Homilía de la Ordenación Presbiteral de Juan Cruz Hernández y Diaconal de Enzo Giménez

Catedral “Nuestra Señora del Rosario”

Paraná, 25 de noviembre de 2023

Queridos hermanos:

La Eucaristía es el lugar adecuado para agradecer  los regalos que Dios nos hace. No tenemos que cansarnos de dar gracias por todos sus dones. Hoy, queremos de una manera especial expresar gozosamente nuestro agradecimiento porque regala a nuestra Iglesia arquidiocesana un nuevo sacerdote en la persona de Juan Cruz y un nuevo diácono en Enzo Manuel.

Ellos han escuchado la voz del Maestro: “Ustedes no me eligieron a Mí, sino Yo soy el que los elegí…y los destiné para que vayan y den fruto” (Jn 15,16). Y como respuesta a este llamado han dicho “Aquí estoy”,  respuesta noble y generosa, porque han madurado las palabras de Jesús: “No hay amor más grande que dar la vida por los amigos” (Jn 15,13).

Juan Cruz  va a ser ordenado sacerdote. Es un elegido, como acabamos de escuchar. Su identidad y misión nacen de un llamado. Renuncia a tener un fin propio, ni actuar en virtud de sus propias fuerzas, sino con los poderes de Jesucristo. No busca en consecuencia su propio mérito, su propia recompensa.  Quiere ser lápiz de Dios, como decía la Madre Teresa de Calcuta, para que Él escriba lo que quiera, como quiera y cuando quiera para la Gloria de Dios y la salvación de todos los hombres.

      Es llamado para ser puesto en favor de los hombres, en lo que se refiere a Dios. Un puente entre Dios y los hombres, a través de la palabra,  de los sacramentos y de la caridad.

Es llamado; no en una elección fría y funcional. Es una declaración de amor que requiere una respuesta de amor: como a  Pedro, hoy Jesús le dice a Juan Cruz “¿Me amas?»,  y  a su respuesta: «Señor, tú sabes que te amo»,  él va a escuchar la dulce pala­bra del Maestro: «Apacienta mis ovejas». Siguiendo el mandato tendrá que ser Pastor, para lo cual debe ser primero un discípulo enamorado del Señor y un ardoroso misionero que viva con pasión buscar a todos para que conozcan a Jesús..

Como Jesús, su misión será la de ser Profeta, Sacerdote  y  Rey. Tres misiones distintas, pero que están íntimamente relacionadas entre sí, se condicionan y se iluminan recíproca­mente.          

                     Tres misiones que exigen corazón de pastor, que como Jesús no vino a ser servido, sino a servir y esto sólo es posible por la caridad pastoral. Nunca podrá separar de su misión: el amor a Dios y a los hermanos.

Como nos enseña Francisco en Evangelii gaudium que «para ser evangelizadores de alma también hace falta desarrollar el gusto espiritual de estar cerca de la vida de la gente, hasta el punto de descubrir que eso es fuente de un gozo superior. La misión es una pasión por Jesús pero, al mismo tiempo, una pasión por su pueblo. Cuando nos detenemos ante Jesús crucificado, reconocemos todo su amor que nos dignifica y nos sostiene, pero allí mismo, si no somos ciegos, empezamos a percibir que esa mirada de Jesús se amplía y se dirige llena de cariño y de ardor hacia todo su pueblo fiel. Así redescubrimos que Él nos quiere tomar como instrumentos para llegar cada vez más cerca de su pueblo amado. Jesús quiere servirse de los sacerdotes para estar más cerca del santo Pueblo fiel de Dios. Nos toma de en medio del pueblo y nos envía al pueblo, de tal modo que nuestra identidad no se entiende sin esta pertenencia» (n. 268).

   Enzo,  va a ser ordenado diácono, a ejemplo de Cristo, «que se hizo «diácono», el servidor de todos».  Servidor gozoso del Padre celestial.  Servidor de todos y servidor en todo, porque su existencia quedará marcada por el carácter del diaconado.

        A partir de hoy, con la ayuda de Dios, deberá obrar de tal manera que el Pueblo fiel lo reconozca como discípulo de Aquel que no vino a ser servido sino a servir.  La gracia y el carácter del sacramento del Orden, en el diaconado, tiene el matiz de servicio al Padre y a los hombres.  

       Según el Concilio Vaticano II, retomando la más antigua tradición Patrística, su  ministerio se especifica dentro del triple campo de la Liturgia, la Palabra y la Caridad.

      El diácono, es  llamado para amar con un corazón indiviso;  es el sentido profundo del celibato al que hoy, con libertad y clara conciencia, Enzo abraza. Está llamado a ensanchar su corazón para ser capaz de amar a todos, sin excluir a nadie, para ser verdadero discípulo de Aquel que en la Cruz nos enseñó el verdadero amor.

 No es posible vivir el diaconado, si no hay un amor capaz de polarizar, unificar  y dar sentido a la vida; sólo  Jesucristo, el Señor, es la respuesta. En el fondo, esa es la esencia de la vocación diaconal: su identificación amorosa y vital con Cristo Servidor, que lo ha llamado por amor, para pedirle su amor total y exclusivo porque Él mismo nos dice con claridad que quien no sea capaz de darse a Él por encima de padre y madre… y hasta de su propia vida, no puede ser su discípulo.

   Queridos Juan Cruz y Enzo: imiten la humildad y mansedumbre, virtudes imprescindibles de los verdaderos seguidores del Maestro, y propias del servidor, que confirma el compromiso de quien, en verdad, se sabe instrumento de Dios, dándoles un arrojo pastoral impensable porque no mide los peligros según las propias fuerzas ni se atribuye los éxitos, ni se acobarda ante los fracasos, sino que refiere todo a Dios.

    Imiten la pobreza del Señor, fomentando una confianza filial y plena en la Providencia de Dios; toda avaricia es una esclavitud. Sean pobres de espíritu, desapegando el corazón de lo material, evitando toda ostentación y viviendo como peregrinos en camino hacia la posesión eterna de Dios. La pobreza evangélica nos hace libres y mantiene el alma abierta a Dios y a los hombres.

  Imiten a Jesús que se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte y muerte de cruz. Esta es la ofrenda amorosa del don más grande que Dios ha dado al hombre: la libertad. Obediencia que no es la del esclavo, sino la que nace de la  libertad de los hijos de Dios: “porque no busco mi voluntad, sino la del que me ha enviado”

(Jn 6,38).

  Imiten el corazón casto y puro del Maestro, con un amor totalizante y exclusivo que los mantendrá con una disponibilidad absoluta al servicio de la Misión.  Ensanchen el corazón. Amen a todos y que tenga un lugar preferencial en el corazón de ustedes los que sufren, los pobres, los más necesitados de la gracia de Dios.

La fidelidad es posible cuando uno se mantiene firme en las pequeñas pero insustituibles fidelidades cotidianas: sobre todo fidelidad a la oración y a la escucha de la Palabra de Dios; fidelidad al servicio de los hombres de nuestro tiempo, fidelidad a la enseñanza de la Iglesia; fidelidad a los sacramentos que nos sostienen; fidelidad al amor tierno y viril a la Santísima Virgen, la Servidora del Señor.

Cuando hablamos de fidelidad hablamos ante todo de amor. Es el amor que dura en el tiempo. Con san Pablo graben en el corazón: “El permanece fiel” 2Fil.

Recordemos el episodio del Lavatorio de los pies: el sentido de este gesto y enseñanza de Jesús, actitud que desconcertó a Pedro es Jesús servidor de Dios y de los hombres. El servicio es una expresión neutra. Hay un servicio al pecado (Rom. 6,16), a los ídolos  (1 Cor. 6, 9). Hay un servicio forzado, que es esclavitud o buscando reconocimiento (vanagloria). Hay servicios solidarios, y tantos otros que muchas veces son loables…

Pero el servicio del creyente es muy distinto: es la expresión mayor del mandamiento nuevo. El lavado de los pies es el sacramento de la autoridad cristiana. Caridad y humildad, juntas forman parte  del servicio evangélico.

Hoy nuestro servicio se siente tentado por el peligro de la secularización, nos advierte el Cardenal Cantalamesa; Se da muy fácilmente por descontado que todo servicio a los hombres es servicio a Dios: san pablo habla de un servicio del Espíritu, y los ministros ordenados estamos destinados  a este servicio. Hoy con más claridad nos enseña la Iglesia que demos lugar a los laicos en lo que ellos pueden hacer y que nos dediquemos a las cosas que se refieren a DIOS, y que nuestros hermanos tienen derecho y esperan de nosotros. Somos ante todo servidores de Dios y servidores de los hombres, pero como nos recuerda la Carta a los Hebreos, en las cosas que se refieren a Dios.

            Queridos hijos, ustedes son conscientes de la grandeza del don y al mismo tiempo de su debilidad y por eso recuerden las palabras del Apóstol que les recuerda que llevan un tesoro en vasos de barro. Por eso con mi afecto de Padre quiero decirles con toda mi convicción: hoy y siempre, hay algo que es fundamental para la vida y misión del sacerdote y del diácono: la oración. Ella es el factor decisivo, es de lo que tiene más necesidad la Iglesia y el mundo de hoy. Tengan necesidad de ella como del pan, más que el pan. Porque rezar es confiar la Iglesia a Dios, con la conciencia de que la Iglesia no es nuestra, sino Suya .Orar es confiar la Iglesia y la humanidad a Dios. Sin la oración no sólo perdemos la orientación de nuestra vida, del mundo, sino la auténtica fuente de vida. Vale para todos, pero es absolutamente imprescindible para el sacerdote. Sin oración somos como satélites que han perdido su órbita y caemos como enloquecidos en el vacío. Sean hombres de oración, hombres de la Eucaristía, hijos de María.

         Francisco les decía a seminaristas  “Ustedes,… no se están preparando para realizar una profesión, para convertirse en funcionarios de una empresa o de un organismo burocrático. Tenemos tantos, tantos sacerdotes a mitad del camino…. Les pido, ¡estén atentos a no caer en eso! Ustedes se están convirtiendo en pastores a imagen de Jesús, el Buen Pastor, para ser como Él y en persona de Él en medio de su rebaño, para apacentar a sus ovejas”.

Recuerden que estamos en el tiempo del Sínodo sobre la Sinodalidad que nos exige un modo de ser Iglesia, sintiéndonos todos corresponsables, en comunión para la misión.

            Nunca, pero más en este tiempo del mundo y de la Iglesia, no hay lugar para la mediocridad. El mundo necesita santos. “La única tristeza es no ser santos” (Paul Claudel)

           Tengan grandeza de corazón, sean magnánimos, naveguen mar adentro, dispuestos a dejarse asumir por el Espíritu Santo, dejándose santificar para santificar.

Agradezco a sus familias, que Dios las recompense abundantemente, a los formadores del Seminario y a todos los que los ayudaron en el  proceso de formación. A las comunidades parroquiales de origen y a las que los han acompañaron en este período pastoral.

           Queridos hijos: para terminar les pido que amen entrañablemente a Nuestra Madre Santísima. Que no se aparte nunca de su boca, ni de su corazón. Sean siempre niños ante Ella y al mismo tiempo sus apóstoles para extender el reino de su Hijo por todo el mundo.

          Madre Nuestra, Nuestra Señora del Rosario, te pido acompañes siempre a Juan Cruz y Enzo con la misma entrega maternal que hiciste con  Tu Hijo para que se sientan siempre muy acompañados, amados y protegidos por ti que eres la gran intercesora.

 María,  ayúdalos a ser fuertes ante las dificultades, a caminar siempre con la fortaleza del que se sabe acompañado de tu amor…

 María, danos sacerdotes santos y danos familias santas para que haya muchas vocaciones de sacerdotes santos.

 Madre del Rosario: Únenos a ti en la tierra, y llévanos contigo al cielo

Homilía en la Solemnidad de Corpus Christi

Catedral Nuestra Señora del Rosario
Paraná, 10 de junio de 2023

Queridos hermanos:

Hoy, solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo, pedimos la gracia de abrir el corazón y la inteligencia para acercarnos con humildad y temblor  a este gran Misterio..

Creo que lo más necesario que hay que hacer en esta fiesta del Corpus Christi no es tanto explicar tal o cual aspecto de la Eucaristía, sino reavivar cada año nuestro estupor y maravilla ante el misterio Eucaristico.

Es  la primera fiesta cuyo objeto no es un misterio de la vida de Cristo, sino una verdad de fe: la presencia real de Él en la Eucaristía. Responde a una necesidad: la de proclamar solemne y públicamente nuestra  fe: “La presencia del verdadero Cuerpo de Cristo y de la verdadera Sangre de Cristo en este sacramento, «no se conoce por los sentidos, dice santo Tomás, sino sólo por la fe, la cual se apoya en la autoridad de Dios». San Cirilo declara: «No te preguntes si esto es verdad, sino acoge más bien con fe las palabras del Salvador, porque Él, que es la Verdad, no miente»»  (Te adoro devotamente, oculta Deidad, que bajo estas sagradas especies te ocultas verdaderamente: A ti mi corazón totalmente se somete, pues al contemplarte, se siente desfallecer por completo. La vista, el tacto, el gusto, son aquí falaces; sólo con el oído se llega a tener fe segura. Creo todo lo que ha dicho el Hijo de Dios, nada más verdadero que esta palabra de Verdad.)

Necesitamos, proclamar nuestra fe, para evitar un peligro: el de acostumbrarse a tal presencia y  merecer  el reproche que Juan Bautista dirigía a sus contemporáneos: « ¡En medio de ustedes hay uno a quien no conocen!».

Lo necesitamos para no banalizarla y acercarnos a ella sin la preparación interior, por  acostumbramiento,   por  frivolidad y por la rutina.

Sí, hay alguien que no se acostumbró  a la Eucaristía y habla de Ella siempre con admiración y veneración era San Francisco de Asís. «Que tema la humanidad, que tiemble el universo entero, y el cielo exulte, cuando en el altar, en las manos del sacerdote, está el Cristo Hijo de Dios vivo… ¡Oh admirable elevación y designación asombrosa! ¡Oh humildad sublime! ¡Oh sublimidad humilde, que el Señor del universo, Dios e Hijo de Dios, tanto se humille como para esconderse bajo poca apariencia de pan!».

Pero en realidad lo que nos causa estupor ante el misterio eucarístico, no es  tanto la grandeza y la majestad de Dios, sino más bien su  amor, el  que se pone a nuestro servicio, no sólo lavando los pies de los apóstoles, sino dándose a nosotros como alimento y bebida. La Eucaristía es sobre todo esto: memorial del amor del que no existe mayor: dar la vida por los propios amigos.

En las lecturas de hoy, vemos como el amor de Dios, acudió en ayuda de su pueblo, con el maná, en el antiguo testamento; en el evangelio de hoy, Jesús nos dice “Este es el pan bajado del cielo, no como el que comieron sus padres y murieron. El que coma de este pan vivirá eternamente”.  Él no, nos da “algo”, sino a sí mismo; ofrece su cuerpo entregado y su sangre derrama.  Entrega toda su vida, por amor al Padre y a cada uno de nosotros.

“Yo soy el pan Vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente”.  Necesitamos este pan para afrontar la fatiga y el cansancio del largo viaje hacia la tierra prometida del cielo.

Para descubrir el verdadero  significado de la celebración eucarística . Jesús nos invita a comer y beber su cuerpo y sangre. Comer, es entrar en comunión con la persona del Señor vivo. Esta comunión, este acto de «comer», es realmente un encuentro entre dos personas, es un dejarse penetrar por la vida de Aquel que es el Señor; de Aquel que es mi Creador y Redentor. El objetivo de esta comunión es la asimilación de mi vida con la suya, mi transformación y configuración con quien es Amor vivo. Por ello, esta comunión implica la adoración, la acción de gracias, pero fundamentalmente implica la voluntad de seguir a Cristo, dejándome transformar por Él. Misterio maravilloso de cristificación de nuestras vidas, de vaciamiento y plenitud de Vida Plena.

 Esto es lo principal del misterio Eucarístico: la comunión vital con Jesús. Cuerpo y la sangre de Cristo no tiende a otra cosa que a convertirnos en aquello que comemos».

Y el segundo aspecto fundamental, también lo señala claramente el Apóstol: “ya que hay un solo pan, todos nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque participamos de ese único pan”.

Sacramento de la unidad con Dios y entre nosotros, por eso es tan imperioso para el cristiano trabajar por la unidad para no ultrajar el Cuerpo de Cristo.

No podemos comulgar con el Señor, si no comulgamos entre nosotros. Si queremos encontramos con Él, también debemos ponernos en camino para ir al encuentro unos de otros hasta el punto de convertirse en un solo cuerpo. Somos comunidad, alimentados por el cuerpo y la sangre de Cristo.

Este doble fruto de la Eucaristía: unión y comunión nos impela a la misión:

Gracias a la Eucaristía, al Pan que nos convierte en alimento a nosotros, podremos cumplir el mandato del Señor: “denles de comer ustedes mismos”. Hay muchos hambrientos que pasan por nuestra vida. A ellos el Maestro nos pide hoy que les demos de comer: que le demos el alimento, la fe, el tiempo, el amor… Los hambrientos de hoy nos están esperando…

El que comulga tiene que salir de la Misa queriendo ser pan comido por el hermano. Hoy se está realizando la colecta de Caritas, bajo el lema: “Mirarnos, Encontrarnos, Ayudarnos”.

Al unirnos a Cristo Eucaristía lejos de replegarnos sobre nosotros mismos nos abre al amor de lo demás, una Iglesia que vive de la Eucaristía, necesariamente se vuelve misionera, en salida, misericordiosa y solidaria. :

 Un buen programa Eucarístico: celebrar,  adorar y compartir.

Después de la celebración llevaremos a Jesucristo en procesión por nuestras calles. Quiere ser una gran bendición pública  para nuestra ciudad. Cristo, es la gran bendición que necesita nuestra Patria.

Señor este es tu pueblo, lo fundó tu Madre, bajo la advocación tan querida de Nuestra Señora del Rosario.  Lo fundó para Ti, Señor. Una vez más te reconocemos como Señor de nuestra historia.

Te encomendamos a todo nuestro pueblo que peregrina en nuestra Arquidiócesis;

Ponemos ante sus ojos los sufrimientos de los enfermos, la soledad de los jóvenes, de los niños, de los niños por nacer; y  los ancianos.

¡Muestra a la Iglesia y a sus pastores, consagrados y laicos lo que Tú quieres en este tiempo sinodal!

¡Fortalece a nuestras familias, que se descubra nuevamente el tesoro y la belleza de la misma! Iglesia doméstica, santuario de vida y de amor.

¡Alienta a los que están sufriendo estrecheces económicas, incertidumbre en su trabajo y futuro!

Muestra tu amor hacia los pobres y enfermos, cuida a los jóvenes víctimas de las adicciones. Descúbreles el sentido maravilloso de la vida

¡Concédenos muchas y santas vocaciones, que hagan esto en memoria tuya! ¡Mira a la humanidad que sufre, que se siente insegura entre tantos interrogantes; mira el hambre físico y psíquico que la atormenta pero sobre todo el hambre de Dios. ¡Da a los hombres pan para el cuerpo y para el alma! ¡Dales trabajo, dales luz, dales Tú mismo! ¡Une a tu Iglesia, une a la humanidad sufriente!  ¡Danos tu paz!

¡Señor guía los caminos de nuestra historia!

Nadie como María, Mujer Eucarística puede educarnos en la fe, para vivir este Gran Misterios. Que nos ayude a acoger siempre con asombro y gratitud el gran regalo que nos ha hecho su Hijo.

Gracias Señor Jesús. Quédate con nosotros porque anochece.

Monseñor Puiggari celebra sus 25 años de ordenación episcopal en la Catedral de Paraná

El lunes 8 de Mayo se celebró en la Catedral Metropolitana la Santa Misa en Acción de Gracias por los 25 años de Consagración Episcopal de Monseñor Juan Alberto Puiggari, con la presencia Mons. Eduardo Martin, Arzobispo de Rosario; Mons. Sergio Fenoi, Arzobispo de Santa Fe; Mons. Luis Collazuol, Obispo de Concordia; Héctor Zordán, Obispo de Gualeguaychú; Pedro Torres, Obispo de Rafaela, Mons. Gustavo Help, Obispo emérito de Venado Tuerto, como así también autoridades civiles, militares, fuerzas vivas, vecinos.

En su homilía, Monseñor Juan Alberto Puiggari destacó la figura de la Virgen de Luján, Patrona de Argentina, y su vocación de Madre.

“En la Virgen de Luján vemos claramente su vocación de Madre, la que Jesús le dio en la Cruz, cuando una humilde imagen de la Virgen quiso quedarse en nuestra pampa, para decirnos a los argentinos: ‘Aquí estoy, soy su Madre’”, afirmó monseñor Puiggari.

En este sentido, el arzobispo remarcó que, frente a la imagen de la Virgen de Luján, se congregan miles de argentinos llevando sus tristezas, alegrías, proyectos e ilusiones, y sobre todo el agradecimiento tan propio de nuestro pueblo noble.

Asimismo, monseñor Puiggari agradeció y alabó a la Trinidad Santísima por su obra creadora, redentora, santificadora y de prenda de Vida eterna, y celebró la fidelidad del Señor que lo ha cuidado y sostenido durante estos años.

“Por gracia de Dios, soy lo que soy. No elegí el camino, Dios me llamó, me eligió sin ningún mérito de mi parte, por puro amor de predilección, me eligió débil para confundir a los fuertes, para que en todo se manifieste su poder. Me tomó de entre los hombres, para entregarme al servicio de mis hermanos, me hizo experimentar mis debilidades, para que fuera capaz de comparecerme de las debilidades de los hombres”, expresó el arzobispo.

En este sentido, monseñor Puiggari recordó que el episcopado es oficio de amor, como lo enseña San Agustín, y que fue llamado para colaborar en la glorificación del Padre y en la salvación de los hombres. “Este servicio no es fácil, como recordaba el profeta Jeremías: ‘Antes de haberte formado en el seno materno te conocía, y antes que nacieses te tenía consagrado, Yo, Profeta de las naciones te constituí’. Por eso, me siento necesitado de exclamar con San Pablo: ‘Por gracia de Dios, soy lo que soy’”, afirmó el arzobispo.

Finalmente, monseñor Puiggari destacó que el mundo actual espera de los sacerdotes y obispos que les muestren y entreguen al Dios que necesitan, al Cristo que salva, al Espíritu de Amor que da Vida. “Y este tiempo secularizado y desesperanzado, nos exige que seamos hombres de lo Absoluto, profetas de esperanza y signos del Reino escatológico”, concluyó el arzobispo.

Compartimos el texto completo de la homilía.

HOMILIA CON MOTIVO DE LAS BODAS DE PLATA EPISCOPALES

Solemnidad de Nuestra Señora de Luján

Catedral de Paraná, 8 de mayo de 2023

Queridos hermanos:

Estamos celebrando la Solemnidad de Nuestra Señora de Luján, Patrona de nuestra Patria, la Virgen gaucha, la del manto humedecido por el rocío de nuestra pampa y cubierto de abrojos, como señal de su caminar en medio de nuestro Pueblo peregrino.

En la Virgen de Luján vemos claramente su vocación de Madre,  la que Jesús le dio en la Cruz, cuando una humilde imagen de la Virgen quiso quedarse en nuestra pampa, para decirnos a los argentinos: “Aquí estoy, soy su Madre”. Frente a su imagen humilde y silenciosa, se congregan miles y miles de argentinos llevando sus tristezas y alegrías, proyectos e ilusiones, y sobre todo el agradecimiento tan propio de nuestro pueblo noble.

Frente a su imagen, hoy, tengo la necesidad  de alabar y agradecer a la Trinidad Santísima por su obra creadora,  redentora, santificadora y de prenda de  Vida eterna.

Doy gracias y alabo al Padre que tanto amó a los hombres que envió a su propio Hijo para la salvación del mundo.

 Y  de una manera especial, quiero agradecer y alabar  por los veinticinco años  de vida episcopal que me ha concedido. Celebro y quiero cantar la fidelidad del Señor que me ha cuidado y sostenido durante estos años. Elevo mi mirada agradecida y emocionada  a Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote. Sólo desde Él comprendo algo del gran misterio del sacerdocio y del episcopado. 

El profeta Jeremías me recuerda: “Antes de haberte formado en el seno materno te conocía, y antes que nacieses te tenía consagrado, Yo, Profeta de las naciones te constituí”. (Jr. 1,15). Por eso en esta noche me siento necesitado de exclamar con San Pablo: “Por gracia de Dios, soy lo que soy”. No elegí el camino, Dios me llamó, me eligió sin ningún mérito de mi parte, por puro amor de predilección, me eligió débil para confundir a los fuertes, para que en todo se manifieste su poder. Me tomó de entre los hombres, para entregarme al servicio de mis hermanos, me hizo experimentar mis debilidades, para que fuera capaz de comparecerme de las debilidades de los hombres.

Me eligió por amor; me exigió una respuesta de amor. “Pedro me amas”…“apacienta mis ovejas”. Una vez más quiero recordar que no me es lícito apacentar el rebaño del Señor, si no lo hago por amor, como el de Jesús, hasta la entrega total, hasta dar la vida por las ovejas. El episcopado es oficio de amor como lo enseña San Agustín.

Y me llamó, para que configurado con Él,  fuera instrumento suyo, para colaborar en  la glorificación del Padre y en la salvación de los hombres. Como Él tengo que ser Maestro, Sacerdote y Pastor. Por Él, con Él y en Él tengo que actualizar cada día para los hombres de hoy, su Sacrificio de la Cruz.

Y nuestro mundo hambriento y sediento espera de nosotros, los sacerdotes, los obispos, que le mostremos y entreguemos al Dios que necesitan, al Cristo que salva, al Espíritu de Amor que da Vida. Y este tiempo secularizado y desesperanzado, nos exige que seamos hombres de lo Absoluto, profetas de esperanza y signos del Reino escatológico.  Esperanza que toma su fuerza en la certeza de la voluntad salvadora universal de Dios y de la presencia constante del Señor Jesús, el Emmanuel, siempre con nosotros hasta el fin del mundo.

Servidor de Cristo, servidor de los hombres, para eso he sido elegido. Este servicio no es fácil, (como recordaba el Venerable Cardenal Pironio), exige una permanente disponibilidad para contemplar, convertirnos y morir. Servir a los hombres es entenderlos, asumirlos, salvarlos, multiplicarles el pan, abrirles los misterios de la Palabra, comunicarles la Vida de Dios, que es  don del Espíritu.

Recordando todo esto, la acción de gracias se transforma también en un sincero pedido de perdón, a Dios, a la Iglesia, y a ustedes mis hermanos, porque no he sido  epifanía del rostro del Buen Pastor que ustedes se merecen; por mis debilidades y pecados, he obstaculizado la obra que Dios ha querido hacer, por mi intermedio, a favor de su Pueblo.

También necesito pedir a Dios y a ustedes para que me ayuden a vivir más a fondo la oblación eucarística que es lo central del obispo: donación total que se manifiesta y toma su fuerza de la Eucaristía. En el corazón sacerdotal tienen que resonar muy hondo las palabras de Jesús “Éste es mi Cuerpo entregado…ésta es mi Sangre derramada”. Que Dios me ayude para que éste sea mi programa hasta el final de mi vida.

Adoración, acción de gracias, pedido de perdón, súplicas son los sentimientos que hoy quiero tener en lo más profundo de mi corazón. Les pido que me acompañen a elevarlos a Dios…

Pero esta acción de gracias, no sería completa, si no lo hiciera, con los instrumentos que Dios ha puesto en mi camino.

Sería ciertamente muy largo hacerlo, porque me siento especialmente bendecido por Él, y peligroso de ser injusto por olvido, pero permítanme mencionar en pocas personas las grandes etapas de mi vida.        

A la Iglesia,  mi Madre, a ella le debo todo, a Ella quiero servir con fidelidad hasta mi último aliento.

A mis padres, les debo el don de la vida, el don de la fe, el apoyo permanente en mi vocación, y las grandes enseñanzas que se descubren con el tiempo y que fueron grabadas en mi alma con el cincel del ejemplo silencioso y testimonial. Me dieron  una familia en donde fue fácil vivir el Bautismo, fuente de todas las gracias.

Al siervo de Dios Padre Etcheverry Boneo, instrumento para escuchar el llamado de Dios, modelo ejemplar que me entusiasmó con metas grandes, me transmitió ese fuego irresistible del amor a Jesucristo, del celo por la Gloria del Padre y la entrega sin reservas por mis hermanos. También me dio una familia espiritual.           

A muchos sacerdotes, consagrados y laicos que Dios puso a lo largo de mi vida que han sido un ejemplo apoyo y estímulo. Sería muy largo enumerar.

Al Cardenal Karlic, que junto con Mons. Eichor y Mons. Cargnello por la imposición de sus manos me introdujeron en el Colegio Episcopal. En los primeros años como Obispo Auxiliar, cuánto agradecer, aprendiendo a serlo con la sabiduría del Cardenal.

Luego, mi primera experiencia de Pastor en la querida Diócesis de Mar del Plata. Llegaba a un lugar desconocido y en pocos días me hicieron sentir el calor, afecto y  entusiasmo para trabajar en comunión para el anuncio del Evangelio.

Luego el Señor me llamó para venir desde el “mar” hasta el “hermano de mar”, nuevamente a Paraná.

Gracias a todos los sacerdotes por su cooperación, por su trabajo y disponibilidad;  gracias a los diáconos, a los consagrados, a los seminaristas. A los agentes pastorales, a las instituciones y movimientos, a los colaboradores de la  Curia y a los laicos en general.  Una  vez más los invito a escuchar la suave y vigorosa voz del Maestro “duc in altum” y renovar nuestro compromiso para caminar juntos,  como comunidad evangelizadora, eucarística y misericordiosa, comprometidamente misionera y en salida hacia las periferias espirituales y existenciales, que ame con predilección a los pobres, a los que más sufren. Agradezco también a los sacerdotes de otras Diócesis que han querido acompañarme en este día.

Gracias,  por la mucha oración con la que me han acompañado y fortalecido en momentos difíciles y también por mi salud. No tengo duda que soy un milagro de la oración de ustedes.

Y por último, y no porque sea la menos importante, quiero contemplar con agradecimiento filial a Nuestra Madre Santísima, bajo la advocación de Nuestra Señora de Luján. Siempre he sentido fuertemente su protección; Ella es apoyo eficaz en mi camino personal, energía poderosa en el apostolado, consuelo en las dificultades, fortaleza en las pruebas. Hoy quiero renovarle mi pedido filial: “Haz que mi paso por esta Arquidiócesis sea nada más que para sembrar el amor a Dios y a Ti,  en todos aquellos con los que me encuentre”.

Quiero recordar con gratitud el pasado, vivir con pasión el presente para evangelizar, y abrirme con confianza al futuro, a Él le pertenece, es el Señor de la historia.

Como San Pablo quiero, fortalecido por esta acción de gracias y las oraciones de ustedes, “lanzarme hacia lo que está por delante, corro hacia la meta, para alcanzar el premio al que Dios me llama desde lo alto, en Cristo Jesús”.

Que en esta Eucaristía suba hasta el Padre por Cristo en el Espíritu Santo, mi  agradecimiento por estos  veinticinco años de obispo, y mi súplica confiada por todas las necesidades de la iglesia, de nuestra Arquidiócesis  y de cada uno de ustedes.

                                                                                         + Mons. Juan Alberto Puiggari

Audio Radio Corazón

Homilía de la Fiesta de Nuestra Sra. del Rosario

HOMILIA DE LA FIESTA DE NUESTRA SEÑORA DEL ROSARIO,

PATRONA DE LA ARQUIDIOCESIS DE PARANA

Catedral, 7 de octubre de 2022

Queridos hermanos:

Con gran alegría, después de años difíciles, estamos celebrando a nuestra Patrona y Madre, la Santísima Virgen del Rosario. Ella nos primerió y esta mañana visitó nuestra ciudad; ahora con un corazón agradecido y gozoso estamos aquí reunidos para expresarle nuestro amor y gratitud por su protección a lo largo de nuestra historia.

 Su presencia en una humilde capilla, en 1730, reúne al primer grupo de pobladores en la llamada “Baxada de Paraná”. Así comienza la historia religiosa, política y social de nuestra ciudad. Por eso la reconocemos como  Fundadora.

Reconocer nuestro origen es asegurar nuestro futuro, profundizar sus raíces y garantizar el crecimiento de nuestro pueblo poniendo en el centro a Dios y reconociéndolo como Nuestro Señor.

 Hoy queremos pedir: Madre ¡enséñanos a ser fieles al  Amor de Dios!

 Dios es Amor, es su autorrevelación. Gracias a ese Amor surgió la creación de la nada, el hombre a su imagen y semejanza, pero sobre todo ese Amor se manifiesta en la Encarnación y en Su Pascua.

El mundo en el que nos toca vivir frecuentemente profana esta palabra, la corrompe, la vacía de contenido.

A nosotros nos toca redescubrir su sentido profundo, vivirla con intensidad y mostrar al mundo la infinita riqueza del amor.

Debemos suscitar en el mundo -primero en nuestras vidas- un renovado  compromiso en la respuesta humana al amor divino. Vivir el amor e irradiar la luz de Dios: “El amor es una luz –en el fondo la única–, que ilumina constantemente al mundo oscuro y nos da la fuerza para vivir y actuar”. Tenemos que manifestar la centralidad de la fe en Dios, en ese Dios que ha asumido un rostro humano y un corazón humano. Tenemos necesidad del Dios vivo que nos ha amado hasta la muerte.

“Dios es Amor y quien permanece en el Amor permanece en Dios, y Dios en él”. La ternura, la misericordia, la compasión, la fidelidad son los rasgos del amor que Dios nos tiene. “El amor se convierte en el criterio para la decisión definitiva sobre la valoración positiva o negativa de una vida humana. Amor a Dios y amor al prójimo se funden entre sí: en el más humilde encontramos a Jesús mismo y en Jesús encontramos a Dios”.

Como decía San Agustín: “Amas cielo eres cielo, amas tierra eres tierra”. Cada uno de nosotros es lo que ama. Madre, ¡que descubramos, vivamos y seamos fieles al Amor de Dios!

Ante nuestro mundo, que cada vez  se va alejando de Dios y  por lo tanto del amor, de la felicidad, de la libertad, ante este mundo que grita que Dios ha muerto, estamos proclamando inconscientemente la muerte del hombre. No podemos caer en el pesimismo, en la desesperanza o en la indiferencia. Debemos reaccionar, como lo decía nuestro querido Papa Emérito Benedicto, comprometiéndonos en la revolución del amor, o como lo expresa Francisco, en la revolución de la ternura. Sólo la caridad cambiará al mundo, porque sólo el amor redentor de Cristo salvó al mundo. Queremos educarnos en la ley del amor y en la ley del servicio.                           

La prueba más grande del amor es dar la vida. Queremos aprender a darla, día a día, por Dios y por los hombres. Creemos en la fuerza omnipotente del amor.

No podemos resignarnos porque Dios no se resigna, ama a todos los hombres y por todos envió a Su Hijo a morir en la Cruz, no para condenarlos sino para salvarlos.

Para no resignarnos y caer en la desesperanza debemos descubrir una vez más nuestra vocación a la santidad, nuestra necesidad de la oración y el llamado imperioso a la misión.

Misión, a la cual nos invita con insistencia Francisco: “invitarlos a una nueva etapa evangelizadora marcada por la alegría” que exige renovar nuestro encuentro personal con Cristo.

“Éste es el momento para decirle a Jesucristo: «Señor, me he dejado engañar, de mil maneras escapé de tu amor, pero aquí estoy otra vez para renovar mi alianza contigo. Te necesito. Rescátame de nuevo, Señor, acéptame una vez más entre tus brazos redentores». Quiero ser tu discípulo-misionero por amor al Padre y a mis hermanos.

Con María, queremos ser una Iglesia en salida, de puertas abiertas, que sepamos caminar juntos en comunión para anunciar al Señor que salva.

  Pero bien sabemos que somos débiles y por eso necesitamos de la oración. El título de nuestra Patrona, María del Rosario, nos habla de la cercanía de nuestra Madre que en los momentos difíciles nos brinda un medio maravilloso para conseguir las gracias necesarias y especialmente para alcanzar su gran deseo: que nos identifiquemos con su Hijo Jesús.

 “El Rosario es el poema  del amor divino por el hombre.  Es la gesta del Hijo de Dios.”


Por medio del Rosario queremos descubrir  que hay un oasis siempre a mano  para restaurar el alma  y retomar el camino de las cumbres.  Este oasis es la oración, es el Rosario.

Oración simple y  profunda. San Juan Pablo II decía”. El Rosario es oración contemplativa y cristocéntrica, inseparable de la meditación de la Sagrada Escritura. Es la plegaria del cristiano que avanza en la peregrinación de la fe, en el seguimiento de Jesús, precedido por María.» (Castelgandolfo, 1º octubre de 2006)

En su sencillez y profundidad,  sigue siendo también en este tercer Milenio, de gran significado, destinada a producir frutos de santidad. Se encuadra bien en el camino espiritual de un cristianismo que, después de dos mil años, no ha perdido nada de la novedad de los orígenes, y se siente empujado por el Espíritu de Dios a «remar mar adentro» (duc in altum!), para anunciar a Cristo al  como Señor y Salvador, «el Camino, la Verdad y la Vida» (Jn14, 6), el «fin de la historia humana, el punto en el que convergen los deseos de la historia y de la civilización».

«El Rosario, exclamaba S. Juan Pablo II, es mi oración predilecta. ¡Plegaria maravillosa! Maravillosa en su sencillez y en su profundidad.

Nos hace entrar en la escuela de María, para  contemplar el rostro de Cristo, recordar, comprender y configurarse con Él. En el Rosario el camino de Cristo y el de María se encuentran profundamente unidos. ¡María no vive más que en Cristo y en función de Cristo! Mi vida es Cristo, decía San Pablo, cada uno de nosotros tenemos que repetirlo sin cansarnos, para que por medio de Ella podamos hacerlo realidad.

Queridos hermanos: permítanme pedirles que recen el Rosario. “Una oración tan fácil, y al mismo tiempo tan rica, merece de veras ser recuperada por la comunidad cristiana.” Estamos como Arquidiócesis marcados por la Virgen del Rosario, crezcamos en su rezo, en las familias, en todas las comunidades parroquiales.

Ella es punto de referencia constante para la Iglesia (EG: 287) y modelo eclesial para la Evangelización, en Ella aprendemos sobre todo una actitud, un estilo, es el estilo mariano con el que hemos de conducirnos en esta hora de nuestra Iglesia que necesita su conversión pastoral. Un estilo servicial y tierno, que cuida de los hijos, sobre todo de los más débiles.

En este tiempo Sinodal, le pedimos a María que podamos redescubrir la alegría de ser discípulos-misioneros de  su Hijo,  y que caminando juntos en comunión, tengamos la pasión de la evangelización. 

Que nos haga  una Iglesia más contemplativa y orante para poder ser  más profética, misionera, misericordiosa y samaritana.

Le pido a María la gracia  de ponerme, junto con toda la Iglesia, a la escucha de la Palabra y de la voluntad del Señor para dejarnos conducir por El, de tal modo que sea Él mismo quien conduzca a la Iglesia que peregrina en Paraná.

 Que como Iglesia respondamos siendo misioneros con nuestra vida de fe, esperanza y caridad, cada uno según su carisma, en cada Eucaristía, en cada acto de libertad.

Como es entero el Amor de tu Hijo, sea entera nuestra entrega.

Madre de Rosario: nos ponemos en tus manos, cuida a todos tus hijos, especialmente a los que más sufren.

Únenos a Ti en la tierra y llévanos contigo al cielo. Amén.

+ Mons. Juan Alberto Puiggari

HOMILIA DE ORDENACION DE JULIAN RODRÍGUEZ

Catedral de Paraná

21 de septiembre de 2022

Queridos hermanos:

            Dios, por boca del Profeta Jeremías, nos dice: «Os daré Pastores según mi corazón». Con estas palabras, Dios promete a su Pueblo no dejarlo nunca privado de Pastores que lo congreguen y guíen.

El Pueblo fiel experimenta siempre la realización de este anuncio profético. Y en esta noche, la Iglesia que peregrina en Paraná es testigo del cumplimiento de estas palabras del Señor, con la ordenación de un nuevo sacerdote; por eso damos gracias a Dios porque una vez más ha cumplido Su Promesa. Con inmensa alegría estamos participando de la Eucaristía en la que este hermano nuestro va a recibir el sacramento del Orden que lo configurara con Cristo Cabeza, Pastor, Siervo y Esposo de la Iglesia.

La vocación sacerdotal  es un misterio de la elección divina: «No me han elegido ustedes a mí, sino que yo los he elegido a ustedes, y los he destinado para que vayan y den fruto, y ese fruto permanezca» (Jn. 15,16);  «Antes de formarte en el vientre materno, yo te conocía; antes que salieras del seno yo te había consagrado, te había constituido profeta» (Jr. 1,5). Estas palabras inspiradas de la Sagrada Escritura estremecen profundamente el corazón de todo sacerdote, seguramente en esta noche el de Julián.

Pero podríamos preguntarnos: ¿qué significa ser  sacerdote? ¿Tiene validez en un mundo secularizado como el nuestro? ¿Vale la pena?

Para contestar tenemos que avivar la fe, sumergirnos en el plano sobrenatural y tratar de asomarnos con admiración al Misterio, desde una relación esencial con Cristo.

El mundo ha cambiado enormemente, y sigue cambiando a un ritmo vertiginoso; ya nada nos asombra… pero sin embargo  sigue siendo válido que la única respuesta para las soluciones a los grandes conflictos de nuestro tiempo es Jesucristo,  el Único que salva, «aquel a quien el Padre santificó y envió al mundo» no para condenarlo, sino para que el mundo viva y se salve.

 Y si creemos esto, quedamos admirados frente a la grandeza de lo que pasa hoy. Porque  el sacerdote se ubica  en la misma consagración y misión de Cristo: » Como el Padre me envió, también yo los envío a ustedes». » Como el Padre me ama, Yo también los he amado”. Solo así se comprende lo radical del llamado y lo irreversible de la respuesta que va a dar Julián. Cristo tiene derecho a elegirlo y a enviarlo, de una manera original y única. Cuando se lo piensa en la fe, se  comprende algo de lo misterioso y maravilloso que estamos viviendo…Como decía el Santo Cura de Ars “si comprendiéramos el misterio del sacerdocio, moriríamos, pero no de temor sino de amor”.

El sacerdocio es un don, es una elección, es una gracia inmerecida, porque no está basada en nuestros propios méritos o capacidades, sino en el  puro amor de predilección de Dios, como escuchábamos en el Evangelio: “Yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores”. Como a san Mateo, Jesucristo, después de orar al Padre, lo llama a Julián,  en orden a la edificación del Cuerpo de Cristo. Le pido al Señor  que  tenga la repuesta de Mateo: levantarse, seguirlo y abandonarlo todo. 

          Pero ¿qué significa ser sacerdote?  San Pablo nos dice que, ante todo, ser sacerdote es ser administrador: «servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios.” (1 Cor. 4, 1-2).  El administrador no es propietario, sino aquel a quien se le confían los bienes para que los gestione con justicia y responsabilidad.

Recibe de Cristo  nada menos que los tesoros de la salvación para distribuirlos entre sus hermanos a los cuales es enviado. Se trata de los bienes de la fe.  Es, por tanto,  el hombre de la Palabra, el hombre de los  sacramentos, el hombre del «misterio de la fe».  Nadie puede considerarse «propietario» de estos bienes. Todos somos sus destinatarios. El sacerdote, sin embargo, tiene la tarea de administrarlos en virtud de lo que Cristo ha establecido.

 La vocación sacerdotal es un misterio. Es el misterio de un «maravilloso intercambio» entre Dios y el hombre. Éste ofrece a Cristo su humanidad para que Él pueda servirse de ella como instrumento de salvación, casi haciendo de este hombre otro sí mismo. (Tomen y coman, este es mi cuerpo…yo te absuelvo…). Si no se percibe el misterio de este «intercambio», no se logra entender cómo puede suceder que un hombre joven, escuchando la palabra ‘‘¡Sígueme!», llegue a renunciar a todo por Cristo, con la certeza de que por este camino su personalidad humana se realizará plenamente.

 Nuestro querido y recordado san Juan Pablo II se preguntaba. “¿Hay en el mundo una realización más grande de nuestra humanidad que poder representar cada día “in persona Christi” el Sacrificio redentor, el mismo que Cristo llevó a cabo en la Cruz?

El Espíritu Santo quiere servirse de Julián, de su boca, de sus manos, de su cuerpo para proclamar incesantemente la Palabra; traducirla de tal modo que toque los corazones, pero sin alterarla ni rebajarla, sin acomodarla a sus criterios; y repetir el gesto de ofrecimiento de Jesús en la Última Cena, sus gestos de perdón a los pecadores.

Será tomado de entre los hombres y permanecerá cercano a ellos, “cristiano en medio de ellos”, decía San Agustín. Pero totalmente consagrado a la obra de la salvación.

Será instrumento, pobre y humilde, que no debe atribuirse el mérito de la gracia transmitida; solo instrumento.

Querido Julián:

¡Qué grande y maravilloso es proclamar la Buena Nueva!, hacer conocer a Jesucristo; poner a nuestros hermanos en relación personal, viva con Él; velar por la autenticidad y la fidelidad de la fe, para que no decaiga, para que no sea alterada ni esclerotizada. Ser maestro de fe y predicador incansable de la misma; testigo de quien vive lo que anuncia y ayuda a descubrir, con gestos cotidianos, la verdad de lo que dice y lo que cree y así mantener en la Iglesia el impulso misionero, como nos insiste Francisco, formando comunidades santas, evangelizadoras y servidoras.

¡Que noble misión es dispensar los misterios de Dios!, ser canal transparente de la gracia de Cristo, hacerlo presente de modo sublime en el misterio pascual a través de la Eucaristía, y en su gesto misericordioso del perdón.

¡Qué extraordinario es ser pastor!; construir y mantener la comunión entre los cristianos, en el lugar que se te confíe, corresponsable de las otras comunidades  de la Arquidiócesis, todas en unión con el sucesor de Pedro. ¡Qué desafiante buscar las ovejas perdidas!

En ese pastoreo tendrás que presidir la caridad de tu comunidad especialmente entre los  más pobres y los que más sufren.

Julián: sólo podrás servir eficazmente al hombre si te sientes «encadenado a Cristo por el Espíritu”. Somos humildes servidores de los hombres; pero nuestra capacidad de servicio la engendra en nosotros la absoluta y gozosa inmolación a Cristo.

El servicio cotidiano no es fácil. Es importante una permanente disponibilidad para contemplar, convertirnos y morir.  Servir a los hombres es entenderlos, asumirlos, salvarlos… Multiplicarles el pan eucarístico, abrirles los misterios del Reino, comunicarles el don del Espíritu. (Como  lo enseñaba el Venerable Cardenal Pironio).

Como decía santa Teresa de Calcuta: “Tengan la libertad de amar y de ser todo para los hombres. Por eso necesitan ser libres, pobres y llevar una vida simple… Como sacerdotes tienen que ser capaces de alegrarse de esta libertad, de no poseer, de no tener a nadie; sólo entonces podrán amar a Cristo con amor indiviso en la castidad y entregarse sin reservas a sus hermanos”.

Que la Eucaristía llegue a ser para vos una escuela de vida, en la que aprendas a entregarla. La vida no se da sólo en el momento de la muerte, y no solamente en el modo del martirio. Debes darla día a día. Debes aprender a desprenderte, a estar a disposición del Señor para lo que te necesite  en cada momento. Dar la vida, no tomarla. Sólo quien da su vida la encuentra.

Marianiza tu sacerdocio. Como san Juan, introdúcela en el dinamismo de tu existencia y de tu misión. Vas a  comenzar a ser su hijo predilecto porque te asemejarás más a Jesús, y también porque como Ella, vas a estar comprometido  en la misión de proclamar, testimoniar y dar a Cristo al mundo.

Que Ella te conceda la gracia de la generosidad en la entrega, la fidelidad en el compromiso, una vida pobre y un amor ardiente y misericordioso…

Has tomado como lema, una frase que te ha marcado fuertemente los últimos años de tu Seminario y que hoy por primera vez la pronunciarás como sacerdote: “Por Cristo, con Él y en Él”.

Es todo un programa de vida sacerdotal porque señala la configuración más íntima del amor en quien pertenece a Cristo. Nada hace por sí mismo ni para sí mismo, nada hace para ser visto por los hombres ni aplaudido por ellos: sólo obra por Cristo, para Cristo, movido por su Amor y en respuesta a su Amor.

 Es el dinamismo de la vida cristiana, que parte siempre de la Gracia: ¡siempre con Cristo! Nuestra existencia  es fruto de un encuentro personal y único con Él, un acontecimiento decisivo, y nada ni nadie nos puede separar de su Amor.

Con Él, que siempre nos acompaña; que siempre dirige nuestros pasos; que jamás nos niega su Gracia. ¡Siempre con Él!, rechazando cuanto nos aparte de Él…

       “Por Cristo, con Él y en Él…”

  En Él, ¡en el Señor! Ya comamos, bebamos, o hagamos cualquier otra cosa, siempre en Él, en el Señor, para Gloria del Padre. Cuanto hacemos, lo hacemos en Cristo, movidos por su Espíritu Santo;  con Él y por Él para la Gloria del Padre y para el bien de nuestros hermanos.

 Nuestro mundo tiene necesidad de esperanza, estamos viviendo la  asfixia de ocultar a Dios de nuestra cultura y la parálisis del pesimismo. Sé profeta de esperanza, grita al mundo la esperanza, pero no una fácil o ilusoria, sino la que nace de la cruz Pascual de Cristo. «Una esperanza sin alegría no es esperanza, no va más allá de un sano optimismo.» «La alegría fortalece la esperanza y la esperanza florece en la alegría”.  (Francisco)

 Que Dios bendiga a tu familia, a los Formadores del Seminario, especialmente a las comunidades parroquiales de Santa Lucía en donde nació tu vocación, y de Santa Rosa que te acompañó con tanto cariño en esta última etapa.

Demos gracias a Dios y pidamos con insistencia y confianza por el aumento de las vocaciones sacerdotales y consagradas.

Santísima Virgen del Rosario,  nuestra Madre y Patrona, te encomiendo el sacerdocio de Julián.

Madre, únenos a Ti en la tierra y llévanos contigo al Cielo.

Homilía en el Tedeum del 9 de Julio

Parroquia San Miguel Arcángel. Paraná

Queridos hermanos:

Como nuestros representantes reunidos en la histórica Casa de Tucumán, el 9 de julio de 1916, hoy también nosotros nos hemos reunido en este templo histórico de San Miguel, para implorar a Dios Nuestro Señor por el bien de nuestra Patria, reconociéndolo como fuente y origen de toda razón y justicia, como lo invoca nuestra Constitución Nacional.

Y lo hacemos con el convencimiento más firme, como dice el Salmo, de que en vano trabaja el obrero, si el Señor no construye la casa, y que en vano vigila el centinela, si el Señor no cuida la Ciudad.

Mirando nuestra historia nacional nos damos cuenta, por encima de las limitaciones que tenemos, de los errores que hemos cometido o de las situaciones difíciles que estamos viviendo; nuestra Nación ha recibido grandes dones y beneficios del Dios que es Uno y Trino.

En tiempos marcados por la globalización, no debe debilitarse la voluntad de ser Nación, una familia fiel a su historia, a su identidad y a sus valores humanos y cristianos.

La Patria es nuestra madre: nos engendró, somos parte de sus entrañas, nos abriga bajo su bandera celeste y blanca, nos da su nombre, el de argentinos, nos hace partícipes de sus triunfos y fracasos, de sus alegrías y sus sufrimientos, de sus sueños y esperanzas.

El amor a la Patria es un deber imperioso para todo hombre y más aún para todo cristiano. Jesucristo quiso anunciar la Buena Nueva del Evangelio, antes que a nadie, a las ovejas de la casa de Israel, y lloró sobre futuras desgracias de Jerusalén, como lloró sobre el sepulcro de  su amigo Lázaro.

San Agustín, con sus frases vigorosas, nos recuerda: “Ama a tus padres, pero más que a ellos ama a tu Patria, y más que a tu Patria ama a Dios”.

Por eso, mis hermanos, todos tenemos que sentirnos protagonistas en este momento difícil que estamos atravesando. No podemos ser insensibles al dolor de nuestra gente, a la cierta desesperanza que hay en nuestro pueblo. Tenemos que pedir la gracia de renovar nuestro entusiasmo por construirla juntos y curar cuidadosamente sus heridas. Es el momento para  la magnanimidad, la humildad y debemos deponer el interés mezquino del proyecto personal para recrear las bases de un proyecto grande de país, que nos convoque, nos identifique y nos exprese. Tenemos que tener presente a nuestros grandes héroes como San Martín, Belgrano y Güemes,  que fueron capaces de postergar toda ambición personal para servir a la Patria.

Creo, queridos hermanos, que todos somos conscientes del estado anímico de nuestra gente, por muchos motivos – que no viene al caso enumerar- pero debemos comprometernos a sanar a nuestro pueblo herido y sufrido, para lo cual no bastan palabras grandilocuentes sino  hechos concretos que hagan creíble el compromiso de los que tenemos más responsabilidad.

Hoy queremos sentirnos herederos de los próceres de Tucumán.

Le damos gracias a Dios porque en Su Providencia nos quiso una Nación libre e independiente, y   queremos renovar nuestro compromiso de defender cada día la libertad, como don precioso de Dios.

La Independencia es un hecho histórico que celebramos pero es sobre todo una tarea cotidiana que nos compromete a todos. Hay nuevas formas de colonialismo que “pretenden imponer una nueva cultura que hace limpieza de las tradiciones válidas,  de nuestra historia, también de la religión de un pueblo. Estas colonizaciones ideológicas reniegan del pasado y no miran el futuro: viven el momento, no el tiempo, y por eso no pueden prometernos nada”. (Papa Francisco)

 Esto requiere de todos un fuerte y lúcido sentido patriótico que se exprese en la capacidad de discernir lo bueno de lo nuevo y rechazar los que son anti-valores y se oponen al ser nacional.

Dios quiera que sepamos vivir y defender la libertad, que supone el cuidado de toda vida, el  respeto de los derechos de los otros, que excluye el egoísmo, porque busca el Bien Común amando a todos sin excluir a nadie, privilegiando a los pobres, perdonando a los que nos ofenden, aborreciendo el odio y construyendo la paz.

Ser una sociedad libre es trabajar por una cultura cívica en la que cada uno pase de habitante a ciudadano; de quejarse a ser constructor de una sociedad mejor. Nuestra Patria se construye comprometiendo nuestra libertad personal y social en la búsqueda del Bien Común.

El querido y recordado San  Juan Pablo II nos dio un ejemplo profundo de amor a su Patria y en un mensaje a los jóvenes les enseñaba cómo el amor y el arraigo a la familia está íntimamente unido al amor y al arraigo a la Patria. Porque la Patria es como la prolongación de la familia, es una familia grande en la que estamos unidos por lazos de historia común, de tradición, de cultura, de lengua y de Fe. Necesitamos hacer un gran esfuerzo para restaurar la familia y así  hacer crecer la Patria a través de una convivencia de hermanos que recree el tejido social, y nos permita afianzar la identidad y la alegría de ser una Nación.

A la hora de soñar con un país ideal, la Iglesia mira a su Señor y Maestro, Jesús, que en el monte de las bienaventuranzas ofrece su programa de vida – que acabamos de escuchar – a todas las generaciones de la historia y se nos presenta como la Roca sobre la cual tenemos que construir para tener la certeza de que las tempestades no lo harán sucumbir.

Quiero elevar mi oración a Dios, fuente de toda Sabiduría, para que ilumine a todos los gobernantes y los fortalezca para los grandes desafíos de este tiempo, para que busquen  ante todo el bien de nuestro pueblo procurando el Bien Común.

Que Nuestra Señora de Luján, Patrona de la Argentina,  haga sentir su presencia de Madre, especialmente a aquellos hermanos nuestros que más sufren en el cuerpo o en el alma y nos acompañe siempre en el caminar de nuestra historia.

Que así sea.

                                       + Juan Alberto Puiggari

                                                    Arzobispo de Paraná

Homilía del Te Deum del 25 de Mayo

Queridos hermanos:

Nos hemos reunido para  celebrar la memoria de un acontecimiento que nos define como pueblo. En cuanto hecho histórico, lo recibimos como algo que nos es dado, y que debemos actualizarlo para definir, desde él, nuestra identidad y proyectarnos como Nación. Toda celebración patria presenta una mirada al pasado en el que reconocemos nuestras raíces; una vivencia del presente que nos compromete y nos lleva a examinar nuestros logros, pero también nuestros límites y carencias; y una mirada hacia el futuro, que nos llama al compromiso de todos para construir una Argentina mucho mejor para las futuras generaciones.

Damos gracias al Señor por la posibilidad de volver a encontrarnos en esta iglesia Catedral para orar por la Argentina. El largo período de cuarentena que hemos vivido a consecuencia de la pandemia ha calado hondo en todos nosotros. Ciertamente, no somos los mismos… Extrañamos a hermanas y hermanos que han perdido la vida en este tiempo. A muchos no los hemos podido despedir como hubiésemos querido. Pero los que estamos aquí  tampoco somos los mismos de ayer. Un verdadero torbellino ha pasado (y tal vez sigue pasando) en medio nuestro. En esos momentos difíciles el Santo Padre Francisco nos advertía que nadie iba a salir igual, o saldríamos mejores o peores. Es un buen momento para que como sociedad, nos examinemos.

  Nos ha cambiado la vida, y un primer sentimiento que nos une hoy, es hacer memoria doliente junto a quienes han sufrido durante estos últimos meses la muerte de seres queridos, la enfermedad y sus secuelas, la pérdida de fuentes laborales y la precariedad económica. Para muchas personas este tiempo  ha causado un importante deterioro en su ánimo y salud mental, especialmente en los jóvenes y ancianos. Todo esto se ve incrementado cuando ha afectado a las familias más pobres.

 Es tiempo de valorar la vida austera y las cosas sencillas que nos dan felicidad. Es tiempo de agradecer por la familia, revalorizar la comunidad, el barrio, las redes sociales de amistad y solidaridad.

Al dar gracias en este día al Señor por la Patria, tenemos la necesidad de una especial expresión de gratitud  a quienes han servido con abnegación heroica: el personal de salud, de seguridad, los servidores públicos, los capellanes y tantos otros  que han puesto lo mejor de sí para servir a sus hermanos.  Varios  perdieron su vida: a ellos nuestra admiración y oración. Que el Señor les recompense con creces.

El recuerdo agradecido a estos hermanos nuestros nos exige, a la dirigencia de todo tipo, redoblar el esfuerzo para sacar a nuestra Patria de esta postración,  que no es sólo económica, sino principalmente moral.

Para refundar los vínculos sociales, tan debilitados en nuestro país,  debemos apelar a la ética de la solidaridad, y generar una cultura del encuentro. El punto de vista ordenador de una cultura del encuentro debe centrarse en el hombre, principio, sujeto y fin de toda actividad humana.

Urge recrear los lazos de la amistad social entre los argentinos para pacificar los corazones tan heridos y enfrentados. Es imprescindible la reconciliación para poder aspirar a una Nación que tenga pasión por la verdad y compromiso por el Bien Común.

Para quienes creemos en Cristo, la paz es fruto de la justicia, y esos valores sólo se logran con respeto y diálogo, con altura en la mirada, dejando de lado actitudes mezquinas, y sobre todo con humildad.

En el Evangelio que se ha proclamado, hemos escuchado la regla de oro para toda autoridad, para todo representante del pueblo, para todo dirigente de una institución. “El que es más grande, dice el texto evangélico, que se comporte como el menor, y el que gobierna, como su servidor”. (Lc. 22, 26).

Queremos y necesitamos autoridades (en todos los campos) que busquen genuinamente el bien de los argentinos, que estén dispuestos a buscar acuerdos, que trabajen en forma mancomunada. El verdadero liderazgo supera la omnipotencia del poder y no se conforma con la mera gestión de las urgencias. Recordemos algunos valores propios de los auténticos líderes: la integridad moral, el compromiso concreto por el bien de todos, la capacidad de escucha, el interés por proyectar más allá de lo inmediato, el respeto de la ley, el discernimiento atento de los nuevos signos de los tiempos y, sobre todo, la coherencia de vida.

 Y también necesitamos que todos los ciudadanos nos comprometamos con el Bien Común de la Patria; tenemos que  “ponernos la Patria al hombro”, como le gustaba decir Francisco, cuando estaba entre nosotros. Sin excepción, no tenemos derecho a la indiferencia ni al desinterés o a mirar hacia otro lado. Argentina nos necesita humildes, sencillos, disponibles, dispuestos a dar lo mejor de nosotros para que la Patria se levante. Si una persona, si un sector cualquiera sea, no se compromete,  Argentina está incompleta.

Nos necesita a nosotros, a quienes creemos en Él y a todas las demás personas de buena voluntad. Una Argentina justa y solidaria, la amistad social que anhelamos entre todos, no se impone por decreto ni por arreglo de unos pocos.

No habrá cambios profundos si no renace, en todos los ambientes y sectores, una intensa mística del servicio, que ayude a despertar nuevas vocaciones de compromiso social y político.

 Tenemos que pensar la Argentina de los próximos 100 años, salir de la mirada cortoplacista; necesitamos un proyecto de país, reafirmando  nuestra identidad común, estableciendo políticas públicas con consensos fundamentales que se conviertan en referencias para la vida de la Nación y puedan subsistir más allá de los cambios de gobierno, para lo cual hay que mirar el pasado de nuestra historia.

Desde los inicios de nuestra comunidad nacional, aún antes de la emancipación, los valores cristianos impregnaron la vida pública. Esos valores se unieron a la sabiduría de los pueblos originarios y se enriquecieron con las sucesivas inmigraciones. Así se formó la compleja cultura que nos caracteriza. Es necesario respetar y honrar esos orígenes, no para quedarnos anclados en el pasado, sino para valorar el presente y construir el futuro. No se puede mirar hacia adelante sin tener en cuenta el camino recorrido y honrar lo bueno de la propia historia.

Hay dificultades, no las negamos.  Y frente a ellas tenemos que superar la parálisis frente al mal, vencer la tentación de la queja inútil, de la protesta por la protesta. Debemos reaccionar como Jesús, amando a la Patria, como exigencia del mandamiento que nos pide honrar al padre y a la madre, porque la Patria es el conjunto de bienes que hemos recibido como herencia de nuestros antepasados, es un bien común de todos los ciudadanos, y como tal, también es un gran deber.

Recibimos la Patria como un legado maravilloso y una tarea inacabada. Todos somos constructores y responsables de su futuro.  No esperemos a ver que hacen los otros, no miremos con indiferencia lo que no nos toca, despertemos de la inmadurez de pretender un estado paternalista. La Argentina es obra de todos, que se hace con el deber de cada día, hecho con esfuerzo, con honestidad, pensando más en los otros que en el propio interés. Actitud que supone heroísmo para no cansarse, para no claudicar, para comenzar cada mañana, en nuestro lugar, para creer y esperar que con la Gracia de Dios otra Argentina es posible legar a nuestros hijos.

Para poder realizar esta noble tarea, todos debemos superar los individualismos, los partidismos, los intereses egoístas, y trabajar decididamente por el Bien Común. Todos tenemos que sentirnos patriotas, como nuestros próceres de mayo.

En este día, en que se mezcla la preocupación y la esperanza, venimos aquí a implorar al Señor que ilumine nuestro camino y fortalezca nuestros espíritus, especialmente que le dé sabiduría y prudencia a nuestros gobernantes.

Demos gracias a Dios e invoquemos la protección de Nuestra Señora de Luján, Patrona de la Argentina, para que nos dé el gusto por lo grande y noble, que nos preserve de la tentación de lo pequeño e inmediato, que no nos asusten el cansancio o las dificultades, pero que sí nos asuste la falta de ideales que no nos permitan soñar con una Argentina en donde reine la paz, la justicia y el amor, que es la cumbre de aquel camino social que nos ha enseñado su Hijo Jesucristo Nuestro Señor.

Amén.

Homilía de Corpus Christi

Queridos hermanos:

Hoy, celebramos la Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Nuestro Señor Jesucristo (Corpus Christi) en la que la Iglesia hace como un eco del  Jueves Santo a la luz de la Resurrección.  Centramos nuestra atención en el misterio de la presencia real del Señor, bajo las apariencias del pan y del vino que atravesando el umbral de la muerte, se convierte en Pan vivo, bajado del cielo, auténtico maná, alimento inagotable por todos los siglos.
En el sacramento de la Eucaristía el Señor se encuentra siempre en camino hacia el mundo. Este aspecto universal de la presencia eucarística se manifiesta cabalmente  en la procesión de nuestra fiesta de hoy. Llevaremos a Cristo, presente en la figura del pan, por las calles de nuestra ciudad. Encomendaremos estas calles, nuestras familias, nuestros hermanos que más sufren, nuestra vida cotidiana, a su bondad.

«En la Eucaristía, Jesús no da “algo”,  sino a sí mismo; ofrece su cuerpo y su sangre derramada. Entrega así toda su vida, manifestando la fuente originaria de este amor divino. Él es el Hijo eterno que el Padre ha entregado por nosotros.»

En la Eucaristía «está el tesoro de la Iglesia, el corazón del mundo, lo que todo el mundo,  aunque sea inconscientemente, aspira. Misterio grande, que ciertamente nos supera y pone a dura prueba la capacidad de nuestra inteligencia de ir más allá de las apariencias». 

Es el misterio de la fe. Sin embargo, «…  estamos siempre tentado a reducir a nuestra propia medida la Eucaristía, mientras que en realidad somos nosotros los que debemos abrirnos a las dimensiones del Misterio». En el momento de la celebración de la Eucaristía,  la fe es puesta a prueba, pues como dice Santo Tomás de Aquino: «visus, gustus, tactus fallitur, sed auditu solo tuto creditur (la vista, el gusto y el tacto se engañan, solamente el oído cree todo)».

En la Eucaristía se actualiza   su amor hasta el extremo de dar la vida por nosotros, lo que nos salva. Nos salva su amor. Esta es la salvación: recibirlo a Él que se nos entrega con infinito AmorY, al comerlo, nos transforma en Él, como decía San León Magno: «Nuestra participación en el cuerpo y la sangre de Cristo no tiende a otra cosa que a convertirnos en aquello que comemos». “En la Eucaristía, nosotros partimos el mismo pan que es un remedio de inmortalidad, antídoto para no morir, sino para vivir en Jesucristo para siempre” (San Ignacio de Antioquía)

            En la segunda lectura, Pablo nos relata la institución de la Eucaristía en la Última Cena. Podríamos detenernos en dos palabras: Memoria y hagan esto en memoria mía

Memoria: no es un simple recuerdo, es un acontecimiento del pasado que se actualiza con toda la realidad y poder en el presente. En la Eucaristía Jesús se hace presente de forma real en el Pan y Vino Consagrado, con toda la fuerza de la Pascua que se nos da como alimento para el camino hacia nuestra casa definitiva: el cielo

Hagan esto en memoria mía”: con este mandato de Jesús abrió el camino para la multiplicación  del pan eucarístico.

En el Evangelio se nos relata la multiplicación de los panes y un nuevo mandato del Señor “Denles de comer ustedes mismos” sorprendiendo a sus discípulos previo a la multiplicación de los panes, manifestando su poder y generosidad.

Es un episodio profético que anuncia otra multiplicación: la del pan eucarístico que manifiesta mucho más la generosidad de su corazón y que nos compromete en nuestra vida diaria

Gracias a la Eucaristía,  nos convertimos también nosotros en alimento y así podemos cumplir el mandato del Señor: “denles de comer ustedes mismos”. Hay muchos hambrientos que pasan por nuestra vida. A ellos el Maestro nos pide hoy que les demos de comer: que le demos el alimento material, nuestro tiempo, pero sobretodo el alimento de la fe, del amor… Los hambrientos  de hoy nos están esperando…

Como nos dice el Papa Francisco: “Si hay algo que debe inquietarnos santamente y preocupar nuestra conciencia es que tantos hermanos nuestros vivan sin la fuerza, la luz y el consuelo de la amistad con Jesucristo… Jesús nos repite sin cansarse: “Denles ustedes de comer”

Nunca tenemos que separar  Eucaristía y caridad, culto y vida, espiritualidad y misión, oración y la acción para construir el Reino de Dios.

Cuando recibimos la Comunión, recibimos el mismo dinamismo de amor que Jesús manifestó en la Ultima Cena. Debemos aceptar que Su dinamismo transforme toda nuestra vida en una ofrenda generosa a Dios, por el bien de nuestros hermanos.

Poseemos demasiada técnica, sabemos demasiadas cosas. Por eso nos cuesta entender sencillamente: que Dios no puede abandonarnos, que se ingenia para permanecer con nosotros hasta el fin y que nos acompaña con la alegría y fecundidad de su Pascua en cada Eucaristía.

 

Este año queremos pedirle al Señor especialmente por las familias, al culminar el año dedicado a ella. Le pedimos la gracia, que sea restaurada como salió del corazón de Dios Uno y Trino a su imagen y semejanza, teniendo  como modelo la sagrada Familia de Nazaret.

Quiero agradecer en esta tarde, la gracia que Dios está concediendo a nuestra Iglesia con el crecimiento de las Adoraciones Eucarísticas (en sus distintas formas). Existe un vínculo intrínseco ente celebración y adoración. Como dice San Agustín. “Nadie come de esta carne sin antes adorarla”.

Nadie como María puede ayudarnos a adorar y vivir de la Eucaristía, descubrir más allá de las apariencias sensibles, a Cristo Vivo. Que toda nuestra vida y misión tenga su fuente y culmen en Ella.

Qué por su intercesión aumente en toda la iglesia la fe en el misterio eucarístico, la alegría de participar en la santa misa, especialmente en la dominical, y el deseo de testimoniar la inmensa caridad de cristo.

Y le pedimos a Nuestra Madre, que pida junto con nosotros:

¡Señor guía los caminos de nuestra historia y de nuestra Patria!
¡Muestra a la Iglesia y a sus pastores el camino sinodal!

¡Fortalece a nuestras familias, que se descubra nuevamente el tesoro y la belleza de la misma!

¡Concédenos muchas y santas vocaciones que hagan esto en memoria tuya!
¡Mira a la humanidad que sufre, que tiene hambre y sed de paz, de alegría, de justicia, de verdad, de amor. Hambre y sed que en definitiva es falta de la presencia de Dios!
¡Dales trabajo, dales luz, dales Tú mismo!

¡Haznos comprender que sólo mediante la participación en tu Pasión, mediante el «sí» a la cruz, a la renuncia, a las purificaciones que nos impones, nuestra vida, puede madurar y alcanzar su verdadera plenitud y felicidad!
 ¡Une y purifica a tu Iglesia, une a la humanidad dividida!  ¡Danos tu paz!

HOMILIA DE CORPUS CHRISTI 2016

 

Paraná, 28 de mayo de 2016

 

“Santo eres en verdad, Padre  ya que por Jesucristo, tu hijo, Señor nuestro, con la fuerza del Espíritu Santo,…congregas a tu pueblo sin cesar  para que ofrezca en tu honor un sacrificio sin mancha desde donde sale el sol hasta el ocaso”.

Queridos hermanos:

Como lo expresa tan bellamente la plegaria III de la Eucaristía “De la salida del sol hasta el ocaso” queremos que hoy se levante un himno de alabanza, adoración y acción de gracias por la más sorprendente invención divina. Es una obra en la que se manifiesta la genialidad y el poder de una sabiduría que es simultáneamente “locura de amor”, como lo decía Santa teresita del Niño Jesús.

“La fiesta del Corpus Christi, que estamos celebrando, nos ofrece la ocasión para profesar  nuestra fe,  manifestar nuestra adoración y  amor por la Eucaristía. Es la fiesta del grandísimo  don que nos hace Jesús antes de su pasión.

Este es el día que recordamos y celebramos el milagro de la presencia Divina bajo las especies del pan y del vino en la Eucaristía.  Es el mismo misterio que conmemoramos el Jueves Santo, pero ahora sin el telón de fondo de la Pasión. La Iglesia, hoy cubre con el velo de su piedad la traición de Judas, para que resalte con todo su resplandor la entrega de Cristo para la vida de todos los hombres.

En el Evangelio que acabamos de escuchar podemos apreciar una vez más el amor misericordioso de Jesús. Él no se desentiende de la muchedumbre que lo sigue para escucharlo. Los discípulos le proponen una solución realista y de sentido común, como probablemente lo hubiéramos hecho nosotros, sin embargo Jesús les propone una solución completamente distinta: “Denle ustedes de comer”.

                Este milagro tan conocido de la multiplicación de los panes pone en evidencia el poder de Jesús, y al mismo tiempo su misericordia. Eleva los ojos al cielo y pronuncia la bendición, porque todo don baja del cielo. Jesús está siempre unido al Padre con un amor agradecido, filial y por eso puede realizar milagros.

                Pero este episodio, en realidad, es profético que anuncia otra multiplicación: la del pan eucarístico, que manifiesta mucho más  el amor del corazón de Jesús. Al decir a sus apóstoles: Hagan esto en memoria mía” abrió el camino para la multiplicación del pan eucarístico para todos los tiempos y lugares, en donde un sacerdote pronuncie esta palabras sublimes.

El «pan eucarístico» se trata de una comida que nos hace entrar en comunión con el misterio de Dios, más aún, con el misterio pascual de Jesús. Recibimos, al participar en este banquete sagrado, al mismo Jesús y a los frutos de su obra redentora.   En la Eucaristía Jesús se hace alimento. Don y donante son lo mismo.  Es lo que nos dice el Papa Emérito  Benedicto XVI en Sacramentum Caritatis nº 7: «En la Eucaristía, Jesús no da “algo”, sino a sí mismo; ofrece su cuerpo y derrama su sangre”

Esto es lo principal del misterio Eucarístico: la comunión vital con Jesús. Es su entrega personal, su amor hasta el extremo de dar la vida por nosotros. Nos salva su amor. Recibirlo a Él que se nos entrega con infinito Amor. Y al recibirlo, al comerlo, nos transforma en Él, como decía San León Magno: «Nuestra participación en el cuerpo y la sangre de Cristo no tiende a otra cosa que a convertirnos en aquello que comemos». Y San Agustín puso en boca de Cristo “No eres tú el que me convertirás en ti, sino que soy yo el que te convertiré en mí”. El Señor se hace carne de nuestra carne, la vida de nuestra vida, hace correr su sangre por nuestras venas para hacernos concorpóreos y consanguíneos suyos.

Hay muchos hambrientos  en el mundo, y como nos decía el Santo Padre Francisco en la Misa del Corpus Christi del año pasado en Roma: “hay tantos alimento que no vienen del Señor y que aparentemente satisfacen más. Algunos se nutren con el dinero, otros con el éxito y la vanidad; otros con el poder y el orgullo… ¡Pero el alimento que nos nutre realmente y que sacia es solamente el que nos da el Señor! El alimento que nos ofrece el Señor es diferente de los otros, y quizás no parece así tan gustoso como ciertas comidas que nos ofrece el mundo”.

¿Cómo no ser sorprendidos por las palabras “Esto es mi cuerpo” “Esta es Mi Sangre derramada?” (Mc,14),  ¿Cómo no admirar el camino elegido por una sabiduría soberana para ofrecer una presencia de carne y de sangre como alimento y bebida para hacernos libres y participes de la vida divina. ?

En la Eucaristía todo deriva de un amor extremo, que no conoce

medida. Todo desciende de una voluntad de don ilimitado. “ La Iglesia la ha recibido de Cristo, su Señor, no sólo como un don entre otros muchos…sino como el don por excelencia, porque es don de sí mismo, de su persona en su santa humanidad y, además, de su obra de salvación.

                Cuando la Iglesia celebra la Eucaristía memorial de la

 Pascua del Señor , como lo estamos haciendo hay acá, “ se hace realmente presente este acontecimiento central de salvación y se realiza la obra de nuestra redención” .En cada Eucaristía, en la de hoy, se perpetúa por los siglos, hasta su vuelta, el sacrificio de la cruz, es el memorial de su Pascua, sacramento de piedad, signo de unidad, vinculo de amor, en el que se recibe a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da una prenda de la gloria futura, como nos enseña el Concilio.

                 

Le doy gracias a Dios por el crecimiento de la devoción eucarística en nuestra Arquidiócesis, por las nuevas capillas de adoración perpetúa, por el crecimiento de la adoración en casi todas las Parroquias, por las misiones de niños, todo lo cual es motivo de esperanza porque la Iglesia crece de la Eucaristía. Le pido a Dios la gracia que siga acrecentando el amor  a Jesús  Eucaristía, que cada vez más descubramos la centralidad del domingo, la Pascua semanal. Confiemos y tengamos la certeza que desde la Eucaristía se transformará el mundo y recibiéndolo a Jesucristo y adorándolo en el Santo Sacramento aprenderemos a vivir  la auténtica vida cristiana que es eucarística: amar como Jesús nos enseña, en oblación, en entrega permanente al servicio del Padre y de nuestros hermanos. “Ser Eucaristía!  Que éste sea, precisamente, nuestro constante anhelo y compromiso, para que al ofrecimiento del cuerpo y de la sangre del Señor, se acompañe el sacrificio de nuestra existencia.

“Hagan esto en memoria mía”. Estas palabras de Jesús resuenan en este día con una fuerza especial, son ellas las que nos convocan a celebrar este día .En  este día quisiera invitarles a rezar especialmente por aquellos que han recibido especialmente este mandato del Señor: los sacerdotes. Hoy somos invitados a descubrir el regalo y bendiciones que Dios nos hace a través de sus ministerios.

Para revalorizar y destacar el sacerdocio no tenemos que realizar falsas alabanzas, rendir reverencias humanos a los sacerdotes ni nada que tenga que ver con glorias humanas. Sólo por la fe tenemos que descubrir que gracias a su ministerio Jesucristo está en la Eucaristía desde donde sigue ofreciéndose por el mundo entero. ¿Cuánta hambre habría en el mundo sin el Pan Eucarístico, acaso habría vida? “Yo soy el Pan para la Vida del mundo”

Pidamos hoy y cada día por nuestros sacerdotes, por su santidad, por la fidelidad de los seminarista, por el aumento de las vocaciones, para que en todos los rincones de la Arquidiócesis  y en el mundo entero se celebre la Eucaristía.

Que María, mujer Eucarística, nos ayude a descubrir este gran tesoro, que es Su Hijo Jesucristo, escondido bajo las especies del pan y vino. Que toda nuestra vida y misión tenga su fuente y culmen en Ella.

Y le pedimos a Nuestra Madre, que se una a nuestra oración:

¡Señor guía los caminos de nuestra historia!

¡Muestra a la Iglesia, sus pastores y al pueblo fiel, caminos nuevos en esta etapa desafiante la Nueva Evangelización y de nuestro Sínodo Arquidiocesano! 

¡Mira a la humanidad que sufre, que camina insegura entre tantos interrogantes; mira el hambre física y espiritual que la atormenta!

¡Da a los seres humanos pan para el cuerpo y para el alma!

¡Dales trabajo,   amor y luz, dales Tú mismo!

¡Fortalece a nuestras familias, que se descubra nuevamente el tesoro y la belleza de la misma!

¡Protege toda vida, desde su concepción hasta su muerte natural!

 ¡Bendice nuestra Patria en su año del Bicentenario!

¡Haznos comprender que sólo mediante la participación en tu Pasión y Resurrección, el «sí» a la cruz, a la renuncia, y a la donación de nuestra vida, al servicio de nuestros hermanos  nuestra vida se convierte en Ti en una verdadera Eucaristía.

 ¡Une a tu Iglesia, une a todos los argentinos!  ¡Danos tu paz!

“Que el gesto de la procesión eucarística, que dentro de poco vamos a hacer, responda también a este mandato de Jesús. Un gesto para hacer memoria de él; un gesto para dar de comer a la muchedumbre actual; un gesto para «partir» nuestra fe y nuestra vida como signo del amor de Cristo por esta ciudad y por el mundo entero”. Francisco

Que Así sea

+ Juan Alberto Puiggari

  Arzobispo de Paraná

HOMILIA EN LA ORDENACIÓN PRESBITERAL del 21 de mayo de 2016

 

HOMILIA DE ORDENACIÓN PRESBITERAL DE LOS DIÁCONOS RODRIGO BADANO, HORACIO CORREA, DARÍO GONZALEZ, IGNACIO RODRÍGUEZ Y MARCELO RUEDA.

Catedral Nuestra Señora del Rosario

Paraná, 21 de mayo de 2016

Año Jubilar de la Misericordia

 

Queridos hermanos sacerdotes y diáconos,

Queridos consagrados y seminaristas,

Queridos hermanos en el Señor:

Dios, con palabras del profeta Jeremías, nos dice: «Os daré Pastores, según mi corazón”. Con ellas promete a su pueblo no dejarlo nunca privado de pastores que lo congreguen y guíen.

El Pueblo fiel experimenta siempre el cumplimiento de este anuncio profético. Y en esta mañana la Iglesia que peregrina en Paraná  es testigo de ello con la ordenación de cinco nuevos sacerdotes. Por eso damos gracias al Señor y queremos ponernos en una actitud de profunda adoración  y en la vigencia más plena de la fe para vivir esta celebración. Sólo así podremos pregustar cuantas bendiciones hoy nos concede Dios por lo que va a suceder dentro de unos momentos en esta Iglesia Catedral.

Como decía San Juan María Vianney, el Santo Cura de Ars: “En un buen pastor, un pastor de acuerdo con el corazón de Dios, encontramos el mayor tesoro que Dios puede dar a la Iglesia y uno de los dones más preciosos de la misericordia Divina”.

 Permítanme mirar a los sacerdotes que nos acompañan en esta celebración, con diversidad de ministerios que ejercen al servicio de la Iglesia. Pienso en el gran número de Misas que han celebrado o van a celebrar haciendo realmente presente cada vez a Cristo sobre el Altar; pienso en las innumerables absoluciones que han dado y darán, permitiendo que un pecador se encuentre con la Misericordia del Padre; en la vida que han dado o darán en el bautismo, engendrando nuevos hijos de Dios, peregrinos del cielo… y podríamos seguir así y comprender un poco más la fecundidad infinita del sacramento del Orden. Sus manos, sus labios, han llegado a ser por un instante las manos y los labios de Dios. Como decía el Santo Cura de Ars: “Si tuviéramos fe, veríamos a Dios escondido en el sacerdote como una luz detrás de un vidrio”. ¡Nada podrá reemplazar jamás el ministerio de los sacerdotes en el corazón de la Iglesia!

Queridos Diáconos: acabamos de escuchar en el Evangelio las palabras de Jesús. “No son ustedes los que me eligieron a mí, sino Yo el que los elegí a ustedes y los destiné para que vayan y den fruto, y ese fruto sea duradero” (Jn.15, 16). Elegidos por puro amor de predilección, con la clara conciencia de que van a llevar un tesoro en vasijas de barro. La conciencia de esta debilidad nos exige la intimidad con Dios que da fuerza y alegría.

Y los ha elegido para continuar su obra redentora, para que sean el amor del corazón de Jesús. Nuestra identidad está marcada por el sello del sacerdocio de Cristo para participar de su única misión de Mediador y Redentor.

De esta vinculación fundamental se abre ante el sacerdote el inmenso campo del servicio a las almas para llevarles la salvación en Cristo  en la Iglesia. Este servicio debe inspirarse en el amor a las mismas, a ejemplo del Señor que entregó su vida por ellas.

Porque el sacerdocio necesita naturalmente  mucho amor de Dios para vivir sólo de Dios y de lo Eterno; y mucho amor a los hombres para vivir sacrificándose de la mañana a la noche, a veces desde muy temprano hasta muy tarde, un día tras otro día, un año tras otro año, y muchos años sirviendo al prójimo, repitiendo con Jesucristo “no vine a ser servido sino a servir”. “No hay amor más grande que dar la vida por los amigos” (Jn. 15,15).

No teman  vivir de lo teologal: hoy hay un peligroso naturalismo y psicologismo, que oscurece lo sobrenatural, la vida de fe, de esperanza y de caridad. No teman al sacrificio. No teman al desprendimiento de ustedes mismos. Descubran el valor, la importancia y la centralidad de la Cruz de Jesucristo.

Seguramente tendrán muy presente hoy las palabras de Jesús a Pedro: «¿Me amas?», «apacienta mis ovejas». Es como si, con ellas, dijera el Señor: «Si me amas, no pienses en apacentarte a ti mismo. Apacienta, más bien, a mis ovejas por ser mías, no como si fueran tuyas; busca apacentar mi gloria, no la tuya; busca establecer mi Reino, no el tuyo; preocúpate de mis intereses, no de los tuyos, si no quieres figurar entre los que, en estos tiempos difíciles, se aman a sí mismos y, por eso, caen en todos los otros pecados que de ese amor a sí mismos se derivan como de su principio. No nos amemos, pues, a nosotros mismos sino al Señor, y, al apacentar sus ovejas, busquemos su interés y no el nuestro. El amor a Cristo debe crecer en el que apacienta a sus ovejas hasta alcanzar un ardor espiritual que le haga vencer incluso ese temor natural a la muerte, de modo que sea capaz de morir precisamente porque quiere vivir en Cristo». (San Agustín comentario al Evangelio de San Juan).

Al sacerdote de hoy se le pide que sea muy hombre, tiene que dejar para otros la autocompasión, o el buscar la compasión de los otros el ver sus pequeños problemas. Tiene que descubrir la lógica del Evangelio, que nos dice: “Quien quiera guardarse su vida, la perderá; y quién la gaste por Mí, la recobrará en la vida eterna».

Servir al Reino comporta vivir descentrados respecto a sí mismos, abiertos al encuentro que es además el camino para volver a encontrar verdaderamente aquello que somos: anunciadores de la Verdad de Cristo y de su Misericordia. Verdad y Misericordia: no las separemos. ¡Jamás! «La caridad en la verdad —nos ha recordado el Papa Benedicto XVI— es la principal fuerza impulsora del auténtico desarrollo de cada persona y de toda la humanidad» (Papa Francisco).

   Queridos Diáconos: van a ser ordenados para actuar en nombre de Cristo Cabeza para ayudar a los hombres a entrar en la vida nueva abierta por Cristo, para dispensarles sus misterios, la Palabra, el perdón y el Pan de Vida, para reunirlos en su Cuerpo que es la Iglesia. Como sacerdotes no podemos mantenernos lejos de los sufrimientos y penurias de nuestros hermanos, por el contrario, tenemos que estar muy cerca de ellos, pero como sacerdotes mirando siempre su salvación y el progreso del Reino de Dios.

Recuerden la anécdota del Santo Cura de Ars… “Amiguito ‑dijo el sacerdote Vianney‑, tú me has mostrado el camino de Ars; yo te mostraré el camino del cielo”.El sacerdote es quien debe mostrar a los hombres de su tiempo, el camino del cielo. Pero como nadie da lo que no tiene, el sacerdote ha de estar primero repleto de razones y de esperanzas del cielo.

¿No piensan que nuestro mundo, en exceso alocado, materialista, inmanentista, necesita saber para qué vive,  para qué sufre, para qué muere, qué espera? ¿No será uno de los principales servicios del sacerdote?

Muchas cosas grandes dependen del sacerdote: tenemos a Dios, traemos a Dios, damos a Dios (…). Piensen en esto, en esa divinización hasta de nuestro cuerpo; en esa lengua que trae a Dios; en esas manos que lo tocan, en ese poder de hacer milagros, al administrar la gracia. Nada valen todas las grandezas de este mundo, en comparación con lo que Dios ha confiado al sacerdote.

Queridos hijos: todo es providencia, nada casualidad; por eso Dios les habla por las circunstancias, que también son Su voz. Se ordenan en el año Jubilar de la Misericordia.

 El Papa Francisco nos dice: el sacerdote a imagen del Buen Pastor, “es hombre de misericordia y de compasión, cercano a su gente y servidor de todos. Éste es un criterio pastoral que quisiera subrayar bien: la cercanía, la proximidad y el servicio, Quien sea que se encuentre herido en su vida, de cualquier modo, puede encontrar en él atención y escucha… En especial el sacerdote demuestra entrañas de misericordia al administrar el sacramento de la Reconciliación; lo demuestra en toda su actitud, en el modo de acoger, de escuchar, de aconsejar, de absolver… El sacerdote está llamado a aprender esto, a tener un corazón que se conmueve…. Nosotros, sacerdotes, debemos estar allí, cerca de nuestra gente, especialmente los pobres y pecadores.

      Nuestro corazón misericordiosos se manifiesta principalmente en la oración y en la disponibilidada para el sacramento de la Reconciliación.

Otra circunstancia que marca esta celebración es la próxima canonización del Beato José Gabriel del Rosario Brochero, nuestro querido Cura Gaucho. ¿Qué nos enseña su persona y ministerio? Los rasgos distintivos de su alma sacerdotal son: su vida radicada en Dios, su amor a Jesucristo, a la Palabra y a la Eucaristía; su celo apostólico, especialmente por los más alejados y necesitados; la fortaleza y creatividad de su caridad pastoral; la originalidad con que unió evangelización y promoción humana; su tierna devoción a la Purísima; el testimonio elocuente de su vida pobre y entregada; su capacidad de amistad con grandes y pequeños; su configuración con Cristo paciente. 
                La vida de oración de este santo Cura, los Rosarios desgranados en su largos recorridos por las cumbres altas, en su mula Malacara, nos interpela a nosotros que, como él, hemos sido llamados para interceder por nuestro pueblo. 


                Para Brochero, ser párroco y ser misionero ha constituido una misma realidad. Ha vivido sencillamente la esencial dimensión misionera del ministerio presbiteral. Este ardor apostólico nos interpela. Hoy, anhelamos para nuestra Iglesia una fuerte conmoción que nos desinstale y nos convierta en misioneros. “Necesitamos que cada comunidad cristiana se convierta en un poderoso centro de irradiación de la vida en Cristo”.

     Hay un último aspecto que quisiera destacar contemplando la figura del “Cura Brochero”: su identificación con la Cruz de Cristo. La vida de un sacerdote encuentra su sello de autenticidad en el sufrimiento que es necesario padecer por el Evangelio. Así lo vivió Brochero, que no solo experimentó diversas contrariedades en su ministerio, sino que, en la enfermedad y el retiro de los últimos años, llegó a participar consciente y libremente en la Pasión de Cristo. Son conocidas las palabras que dirige a su amigo obispo: “Pero es un grandísimo favor el que me ha hecho Dios Nuestro Señor en desocuparme por completo de la vida activa y dejarme con la vida pasiva…para buscar mi último fin y de orar por los hombres pasados, por los presentes y por los que han de venir hasta el fin del mundo”. 


Queridos Rodrigo, Horacio, Darío, Ignacio y Marcelo:

Cada día renueven la decisión de seguir al Maestro, lo cual significa que ya no pueden elegir un camino propio, deben recorrer  como decía el cardenal Ratzinger » un camino a través de aguas agitadas y turbulentas, un camino que sólo podemos recorrer si nos hallamos dentro del campo de gravedad del amor de Jesucristo, si tenemos la mirada puesta en Él y somos así llevados por la nueva fuerza de la gravedad de la Gracia».

      Este seguimiento exige la entrega total. Reclama la totalidad de su ser.  No hay un sacerdocio a media jornada ni a medio corazón.

Para que todo esto sea posible, deben ser hombres de profunda oración. Ustedes bien saben que acá está el secreto de la fidelidad y de la fecundidad. Sean  grandes intercesores  como lo fue el Cura Brochero y el Cura de Ars. Recuerdo que el día de mi ordenación. El obispo me dijo que si tuviera 15 segundo para decirle algo a sus sacerdotes le diría: recen, recen, recen…

Deben ser hombres de oración y así serán hombres de fe,  y  serán hombres de esperanza y de alegría.

El momento privilegiado de esta oración es sin duda la Eucaristía de cada día. Será el momento culminante de su existencia y de su ministerio.

Que al celebrar cada día el Santo Sacrificio de la Misa y repetir «Esto es mi cuerpo que se entrega por ustedes» experimenten la necesidad de imitar lo que hacen y de cumplir lo que dicen, inmolándose con Cristo, abrazándose a la Cruz. La espiritualidad sacerdotal es intrínsecamente eucarística, nos lo recuerda nuestro querido Papa Emérito  Benedicto XVI en su Exhortación Sacramentum Caritatis. El ardor misionero será auténtico si es una prolongación y consecuencia de la vida eucarística. Como decía San Alberto Hurtado «Mi Misa es mi vida y mi vida es una Misa prolongada».

 Que se graben en el corazón de cada uno de ustedes las palabras de Jesús que escucharon en el Evangelio: «Como el Padre me amó también yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor” (Jn, 15,9). Y la respuesta de hoy sea para siempre: “Hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él”.

                Para terminar, les pido que consagren sus sacerdocio a María Santísima, no sólo porque lo pongan en sus manos, sino porque de alguna manera le den a la Virgen una potestad sobre todo lo de ustedes

                Que Ella sea apoyo eficaz en el camino de la santifica­ción,  fortaleza constante en las pruebas y energía poderosa en el apostolado.

                Que Ella les conceda la gracia de la generosidad en la entrega,  un amor ardiente y misericordioso…

                Queridos hijos, que Dios los bendiga, la situación actual exige sacerdotes santos, orantes y misioneros.

                Bendiga a sus familias y comunidades parroquiales de origen y a las que los han acompañado en esta última etapa, de una manera muy especial a los formadores del Seminario.

                Que el dueño de la mies nos siga concediendo abundantes y santas vocaciones.

                Gracias al Pastor Carlos Brauer de la Iglesia del Río de la Plata, que ha querido acompañarnos

Permítanme terminar invocando a Nuestra Madre, parafraseando a la  Beata Teresa de Calcuta:,

Nuestra Señora del Rosario, Madre de los sacerdotes

  • Concédeles: tu ayuda maternal para que puedan dominar sus debilidades;
  • Tu plegaria para que puedan ser hombres de oración;
  • Tu amor para que puedan iluminar a mis hermanos como hombres de perdón,
  • Tu bendición para que sean nada menos, que la imagen de Tu Hijo, Nuestro Señor y Salvador Jesucristo;
  • Tu presencia de Madre, para que vivan con alegría su soledad sacerdotal,
  • Tu humilde confianza para que sean fieles en los momentos de desaliento y de fatiga.

En tus manos, MADRE, pongo el sacerdocio y las vidas de Darío, Marcelo, Ignacio; Horacio y Rodrigo.

Que naveguen Mar adentro, que tiren las redes, una y mil veces sin cansarse.

Guarda en tu amor, la pureza de sus corazones para Jesús. Que así sea

 Mons. Juan Alberto Puiggari

  Arzobispo de Paraná