carne, la vida de nuestra vida, hace correr su sangre por nuestras venas para hacernos concorpóreos y consanguíneos suyos.
Hay muchos hambrientos en el mundo, y como nos decía el Santo Padre Francisco en la Misa del Corpus Christi del año pasado en Roma: “hay tantos alimento que no vienen del Señor y que aparentemente satisfacen más. Algunos se nutren con el dinero, otros con el éxito y la vanidad; otros con el poder y el orgullo… ¡Pero el alimento que nos nutre realmente y que sacia es solamente el que nos da el Señor! El alimento que nos ofrece el Señor es diferente de los otros, y quizás no parece así tan gustoso como ciertas comidas que nos ofrece el mundo”.
¿Cómo no ser sorprendidos por las palabras “Esto es mi cuerpo” “Esta es Mi Sangre derramada?” (Mc,14), ¿Cómo no admirar el camino elegido por una sabiduría soberana para ofrecer una presencia de carne y de sangre como alimento y bebida para hacernos libres y participes de la vida divina. ?
En la Eucaristía todo deriva de un amor extremo, que no conoce
medida. Todo desciende de una voluntad de don ilimitado. “ La Iglesia la ha recibido de Cristo, su Señor, no sólo como un don entre otros muchos…sino como el don por excelencia, porque es don de sí mismo, de su persona en su santa humanidad y, además, de su obra de salvación.
Cuando la Iglesia celebra la Eucaristía memorial de la
Pascua del Señor , como lo estamos haciendo hay acá, “ se hace realmente presente este acontecimiento central de salvación y se realiza la obra de nuestra redención” .En cada Eucaristía, en la de hoy, se perpetúa por los siglos, hasta su vuelta, el sacrificio de la cruz, es el memorial de su Pascua, sacramento de piedad, signo de unidad, vinculo de amor, en el que se recibe a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da una prenda de la gloria futura, como nos enseña el Concilio.
Le doy gracias a Dios por el crecimiento de la devoción eucarística en nuestra Arquidiócesis, por las nuevas capillas de adoración perpetúa, por el crecimiento de la adoración en casi todas las Parroquias, por las misiones de niños, todo lo cual es motivo de esperanza porque la Iglesia crece de la Eucaristía. Le pido a Dios la gracia que siga acrecentando el amor a Jesús Eucaristía, que cada vez más descubramos la centralidad del domingo, la Pascua semanal. Confiemos y tengamos la certeza que desde la Eucaristía se transformará el mundo y recibiéndolo a Jesucristo y adorándolo en el Santo Sacramento aprenderemos a vivir la auténtica vida cristiana que es eucarística: amar como Jesús nos enseña, en oblación, en entrega permanente al servicio del Padre y de nuestros hermanos. “Ser Eucaristía! Que éste sea, precisamente, nuestro constante anhelo y compromiso, para que al ofrecimiento del cuerpo y de la sangre del Señor, se acompañe el sacrificio de nuestra existencia.
“Hagan esto en memoria mía”. Estas palabras de Jesús resuenan en este día con una fuerza especial, son ellas las que nos convocan a celebrar este día .En este día quisiera invitarles a rezar especialmente por aquellos que han recibido especialmente este mandato del Señor: los sacerdotes. Hoy somos invitados a descubrir el regalo y bendiciones que Dios nos hace a través de sus ministerios.
Para revalorizar y destacar el sacerdocio no tenemos que realizar falsas alabanzas, rendir reverencias humanos a los sacerdotes ni nada que tenga que ver con glorias humanas. Sólo por la fe tenemos que descubrir que gracias a su ministerio Jesucristo está en la Eucaristía desde donde sigue ofreciéndose por el mundo entero. ¿Cuánta hambre habría en el mundo sin el Pan Eucarístico, acaso habría vida? “Yo soy el Pan para la Vida del mundo”
Pidamos hoy y cada día por nuestros sacerdotes, por su santidad, por la fidelidad de los seminarista, por el aumento de las vocaciones, para que en todos los rincones de la Arquidiócesis y en el mundo entero se celebre la Eucaristía.
Que María, mujer Eucarística, nos ayude a descubrir este gran tesoro, que es Su Hijo Jesucristo, escondido bajo las especies del pan y vino. Que toda nuestra vida y misión tenga su fuente y culmen en Ella.
Y le pedimos a Nuestra Madre, que se una a nuestra oración:
¡Señor guía los caminos de nuestra historia!
¡Muestra a la Iglesia, sus pastores y al pueblo fiel, caminos nuevos en esta etapa desafiante la Nueva Evangelización y de nuestro Sínodo Arquidiocesano!
¡Mira a la humanidad que sufre, que camina insegura entre tantos interrogantes; mira el hambre física y espiritual que la atormenta!
¡Da a los seres humanos pan para el cuerpo y para el alma!
¡Dales trabajo, amor y luz, dales Tú mismo!
¡Fortalece a nuestras familias, que se descubra nuevamente el tesoro y la belleza de la misma!
¡Protege toda vida, desde su concepción hasta su muerte natural!
¡Bendice nuestra Patria en su año del Bicentenario!
¡Haznos comprender que sólo mediante la participación en tu Pasión y Resurrección, el «sí» a la cruz, a la renuncia, y a la donación de nuestra vida, al servicio de nuestros hermanos nuestra vida se convierte en Ti en una verdadera Eucaristía.
¡Une a tu Iglesia, une a todos los argentinos! ¡Danos tu paz!
“Que el gesto de la procesión eucarística, que dentro de poco vamos a hacer, responda también a este mandato de Jesús. Un gesto para hacer memoria de él; un gesto para dar de comer a la muchedumbre actual; un gesto para «partir» nuestra fe y nuestra vida como signo del amor de Cristo por esta ciudad y por el mundo entero”. Francisco
Que Así sea
+ Juan Alberto Puiggari
Arzobispo de Paraná