El Sínodo se hace con ocasión del centenario del primer sínodo paranaense. La memoria histórica es el contexto pero la principal inspiración la da nuestro actual pontífice Francisco quien nos ha enseñado recientemente que “en orden a que este impulso misionero sea cada vez más intenso, generoso y fecundo, exhorto también a cada Iglesia particular a entrar en un proceso decidido de discernimiento, purificación y reforma.” (EG 30). Verdaderamente estas palabras nos comprometen a una acción pastoral con un  nuevo impulso misionero. Esto hace que sea conveniente reunir las fuerzas y aunar los esfuerzos en la búsqueda de objetivo.

Memoria, presencia y profecía: ése es el nombre de este acontecimiento eclesial: mientras se enmarca en el centenario del primer Sínodo quiere ser una “mirada” actualizada del caminar de la Iglesia arquidiocesana hoy y a su vez una proyección hacia adelante, procurando hacerla más lúcida, más disponible, más cercana, en continuidad con el pedido del papa argentino.

 

Un sencillo comentario a la oración misma

 

“Bendito seas, Dios y Padre nuestro”: es una oración dirigida a Dios: se lo bendice porque Él nos ha bendecido de múltiples maneras a lo largo de la historia de la salvación, teniendo en cuenta que la culminación de las bendiciones divinas ha sido el acontecimiento Jesucristo y más aún la Pascua del Señor. De hecho, la celebración de la Eucaristía es la permanente actualización de la principal  bendición divina hecha al hombre en Cristo, cuya culminación es la Pascua. No hay otra bendición mayor que la Comunión con el Señor.

La oración continúa: “que nos convocas al Sínodo Arquidiocesano para que crezcamos, por nuestra conversión espiritual y pastoral, como discípulos en el misterio de la Iglesia, sacramento universal de salvación”. En efecto, la Iglesia es el pueblo convocado por el Señor y hoy la iglesia paranaense es convocada a un Sínodo, es decir a un “caminar juntos” (etimología de la palabra Sínodo) justamente “para que crezcamos, por nuestra conversión espiritual y pastoral, como discípulos en el misterio de la Iglesia, sacramento universal de salvación.

Conversión equivale a cambio, metanoia, revisión. Como pide el papa Francisco, se trata de “entrar en un proceso decidido de discernimiento, purificación y reforma”; es, en consecuencia, una mirada profunda hacia y desde el corazón (es decir desde la interioridad, desde la sede de las elecciones) para dejarnos interpelar por el Espíritu Santo acerca de nuestra condición de discípulos (oyente a los pies del Señor como María de Betania); es una revisión de nuestro modo de actuar pastoral para discernir acerca de la mayor o menor cercanía al modo de actuar de Jesús. Él es el Maestro: enseña con palabras y gestos. Una conversión pastoral debe “mirar” necesariamente el modo de hablar y actuar del Maestro y Señor, de quien toma inspiración la Iglesia en general y cada cristiano en particular para su modo de vida. (Cf. Jn, 13).

“Tú quieres que el Sínodo, expresión de la Iglesia, pueblo reunido en la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, nos dé a Cristo en el amor de su muerte y resurrección y que nosotros respondamos como misioneros”. La Iglesia es un pueblo reunido en la unidad de la Trinidad: como Dios es uno y trino (en su vida intratrinitaria: vida de relación interpersonal y comunional), la Iglesia es Misterio, Comunión y Misión. Precisamente el ser de la Iglesia se explica por su íntima comunión con el Misterio de Cristo pascual del cual ella nace. La Iglesia asistida por la presencia purificadora y santificadora del Espíritu, es el Cuerpo místico de Cristo que une la diversidad de los cristianos entre sí y  a su vez ofrece a la humanidad  la salvación de Cristo: de ahí que sea profundamente misionera. Invita a todos los hombres a formar parte de ese Cuerpo cuya Cabeza es Jesucristo. Al darnos a “a Cristo en el amor de su muerte y resurrección, nosotros debemos responder como misioneros” (en palabras de Benedicto en “éxtasis”, “interpretado por Francisco: “Iglesia en salida”). Precisamente, el nombre del Sínodo es Memoria, presencia y profecía, es decir que este acontecimiento eclesial mientras se enmarca en el centenario del primer Sínodo quiere ser una “mirada” actualizada del caminar de la Iglesia arquidiocesana hoy y a su vez una proyección hacia adelante, procurando hacerla más lúcida, más disponible, más cercana, en continuidad con el pedido del papa argentino.

“Con nuestra vida de fe, esperanza y caridad…”: la respuesta a Dios es una vida teologal, y las virtudes teologales se nos regalan en el Bautismo pero debe acrecentarse a lo largo de nuestra vida cristiana, teniendo en cuenta que el don requiere recibirlo, agradecerlo, cultivarlo, compartirlo… Es don y tarea, es don que lleva a la alegría del haberlo recibido y a la alegría de transmitirlo. Transmitir la fe y la esperanza con el testimonio de una vida de caridad es el compromiso de los cristianos en el caminar hacia la “Patria”. Allí la fe dará lugar a la visión, la esperanza a la posesión y la caridad, comenzada aquí se plenificará para siempre en la eternidad junto a Dios. “A cada uno según su carisma”: éste es un punto particularmente relevante, dado que Dios distribuye dones, ministerios, carismas para la edificación de la Iglesia y ciertamente para la santificación de los miembros de la misma de acuerdo a los diversos estados de vida. Es particularmente aconsejable meditar el texto de San Pablo a los corintios: “Ciertamente, hay diversidad de dones, pero todos proceden del mismo Espíritu. Hay diversidad de ministerios, pero un solo Señor. Hay diversidad de actividades, pero es el mismo Dios el que realiza todo en todos. En cada uno, el Espíritu se manifiesta para el bien común” (cf.1Cor.12,4-7). También puede ser útil recordar las enseñanzas de San Francisco de Sales en relación a la vida cristiana:  “En la creación, manda Dios a las plantas que den sus frutos, cada una según su especie; de la misma manera que a los cristianos, plantas vivas de la Iglesia, les manda que produzcan frutos de devoción (caridad), cada uno según su condición y estado. De diferente manera han de practicar la devoción el noble y el artesano, el criado y el príncipe, la viuda, la soltera y la casada; y no solamente esto, sino que es menester acomodar la práctica de la devoción a las fuerzas, a los quehaceres y a las obligaciones de cada persona en particular” (Introducción a la vida devota, c. III)

La oración continúa: “en cada Eucaristía, en cada acto de libertad”… La Eucaristía es el centro y la culminación de todas las actividades de la Iglesia. No sólo la Iglesia hace la Eucaristía sino que ésta hace la Iglesia, ya que el Cuerpo eucarístico de Cristo perfecciona el Cuerpo Místico y lo cohesiona ya que no es otra cosa que Jesucristo sacramentalmente presente constituyéndose en el acontecimiento fundante de la unidad eclesial. Desde antiguo esta unidad ha sido significada por la multitud de granos que componen un mismo pan y de uvas que forman el vino… Dones de la tierra y del trabajo del hombre que ya significan la unidad; luego de “eucaristizados, quien crea la unidad es Jesucristo mismo que une a sí y crea la unidad respetando igualmente la diversidad.

Además, la libertad es el don más precioso del hombre y paradojalmente es su riesgo: el hombre puede equivocarse. Por eso se le pide al Señor que el cristiano pueda ejercer con hondura su libertad, su elección orientada siempre al bien sea temporal sea eterno. Es necesario ser conscientes que la libertad del hombre no es absoluta y que ha quedado herida después del pecado original. Por eso debe ser permanentemente fortalecida por los auxilios de la gracia divina para combatir bien el combate de la fe y permanecer fiel al Señor para recibir la “corona de gloria”, prometida a los “caminantes” y “combatientes”.

La oración concluye con esta afirmación: “Como es entero tu amor, sea entera nuestra entrega”. La entrega de Jesús por amor al Padre es total: sin reservas. (cf. Jn. 13,1). Es una invitación hecha por el Señor a sus discípulos: la entrega de la vida cada día: en las alegrías y en las tristezas. Es, en definitiva, procurar que la vida misma sea un culto agradable a Dios. (cf. Rom. 12,1s). El Amén es siempre asentimiento, acto de confianza.

Las letanías completan esta oración.

  • Virgen del Rosario, Madre de la Iglesia, intercede ante tu Hijo Jesús.
  • San Juan Pablo II, que peregrinaste por Paraná, acompáñanos.

Beato Cura Brochero, ruega por la santidad de nuestras parroquias.

Estas tres letanías permiten unirnos a los bienaventurados, reclamando su intercesión. Primero a la Virgen Santísima, invocada bajo la advocación del Rosario ya que es la patrona de la ciudad de Paraná y de la arquidiócesis, luego del recientemente canonizado San Juan Pablo II que ha visitado esta ciudad y finalmente del recientemente beatificado Cura Brochero (de quien este año se ha celebrado el centenario de su muerte), ya que ha sido un pastor ejemplar (un párroco entregado al servicio del Señor y de la Iglesia). La figura del Cura Brochero es sumamente elocuente por sí misma pero particularmente lo es porque el tema del Sínodo será la Parroquia.

 

Cabe recordar una enseñanza del papa Benedicto XVI: “Los santos son los verdaderos portadores de luz en la historia, porque son hombres y mujeres de fe, esperanza y amor” (DCE 40). “Verdaderamente toda la historia de la Iglesia es historia de santidad, animada por el único Amor que tiene su manantial en Dios”. “La vida de los santos no comprende sólo su biografía terrena, sino también su vida y actuación en Dios después de su muerte. En los santos es evidente que, quien va hacia Dios, no se aleja de los hombres, sino que se hace realmente cercano a ellos. En nadie lo vemos mejor que en María”. (DCE 42) – Han pertenecido a la Iglesia peregrina y no se desentienden de ella perteneciendo ahora a la Iglesia celestial.