Catedral Nuestra Señora del Rosario de Paraná
6 de junio de 2015
 

  

Jesús a quien ahora contemplo bajo un velo
¿Cuándo se cumplirá lo que tanto anhelo? 
Que un día cara a cara en el más allá
Te vea y sea feliz por toda la eternidad.

 

 

Queridos hermanos en el Señor:

 

La Eucaristía, es la fuente y culmen de la vida cristiana porque es la manifestación más grande del amor de Jesús por nosotros, y lo es de una manera tal que establece un contacto personalísimo con cada uno.

 

Por eso esta celebración es para adorar, agradecer, meditar y contemplar este don extraordinario: un don de todo el ser de Jesús, quien se pone a nuestro servicio, no sólo lavando los pies de los apóstoles, sino dándose a nosotros como alimento y bebida. No tenía una manera más sublime de hacerlo.

 

Los textos que acabamos de leer nos hacen reflexionar sobre la alianza.

 

Ya en el Antiguo Testamento, Dios establece una alianza con su pueblo, lo libera de Egipto y la establece en el Sinaí, sobre la base de un compromiso recíproco: Dios se ocupa de su pueblo, a guiarlo, a protegerlo, a salvarlo en caso de peligro y el pueblo, por su parte, promete a Dios observar la ley: «Haremos todo lo que manda el Señor y obedeceremos todo lo que el Señor ha dicho».

 

La alianza queda ratificada con los sacrificios de comunión. Moisés sacrifica novillos y con la sangre roció a su pueblo diciendo; «ésta es la sangre de la alianza que ahora el Señor hace con ustedes».

 

Por la debilidad del hombre, resulta ineficaz y esto porque es una alianza externa que no se ha establecido en el corazón del hombre. La sangre de animales no tiene ninguna eficacia para cambiar el corazón del hombre, no puede lograr la unión con Dios, es un rito simbólico que prefigura el establecimiento de la nueva alianza con la sangre de Jesús.

 

El evangelio nos relata cómo se realizó la nueva y definitiva alianza entre Dios y los hombres. En la última Cena el Señor realiza un gesto sorprendente: «Tomen, éste es mi cuerpo», «esta es mi sangre, la sangre de la Alianza que se derrama por muchos». El Señor no fue a buscar chivos y terneros, sino que ofreció su vida y la transformó en sacrificio de alianza.

 

 

 

Este gesto de Jesús en la última cena ilumina su pasión y su muerte, transformándola en victoria, porque su amor vence al mal y a la muerte y así seamos capaces de recibir la herencia eterna.

 

Su sacrificio es plenamente eficaz, purifica nuestras conciencias de las «obras de muerte» y nos comunica la santificación necesaria para servir al Dios vivo. Se trata de una victoria completa y definitiva, como lo expresa en un tono de júbilo la carta a los Hebreos.

 

Esta nueva Alianza es ante todo un don del inmenso amor de Dios por el hombre. En esta Solemnidad, debemos estar llenos de alegría y de gratitud por el amor sin límites de nuestro Señor que se ofreció a sí mismo para ofrecer una alianza eterna entre Dios y el hombre. De esta manera, la Eucaristía actualiza la Alianza que nos santifica, nos purifica y nos une en comunión admirable con Dios.

 

Ante esta realidad el estupor de la Iglesia no cesa jamás, nos decía Francisco. Una maravilla que alimenta siempre la contemplación, la adoración, la memoria. Nos lo demuestra un texto muy bello de la Liturgia de hoy, el Responsorio de la segunda lectura del Oficio de las Lecturas, que dice así: «Reconozcan en este pan, a aquél que fue crucificado; en el cáliz, la sangre brotada de su costado. Tomen y coman el cuerpo de Cristo, beban su sangre, porque ahora son miembros de Cristo. Para no disgregarse, coman este vínculo de comunión; para no despreciarse, beban el precio de su rescate».

 

«Nos preguntamos: ¿qué significa, hoy, disgregarse y disolverse? Nosotros nos disgregamos cuando no somos dóciles a la Palabra del Señor, cuando no vivimos la fraternidad entre nosotros, cuando competimos por ocupar los primeros lugares, cuando no encontramos el valor para testimoniar la caridad, cuando no somos capaces de ofrecer esperanza.

 

La Eucaristía nos permite el no disgregarnos, porque es vínculo de comunión y cumplimiento de la Alianza, señal viva del amor de Cristo que se ha humillado y anonadado para que permanezcamos unidos. Participando de la Eucaristía y nutriéndonos de ella, estamos incluidos en un camino que no admite divisiones…

 

Jesús ha derramado su Sangre como precio y como baño sagrado que nos lava, para que fuéramos purificados de todos los pecados… Y entonces experimentaremos la Grada de una transformación: nosotros siempre seguiremos siendo pobres pecadores, pero la Sangre de Cristo nos librará de nuestros pecados y nos restituirá nuestra dignidad. Nos liberará de la corrupción. Sin mérito nuestro, con sincera humildad, podremos llevar a los hermanos el amor de nuestro Señor y Salvador. Seremos sus ojos que van en busca de Zaqueo y de la Magdalena; seremos su mano que socorre a los enfermos del cuerpo y del espíritu; seremos su corazón que ama a los necesitados de reconciliación, de misericordia y de comprensión.

 

Hoy, fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo, tenemos la alegría no solamente de celebrar este misterio, sino también de alabarlo y cantarlo por las calles de nuestra ciudad. Que la procesión que realizaremos al final de la Misa, pueda expresar nuestro reconocimiento por todo el camino que Dios nos ha hecho recorrer a través del desierto de nuestras miserias, para hacernos salir de la condición servil, nutriéndonos de su Amor mediante el Sacramento de su Cuerpo y de su Sangre.

 

Dentro de poco, mientras caminemos a lo largo de las calles, sintámonos en comunión con tantos de nuestros hermanos y hermanas que no tienen la libertad para expresar su fe en el Señor Jesús. Sintámonos unidos a ellos: cantemos con ellos, alabemos con ellos, adoremos con ellos. Y veneremos en nuestro corazón a aquellos hermanos y hermanas a quienes les ha sido requerido el sacrificio de la vida por fidelidad a Cristo: que su sangre, unida a aquella del Señor, sea prenda de paz y de reconciliación para el mundo entero. Y no olvidemos: para no disgregarnos, coman este vínculo de comunión, para no disolverse beban el precio de su rescate».

 

Francisco, Corpus Christi 2015

 

 

 

Queridos hermanos: María es quien ancló Dios a la tierra. Es imposible amar a la Eucaristía sin amar y ser agradecidos con la que donó a Cristo la carne humana que Él, a su vez, nos dona en el sacramento.

 

Madre ayúdanos a enamorarnos de Jesús Eucaristía, que descubramos que de él tendremos la fuerza para la santificación, para la misión, la solidaridad y para hacer un acontecimiento del Espíritu el Sínodo que hemos comenzado.

 

«Buen Pastor, Pan verdadero, ¡Oh Jesús! ten piedad”.