Monseñor Juan Alberto Puiggari
HOMILIA EN LA TOMA DE POSESIÓN DE LA ARQUIDIOCESIS DE PARANÁ
PARANÁ, 7 DE MARZO DE 2011
Queridos hermanos en el Señor:
Los saludo con todo mi afecto con las palabras del Apóstol San Pablo “…amados por Dios, llamados a ser santos, llegue la gracia y la paz, que proceden de Dios Nuestro Padre, y del Señor Jesucristo” ( Rom 1,7).
“Aquí estoy Señor” para hacer Tu Voluntad. En esta tarde, comienzo mi ministerio episcopal, en comunión con el sucesor de Pedro, nuestro Sumo Pontífice Benedicto XVI, teniendo clara conciencia que me entronco en una antigua y rica tradición eclesial que ha tenido egregios y santos obispos, riqueza de abnegación sacerdotal, de vida consagrada y de laicos que han entregado su vida al servicio de Dios y de los hermanos.
Esta realidad me hace sentir un cierto temor ante la nueva misión que sobrepasa mis capacidades humanas, que no dejan de confundirme, pero, al mismo tiempo, es una invitación a la confianza y a un sereno abandono en Aquel que llama a seguirlo más de cerca. Resuena fuerte en mi corazón las Palabras de Jesús a Pablo “Mi gracia te basta, porque mi poder triunfa en la debilidad” 2Cor 9
Con estos sentimientos me presento ahora ante Ustedes, queridos hermanos y hermanas, de esta querida Iglesia particular de Paraná “no lo hago con sublime elocuencia o sabiduría humana, no pretendo cosa alguna sino anunciar a Jesucristo, y a este crucificado” 1 Cor, 2 1-3
Quiero ser para ustedes, apóstol de Jesucristo, servidor del Evangelio y testigo de la Esperanza que no defrauda.
Una vez más he meditado, en este tiempo, lo que pide la Iglesia al Obispo: El Concilio en Lumen Gentium nos recuerda que «Los Obispos, presiden en nombre de Dios la grey, de la que son pastores, como maestros de doctrina, sacerdotes del culto sagrado y ministros de gobierno, de modo que quien los escucha, escucha a Cristo… y así de modo visible y eminente, hacen las veces del mismo Cristo, Maestro, Pastor y Pontífice, y actúan en lugar suyo.» n.22….
El Documento de Aparecida también nos recuerda con claridad a los Obispos que “el Señor nos llama a promover por todos los medios la caridad y la santidad de los fieles… llamados a ser maestros de la fe y por lo tanto anunciar la Buena Nueva, que es fuente de esperanza para todos, a velar y promover con solicitud y coraje la fe católica… tenemos que ser testigos cercanos y gozosos de Jesucristo, Buen Pastor” Ap. N.187
Es Cristo quien me envía, nuevamente a estas tierras entrerrianas, no por mis condiciones personales, ni por méritos propios, sino por una misteriosa elección de su amor, que elige a los que Él quiere, a los débiles, para confundir a los fuertes.
Y me pide que me identifique interiormente con Él, que me haga servidor como Él, que no vino a ser servido, sino a servir. Servidor hasta hacerme Siervo como Él. Este es el fin último de todo ministerio en la Iglesia y muy especialmente del ministerio del Obispo: ser servidor humilde y fiel de Jesucristo, nuestro único Señor; servidor, abnegado hasta la entrega total al pueblo que se me confía; servidor de la esperanza, de la comunión, de la reconciliación y la paz; ser servidor de los más débiles, los más pequeños, los más pobres.
Mi servicio no puede nacer sino de la contemplación de Jesucristo, la obediencia al Padre y la docilidad al Espíritu. Mi primera responsabilidad es escuchar y contemplar para obedecer, al proyecto divino del Padre, para esta Iglesia particular.
Hago mío lo que decía maravillosamente el Santo Padre en el comienzo de su servicio Petrino: “En este momento no necesito presentar un programa de gobierno… Mi verdadero programa de gobierno es no hacer mi voluntad, no seguir mis propias ideas, sino de ponerme, junto con toda la Iglesia, a la escucha de la Palabra y de la Voluntad del Señor y dejarme conducir por Él, de tal modo que sea él mismo quien conduzca a la Iglesia en esta hora de nuestra historia.”
Mi pastoreo será autentico y fecundo si nace del amor.
En la primera lectura el profeta Ezequiel escuchábamos las palabras del Señor que se presenta como el verdadero Pastor, en realidad el Pastor es Jesucristo: «»Yo soy el buen pastor […]. Yo doy mi vida por las ovejas», dice Jesús de sí mismo (Jn 10, 14s.).
Una de las características fundamentales del pastor debe ser amar a los hombres que le han sido confiados, tal como ama Cristo, a cuyo servicio está. «Apacienta mis ovejas», dice Cristo a Pedro, y también a mí, en esta tarde. Apacentar quiere decir amar, y amar quiere decir estar dispuesto a inmolarse.
Amar es dar el verdadero bien a las ovejas, el alimento de la verdad de Dios, de la palabra de Dios; el alimento de su presencia, que él nos da en el Santísimo Sacramento.
En esta tarde frente a ustedes me quiero comprometer a amar, a entregar la vida por ustedes; solamente deseo servirlos, y poner a disposición de todos, mis pobres fuerzas, todo lo poco que tengo y que soy.
Por eso les pido: recen por mí, para que aprenda a amar cada vez más al Señor. Recen por mí a Jesucristo, para que me ayude a ser, por él y con él, buen pastor de su rebaño, que peregrina en Paraná.
No puedo, en este día, dejar de expresar mi sentimiento más profundo de gratitud. A Dios Nuestro Señor, en primer lugar; a la Iglesia que amo como Madre y quiero servir con renovada entrega; a Nuestro Santo Padre Benedicto XVI II, al que quiero expresarle en la persona del Señor Nuncio de Su Santidad, a quien agradezco fraternalmente su presencia, mi gratitud por la elección, mi obediencia y amor filial.
Gratitud a mi hermano Mons. Mario Maulión, desde el primer momento de mi nombramiento puso todo a mi disposición. Gracias por tu entrega sacrificada en esta tú querida Arquidiócesis. Vengo a continuar tu tarea.
Gracias al querido Cardenal Estanislao Karlic, de sus manos recibí el don del episcopado y su cercanía aprendí a vibrar con la Iglesia Universal.
A ustedes queridos hermanos en el episcopado: gracias por acompañarme en este momento. La presencia de ustedes hace visible el misterio de comunión del colegio episcopal y es un estimulo y apoyo en esta nueva etapa de mi servicio episcopal.
Agradezco la presencia de las autoridades provinciales, municipales, del Secretario de Culto católico de la Nación, de las autoridades militares y de seguridad.
A mi familia y amigos que han venido de varios lugares, su apoyo ha sido y es sumamente importante para seguir cumpliendo con mi misión. Gracias
Permítanme un especial agradecimiento a los sacerdotes, diáconos, religiosos y consagrados y laicos que me han acompañado de la querida Diócesis de Mar del Plata. Ustedes bien conocen mi afecto, valoro enormemente el esfuerzo que han hecho y les reitero lo que les decía hace pocos días: entre altar y altar no hay distancia y en el Corazón de la Madre se encuentran los hijos. Que Dios los bendiga abundantemente por todo el bien que me han hecho.
Y a ustedes, mis queridos nuevos hijos que el Señor me da dado, gracias por todas las oraciones, apoyo y preocupación que han tenido hacia mi persona.
Ahora los convoco a la tarea apasionante de la Evangelización En una época de cambios culturales radicales y profundos, como Iglesia debemos proclamar que: “Conocer a Jesucristo por la fe es nuestro gozo; seguirlo es una gracia, y trasmitir este tesoro a los demás es un encargo que el Señor, al llamarnos y elegirnos, nos ha confiado…” (DA 18)
A ustedes queridos hermanos sacerdotes, los saludo con todo afecto y descuento su apoyo. Juntos hemos de trabajar para que Cristo sea conocido, amado y seguido.
Saben muy bien que el pueblo será, en gran parte lo que seamos nosotros los sacerdotes, por ello quiero animar la santificación del presbiterio. Es mi primer deber y será mi primera preocupación.
La hora difícil, pero tan llena de esperanzas, que vive el mundo nos exige a los sacerdotes una entrega incondicional y un amor apasionado a Jesucristo, a la Iglesia, y a los hombres, amor que encienda al pueblo de Dios en el fuego devorador que consumió a los grandes santos.
A los seminaristas, mi saludo afectuoso y paternal. Dios me conceda la gracia de acompañar la entrega generosa de sus vidas jóvenes.
Y a ustedes queridos religiosos, religiosas y de vida consagrada, aprecio el don de la consagración, porque pertenece íntimamente a la vida de la IGLESIA, a su santidad y a su misión; y porque aportan un precioso impulso hacia una mayor coherencia evangélica y a su vez son testigos del Reino que viene. Cuenten con mi disponibilidad y mi servicio.
Y a los laicos mi gratitud más sincera; me han acompañado intensamente con sus oraciones. Soy consciente de la importancia de la vocación de ustedes de iluminar y ordenar todas las realidades temporales según Dios. La Misión Continental exige una tarea ardua del laicado. Dios me permita acompañarlos y animarlos.
Un saludo especial a los jóvenes. La Iglesia cuenta con ustedes, sean protagonistas de un cambio, de la verdadera revolución del amor, a la que los convoca nuestro querido Santo Padre. Confíen en Cristo y entreguen sus vidas. Tengan la santa ambición de ser santos, como Él es santo. Él no los defrauda.
Permítanme retomar lo que dije en esta Catedral el día de mi ordenación episcopal:
“He querido tomar como lema de mi episcopado la frase de San Pablo de «instaurar todo en Cristo», ya que me siento llamado a proclamar, con oportunidad o sin ella, que Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre. Él es el Camino, la Verdad y la Vida. En Él se encuentra todo el tesoro de la redención. Él es el principio y fin, alfa y omega. Sólo en Él encontramos la vida plena.
Este misterio de recapitular todo en Cristo es obra del Espíritu Santo, agente principal de la Nueva Evangelización, que construye el Reino de Dios en el curso de la historia.
Quiero dejarme asumir por Él y ser dócil a Su obra.
Los intereses de Dios son mis intereses, a ellos quiero consagrar mis fuerzas y toda mi vida.
No es el momento de anunciar un plan pastoral, como lo dije al principio.
Permítanme simplemente señalar algunas notas que quisiera que tuviera nuestra Arquidiócesis:
Una Iglesia Santa, que en su camino pastoral, haga una clara elección por la santidad. “Confesar a la Iglesia como Santa significa mostrar su rostro de Esposa de Cristo” nos lo recordaba el siervo de dios Juan pablo II ( Novo Milenio Ineunte n.30)
Hace pocos días el Santo Padre, afirmaba que ante tanto mal en el mundo, hacía falta una gran corriente de bien, que es lo mismo que decir de santidad, sólo ella será capaz de vencer el mal. Ser cristiano es sinónimo de santo. Hacer hincapié en esto es más que nunca una urgencia pastoral. Sólo los santos son los verdaderos misioneros que renuevan el mundo según el designio de Dios.
Una Iglesia contemplativa: el Rostro de Jesús contemplado nos lleva a un conocimiento profundo y comprometedor de su misterio. Contemplar a Jesús con los ojos de la fe impulsa a penetrar en el misterio de Dios Trino. Contemplar a Jesús es comprender nuestra dignidad como personas llamados a su vocación suprema: la intimidad de la vida Trinitaria.
Una Iglesia orante es el secreto de un cristianismo realmente vital que trasforma, que no tiene motivos para temer, porque vuelve continuamente a las fuentes y se regeneran en ellas.
Una Iglesia Comunión: en la lectura de los Hechos, escuchábamos como las primeras comunidades cristianas tenían como signo distintivo la comunión, “íntimamente unidos”. No podía ser de otra manera porque escuchábamos a Jesús en el Evangelio: “Padre Santo, cuida en Tu nombre a aquellos que me distes para que sean uno, como nosotros” Jn 17,11b
“Que todos sean uno…para que el mundo crea”. Tenemos que ser creíbles por la unidad. Debemos cultivar la espiritualidad de comunión que significa tener una mirada de corazón sobre todo hacia el misterio de la Trinidad que habita en nosotros y cuya luz ha de ser reconocida en el rostro del hermano.
Una Iglesia misionera: que como nos pide Aparecida seamos capaces de relanzar con fidelidad y audacia Su misión en las nuevas circunstancias. No podemos replegarnos frente a quienes sólo ven confusión, peligros y amenazas… “Se trata de confirmar, renovar y revitalizar la novedad del Evangelio arraigada en nuestra historia, desde un encuentro personal y comunitario con Jesucristo, que suscite discípulos y misioneros. Ello no depende tanto de grandes programas y estructuras, sino de hombres y mujeres nuevos que encarnen dicha tradición y novedad, como discípulos de Jesucristo y misioneros de su Reino…” (DA 11)
Una Iglesia servidora: El primer servicio que la Iglesia hace a los hombres es anunciar la verdad sobre Jesucristo. La crisis es para la Iglesia un gigantesco desafío ante la impostergable tarea de proseguir realizando la Nueva Evangelización. (NMA)
Iglesia servidora, que se preocupe por el hombre, y por lo mismo que trabaje por la familia y defienda la vida, toda vida; que cuide a los pobres, a los enfermos, a los que están solos, a los que no tienen fe.
Iglesia servidora que construya un Patria de hermanos, sin excluidos, reconciliada en la verdad y la justicia.
Iglesia servidora que no abandone ningún campo de la actividad humana, porque en todos, Cristo tiene algo que decir y transformar.
Todo esto lo hago oración en esta noche, poniéndolo sobre el Altar, con la convicción que la Gracia de Dios no nos va a faltar sin somos capaces de poner empeño en una acción pastoral ordinaria, orgánica y vigorosa, de manera que la variedad de carismas, ministerios, servicios y organizaciones se orientan en un mismo proyecto misionero.
Queridos hermanos: quiero ser para ustedes servidor de la esperanza, en este momento del mundo, donde hay tanto desaliento y tristeza, necesitamos todos ser testigos de la Resurrección: ¡Alégrense! “No tengan miedo” Sí Cristo está Vivo, junto a nosotros y nos dice: …. Yo he vencido al mundo…Yo estoy con ustedes”.
Con Pablo me digo y les digo “Estén siempre alegres, lo repito, estén alegres, que el Señor está cerca”
Término dirigiéndome a mi Madre, Nuestra Madre:
Querida Madre Nuestra Señora del Rosario, una vez más recurro lleno de confianza a tu Corazón Inmaculado para decirte en este momento importante de mi vida y mi ministerio que “soy todo tuyo”. Quiero que los ojos de mi corazón, como los tuyos, se concentren sólo en Jesús, en Él solo encuentro seguridad, Él es la Roca sobre la cual quiero edificar para “instaurar todo en Cristo”.
Estoy seguro de que Dios me tiene preparadas muchas cosas lindas en este nuevo servicio episcopal que me pide: hay muchos sacerdotes, nuevos colaboradores a quienes debo animar; muchos religiosos, religiosas y consagradas que enamorados de Jesús, día a día gastan sus vidas en bien de sus hermanos; muchos seminaristas a quienes debo acompañar ; muchos laicos comprometidos que santifican las realidades temporales y ordenan el mundo a Dios; muchas familias que reproducen el espíritu del hogar de Nazaret; muchos jóvenes sedientos de algo que sacie sus corazones; muchos niños que con su inocencia nos comunican esperanzas y ganas de vivir; muchos pobres a quienes acercarme y en quienes poder descubrir el rostro de Jesús hambriento, sediento, sin techo, preso, o sufriendo cualquier indigencia; muchos hermanos desorientados y desanimados, en fin, muchas instituciones, movimientos y carismas que enriquecen y embellecen esta Iglesia particular de Paraná
Pero, tu mirada de Madre me destapa el alma y no puedo dejar de decirte que tengo temor de no ser el padre y pastor que esperan para ayudarlos a caminar hacia Dios.
Pero qué hermoso y qué consolador es escuchar hoy nuevamente de Jesús: “Ahí tienes a tu Madre”, y mirándote a Ti, querida Madre, recordar lo que le dijiste a Juan Diego en Guadalupe: “No tengas miedo, mi corazón inmaculado será tu refugio”. En este, Tu Corazón de Madre, encuentro el refugio para vivir este momento con paz y alegría. A este Corazón Inmaculado consagro hoy este nuevo servicio pastoral y a todos mis hermanos y hermanas de esta Iglesia que peregrina en Paraná.
Querida Madre, hoy quiero renovar mi consagración a vos para que mi corazón sea “todo tuyo”, para que nada me impida ser totalmente de Jesús. Confío plenamente en el amor de tu Corazón Inmaculado. Haz que mi paso por esta diócesis sea nada más que para anunciar a Jesucristo, el Señor.
Madre únenos a Tí en la tierra y llévanos Contigo al Cielo.
Queridos hermanos: Mar adentro