La 111° Asamblea Plenaria del Episcopado Argentino comenzó este lunes 11 en la Casa de Retiro El Cenáculo de Pilar con la presencia del Arzobispo de Paraná, Mons. Juan Alberto Puiggari junto a más de cien obispos argentinos.

Las deliberaciones se iniciaron por la tarde, con el rezo de la oración por el Congreso Eucarístico Nacional que se desarrollará en octubre. Luego Mons. Arancedo invitó también a realizar una oración por la memoria de Mons. Moisés Blanchoud, arzobispo emérito de Salta, fallecido recientemente.

Luego de las palabras del Nuncio Apostólico, los obispos comenzaron el acostumbrado intercambio pastoral, donde se expresaron libremente sobre temas diversos a partir de la realidad social y pastoral de sus diócesis y regiones pastorales. A continuación, compartimos el texto completo de la homilía de Mons. José María Arancedo, presidente de la CEA, en la misa de apertura.

 

 

Queridos hermanos:

Comenzamos nuestra 111° Asamblea Plenaria en un año marcado por grandes acontecimientos que hacen a la vida de la Iglesia en nuestra Patria. Es el Año Santo de la Misericordia, del Congreso Eucarístico Nacional en Tucumán en el marco del Bicentenario, y también de gratitud y alegría por la canonización del Cura Brochero y la beatificación de Mama Antula. Son momentos de gracia llamados a enriquecer la vida de nuestras Iglesias particulares. Desde la fe contemplamos el camino de Dios, que en su providencia acompaña nuestro peregrinar: “si queremos entender lo que es la fe  tenemos que narrar su recorrido” (L.F. 8). La historia de santidad en nuestro pueblo es una narración del recorrido de la fe que hemos recibido y nos compromete.  

El evangelio de san Juan que acabamos de proclamar nos habla, precisamente, de la fe: “¿Qué debemos hacer para realizar las obras de Dios?, es la pregunta de los apóstoles. Jesús les respondió: la obra de Dios es que ustedes crean en aquel que él ha enviado” (Jn. 6, 28). El Año Santo de la Misericordia es una invitación a renovar la fe para contemplar a Jesús y alcanzar lo que san Pablo nos pide con insistencia: “Tengan los mismos sentimientos de Cristo Jesús” (Flp. 2, 5). Es un año de intimidad con el Señor para descubrir en su vida “el rostro de la misericordia del Padre”. Veo tres pasajes en la vida de Jesús que nos orientan a conocer y a vivir su misericordia. Me atrevería a hablar de un camino de la misericordia en Jesús que llega a su plenitud en la entrega de la cruz.

El primer pasaje de este camino lo veo en su constante referencia al Padre, como su fuente, diría el secreto de su vida y misión. Así lo vemos cuando les dice a sus padres: “¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?” (Lc. 2, 49); o, cuando al finalizar su ministerio, les dice a sus discípulos: “es necesario que el mundo sepa que yo amo al Padre y actúo como él me ha ordenado” (Jn. 14, 312). Vivir de esta mirada “a las cosas de mi Padre”, era para Jesús el centro y fuente de su vida. Esta referencia es, también para nosotros, un camino que nos introduce con Cristo en el conocimiento de la vida del Padre. Lo imagino, por ello, un año de intimidad con el Señor para alcanzar la gracia de ser misericordiosos como su Padre.

Un segundo momento lo veo en esa actitud del Señor a lo largo de todo el evangelio, que nos habla de la misericordia a través de su cercanía y capacidad de compasión. Jesús sintió compasión (Mt. 9, 36). La cercanía crea el espacio, nos dispone, la compasión es un don del Espíritu que nos da ese conocimiento que lleva a identificarnos con el otro, con el que sufre. Es un don, una gracia, es un conocimiento que no nos deja indiferentes, percibe en el otro una pregunta que nos compromete. ¡Qué importante es saber escuchar esas preguntas que nos rodean y esperan nuestra respuesta! De Jesús se dijo que: “pasó haciendo el bien” (Hech. 10, 38), es decir, asumiendo y amando en lo concreto de su vida la misión que el Padre le confió. La misericordia del pastor es una virtud que va formando ejemplarmente la comunidad, porque en ella se percibe la presencia viva del amor de Dios.

Hay, finalmente, un pasaje en el que Jesús nos muestra particularmente la misericordia, al hablarnos del carácter servicial de la autoridad. Presidir en nombre de Cristo-Cabeza es un don para la edificación de la Iglesia, es un servicio que tiene mucho de silencio, de cruz y de gozo en el Señor. Somos pastores, no podemos entrar en la dinámica de una autoridad que no tenga su fuente en el evangelio. Cuando los apóstoles discutían entre sí sobre quién era el mayor, Jesús les habla de su autoridad: “Y sin embargo, les dice, yo estoy entre ustedes como el que sirve” (Lc. 22, 27). Por provenir de Cristo la debemos ejercer con esa humilde firmeza de la verdad, pero con una actitud de paciente bondad que es expresión de un amor libre, maduro y servicial. La misericordia purifica, eleva y enriquece la autoridad del pastor.

Queridos hermanos, a cada Asamblea Plenaria traemos como pastores los gozos y las angustias, las dificultades y las esperanzas de nuestra gente, especialmente “de los pobres y de cuantos sufren” (G.S. 1). Ellos “son los preferidos del Señor”. Considero importante en este momento de nuestra Patria fortalecer una cultura del diálogo y el encuentro, de la honestidad, la ejemplaridad y el trabajo, junto a la exigencia moral de la equidad y la solidaridad, especialmente de quienes más tienen y pueden. Sin asumir estas actitudes no es posible crecer en una sociedad justa y en paz. Pongamos a los pies de nuestra Madre de Luján los trabajos ya iniciados, y pidamos la asistencia del Espíritu Santo para ser fieles discípulos del Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo. Amén.