JUAN PABLO II – MISA EXEQUIAL
Homilía de monseñor Mario Maulión, arzobispo de Paraná en la misa exequial de Juan Pablo II (Catedral de Paraná, 7 de abril de 2005)
Queridos hermanos:
En esta jornada todo el mundo es como un gran templo en el que nos unimos a Jesús en la fe celebrando la Eucaristía para acompañar (nosotros a la distancia) el doloroso y piadoso momento de la sepultura de nuestro querido Papa Juan Pablo II.
1. “Se mantuvo firme como si viera al Invisible…” (de la carta a los Hebreos). La descripción que la Carta a los Hebreos da de Moisés tiene una aplicación exacta a Juan Pablo II.
Moisés fue el conductor de un pueblo en camino hacia la libertad, de un pueblo por momentos rebelde a Dios, reacio a la libertad, hostigado por culturas diversas y por poderes colaterales. Un pueblo proclive a mimetizarse con ídolos atractivos.
Moisés fue el pastor que lo condujo, lo corrigió, lo reprendió, lo consoló, le alentó la esperanza y la cultivó. Fue la esperanza de ese pueblo, en el Señor.
“Como si viera al Invisible…” marca las dos facetas de Moisés: la constante mirada al Señor, siempre invisible a sus ojos, y la firme y serena conducción de un pueblo cuyo recorrido señaló, recorriéndolo él mismo, al frente de su pueblo, como guía, como modelo. Siempre avanzando “como si viera al Invisible…”
2. Juan Pablo II así vivió su pontificado. Con fuerza intensa, con incuestionable vigor, con dedicación constante e infatigable, cumplió la consigna de los Papas: siervo de los siervos de Dios.
Su servicio fue su oración, su magisterio, su conducción pastoral su incansable y agotadora misión de ir, literalmente, a todos los confines de la tierra.
Su servicio fue igualmente su cercanía a cada hombre. Cumpliendo como Papa la consigna dada por él mismo, Juan Pablo, a la Iglesia: “el camino de la Iglesia es el hombre”. El término concreto y singular (el hombre) tiene mayor fuerza y riqueza que “la humanidad” o “los hombres”. En estas últimas palabras pueden resonar algo impersonal o masivo. Por el contrario, Juan Pablo buscó a cada hombre, como pudo y cuanto pudo. Así lo hizo. Así lo enseñó a obispos, a sacerdotes, a religiosos, consagrados, laicos.
3. “Tú, Pedro, una vez convertido a mí confirma en la fe a tus hermanos”. Jesús lo había pedido para Pedro.
También lo pidió y lo realizó con su sucesor Juan Pablo II. Como Papa confirmó en la fe a los hermanos: a sus hermanos obispos, a los presbíteros, a los consagrados, a los laicos.
Confirmó en la fe que es la seguridad de lo que no se ve, es la vida escondida en Dios y la visión de la realidad en Dios, para ser manifestada a el mundo, en la plaza y en la calle.
Escondida en Dios, manifestada al mundo.
Es la visión en Dios, en el misterio del Señor Jesús, a Quién él abrió su corazón e invitó a todos los hombres a hacer lo mismo: “Abran el corazón a Jesucristo”.
4 La enseñanza de Juan Pablo II nos llevó, paseando y recorriendo como las avenidas del Misterio, a Jesucristo, Salvador, Señor de la Historia. A Jesucristo que a los hombres frecuentemente huérfanos nos anuncia al Padre, rico en misericordia. Y a los hombres desorientados el Papa nos llevó a poner la segura mirada en el Espíritu, que es el Señor y que es el que hace vivir. Nos llevó a la profunda dignidad del trabajo en “Laborem Exercens”. Su gloria, sus riesgos. Nos llevó a considerar La indispensable vinculación entre Evangelio y cultura. Nos impulsó a poner filialmente la mirada en María, sostén y modelo de fe del creyente. Nos alentó a la misión, como una dimensión esencial de la vida de la Iglesia.
5. Y desde este recorrido por el Misterio escondido en Dios, nos llevó a la presencia activa en el mundo, anunciando y enseñando a anunciar su Evangelio, que es siempre una buena noticia para el hombre que la espera y para el que no la espera. Por eso tuvo y nos enseñó a tener una mirada profunda en lo social en esas dos magníficas encíclicas: “Solicitudo rei socialis” y “Centesimus anus”.
Caminó y nos enseñó a recorrer el camino que penetra hasta descubrir el “Esplendor de la verdad”, de la verdad que libera al hombre, para sumergirnos con emoción, con contemplación, con cuidado y también con preocupación y sufrimiento, en el maravilloso misterio que es la vida que es realmente la Buena noticia, “Evangelio de la vida”: la familia, la vida, toda vida en particular la más frágil, la más expuesta, la más castigada.
6. La verdad, la vida, la solidaridad, el dolor, son los distintos recorridos que el creyente tiene que realizar y manifestar en su vida. Desde el Misterio de su vida escondida en Dios hacia la manifestación al mundo, a hombre de buena voluntad.
La vida, la verdad, la solidaridad, el dolor son, y han de ser, el camino de la Iglesia. Para vivirlo, para recorrerlo, para anunciar y realizar en ellos la misión dada por Jesús. No son, como puede parecer a veces, enunciados abstractos. Por el contrario, o alcanzan a hombres concretos o se reducen a palabras y abstracciones.
El Papa nos recordó vigorosamente la dignidad de cada persona: de los que viven, los que están buscan la verdad, lo que la ocultan o tergiversan, de los que están sometidos, de los que sufren de los que viven y quieren vivir y de los que sufren la agresión contra la vida. Siempre son seres concretos, de nombre y apellido singulares, con historias distintas e irrepetibles: son personas. No son ni números, ni estadísticas que pueden ser importantes y necesarias hasta para actuar, pero que no agota la realidad de cada ser que vive, sufre, espera, ansía, busca. Son amores personales, ilusiones, dolores, tragedias, expectativas siempre personales, siempre únicas, nunca repetidas. Para todos y cada uno de estos hombres concretos es la persona de Jesús y su Evangelio. Cada uno de estos hombres es el camino de la Iglesia. El que Juan Pablo II, siguiendo a Jesús, recorrió y enseñó a recorrer.
En su Carta Al acercarse el tercer milenio nos recordó el valor del tiempo y la eternidad y, sobre todo, nos impulsó al examen de conciencia, tanto en forma personal como Iglesia, a la búsqueda de reconciliación, al humilde y sincero pedido de perdón, como lo hizo en distintas oportunidades y con distintos destinatarios. Y nos enseñó que la paz es el resultado de la reconciliación. Perdón por las faltas contra las personas, contra la unidad, contra la dignidad del hombre y reconciliación. Búsqueda constante de reconciliación. Los conflictos nos separan. El perdón y la misericordia reúnen. “La expresión más honda de la justicia es llegar a la caridad que se hace perdón”. Son palabras de él.
Y al comenzar el nuevo milenio nos impulsó nuevamente hacia el hombre en esa síntesis de trayectoria pastoral para toda la Iglesia que es su carta “Tertio Millennio Ineunte”.
7. Escuchamos en la primera lectura bíblica: “la riqueza del hombre es su prudencia”.
La lectura del Apocalipsis nos mostraba el Cielo Nuevo en el cual ya está entrando Juan Pablo II.
El Evangelio nos traía el diálogo de Jesús Resucitado con Pedro, en el que se ratifica el encargo que le hace. Esto nos lleva a mirar a Juan Pablo y su vida como Papa, preparada por su vida anterior y desarrollada como Sumo Pontífice en un dialogo como el de Jesús con Pedro, que podemos señalar como el examen de amor y la prueba de amor:
“¿Me quieres?
‘Sí!
¡Apacienta a mis ovejas!”.
Su vida fue el cumplimiento de una misión realizada como expresión de obediencia y de opción amorosa por su Señor: “¿Me quieres? ¡Sí! ¡Apacienta…!” Irás, a dónde no esperas ir, y siempre atado al Señor.
8. Lloramos a este Papa formidable porque se nos fue un padre. Como Jesús lloró a su amigo Lázaro. Y le agradecemos al Señor por el Papa que nos dio a nosotros, a la Iglesia y al mundo.
Al sepultar sus restos mortales recordamos las palabras del Apocalipsis: “…sus obras lo acompañarán para siempre…”Esas obras son su vida y su enseñanza. De esas obras brota también el compromiso que el Señor nos está pidiendo. Lo que el Papa hizo y enseñó es un camino y un estilo de acción eclesial que estamos estimulados a adoptar. Un compromiso personal, diario, intenso, en el encuentro personal con Jesús. Y un compromiso diario, intenso y fuerte de presencia activa, servicial en el mundo.
Como argentinos, agradecemos al Señor todo lo que el Papa hizo por nosotros. Por su intervención nos libró de una guerra con Chile que hubiera sido atroz. Nos acompañó en los difíciles momentos de la guerra en Malvinas. Y recorrió nuestro país, también aquí en Paraná, dejándonos no solamente un recuerdo simpático, sino una invitación a recorrer. Por eso, como creyentes y argentinos, sentimos su partida pero agradecemos al Señor por el regalo que, con Juan Pablo, nos ha hecho a todos.
Juan Pablo, pastor de la Iglesia.
Totalmente de Cristo para hacer a la Iglesia totalmente para el hombre.
Juan Pablo, totalmente de María, Estrella de la Evangelización, Madre de la Iglesia.
Totalmente de María, por eso, totalmente de Jesús. Totalmente para el hombre. Totalmente misionero.
Con María, mujer siempre orante, encomendamos al Padre Dios a nuestro querido Papa Juan Pablo II para que lo ponga junto a su Hijo Jesús que, seguramente, le está diciendo en la eternidad a la que ha entrado, las mismas palabras que dijo en el Evangelio: “Siervo bueno y fiel, entra al descanso de tu Señor… porque distribuiste a tus hermanos la ración necesaria en el momento oportuno”.
¡Amén!
Mons. Mario Maulión, arzobispo de Paraná