MISA CRISMAL
CATEDRAL NUESTRA SEÑORA DEL ROSARIO
1 de abril de 2015
Queridos hermanos en el Señor:
Esta Santa Misa, en el hoy de la liturgia, nos hace sentirnos contemporáneos a ese jueves grande, que llamamos con emoción el día de la Eucaristía y del sacerdocio ministerial, y también recordamos con gratitud aquel momento en el que el Obispo, por la imposición de las manos y la oración consacratoria, nos introdujo en el sacerdocio de Jesucristo.
Iluminados por el evangelio que acabamos de escuchar, volvemos nuestra mirada atenta y creyente a la sinagoga de Nazaret, Jesús se apropia la profecía de Isaías y se presenta a sus contemporáneos, como lleno del Espíritu, él tiene clara consciencia de su identidad y de la misión recibida. Él, asume que identidad y misión son dos aspectos de una misma realidad: Él es el Hijo amado del Padre que, por la fuerza del Espíritu se reconoce enviado a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor”.
Todos los bautizados nos reconocemos, hijos amados del Padre y enviados por el poder del Espíritu a una misión.
En esta noche, nosotros los sacerdotes queremos actualizar la clara conciencia de haber sido ungidos y enviados a anunciar la Buena Noticia a los pobres y a proclamar un año de gracia. Esta es nuestra identidad y nuestra misión, que se identifican.
Hemos sido consagrados, ungidos, para siempre al servicio de Dios, para servir a los hombres en comunión con Jesucristo. Después de la homilía les preguntaré a los sacerdotes y a mí mismo en nombre del Señor: «¿Quieren unirse más fuertemente a Cristo y configurarse con él, renunciando a ustedes mismos y reafirmando la promesa de cumplir los sagrados deberes que, por amor a Cristo, aceptaron gozosos el día de su ordenación para el servicio de la Iglesia?».
Así se manifiesta que nuestra vocación requiere un vínculo interior, más aún, una configuración con Cristo y, con ello, la necesidad de una superación de nosotros mismos, una renuncia a aquello que es solamente nuestro, a la tan invocada autorrealización, o autorreferencia, como nos dice el Papa Francisco… Se pide que nosotros, no reclamemos la vida para nosotros mismos, que no la retaceemos sino que la pongamos a disposición de Cristo. Que no me pregunte: ¿Qué gano yo, que tengo ganas?, sino más bien: ¿Qué puedo hacer yo por Él y también por mis hermanos?
Queridos hermano: estamos caminando hacia el Sínodo Arquidiócesano, ciertamente un momento de gracia que requiere, como lo decía San Juan Pablo II, un proceso de conversión para disponer nuestro corazón a una pastoral orgánica y nuestras parroquias a una actitud decididamente misionera. Queda claro que la configuración con Cristo es el presupuesto y la base de toda renovación.
Desde Pablo, y a lo largo de la historia, se nos han dado continuamente estas mediaciones del camino de Jesús en figuras vivas de la historia. Nosotros, los sacerdotes, podemos pensar en una gran multitud de sacerdotes santos, que nos han precedido para indicarnos la senda: comenzando, Carlos Borromeo, el gran renovador, Juan María Vianney, el beato Cura Brochero, el Papa San Juan Pablo II y tantos sacerdotes que han apacentado el rebaño de Cristo en estas tierras entrerrianas. Los santos nos indican cómo funciona la renovación y cómo podemos ponernos a su servicio. Hoy Jesús nos pide una vez más nuestra renovada entrega y nuestro anhelo ardiente de santidad; al hacer memoria de ellos nos permiten comprender también que Dios no mira los grandes números ni los éxitos exteriores, sino que remite sus victorias al humilde signo del grano de mostaza.
Creo que todos somos conscientes y sufrimos los momentos de dificultades que estamos viviendo como Presbiterio “En cierto sentido la Iglesia vive en permanente estado de crucifixión. Es la condición normal de la Iglesia presente, prolongación de Cristo crucificado. Y los cristianos, que formamos la Iglesia, vivimos fundamentalmente en la Cruz. En una permanente Cuaresma que prepara la Pascua definitiva. La glorificación futura de los elegidos –de toda la Iglesia– depende de la intensidad de la crucifixión presente. No puede acobardarnos, por eso, la virulencia de ciertos ataques externos o de determinados escándalos internos” ( cardenal Pironio)., por eso mismo quisiera pedirles que vuelvan a ese momento lejano o cercano de la ordenación sacerdotal cuándo fueron llamados por su nombre y dijeron llenos de temor y emoción “Adsum” “Heme aquí””. Frente a nuestro pueblo volvamos a decirle al Señor con las palabras de Pedro. “Señor, tú lo sabes todo; sabes que te quiero”. (Jn. 21,17) Aquí estoy para servirte, para trabajar por Tu Reino. “Apacienta mis ovejas” ( ibid).
Para poder vivir así con fidelidad quisiera pedirles dos cosas: en primer lugar: vamos a bendecir los óleos y consagrar el crisma, lo cual nos recuerda por un lado que hemos sido ungido y por otro que somos ministros de la unción. “La unción, nos dice Francisco; no es para perfumarnos a nosotros mismos, ni mucho menos para que la guardemos en un frasco, ya que se pondría rancio el aceite… y amargo el corazón… Nuestra gente agradece el evangelio predicado con unción, agradece cuando el evangelio que predicamos llega a su vida cotidiana, cuando baja como el óleo de Aarón hasta los bordes de la realidad, cuando ilumina las situaciones límites…Lo que quiero señalar es que siempre tenemos que reavivar la gracia e intuir en toda petición, a veces inoportunas, a veces puramente materiales…el deseo de nuestra gente de ser ungidos con el óleo perfumado, porque sabe que lo tenemos. Intuir y sentir como sintió el Señor la angustia esperanzada de la hemorroisa cuando tocó el borde de su manto…
El sacerdote que sale poco de sí, que unge poco… se pierde lo mejor de nuestro pueblo, eso que es capaz de activar lo más hondo de su corazón presbiteral. .. De aquí proviene precisamente la insatisfacción de algunos, que terminan tristes, sacerdotes tristes, y convertidos en una especie de coleccionistas de antigüedades o bien de novedades, en vez de ser pastores con «olor a oveja… Es verdad que la así llamada crisis de identidad sacerdotal nos amenaza a todos y se suma a una crisis de civilización; pero si sabemos barrenar su ola, podremos meternos mar adentro en nombre del Señor y echar las redes. Es bueno que la realidad misma nos lleve a ir allí donde lo que somos por gracia se muestra claramente como pura gracia, en ese mar del mundo actual donde sólo vale la unción – y no la función – y resultan fecundas las redes echadas únicamente en el nombre de Aquél de quien nos hemos fiado: Jesús.”(Homilía Misa Crismal 2013.)
En segundo lugar quisiera traer a la memoria unas palabras de Jesús dichas en la última Cena. “Yo los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que oí de mi Padre” Jo.15, 15. Este es el significado profundo de ser sacerdote: llegar a ser amigos de Jesucristo para lo cual debemos comprometernos todos los días.
Amistad significa comunión de pensamiento y voluntad, de sentimiento y de obra. Debemos conocer cada vez más a Jesucristo de un modo más personal, escuchándolo, viviendo con Él, estando con Él, compartiendo su suerte.
Jesús se retiraba muchas noches al monte, también nosotros tenemos a ese monte interior que debemos escalar, el monte de la oración. Sólo así hay verdadera amistad. El tiempo que dedicamos a la oración es un tiempo de actividad profundamente pastoral. El exceso de actividad puede ser heroico, pero infecundo sino brota de una intimidad con el Señor. Ser amigos de Jesús, es ser hombres de oración, así lo reconocemos y salimos de la ignorancia de los simples siervos.
La amistad con Jesús siempre es, por antonomasia amistad con los suyos.” Sólo podemos ser amigos de Jesús, nos dice Benedicto, en la comunión con el Cristo entero, con la cabeza y el cuerpo…
Pidamos al Señor que nos colme con la alegría de su unción y de su amistad para que con gozoso celo podamos servir a su verdad y a su amor.
Quiero tener un recuerdo especial en esta noche por los sacerdotes que partieron a la casa del Padre en este último año y a los sacerdotes de nuestra Arquidiocesis que están sirviendo o estudiando en otras diócesis dentro y fuera de nuestra patria. Un pensamiento especial para nuestros hermanos religiosos en el año de la Vida Consagrada.
Termino con unos consejos que hace pocos días en Nápoles dio el Papa Francisco a los sacerdotes:
Nos recordó que el centro de la vida de sacerdote o consagrado «es Jesús». Jesús en el centro, no el chismorreo, la ambición, el dinero» advirtió.
Si alguien no quiere a la Virgen, la Madre no le dará a su Hijo…Ella siempre nos lleva a Jesús, es Madre. El centro del ser de la Virgen es ser madre».
El espíritu de pobreza precisó el Papa, es otro testimonio. También en los sacerdotes que no tienen ese voto. Y recordó que «la pobreza es una bienaventuranza».
El tercer testimonio que es necesario dar, indicó el Pontífice, es la misericordia. «¿Hemos olvidado las obras de misericordia espirituales y corporales?”
Francisco quiso recordar también la necesidad de que la fraternidad sacerdotal sea un testimonio para nuestro pueblo.
¿Cuál es el signo de que no hay fraternidad? «Los chismorreos. El terrorismo de los chismorreos, uno va lanza la bomba y se queda fuera. Los chismorreos son un terrorismo a la fraternidad diocesana.
«Quisiera terminar con tres cosas» concluyó el Papa: Primero la adoración. ¿Hemos perdido el sentido de la adoración? Segundo: amor a la Iglesia. Tercero: celo apostólico, misionaridad. Aquí la Iglesia debe convertirse más.
El Sínodo quiere ser una humilde respuesta a este pedido del Papa.
Queridos hermanos apoyen a sus sacerdotes con su afecto y colaboración, especialmente con la oración para que seamos a imagen del corazón del Buen Pastor. Recen por los seminaristas, para que sean fieles, oren insistentemente por las vocaciones sacerdotales y religiosas.
Queridos sacerdotes que Dios Padre renueve en nosotros el Espíritu de Santidad con que hemos sido ungidos, que el Señor los bendiga. Gracias por su entrega, Dios los recompensará como nos prometió.
Nuestra Señora de Rosario, nuestra Madre y Patrona te pido para nuestros sacerdotes:
“la dulce y confortadora alegría de evangelizar”
La alegría de ser plenamente Cristo a los ojos del Padre, hundido en la Trinidad y hundido en los hombres
Alegría de darse siempre: de sentir que las almas lo van devorando en la caridad y que Dios mismo lo va consumiendo en el amor.
Alegría de sentir que su vida va siendo fecunda, no en la medida en que aparece y brilla, sino en la medida que desaparece.
Alegría de no pertenecerse, sino pertenecer a la Iglesia y a las almas. De no ser dueño de sus cosas, de su tiempo, de su salud y de su vida.
Alegría de la virginidad sacerdotal: cuando la castidad es plenitud espiritual y no ausencia o represión. Es plenitud de amor y condición de verdadera paternidad
Alegría de la Cruz: porque sabemos que entonces es infaliblemente fecundo nuestro ministerio. Y en la medida de la Cruz está la medida de nuestro gozo.
“En esta hora difícil para el mundo –de la angustia, de la tristeza y del desaliento– se nos pide a los sacerdotes que vivamos con intensidad la esencia del Evangelio y que nos hundamos en un clima permanente de serenidad, de alegría y de esperanza. No que vayan a desaparecer los problemas, los dolores y las naturales inquietudes. Pero, en medio de todo, está la ardiente exhortación de Jesús que suena como una infalible promesa: «En el mundo tendréis que sufrir mucho; pero tened coraje: Yo he vencido al mundo». Cardenal Pironio
Madre que seamos discípulos enamorados, ardorosos misioneros.
Que así sea