Paraná 7 de octubre de 2014

 

Queridos hermanos:
El Querido Papa Francisco nos dice en su Exhortación Evangelii Gaudium, refiriéndose a ese pasaje tan conmovedor de Jn (19,26-27):
«285. En la cruz, cuando Cristo sufría en su carne el dramático encuentro entre el pecado del mundo y la misericordia divina, pudo ver a sus pies la consoladora presencia de la Madre y del amigo. En ese crucial instante, antes de dar por consumada la obra que el Padre le había encargado, Jesús le dijo a María: «Mujer, ahí tienes a tu hijo». Luego le dijo al amigo amado: «Ahí tienes a tu madre» (Jn 19,26-27). Estas palabras de Jesús al borde de la muerte no expresan primeramente una preocupación piadosa hacia su madre, sino que es más bien una fórmula de revelación que manifiesta el misterio de una especial misión salvífica. Jesús nos dejaba a su madre como madre nuestra. Sólo después de hacer esto Jesús pudo sentir que «todo está cumplido» (Jn 19,28). Al pie de la cruz, en la hora suprema de la nueva creación, Cristo nos lleva a María. Él nos lleva a ella, porque no quiere que caminemos sin una madre, y el pueblo lee en esa imagen materna todos los misterios del Evangelio. Al Señor no le agrada que falte a su Iglesia el icono femenino. Ella, que lo engendró con tanta fe, también acompaña «al resto de sus hijos, los que guardan los mandamientos de Dios y mantienen el testimonio de Jesús» (Ap 12,17)»…

.» María es la que sabe transformar una cueva de animales en la casa de Jesús, con unos pobres pañales y una montaña de ternura. Ella es la esclavita del Padre que se estremece en la alabanza. Ella es la amiga siempre atenta para que no falte el vino en nuestras vidas. Ella es la del corazón abierto por la espada, que comprende todas las penas. Como madre de todos, es signo de esperanza para los pueblos que sufren dolores de parto hasta que brote la justicia. Ella es la misionera que se acerca a nosotros para acompañarnos por la vida, abriendo los corazones a la fe con su cariño materno. Como una verdadera madre, ella camina con nosotros, lucha con nosotros, y derrama incesantemente la cercanía del amor de Dios. A través de las distintas advocaciones marianas, ligadas generalmente a los santuarios, comparte las historias de cada pueblo que ha recibido el Evangelio, y entra a formar parte de su identidad histórica». EG 286
Estos dos aspectos que señala el Papa: la virgen que acompaña a sus hijos en el caminar como pueblo y que comparte su historia formando parte de su identidad, la vemos claramente reflejada en nuestra querida Madre bajo esta advocación de Nuestra Señora del Rosario.
Desde el comienzo de su historia el primer grupo de pobladores se nuclea en torno a una humilde capilla dedicada a esta advocación y ubicada en un lugar llamado «Baxada del Paraná» a orillas del río. En 1730 se crea allí una parroquia. El amor a la Virgen es el lazo de unidad y factor de progreso.
Por eso con gratitud y justicia la reconocemos como fundadora y Patrona de nuestra ciudad.
La Asamblea General Constituyente, en la sesión del 25 de junio de 1813, eleva al pueblo de la Baxada a la categoría de Villa, bajo la advocación de NUESTRA SEÑORA DEL ROSARIO.
En 1825, deseoso del nombramiento de un patrono o patrona de la cuidad, se decide la realización de un plebiscito popular. La elección es entre la Virgen del Rosario, San Miguel Arcángel y Santa Rosa de Lima, resultando electa la Virgen del Rosario.

No podemos olvidar la importancia de Su presencia en nuestra historia. Ella fue el elemento aglutinante y de poderosa presencia, que con su fina maternidad cobijó a sus hijos en su crecimiento. Junto a Ella nació Paraná; — por eso nació cristiana, — hija de Dios. — Es el alma viviente de nuestro pueblo. — De los brotes de su estirpe —surgieron hombres y mujeres — de vigor audaz y de temple heroico — que dijeron Sí a Dios — y con Él a las exigencias de los hombres y del tiempo, santidad oculta, silenciosa que fue entretejiendo nuestra historia.( Consagración)
Y si pensamos en nuestra historia más cercana como olvidar que ante su venerada imagen rezo el querido San Pablo II, el 9 de abril de 1987 y que entre tantas otras cosas nos decía «El Papa quiere animaros … a que os comprometáis en una nueva evangelización que transcienda las fronteras y se realice en la Argentina y desde la Argentina.»
Y también recordamos con gratitud, uno de los acontecimientos más importante de nuestra historia eclesial, el I Congreso Misionero Americano- Combla VI, en donde más de 2300 congresistas de todo el mundo se congregaron en torno a Nuestra Madre para pedir un nuevo pentecostés misionero.
Hoy nosotros frente a su imagen venerada queremos poner bajo su protección e intercesión el camino humilde que como Iglesia hemos emprendido del III Sínodo Arquidiócesano, con el deseo de trabajar por una conversión Pastoral en clave misionera capaz de transformarlo todo, para cómo nos dice Francisco: las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial se convierta en un cauce adecuado para la evangelización del mundo actual. «La reforma de estructuras que exige la conversión pastoral sólo puede entenderse en este sentido: procurar que todas ellas se vuelvan más misioneras, que la pastoral ordinaria en todas sus instancias sea más expansiva y abierta, que coloque a los agentes pastorales en constante actitud de salida y favorezca así la respuesta positiva de todos aquellos a quienes Jesús convoca a su amistad.

Confiando en la acción del Espíritu Santo, hemos comenzado a recorrer este camino y hoy se lo confiamos a María, queremos redescubrir la presencia materna de la Virgen del Rosario, patrona y fundadora de Paraná. Ella nos precede en el camino hacia Dios. Ella está aquí, con nosotros, desde el origen de nuestra Arquidiócesis. Ella reina desde el trono que los hijos de Paraná han querido erigirle, y quiere reinar en cada hogar.
Nuestra Arquidiócesis y nuestras parroquias necesitan ser marianas, para poder ser verdaderamente cristianas y fecundas.
Por eso, queridos hermanos, la oración del Santo Rosario -personal y comunitaria- será un elemento esencial para obtener de María el don de la docilidad a la acción del Espíritu Santo. La oración de los niños, la oración de los enfermos, la oración de los ancianos, la oración de los pequeños, será una fuente de fecundidad insospechada.
Podríamos llamarlo, al Rosario, el camino de María. Es el camino del ejemplo de la Virgen de Nazaret, mujer de fe, de silencio y de escucha, es el camino de los discípulos que quieren entrar en la escuela de María.
A la Madre del Evangelio viviente le pedimos que interceda para que esta invitación a una nueva etapa evangelizadora de la Arquidiócesis sea acogida por toda la comunidad eclesial. «Ella se dejó conducir por el Espíritu, en un itinerario de fe, hacia un destino de servicio y fecundidad. Nosotros hoy fijamos en ella la mirada, para que nos ayude a que nuestras Parroquias anuncien a todos el mensaje de salvación, y para que los nuevos discípulos se conviertan en agentes evangelizadores.[216] En esta peregrinación evangelizadora podemos pensar que también para nosotros no van a «faltan las etapas de aridez, ocultamiento, y hasta cierta fatiga, como la que vivió María en los años de Nazaret, mientras Jesús crecía…en Ella encontraremos la fortaleza para seguir el camino.
María sabe reconocer las huellas del Espíritu de Dios en los grandes acontecimientos y también en aquellos que parecen imperceptibles. Es contemplativa del misterio de Dios en el mundo, en la historia y en la vida cotidiana de cada uno y de todos. Es la mujer orante y trabajadora en Nazaret, y también es nuestra Señora de la prontitud, la que sale de su pueblo para auxiliar a los demás «sin demora» (Lc 1,39). Esta dinámica de justicia y ternura, de contemplar y caminar hacia los demás, es lo que hace de ella un modelo eclesial para la evangelización. Le rogamos que con su oración maternal nos ayude para que la Iglesia llegue a ser una casa para muchos, una madre para todos los pueblos, y haga posible el nacimiento de un mundo nuevo. Es el Resucitado quien nos dice, con una potencia que nos llena de inmensa confianza y de firmísima esperanza: «Yo hago nuevas todas las cosas» (Ap 21,5).
Con María avanzamos confiados hacia esta promesa, y le pedimos:
«Danos la santa audacia de buscar nuevos caminos
para que llegue a todos
el don de la belleza que no se apaga.
Tú, Virgen de la escucha y la contemplación,
madre del amor, esposa de las bodas eternas,
intercede por la Iglesia, de la cual eres el icono purísimo,
para que ella nunca se encierre ni se detenga
en su pasión por instaurar el Reino.
Estrella de la nueva evangelización,
ayúdanos a resplandecer en el testimonio de la comunión,
del servicio, de la fe ardiente y generosa,
de la justicia y el amor a los pobres,
para que la alegría del Evangelio
llegue hasta los confines de la tierra
y ninguna periferia se prive de su luz.
Madre del Evangelio viviente,
manantial de alegría para los pequeños,
ruega por nosotros.»
Amén.