HOMILIA DE ORDENACIÓN PRESBITERAL DE LOS DIÁCONOS RODRIGO BADANO, HORACIO CORREA, DARÍO GONZALEZ, IGNACIO RODRÍGUEZ Y MARCELO RUEDA.
Catedral Nuestra Señora del Rosario
Paraná, 21 de mayo de 2016
Año Jubilar de la Misericordia
Queridos hermanos sacerdotes y diáconos,
Queridos consagrados y seminaristas,
Queridos hermanos en el Señor:
Dios, con palabras del profeta Jeremías, nos dice: «Os daré Pastores, según mi corazón”. Con ellas promete a su pueblo no dejarlo nunca privado de pastores que lo congreguen y guíen.
El Pueblo fiel experimenta siempre el cumplimiento de este anuncio profético. Y en esta mañana la Iglesia que peregrina en Paraná es testigo de ello con la ordenación de cinco nuevos sacerdotes. Por eso damos gracias al Señor y queremos ponernos en una actitud de profunda adoración y en la vigencia más plena de la fe para vivir esta celebración. Sólo así podremos pregustar cuantas bendiciones hoy nos concede Dios por lo que va a suceder dentro de unos momentos en esta Iglesia Catedral.
Como decía San Juan María Vianney, el Santo Cura de Ars: “En un buen pastor, un pastor de acuerdo con el corazón de Dios, encontramos el mayor tesoro que Dios puede dar a la Iglesia y uno de los dones más preciosos de la misericordia Divina”.
Permítanme mirar a los sacerdotes que nos acompañan en esta celebración, con diversidad de ministerios que ejercen al servicio de la Iglesia. Pienso en el gran número de Misas que han celebrado o van a celebrar haciendo realmente presente cada vez a Cristo sobre el Altar; pienso en las innumerables absoluciones que han dado y darán, permitiendo que un pecador se encuentre con la Misericordia del Padre; en la vida que han dado o darán en el bautismo, engendrando nuevos hijos de Dios, peregrinos del cielo… y podríamos seguir así y comprender un poco más la fecundidad infinita del sacramento del Orden. Sus manos, sus labios, han llegado a ser por un instante las manos y los labios de Dios. Como decía el Santo Cura de Ars: “Si tuviéramos fe, veríamos a Dios escondido en el sacerdote como una luz detrás de un vidrio”. ¡Nada podrá reemplazar jamás el ministerio de los sacerdotes en el corazón de la Iglesia!
Queridos Diáconos: acabamos de escuchar en el Evangelio las palabras de Jesús. “No son ustedes los que me eligieron a mí, sino Yo el que los elegí a ustedes y los destiné para que vayan y den fruto, y ese fruto sea duradero” (Jn.15, 16). Elegidos por puro amor de predilección, con la clara conciencia de que van a llevar un tesoro en vasijas de barro. La conciencia de esta debilidad nos exige la intimidad con Dios que da fuerza y alegría.
Y los ha elegido para continuar su obra redentora, para que sean el amor del corazón de Jesús. Nuestra identidad está marcada por el sello del sacerdocio de Cristo para participar de su única misión de Mediador y Redentor.
De esta vinculación fundamental se abre ante el sacerdote el inmenso campo del servicio a las almas para llevarles la salvación en Cristo en la Iglesia. Este servicio debe inspirarse en el amor a las mismas, a ejemplo del Señor que entregó su vida por ellas.
Porque el sacerdocio necesita naturalmente mucho amor de Dios para vivir sólo de Dios y de lo Eterno; y mucho amor a los hombres para vivir sacrificándose de la mañana a la noche, a veces desde muy temprano hasta muy tarde, un día tras otro día, un año tras otro año, y muchos años sirviendo al prójimo, repitiendo con Jesucristo “no vine a ser servido sino a servir”. “No hay amor más grande que dar la vida por los amigos” (Jn. 15,15).
No teman vivir de lo teologal: hoy hay un peligroso naturalismo y psicologismo, que oscurece lo sobrenatural, la vida de fe, de esperanza y de caridad. No teman al sacrificio. No teman al desprendimiento de ustedes mismos. Descubran el valor, la importancia y la centralidad de la Cruz de Jesucristo.
Seguramente tendrán muy presente hoy las palabras de Jesús a Pedro: «¿Me amas?», «apacienta mis ovejas». Es como si, con ellas, dijera el Señor: «Si me amas, no pienses en apacentarte a ti mismo. Apacienta, más bien, a mis ovejas por ser mías, no como si fueran tuyas; busca apacentar mi gloria, no la tuya; busca establecer mi Reino, no el tuyo; preocúpate de mis intereses, no de los tuyos, si no quieres figurar entre los que, en estos tiempos difíciles, se aman a sí mismos y, por eso, caen en todos los otros pecados que de ese amor a sí mismos se derivan como de su principio. No nos amemos, pues, a nosotros mismos sino al Señor, y, al apacentar sus ovejas, busquemos su interés y no el nuestro. El amor a Cristo debe crecer en el que apacienta a sus ovejas hasta alcanzar un ardor espiritual que le haga vencer incluso ese temor natural a la muerte, de modo que sea capaz de morir precisamente porque quiere vivir en Cristo». (San Agustín comentario al Evangelio de San Juan).
Al sacerdote de hoy se le pide que sea muy hombre, tiene que dejar para otros la autocompasión, o el buscar la compasión de los otros el ver sus pequeños problemas. Tiene que descubrir la lógica del Evangelio, que nos dice: “Quien quiera guardarse su vida, la perderá; y quién la gaste por Mí, la recobrará en la vida eterna».
“Servir al Reino comporta vivir descentrados respecto a sí mismos, abiertos al encuentro que es además el camino para volver a encontrar verdaderamente aquello que somos: anunciadores de la Verdad de Cristo y de su Misericordia. Verdad y Misericordia: no las separemos. ¡Jamás! «La caridad en la verdad —nos ha recordado el Papa Benedicto XVI— es la principal fuerza impulsora del auténtico desarrollo de cada persona y de toda la humanidad» (Papa Francisco).
Queridos Diáconos: van a ser ordenados para actuar en nombre de Cristo Cabeza para ayudar a los hombres a entrar en la vida nueva abierta por Cristo, para dispensarles sus misterios, la Palabra, el perdón y el Pan de Vida, para reunirlos en su Cuerpo que es la Iglesia. Como sacerdotes no podemos mantenernos lejos de los sufrimientos y penurias de nuestros hermanos, por el contrario, tenemos que estar muy cerca de ellos, pero como sacerdotes mirando siempre su salvación y el progreso del Reino de Dios.
Recuerden la anécdota del Santo Cura de Ars… “Amiguito ‑dijo el sacerdote Vianney‑, tú me has mostrado el camino de Ars; yo te mostraré el camino del cielo”.El sacerdote es quien debe mostrar a los hombres de su tiempo, el camino del cielo. Pero como nadie da lo que no tiene, el sacerdote ha de estar primero repleto de razones y de esperanzas del cielo.
¿No piensan que nuestro mundo, en exceso alocado, materialista, inmanentista, necesita saber para qué vive, para qué sufre, para qué muere, qué espera? ¿No será uno de los principales servicios del sacerdote?
Muchas cosas grandes dependen del sacerdote: tenemos a Dios, traemos a Dios, damos a Dios (…). Piensen en esto, en esa divinización hasta de nuestro cuerpo; en esa lengua que trae a Dios; en esas manos que lo tocan, en ese poder de hacer milagros, al administrar la gracia. Nada valen todas las grandezas de este mundo, en comparación con lo que Dios ha confiado al sacerdote.
Queridos hijos: todo es providencia, nada casualidad; por eso Dios les habla por las circunstancias, que también son Su voz. Se ordenan en el año Jubilar de la Misericordia.
El Papa Francisco nos dice: el sacerdote a imagen del Buen Pastor, “es hombre de misericordia y de compasión, cercano a su gente y servidor de todos. Éste es un criterio pastoral que quisiera subrayar bien: la cercanía, la proximidad y el servicio, Quien sea que se encuentre herido en su vida, de cualquier modo, puede encontrar en él atención y escucha… En especial el sacerdote demuestra entrañas de misericordia al administrar el sacramento de la Reconciliación; lo demuestra en toda su actitud, en el modo de acoger, de escuchar, de aconsejar, de absolver… El sacerdote está llamado a aprender esto, a tener un corazón que se conmueve…. Nosotros, sacerdotes, debemos estar allí, cerca de nuestra gente, especialmente los pobres y pecadores.
Nuestro corazón misericordiosos se manifiesta principalmente en la oración y en la disponibilidada para el sacramento de la Reconciliación.
Otra circunstancia que marca esta celebración es la próxima canonización del Beato José Gabriel del Rosario Brochero, nuestro querido Cura Gaucho. ¿Qué nos enseña su persona y ministerio? Los rasgos distintivos de su alma sacerdotal son: su vida radicada en Dios, su amor a Jesucristo, a la Palabra y a la Eucaristía; su celo apostólico, especialmente por los más alejados y necesitados; la fortaleza y creatividad de su caridad pastoral; la originalidad con que unió evangelización y promoción humana; su tierna devoción a la Purísima; el testimonio elocuente de su vida pobre y entregada; su capacidad de amistad con grandes y pequeños; su configuración con Cristo paciente.
La vida de oración de este santo Cura, los Rosarios desgranados en su largos recorridos por las cumbres altas, en su mula Malacara, nos interpela a nosotros que, como él, hemos sido llamados para interceder por nuestro pueblo.
Para Brochero, ser párroco y ser misionero ha constituido una misma realidad. Ha vivido sencillamente la esencial dimensión misionera del ministerio presbiteral. Este ardor apostólico nos interpela. Hoy, anhelamos para nuestra Iglesia una fuerte conmoción que nos desinstale y nos convierta en misioneros. “Necesitamos que cada comunidad cristiana se convierta en un poderoso centro de irradiación de la vida en Cristo”.
Hay un último aspecto que quisiera destacar contemplando la figura del “Cura Brochero”: su identificación con la Cruz de Cristo. La vida de un sacerdote encuentra su sello de autenticidad en el sufrimiento que es necesario padecer por el Evangelio. Así lo vivió Brochero, que no solo experimentó diversas contrariedades en su ministerio, sino que, en la enfermedad y el retiro de los últimos años, llegó a participar consciente y libremente en la Pasión de Cristo. Son conocidas las palabras que dirige a su amigo obispo: “Pero es un grandísimo favor el que me ha hecho Dios Nuestro Señor en desocuparme por completo de la vida activa y dejarme con la vida pasiva…para buscar mi último fin y de orar por los hombres pasados, por los presentes y por los que han de venir hasta el fin del mundo”.
Queridos Rodrigo, Horacio, Darío, Ignacio y Marcelo:
Cada día renueven la decisión de seguir al Maestro, lo cual significa que ya no pueden elegir un camino propio, deben recorrer como decía el cardenal Ratzinger » un camino a través de aguas agitadas y turbulentas, un camino que sólo podemos recorrer si nos hallamos dentro del campo de gravedad del amor de Jesucristo, si tenemos la mirada puesta en Él y somos así llevados por la nueva fuerza de la gravedad de la Gracia».
Este seguimiento exige la entrega total. Reclama la totalidad de su ser. No hay un sacerdocio a media jornada ni a medio corazón.
Para que todo esto sea posible, deben ser hombres de profunda oración. Ustedes bien saben que acá está el secreto de la fidelidad y de la fecundidad. Sean grandes intercesores como lo fue el Cura Brochero y el Cura de Ars. Recuerdo que el día de mi ordenación. El obispo me dijo que si tuviera 15 segundo para decirle algo a sus sacerdotes le diría: recen, recen, recen…
Deben ser hombres de oración y así serán hombres de fe, y serán hombres de esperanza y de alegría.
El momento privilegiado de esta oración es sin duda la Eucaristía de cada día. Será el momento culminante de su existencia y de su ministerio.
Que al celebrar cada día el Santo Sacrificio de la Misa y repetir «Esto es mi cuerpo que se entrega por ustedes» experimenten la necesidad de imitar lo que hacen y de cumplir lo que dicen, inmolándose con Cristo, abrazándose a la Cruz. La espiritualidad sacerdotal es intrínsecamente eucarística, nos lo recuerda nuestro querido Papa Emérito Benedicto XVI en su Exhortación Sacramentum Caritatis. El ardor misionero será auténtico si es una prolongación y consecuencia de la vida eucarística. Como decía San Alberto Hurtado «Mi Misa es mi vida y mi vida es una Misa prolongada».
Que se graben en el corazón de cada uno de ustedes las palabras de Jesús que escucharon en el Evangelio: «Como el Padre me amó también yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor” (Jn, 15,9). Y la respuesta de hoy sea para siempre: “Hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él”.
Para terminar, les pido que consagren sus sacerdocio a María Santísima, no sólo porque lo pongan en sus manos, sino porque de alguna manera le den a la Virgen una potestad sobre todo lo de ustedes
Que Ella sea apoyo eficaz en el camino de la santificación, fortaleza constante en las pruebas y energía poderosa en el apostolado.
Que Ella les conceda la gracia de la generosidad en la entrega, un amor ardiente y misericordioso…
Queridos hijos, que Dios los bendiga, la situación actual exige sacerdotes santos, orantes y misioneros.
Bendiga a sus familias y comunidades parroquiales de origen y a las que los han acompañado en esta última etapa, de una manera muy especial a los formadores del Seminario.
Que el dueño de la mies nos siga concediendo abundantes y santas vocaciones.
Gracias al Pastor Carlos Brauer de la Iglesia del Río de la Plata, que ha querido acompañarnos
Permítanme terminar invocando a Nuestra Madre, parafraseando a la Beata Teresa de Calcuta:,
Nuestra Señora del Rosario, Madre de los sacerdotes
- Concédeles: tu ayuda maternal para que puedan dominar sus debilidades;
- Tu plegaria para que puedan ser hombres de oración;
- Tu amor para que puedan iluminar a mis hermanos como hombres de perdón,
- Tu bendición para que sean nada menos, que la imagen de Tu Hijo, Nuestro Señor y Salvador Jesucristo;
- Tu presencia de Madre, para que vivan con alegría su soledad sacerdotal,
- Tu humilde confianza para que sean fieles en los momentos de desaliento y de fatiga.
En tus manos, MADRE, pongo el sacerdocio y las vidas de Darío, Marcelo, Ignacio; Horacio y Rodrigo.
Que naveguen Mar adentro, que tiren las redes, una y mil veces sin cansarse.
Guarda en tu amor, la pureza de sus corazones para Jesús. Que así sea
Mons. Juan Alberto Puiggari
Arzobispo de Paraná