Ordenación Episcopal de Monseñor César Daniel Fernández
Homilía de Mons. Mario L. B. Maulión
Iglesia Catedral Metropolitana de Buenos Aires
2007-XI-30
Queridos Hermanos:
San Andrés fue uno de los primeros discípulos – misioneros de Jesús. Después de haberse encontrado con Él, de haberle preguntado, de haberlo escuchado y de haber visto (el camino del discípulo), lo anunció a su hermano Pedro quien, así, se encontró con Jesús y le anunció su nuevo destino (el camino del misionero). Así, con Andrés y Pedro, se inaugura una interminable serie de discípulos que a su vez serán misioneros para, sucesivamente, hacer nuevos discípulos. Y, así, hasta hoy
Daniel: en la fiesta de este Apóstol, estás por ser agregado al Colegio Episcopal, sucesor de los Apóstoles. En esta Iglesia Arquidiocesana de Buenos Aires fuiste incorporado al Pueblo de Dios iniciándote como cristiano por el Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía. En esta misma Iglesia, por la imposición de las manos episcopales, fuiste ordenado Diácono y Presbítero. En esta Catedral Metropolitana hoy eres ordenado Obispo El Cardenal Jorge Bergoglio, tu Obispo, no puede presidir la Misa de tu Ordenación episcopal: junto con él me has pedido que lo haga yo dado que, por decisión del Santo Padre Benedicto XVI, serás Obispo Auxiliar de la Arquidióce4sis de Paraná. Esta celebración convocada en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo esta conformada por miembros de la Iglesia que te vio nacer y de la Iglesia a la que servirás como obispo.
En nuestros corazones resuena la palabra de Dios que acabamos de proclamar. El Evangelio recuerda la historia de Andrés que, con acentos distintos, es también tu historia: Jesús caminando, en la orilla del mar, vio a Andrés con su hermano, trabajando en lo propio de ellos (pescar), lo llamó para que Lo siguiera hacia un destino totalmente novedoso y enigmático: pescador de hombres E inmediatamente Lo siguió. El destino novedoso es el “ministerio recibido por misericordia”, según palabras de Pablo. Es el ministerio de Cristo que ama volcado hacia la miseria humana. Es el amor de Jesús que amorosamente ve, llama y cura, y, que identifica a su apóstol con la misma misión que el Padre le encomendó.
Es el llamado de amor de Cristo al que sólo se puede responder con otro acto de amor: dejar todo y seguirlo. Seguirlo es darlo a conocer, sin cansancio ni vergüenza, con la sencillez de la paloma y la entereza de quien no teme a ningún poder que aparte de la senda del amor, sin falsificar la palabra. Seguirlo es manifestar la Verdad que es mucho más que un sistema coherente y razonable de doctrinas: ¡es una Persona, Él, Jesús!
En su fragilidad de ser recipiente de barro el apóstol encierra una energía que no le viene de sí mismo sino que Jesús es quien lo hace “pescador de hombres”, apóstol, testigo. Su identidad será nueva: servidor de Cristo y, como Él, de los hombres sus hermanos.
Hermanos: La Iglesia en la liturgia de la ordenación del Obispo pide que, “por la Palabra de Dios consideren atentamente a qué ministerio será promovido en la Iglesia este hermano nuestro. Nuestro Señor Jesucristo, enviado por el Padre para redimir a los hombres, envió a su vez por el mundo a los doce Apóstoles para que, llenos del Espíritu Santo, anunciaran el Evangelio y, reuniendo a todos los hombres en un solo rebaño, los santificaran y gobernaran. A fin de asegurar la continuidad de este ministerio hasta el fin de los tiempos, los Apóstoles eligieron colaboradores a quienes comunicaron por la imposición de las manos, que confiere la plenitud del sacramento del Orden, el don del Espíritu Santo que habían recibido de Cristo.
En el Obispo, rodeado de sus presbíteros, se hace presente en medio de ustedes el mismo Jesucristo nuestro Señor, Sumo y Eterno Sacerdote.
Por el ministerio paternal del Obispo, el Señor continúa predicando el Evangelio, administrando los sacramentos de la fe a los creyentes. Por el ministerio paternal del Obispo, agrega a su cuerpo nuevos miembros. Por la sabiduría y prudencia del Obispo, los conduce a través de la peregrinación terrena a la eterna felicidad. Reciban, por tanto, con alegría y gratitud a este hermano nuestro.
Nosotros, los Obispos presentes, por la imposición de las manos, lo agregaremos a nuestro Orden episcopal.
Hónrenlo como ministro de Cristo y dispensador de los misterios de Dios. A él se le confía dar testimonio de la verdad del Evangelio y el ministerio de la vida del Espíritu y la santidad.
Recuerden las palabras de Cristo a los Apóstoles: «Quien los escucha, a mí me escucha y quien los rechaza, a mí me rechaza y el que me rechaza, rechaza al que me ha enviado».(Pontifical Romano)
Querido Hermano CÉSAR DANIEL, elegido por el Señor:
“Recuerda que has sido tomado de entre los hombres y puesto al servicio de los hombres en las cosas que se refieren a Dios.
En efecto, el Episcopado significa un servicio, no un honor, y es necesario que el Obispo, más que presidir sirva a sus hermanos, ya que según el mandato del Señor, el que es mayor hágase el menor, y el que preside sea como el que sirve.
Proclama la Palabra oportuna e inoportunamente; corrige siempre con paciencia y deseo de enseñar.
En la oración y en el sacrificio eucarístico que ofrecerás por el pueblo a ti encomendado, implora insistentemente la abundancia de la multiforme gracia, que procede de la plenitud de Cristo.
En la Iglesia a ti confiada, sé fiel dispensador, moderador y custodio de los sacramentos de Cristo. Elegido por el Padre para gobernar a su familia, acuérdate siempre del Buen Pastor que conoce a sus ovejas y es conocido por ellas y que no dudó en dar su vida por el rebaño.
Ama con amor de padre y hermano a todos los que Dios te encomienda, en primer lugar, a los presbíteros y diáconos, tus colaboradores en el ministerio de Cristo; también a los pobres y a los débiles, a los que no tienen hogar y a los desamparados.
Exhorta a los fieles a que trabajen contigo en la obra apostólica y escúchalos gustosamente.
Preocúpate incansablemente de aquellos que aún no pertenecen al único rebaño de Cristo, porque ellos también te han sido encomendados en el Señor.
Nunca te olvides que has sido agregado al Orden episcopal en la Iglesia Católica, reunida por el vínculo del amor, de tal modo que no dejes de tener preocupación por todas las iglesias y no olvides socorrer con generosidad a las iglesias más necesitadas de ayuda.
Por tanto, preocúpate por todo el rebaño en el que el Espíritu Santo te pone para gobernar a la Iglesia de Dios. En el nombre del Padre, cuya imagen representas en la Iglesia. En el nombre del Hijo Jesucristo, cuyo ministerio de Maestro, Sacerdote y Pastor ejerces. Y en el nombre del Espíritu Santo, que vivifica a la Iglesia de Cristo y fortalece con su poder nuestra debilidad.” (Pontifical Romano)
La Virgen María, Madre de Cristo, Reina de los Apóstoles, Estrella de la Evangelización, en sus títulos de Luján y del Rosario de Paraná, sea tu protectora, tu intercesora, tu modelo de creyente, de discípulo y de misionero.