“Cantaré eternamente tu misericordia”

Querido Sr. Cardenal Estanislao Karlic            

Queridos hermanos sacerdotes y diáconos

Queridos consagrados y seminaristas

Queridos hermanos en el Señor

Estamos celebrando esta Eucaristía tan plena de significado eclesial. En ella, los óleos santos están en el centro de la acción litúrgica. Son consagrados por el Obispo en la catedral como materia de los sacramentos que se administrarán durante todo el año en nuestra Arquidiócesis. Así, se manifiesta  la unidad de la Iglesia y remiten a Cristo, el verdadero «pastor y guardián de nuestras almas» (cf.1 P2,25). Al mismo tiempo, dan unidad a todo el año litúrgico, anclado en el misterio del jueves santo.  En cuatro sacramentos, el óleo es signo de la misericordia de Dios que llega a nosotros: en el bautismo, en la confirmación como sacramento del Espíritu Santo, en los diversos grados del sacramento del orden y, finalmente, en la unción de los enfermos, en la que el óleo se ofrece como medicina de Dios, como la medicina que ahora nos da la certeza de su bondad, que nos debe fortalecer y consolar, pero que, al mismo tiempo, y más allá de la enfermedad, remite a la curación definitiva: la resurrección.  De este modo, el óleo, en sus diversas formas, nos acompaña durante toda la vida: comenzando por el catecumenado y el bautismo hasta el momento en el que nos preparamos para el encuentro con Dios Juez y Salvador.

La Misa Crismal se dirige, de modo particular, a nosotros los sacerdotes: nos habla de Cristo, El ungido de Dios, Rey y Sacerdote, de Aquel que nos hace partícipes de su sacerdocio, de su “unción”, en nuestra ordenación sacerdotal, y que hoy queremos recordar y avivar siguiendo la exhortación de San Pablo a su discípulo Timoteo que reavivemos siempre el don que está en nosotros por la imposición de manos del Obispo ( 1 Tim 4, 14).

“El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido”. Estas palabras de Isaías, que Jesús se aplica a sí mismo en la Sinagoga de Nazaret, debe tocar profundamente nuestros corazones sacerdotales en esta noche; es una unción que marca para siempre la persona y la vida de todo cristiano, desde su bautismo; pero esuna unción que marca para siempre especialmente la persona y vida de los presbíteros, desde el día de nuestra ordenación, para llevar un gesto de consolación al pobre, anunciar la liberación a cuantos están prisioneros de las nuevas esclavitudes , para restituir la vista a los que no pueden ver por tantas nuevas formas de ceguera.

Hoy, queridos hermanos, renovamos, como cada año  las promesas que hicimos el día de nuestra ordenación sacerdotal. El pueblo fiel es testigo de que asumen con gozo el don y el compromiso de seguir al Señor, de ser fieles a su llamada. Y queremos hacerlo con la gracia de Dios, en la totalidad de nuestro ser y para siempre, para anunciar, con valentía, el Evangelio a los pobres. Como pastores en medio de nuestro pueblo conocemos los gozos y las esperanzas, las angustias y las tristezas de los hombres de nuestro tiempo. Queremos ser buenos samaritanos para poner en las heridas de tantos  hermanos que sufren, el aceite del consuelo y el vino de la esperanza.
Esta celebración está enmarcada en este tiempo de gracia que es  el Jubileo extraordinario de la Misericordia. El Santo Padre nos exhorta a que inspiremos nuestro año en la Bienaventuranza: “Dichosos los misericordiosos porque encontrarán misericordia” (Mt 5,7). “Como ama el Padre, así aman los hijos. Como Él es misericordioso, así estamos llamados a ser misericordiosos los unos con los otros” (MV n.9).

Como nos dice el Papa Francisco: «la misericordia es la viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia…La credibilidad de la Iglesia pasa a través del camino del amor misericordioso y compasivo. La Iglesia vive un deseo inagotable de brindar misericordia”  “Su vida es auténtica cuando profesa y proclama la misericordia” (MV n.10).

Queridos hermanos: El Papa nos pide, especialmente a los sacerdotes, que demos testimonio en primera persona, con nuestro lenguaje y con los gesto,  de la bondad de Dios. Nuestras Parroquias deben ser un oasis de misericordia.

¿Qué significa misericordia para los sacerdotes?

Está en nosotros como ministros de la Iglesia, tener vivo este mensaje, sobre todo en la predicación, en los gestos, en los signos y en las elecciones pastorales.

Permítanme señalar, siguiendo al Papa, algunas actitudes que son imprescindibles para tener un corazón como el de Jesús.

A imagen del Buen Pastor, el sacerdote es un hombre de misericordia y de compasión, cerca de su gente y servidor de todos. Este es un criterio pastoral, hoy fundamental, la cercanía, la proximidad. No caigamos en la indiferencia que humilla, en la habitualidad que anestesia. Tenemos que hacer un gran esfuerzo en acoger a cada hermano, especialmente a los pobres, enfermos y pecadores, como el mismo Cristo.

Pero el gran gesto de misericordia del sacerdote es la disponibilidad para el sacramento de la reconciliación. Así decía el Papa a los sacerdotes en Cuba

«Es preciso volver al confesionario, como lugar en el cual celebrar el sacramento de la Reconciliación, pero también como lugar en el que “habitar” más a menudo, para que el fiel pueda encontrar misericordia, consejo y consuelo, sentirse amado y comprendido por Dios y experimentar la presencia de la Misericordia divina, junto a la presencia real en la Eucaristía». Benedicto XVI

      Junto a la Celebración Eucarística diaria, la disponibilidad a la escucha de las confesiones sacramentales, a la acogida de los penitentes, y a nuestra oraciones la medida real de la caridad pastoral del sacerdote y, con ella,  se testimonia que se asume con gozo y certeza la propia identidad.

También el Papa nos insiste sobre las obras de misericordia espirituales y corporales y nos pone como punto de partida el perdonar y dar, el no juzgar y no condenar.

 Dios  ha dado una nueva manifestación de su misericordia hacia el pueblo argentino en este año del Bicentenario con la próxima beatificación del beato Cura Brochero; un regalo de Dios. Modelo de sacerdote cabal, hombre de fe  de pastor, de una vida pobre y entregada, que a través de sus obras de misericordia logró conseguir que Dios penetrara en los corazones de los que habitaban en la Traslasierra. Que su ejemplo e intercesión nos ayuden a ser humildes servidores, sobre los cuales se inclina la misericordia de Dios para poder ofrecer así nuestra vida por amor a nuestro pueblo.

Permítanme, para terminar, insistir en un actitud que expresa también nuestro corazón misericordioso: tenemos que renovar nuestro compromiso para trabajar todos juntos por la conversión pastoral de nuestras parroquias en verdaderas comunidades misioneras y misericordiosas.

Francisco, nos ha dicho, más de una vez que hacer las cosas como se han hecho siempre es una alternativa “de muerte”. Por eso ha exhortado a “correr el riesgo, con la oración,  con la humildad de aceptar lo que el Espíritu Santo”, nos pide “cambiar”. A los Obispos mexicanos les advertía sobre la tentación de buscar soluciones viejas a los problemas nuevos.

Repito, una vez más, aquellas palabras lúcidas de nuestro Papa Emérito Benedicto XVI: ¡Pobres de nosotros  sí, satisfechos, contentos, pero sin inquietud en el alma, seguimos viviendo, como si, de hecho, nada hubiera ocurrido, sin cambiar nada, haciendo lo mismo de lo mismo!, acostumbrados a ese  gris pragmatismo de la vida cotidiana de la Iglesia, en el cual aparentemente todo procede con normalidad, pero en realidad la fe se va desgastando y degenerando en mezquindad”.

Queridos hermanos los invito, una vez más, a comprometerse con renovada generosidad y esperanza en esta segunda parte del III Sínodo Arquidiocesano. Hoy quiero pedirle al Señor para toda nuestra Iglesia, que descubramos este camino arduo, que exige humildad, capacidad de perdonar y de amar, de valorarnos unos a otros de corazón, de descubrir que el otro es un don para mí y yo lo soy para la Iglesia, y así apreciar la riqueza de la unidad en la diversidad de vocaciones, carismas y ministerios.

Queridos hermanos sacerdotes gracias por todo el trabajo silencioso, entregado y generoso. Soy consciente de las dificultades que están viviendo pero los aliento a que poniendo la mirada en Jesús Buen Pastor sigan poniendo su esperanza en aquél que nunca defrauda.

Queridos hermanos ,mañana Jueves Santo, celebraremos la institución del sacerdocio. En la historia del sacerdocio, también en la nuestra, se advierte la oscura presencia del pecado. La fragilidad humana ha ofuscado el rostro de Cristo. Y ¿cómo asombrarnos? Cuando Nuestro Señor instituía el sacerdocio, Judas consumo su traición, Pedro experimento su debilidad con su triple traición. En este día quiero  agradecer al Pueblo de Dios porque a pesar de nuestra fragilidad siguen creyendo en la fuerza de Cristo que actúa a través de sus sacerdotes.

Pero también quiero  ante Dios y ustedes, queridos hermanos, pedir perdón por nuestros pecados e infidelidades que han escandalizados a muchos y decirles  que sólo cuando se ve bien, el nexo entre verdad y amor, la cruz se hace comprensible en su verdadera profundidad. El perdón tiene que ver con la verdad, y exige la Cruz del Hijo y nuestra conversión que es restauración de la verdad.

Recen mucho por nosotros y con nosotros. La oración es el primer lugar del aprendizaje de la esperanza. Cuando nadie me escucha, Dios me escucha; cuando no puedo hablar con ninguno, siempre puedo hablar con Dios y Él me ayuda. Recen para que podamos renovar nuestro sacerdocio y ser más una transparencia de la misericordia de Dios.

Les pido a todos que no dejemos de rezar para que aumenten las vocaciones sacerdotales, consagradas y laicales para la Nueva Evangelización. Tengamos presente en nuestra oración de hoy, a los sacerdotes  que están trabajando o estudiando en  otras Diócesis.

Que María, nos ayude a descubrir en la Eucarística,la fuente para poder vivir con exigencias el Evangelio que no es otro que Su Hijo , al que hay que conocer, amar e imitar para transformar la historia.

Santísima Virgen del Rosario, Madre y Reina de la Misericordia, ayúdanos  a corresponder a este tiempo de gracia  y  también de  dolor y que sintamos el gozo de vivir y trabajar en la Iglesia de Jesucristo, con la convicción que el camino es la santidad, el bien y la verdad.

A Jesucristo, nuestro Maestro y Redentor, que ahora se inmola y sacrifica por nosotros en esta Misa Crismal, la gloria y el poder por los siglos de los siglos ( Ap 1, 6). 

Amén