Homilía en la Apertura del Año Santo de 2025

En la tarde del domingo 29, se realizó en la arquidiócesis de Paraná la Apertura del Año Santo, con una procesión que partió desde la parroquia San Miguel Arcángel y finalizó en la Catedral Nuestra Señora del Rosario, donde se celebró la Santa Misa, presidida por Monseñor Juan Alberto Puiggari. El Jubileo 2025, inaugurado por el Papa Francisco la noche del 24 de diciembre en la Basílica de San Pedro, tiene como lema “Peregrinos de la Esperanza”.

Compartimos el texto de la homilía.

CATEDRAL MUESTRA SEÑORA DEL ROSARIO

Paraná, 29 de diciembre de 2024

Queridos hermanos:

En el marco de la Navidad y en este día que recordamos con admiración la Sagrada Familia de Nazaret damos comienzo en nuestra Arquidiócesis el Año Jubilar.

El jubileo es una institución que, hundiendo sus raíces en el Antiguo Testamento, florece en el Nuevo y ha dado sus frutos a lo largo de la historia de la Iglesia. Recordamos a Jesús que según el Evangelista Lucas, también él declara un jubileo que consiste en el ofrecimiento del perdón de Dios a los pecadores; y que el motivo de este perdón no se encuentra en los méritos de las personas sino en la entrañable misericordia del Padre. Y justamente porque la fuente y origen de la misión de Jesús es el corazón de Dios Padre, no rige ya la distinción entre judíos y no judíos. La salvación, entendida primariamente como perdón de los pecados (cf. Lc 1,77), es ofrecida por Jesús a todos los hombres (cf. Lc 3,6). Este ofrecimiento gratuito del perdón de Dios no supone que el hombre queda totalmente pasivo ante el mismo contrario, se le pide al hombre reconocer a Dios y cambiar de vida, se le pide su conversión.

La característica propia de este año, es la esperanza, que constituye el mensaje central del próximo Jubileo, que según una antigua tradición el Papa convoca cada veinticinco años. Recordemos que el lema propuesto por el Papa Francisco para este año jubilar es: “Peregrinos de esperanza”. Luego, al inicio mismo de la Bula puso que su intención al escribirla es que “a cuantos lean esta carta la esperanza les colme el corazón” y su deseo es “que el Jubileo sea para todos ocasión de reavivar la esperanza”.

La esperanza nace del amor y se funda en el amor que brota del Corazón de Jesús traspasado en la cruz: «Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más ahora que estamos reconciliados, seremos salvados por su vida» (Rm 5,10):  «En un mundo en el cual progreso y retroceso se cruzan, la Cruz de Cristo sigue siendo el ancla de salvación: signo de la esperanza que no decepciona porque está fundada en el amor de Dios, misericordioso y fiel» (Papa Francisco, Audiencia general, Plaza de San Pedro – 21 de septiembre de 2022). Es el camino de la Sagrada Familia de Dios que, en la Iglesia de hoy, avanza hacia la Jerusalén celestial.

La esperanza cristiana, de hecho, no engaña ni defrauda, porque está fundada en la certeza de que nada ni nadie podrá separarnos nunca del amor divino: «¿Quién podrá entonces separarnos del amor de Cristo? ¿Las tribulaciones, las angustias, la persecución, el hambre, la desnudez, los peligros, la espada? […] Pero en todo esto obtenemos una amplia victoria, gracias a aquel que nos amó. Porque tengo la certeza de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los principados, ni lo presente ni lo futuro, ni los poderes espirituales, ni lo alto ni lo profundo, ni ninguna otra criatura podrá separarnos jamás del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor» ( Rm 8,35.37-39).

Por eso la esperanza no cede ante las dificultades: porque se fundamenta en la fe y se nutre de la caridad, y de este modo hace posible que sigamos adelante en la vida. Uno de los frutos o manifestaciones de la Esperanza es la paciencia, que nos invita esperar los tiempos de Dios y no las urgencias de los hombres.

Pero no olvidemos que la esperanza, es la virtud teologal por la que aspiramos a la vida eterna como felicidad nuestra». […] Nosotros, en virtud de la esperanza en la que hemos sido salvados, mirando al tiempo que pasa, tenemos la certeza de que la historia de la humanidad y la de cada uno de nosotros no se dirigen hacia un punto ciego o un abismo oscuro, sino que se orientan al encuentro con el Señor de la gloria. Vivamos por tanto en la espera de su venida y en esperanza de vivir para siempre en Él. Es con este espíritu que hacemos nuestra la ardiente invocación de los primeros cristianos, con la que termina la Sagrada Escritura: «¡Ven, Señor Jesús!» (Ap. 22,20).

Queridos hermanos: La no esperanza y la desesperanza se ha convertido para muchos de nuestros hermanos en motivo de angustia y sin sentido de la vida. Es la consecuencia de un mundo vacío de eternidad y en mundo futuro que no cuenta. Por amor a ellos tenemos que ser testigos y peregrinos de la esperanza.

“La esperanza no es anuncio superficial de tiempos fáciles, al contrario, es descubrir al Señor en los momentos difíciles: No es evadirse por comodidad o por miedo, de las responsabilidades presentes; es asumir con responsabilidad la misión… es confianza, camino, compromiso, coraje… es corajes de superar las dificultades… no nos cansemos, sigamos anunciando la esperanza” (Cardenal Eduardo Pironio).

Una novedad de este jubileo ordinario 2005 es que “además de alcanzar la esperanza que nos da la gracia de Dios, también estamos llamados a redescubrirla en los signos de los tiempos que el Señor nos ofrece […] Por ello, es necesario poner atención a todo lo bueno que hay en el mundo para no caer en la tentación de considerarnos superados por el mal y la violencia. En este sentido, los signos de los tiempos, que contienen el anhelo del corazón humano, necesitado de la presencia salvífica de Dios, requieren ser transformados en signos de esperanza”.

El Papa Francisco enumera algunos signos de los tiempos que deben ser transformados en signos de esperanza:

1. Ante la realidad de un mundo que vuelve a encontrarse sumergido en la tragedia de la guerra, “que el primer signo de esperanza se traduzca en paz para el mundo” (8).

2. Los ritmos frenéticos de la vida, los temores ante el futuro, la falta de garantías laborales y tutelas sociales adecuadas, los modelos sociales cuya agenda está dictada por la búsqueda de beneficios más que por el cuidado de las relaciones tienen como consecuencia la pérdida del deseo de transmitir la vida que conlleva una preocupante disminución de la natalidad. Ante esta realidad, “el deseo de los jóvenes de engendrar nuevos hijos e hijas”, como fruto de la fecundidad de su amor, da una perspectiva de futuro a toda sociedad y es un motivo de esperanza: porque depende de la esperanza y produce esperanza”

El Papa nos invita a ser signos de esperanza para grupos de personas que viven situaciones de abandono y desesperanza. Y enumera los siguientes: 1. Los presos (10). 2. Los enfermos que están en sus casas o en los hospitales (11). 3. Los jóvenes (12). 4. Los migrantes (13). 5. Los ancianos (14) 6. Los millares de pobres, que carecen con frecuencia de lo necesario para vivir (15).

Le pedimos a la Virgen, Mujer de la Esperanza, que nos ayude a sacar muchos frutos de conversión y santidad en este año Jubilar que estamos empezando y que le pida su Hijo para toda la Iglesia un aumento de la fe, la esperanza y la caridad y un alegre y confiado gozo. Que así sea.

Monseñor Juan Alberto Puiggari
Arzobispo de Paraná

Ordenación Diaconal del Seminarista José  Javier Krenz

Parroquia “San José” de Hasemkamp

6 de noviembre de 2024

Queridos hermanos:

En este tiempo de Adviento, en donde todo nos habla de esperanza, vamos a ser testigos de un motivo más para acrecentarla, ya que Dios regala a nuestra Iglesia, a un hermano nuestro, el Orden del Diaconado, como paso previo al Sacerdocio, configurándose por la acción del Espíritu Santo, a Cristo servidor.

Va a ser ordenado Diácono, a ejemplo de Cristo, «que se hizo «diácono», el servidor de todos»,  Servidor gozoso del Padre celestial.  Servidor de todos y servidor en todo, porque su  existencia quedará marcada por el carácter del diaconado.

El Documento final del Sínodo dice – refiriéndose a los diáconos: “son ordenados “no en orden al sacerdocio, sino en orden al ministerio” (LG 29). Lo ejercen en el servicio de la caridad, en el anuncio y en la liturgia, mostrando en cada contexto social y eclesial en el que están presentes la relación entre el Evangelio anunciado y la vida vivida en el amor, y promoviendo en toda la Iglesia una conciencia y un estilo de servicio hacia todos, especialmente hacia los más pobres. Las funciones de los diáconos son múltiples, como muestran la Tradición, la oración litúrgica y la práctica pastoral…”

 “Pero servir, -nos dice Francisco-, es un verbo que rechaza toda abstracción: servir quiere decir estar disponibles, renunciar a vivir según la propia agenda, estar preparados para las sorpresas de Dios que se manifiestan a través de las personas, los imprevistos, los cambios de programa, las situaciones que no entran en nuestros esquemas y en la “justeza” de lo que se ha estudiado. La vida pastoral no es un manual, sino una ofrenda diaria; no es un trabajo preparado en la mesa, sino “una aventura eucarística”.

El Diácono, para poder vivir en actitud de servicio, tiene que configurarse con Cristo. No basta una asimilación meramente sacramental o funcional, deberá serlo con toda su vida y en su modo de ser,  teniendo sus  mismos sentimientos, para lo cual deberá encontrarse personalmente con Cristo vivo y real,  desde la experiencia de la fe, que se  acerca a través del Evangelio, se le hace presente en la Eucaristía y se comunica en la oración.

Querido Javier,

vas  a ser propiedad exclusiva de Dios y de la Iglesia. Tendrás que salir de la propia voluntad cerrada en sí misma, de la idea de autorrealización, para sumergirte en otra voluntad, la de Dios, y dejarte guiar por ella.

¿Pero es posible una entrega así? ¿No es pedir mucho al joven del siglo XXI? ¿Vale la pena? ¿Serás feliz?

El diácono, no deja de ser hombre, su vocación no cambia las leyes de su naturaleza. Como todo hombre desea ser feliz, por lo tanto necesita amar, sólo en el amor y en la fidelidad, el hombre se plenifica. Este es el drama de nuestro tiempo que no cree en el amor,  lo vacía de contenido – en el mejor de los casos-, o  lo caricaturiza de una manera trágica.

El diácono,  es  llamado al amor, su vocación es  amar más, es el sentido profundo del celibato que hoy, con libertad y clara conciencia, abraza Javier. Está llamado a ensanchar su corazón para ser capaz de amar a todos, sin excluir a nadie, para ser verdadero discípulo de Aquel que en la Cruz nos enseñó el verdadero amor.

No es posible vivir el diaconado, si no hay un amor capaz de  unificar  y dar sentido a su vida, sólo  Jesucristo es la respuesta. En el fondo, esa es la esencia de la vocación diaconal: su identificación amorosa y vital con Cristo Servidor, que lo ha llamado por amor, para pedirle su amor total y exclusivo: porque Él mismo nos dice con claridad que quien no sea capaz de darse a Él por encima de padre y madre… y hasta de su propia vida, no puede ser su discípulo.

Sólo este amor a Jesucristo, y por Él al hombre, da sentido pleno y  gozoso  a la vida del Diácono y así con su vida será para sus hermanos una señal que le recuerde que “Dios debe ser amado sobre todas las cosas y que debe ser servido en todo y antes que todo” (Ritual).

Querido Javier,

dentro de instantes descenderá el Espíritu Santo  para que, fortalecido con la Gracia y el carácter  sacramental, puedas desempeñar el ministerio que la Iglesia te confiere.

El secreto de tu vocación “es la amistad con Cristo y la adhesión fiel a su Voluntad. Cristo es todo, decía San Ambrosio; y San Benito exhortaba a no anteponer nada al amor de Cristo. Que Cristo sea todo para vos. Ofrecele a Él lo más precioso que tienes, como recordaba San Juan  Pablo II: el oro de tu libertad, el incienso de tu oración fervorosa, la mirra del  afecto más profundo.

Imita su humildad y mansedumbre, virtudes imprescindibles de los verdaderos seguidores del Maestro, que confirma el compromiso de quien, en verdad, se sabe instrumento de Dios, dándole un arrojo pastoral impensable porque no mide los peligros según las propias fuerzas ni se atribuye los éxitos, ni se acobarda ante los fracasos, sino que refiere todo a Dios.

Imita la pobreza del Señor, fomentando una confianza filial y plena en la Providencia de Dios; toda avaricia es una esclavitud, nos dice el Ritual. Sé pobre de espíritu, desapegando tu corazón de lo material, evitando toda ostentación y viviendo como peregrino en camino hacia la posesión eterna de Dios. La pobreza evangélica nos hace libres y mantiene el alma abierta a Dios y a los hombres. Pobreza que no es tanto la ausencia de bienes sino el desapego, la lucha contra el consumismo y el uso instrumental al servicio pastoral. Como insiste el Papa Francisco , evita la mundanidad.

Imita a Jesús que se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte y muerte de cruz. Esta es la ofrenda amorosa del don más grande de Dios al hombre: la libertad. Obediencia que no es la del esclavo, sino la que nace de la gloriosa libertad de los hijos de Dios: “porque no busco mi voluntad, sino la del que me ha enviado.

Imita el corazón casto y puro del Maestro, con un amor magnánimo, que te mantendrá en una disponibilidad total, al servicio del Reino. Ensancha el corazón, nada de lo humano te debe ser indiferente. Ama a todos y que tengan un lugar preferencial en tu corazón  los pobres, los enfermos, los más necesitados  de Dios.

Seguramente te habrás preguntado en estos días: ¿seré fiel a mi consagración?  Dios es fiel y no abandona su obra.

La fidelidad es posible cuando uno se mantiene firme en las pequeñas pero insustituibles fidelidades cotidianas: sobre todo fidelidad a la oración y a la escucha de la Palabra de Dios; fidelidad al servicio de los hombres de nuestro tiempo, fidelidad a la enseñanza de la Iglesia; fidelidad a los sacramentos de la Reconciliación y especialmente de la Eucaristía, fuente de la Gracia, que nos sostienen en las situaciones difíciles de la vida; fidelidad con un amor tierno y viril a la Santísima Virgen, la Servidora del Señor, nuestra Madre, que nos acompaña siempre en nuestro caminar.

                    Querido Javier: también hoy, el seguimiento de Cristo es arduo; por eso te pido con todo afecto, no apartes la mirada de Jesús, contempla su Rostro, conócelo íntimamente,  amalo con pasión, para que nada pueda separarte de Él.

En la oración consagratoria que vamos  a hacer dentro de unos momentos la Iglesia va a pedir: “disponibilidad para la acción, humildad en el servicio y perseverancia en la oración”. Esto es lo que la Iglesia quiere de vos: disponibilidad, humildad y perseverancia.

Una disponibilidad que,  a impulso de la caridad pastoral,  te haga estar siempre muyatento a las necesidades de los hombres y a las orientaciones magisteriales dela Iglesia; una actitud humilde, que te haga reconocer con gratitud que todo lo que tienes lo has recibido de Dios; y perseverancia, siendo constante en la oración y paciente en el trabajo, soportando las debilidades humanas, propias y ajenas, y buscando siempre, no el propio provecho, sino el bien de aquellos que la Iglesia te ha confiado.

Con la confianza puesta en Dios, prepárate al momento tan esperado,  dispuesto a ser asumido por el Espíritu Santo, dejándote santificar para santificar y animándote  a navegar mar adentro y, en  nombre  del Señor, echar las redes.

No quiero terminar sin agradecer a todos los que te han apoyado  para que puedas dar este paso. A tu familia, a los sacerdotes y comunidades de tus Parroquias, especialmente a la Basílica del Carmen, Parroquia de origen, y San José de Hasenkamp, que te acompañó en este año pastoral,  y muy especialmente  a los formadores del Seminario.

                    Queridos hermanos:

                     que Dios nos conceda:

– muchas y santas vocaciones; 

-fidelidad a los seminaristas,

– y fortaleza a nuestros sacerdotes.

Por estas intenciones, les pido la oración perseverante y confiada.

                                  Que Dios nos bendiga a todos y que Nuestra Madre, la Servidora del Señor, por excelencia, le enseñe al nuevo diácono el modo de vivir en actitud de permanente “diaconía”.

Santa Madre de Dios,

Modelo de entrega y servicio,

Acoge bajo tu manto a Javier.

Tú que fuiste la primera en decir ¨Sí” al plan de Dios,

Inspíralo para que sea fiel a su vocación,

Siempre dispuesto a servir con humildad y alegría.

Enséñale a amar como tú,

Con un corazón lleno de compasión y ternura,

Y a llevar a  Cristo a los demás,

Especialmente a los pobres y necesitados.

Protégelo de todo mal,

Sostén sus pasos  en los

Momentos de dificultad

Y guíalo siempre hacia Tu Hijo,

Fuente de amor y misericordia.

Que sea peregrino de la esperanza que no defrauda,

Que cada día repita con Tu Hijo:

 “Yo estoy en medio de ustedes como el que sirve”.

Que, siguiendo tu ejemplo,

Sea un verdadero servidor de la Iglesia,

Y un signo vivo del amor de Dios en el mundo de hoy.

Que así sea.

                                                      + Juan Alberto Puiggari

                                                         Arzobispo de Paraná

Homilía del 9 de Julio de 2024

Homilía Te Deum del 9 de Julio

Monseñor Juan Alberto Puiggari presidió el martes 9 la ceremonia del Tedeum que tuvo lugar en la Parroquia San José Obrero de Paraná. Aquí, el texto de la Homilía.

En ocasión de conmemorarse un nuevo aniversario de la Declaración de la Independencia, el arzobispo de Paraná, Monseñor Juan Alberto Puiggari presidió en la mañana del martes 9 la ceremonia del Tedeum que tuvo lugar en la Parroquia San José Obrero de Paraná.

La celebración contó con la presencia autoridades civiles,  y de diferentes fuerzas junto a vecinos que se sumaron a la Acción de Gracias.

Aquí, compartimos el texto de la Homilía.

Como nuestros representantes, reunidos en la histórica Casa de Tucumán, el 9 de julio de 1916, hoy también nosotros queremos invocar al Eterno reconociéndolo como fuente y origen de toda razón y justicia como lo invoca nuestra Constitución Nacional.

Y lo hacemos con el convencimiento más firme que como dice el Salmo “en vano trabaja el obrero, si el Señor no construye la casa y que en vano vigila el centinela, si el Señor no cuida la Ciudad”.

Creemos que nuestra Patria es un don de Dios confiado a nuestra libertad, un regalo de amor que debemos cuidad y mejorar. “

Esto mismo nos exige superar progresivamente las tensiones históricas de nuestro ser como país. En tiempos marcados por la globalización y de tantas dificultades, no debe debilitarse la voluntad de ser nación, una familia fiel a su historia, a su identidad y a sus valores humanos y cristianos.

La patria es nuestra madre. Nos engendró ella, somos pedazos de sus entrañas,  nos abriga bajo su bandera celeste y blanca, nos da su nombre, el de argentinos, nos hace participes de sus triunfos y fracasos; sus alegrías y sus sufrimientos,  sus sueños y esperanzas.

El amor a la patria es virtud, es deber imperioso para todos.  San Agustín con sus frases vigorosas nos decía “ama a tus padres, pero más que a ellos ama a tu Patria, y más que a tu patria ama a Dios”.

Por eso mis hermanos todos  somos necesarios, protagonistas de ese continuo renacimiento de la Patria, que renace cada día en la mente de nuestros científicos y gobernantes, en la solicitud de los servidores de la salud, de la educación, de las fuerzas armadas y  de seguridad,  entre las manos endurecidas de nuestros trabajadores y los sufridos y curtidos hombres del río y del campo,  en los ideales  de nuestros jóvenes y, particularmente, en la fortaleza y generosidad de nuestras familias.

Tenemos que pedir la gracia para renovar nuestro entusiasmo por construirla juntos y curar cuidadosamente sus heridas”, Este es un momento de  magnanimidad  y de renuncia, que distinguieron a nuestros héroes como San Martín y Belgrano, para que todos, sin excepción, nos  sintamos pequeños obreros en la construcción de la misma. Como decía el entonces Cardenal Bergoglio, hoy Francisco, “hay que ponernos la Patria al hombro”.

 El sufrimiento de nuestro pueblo nos está exigiendo   a dejar de lado toda mezquindad  para enfocarnos en los graves problemas que afectan a nuestros ancianos, a los hombres y mujeres que ven un horizonte oscuro, a los jóvenes y niños sin futuro por la falta de educación y de trabajo, a tantos hermanos nuestros que le falta lo más  elemental para una vida digna.

Mirando nuestra historia nacional nos damos cuenta, que más allá  de las limitaciones que tenemos, de los errores que hemos cometido o de las situaciones difíciles que estamos viviendo, Dios  ha dotado a la Argentina de grandes riquezas, en su gente y en sus recursos.

Hoy  queremos sentirnos herederos  de la historia que comenzó en Tucumán. Es  hora de soñar con un país  que potencialicé todo lo mucho que Dios nos ha dado, para lo cual necesitamos la purificación de los egoísmos personales o sectoriales, la búsqueda desinteresada de la verdad, el diálogo, el consenso, la capacidad de ser adversarios sin convertirnos en enemigos, la aceptación de una pluralidad que, sin perder sus matices que enriquecen, converja en una unidad en los grandes objetivos nacionales. Pero, para ello, es indispensable que, cada uno, cada ciudadano de esta bendita nación, pueblo y dirigentes, gobernantes y gobernados,  todos, tomemos la decisión de estar a la altura de los fundadores de la Patria que pusieron en juego sus vidas, dinero  y fama.

También la Iglesia católica tiene que estar a la altura de las circunstancias y ser cada día más misionera, más comprometida, más coherente, más audaz y más libre para proclamar su fe en Jesucristo, Señor de la historia, y anunciarla con sencillez, no imponiéndola sino haciéndola creíble por la coherencia entre lo que se predica y lo que se hace»..

Por eso ofrecemos con humildad a quienes deseen acogerlas las orientaciones de su Doctrina Social con la convicción que son útiles para guiar la vida de la nación por caminos de paz, justicia y progreso.

¿Cuáles son las certezas y valores que de ella quiere compartir?

En primer lugar: .- Dios Uno y Trino debe ser el fundamento r de nuestra vida y proyectos. El Preámbulo de Nuestra Constitución así lo reconoce: “invocando la protección de Dios, fuente de toda razón y justicia”:

Queremos proclamar la dignidad incuestionable de la persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios. Todo proyecto humano, el político, el económico, debe estar al servicio del ser humano, que es el centro de la historia pensada y querida por el Creador. Por esto en esta perspectiva no hay lugar para el odio, la venganza, la violación de los derechos humanos, la discriminación social, racial o religiosa, o la manipulación o explotación de cualquier clase.

La sociedad del mañana que queremos, debe tener a la persona humana como medida, teniendo en cuenta la vocación que Dios le dio de amar y ser amada, responsable de su propia vida, y de servir a los demás. Desde esta realidad hay que entender y valorar la familia, fundada sobre el matrimonio, como célula básica de la sociedad y de la Iglesia.

Desde el valor inalienable de cada persona se debe afirmar el valor sagrado de la vida humana, desde su concepción hasta la muerte natural. La vida es el gran don de Dios, por esto no hay progreso verdadero si la vida peligra. No hay futuro para la humanidad si el ser humano si sitúa por encima de la vida.

Pero si cada vida es sagrada, lo es más delante de Dios la vida de los más débiles, los que están indefensos en el seno de la madre, los pequeños, enfermos, los pobres. Hacer una opción preferencial por ellos, traducida en hechos concretos, ennoblecerá a nuestro país, y a nuestra ciudad siempre que se les trate como protagonistas de su propio desarrollo. Esto nos obliga a cultivar el sentido de la equidad y la justicia, del bien común y del servicio público

La Iglesia está convencida que las enseñanzas de su Doctrina Social es uno de sus mayores aportes para el bien de nuestro País, porque creemos en lo que nos dijo Jesús “busquen el REINO DE Dios todo lo demás se les dará por añadidura”.

Quiero elevar mi oración al Dios fuente de la Sabiduría, para que asista a todas las autoridades del país, de nuestra provincia y de nuestra ciudad. Que el Señor los  ilumine y le dé la fortaleza necesaria para las grandes responsabilidades que  tienen entre manos y dé fecundidad a sus esfuerzos  en búsqueda del bien común.

Porque somos conscientes de nuestra necesidades una vez más con confianza quiero terminar invocando María, la madre de Jesús, mujer creyente y humilde, a quien bajo la advocación de Ntra. Señora de Luján, reconocemos como Madre y Reina de nuestra Patria, que nos alcance del Espíritu de Dios, fortaleza para el alma de Argentina. Así, los hombres y mujeres nacidos en nuestra querida patria,  podremos caminar, con paso seguro y fraterno, hacia una vida con la dignidad, el gozo y el verdadero progreso que Dios quiere para todos, como anticipo de la vida definitiva.

¡A CRISTO EL SEÑOR SEA TODO EL HONOR Y LA GLORIA
AHORA Y PARA SIEMPRE! AMÉN.

Mons. Juan Alberto Puiggari

Homilía de la Ordenación Presbiteral de Juan Cruz Hernández y Diaconal de Enzo Giménez

Catedral “Nuestra Señora del Rosario”

Paraná, 25 de noviembre de 2023

Queridos hermanos:

La Eucaristía es el lugar adecuado para agradecer  los regalos que Dios nos hace. No tenemos que cansarnos de dar gracias por todos sus dones. Hoy, queremos de una manera especial expresar gozosamente nuestro agradecimiento porque regala a nuestra Iglesia arquidiocesana un nuevo sacerdote en la persona de Juan Cruz y un nuevo diácono en Enzo Manuel.

Ellos han escuchado la voz del Maestro: “Ustedes no me eligieron a Mí, sino Yo soy el que los elegí…y los destiné para que vayan y den fruto” (Jn 15,16). Y como respuesta a este llamado han dicho “Aquí estoy”,  respuesta noble y generosa, porque han madurado las palabras de Jesús: “No hay amor más grande que dar la vida por los amigos” (Jn 15,13).

Juan Cruz  va a ser ordenado sacerdote. Es un elegido, como acabamos de escuchar. Su identidad y misión nacen de un llamado. Renuncia a tener un fin propio, ni actuar en virtud de sus propias fuerzas, sino con los poderes de Jesucristo. No busca en consecuencia su propio mérito, su propia recompensa.  Quiere ser lápiz de Dios, como decía la Madre Teresa de Calcuta, para que Él escriba lo que quiera, como quiera y cuando quiera para la Gloria de Dios y la salvación de todos los hombres.

      Es llamado para ser puesto en favor de los hombres, en lo que se refiere a Dios. Un puente entre Dios y los hombres, a través de la palabra,  de los sacramentos y de la caridad.

Es llamado; no en una elección fría y funcional. Es una declaración de amor que requiere una respuesta de amor: como a  Pedro, hoy Jesús le dice a Juan Cruz “¿Me amas?»,  y  a su respuesta: «Señor, tú sabes que te amo»,  él va a escuchar la dulce pala­bra del Maestro: «Apacienta mis ovejas». Siguiendo el mandato tendrá que ser Pastor, para lo cual debe ser primero un discípulo enamorado del Señor y un ardoroso misionero que viva con pasión buscar a todos para que conozcan a Jesús..

Como Jesús, su misión será la de ser Profeta, Sacerdote  y  Rey. Tres misiones distintas, pero que están íntimamente relacionadas entre sí, se condicionan y se iluminan recíproca­mente.          

                     Tres misiones que exigen corazón de pastor, que como Jesús no vino a ser servido, sino a servir y esto sólo es posible por la caridad pastoral. Nunca podrá separar de su misión: el amor a Dios y a los hermanos.

Como nos enseña Francisco en Evangelii gaudium que «para ser evangelizadores de alma también hace falta desarrollar el gusto espiritual de estar cerca de la vida de la gente, hasta el punto de descubrir que eso es fuente de un gozo superior. La misión es una pasión por Jesús pero, al mismo tiempo, una pasión por su pueblo. Cuando nos detenemos ante Jesús crucificado, reconocemos todo su amor que nos dignifica y nos sostiene, pero allí mismo, si no somos ciegos, empezamos a percibir que esa mirada de Jesús se amplía y se dirige llena de cariño y de ardor hacia todo su pueblo fiel. Así redescubrimos que Él nos quiere tomar como instrumentos para llegar cada vez más cerca de su pueblo amado. Jesús quiere servirse de los sacerdotes para estar más cerca del santo Pueblo fiel de Dios. Nos toma de en medio del pueblo y nos envía al pueblo, de tal modo que nuestra identidad no se entiende sin esta pertenencia» (n. 268).

   Enzo,  va a ser ordenado diácono, a ejemplo de Cristo, «que se hizo «diácono», el servidor de todos».  Servidor gozoso del Padre celestial.  Servidor de todos y servidor en todo, porque su existencia quedará marcada por el carácter del diaconado.

        A partir de hoy, con la ayuda de Dios, deberá obrar de tal manera que el Pueblo fiel lo reconozca como discípulo de Aquel que no vino a ser servido sino a servir.  La gracia y el carácter del sacramento del Orden, en el diaconado, tiene el matiz de servicio al Padre y a los hombres.  

       Según el Concilio Vaticano II, retomando la más antigua tradición Patrística, su  ministerio se especifica dentro del triple campo de la Liturgia, la Palabra y la Caridad.

      El diácono, es  llamado para amar con un corazón indiviso;  es el sentido profundo del celibato al que hoy, con libertad y clara conciencia, Enzo abraza. Está llamado a ensanchar su corazón para ser capaz de amar a todos, sin excluir a nadie, para ser verdadero discípulo de Aquel que en la Cruz nos enseñó el verdadero amor.

 No es posible vivir el diaconado, si no hay un amor capaz de polarizar, unificar  y dar sentido a la vida; sólo  Jesucristo, el Señor, es la respuesta. En el fondo, esa es la esencia de la vocación diaconal: su identificación amorosa y vital con Cristo Servidor, que lo ha llamado por amor, para pedirle su amor total y exclusivo porque Él mismo nos dice con claridad que quien no sea capaz de darse a Él por encima de padre y madre… y hasta de su propia vida, no puede ser su discípulo.

   Queridos Juan Cruz y Enzo: imiten la humildad y mansedumbre, virtudes imprescindibles de los verdaderos seguidores del Maestro, y propias del servidor, que confirma el compromiso de quien, en verdad, se sabe instrumento de Dios, dándoles un arrojo pastoral impensable porque no mide los peligros según las propias fuerzas ni se atribuye los éxitos, ni se acobarda ante los fracasos, sino que refiere todo a Dios.

    Imiten la pobreza del Señor, fomentando una confianza filial y plena en la Providencia de Dios; toda avaricia es una esclavitud. Sean pobres de espíritu, desapegando el corazón de lo material, evitando toda ostentación y viviendo como peregrinos en camino hacia la posesión eterna de Dios. La pobreza evangélica nos hace libres y mantiene el alma abierta a Dios y a los hombres.

  Imiten a Jesús que se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte y muerte de cruz. Esta es la ofrenda amorosa del don más grande que Dios ha dado al hombre: la libertad. Obediencia que no es la del esclavo, sino la que nace de la  libertad de los hijos de Dios: “porque no busco mi voluntad, sino la del que me ha enviado”

(Jn 6,38).

  Imiten el corazón casto y puro del Maestro, con un amor totalizante y exclusivo que los mantendrá con una disponibilidad absoluta al servicio de la Misión.  Ensanchen el corazón. Amen a todos y que tenga un lugar preferencial en el corazón de ustedes los que sufren, los pobres, los más necesitados de la gracia de Dios.

La fidelidad es posible cuando uno se mantiene firme en las pequeñas pero insustituibles fidelidades cotidianas: sobre todo fidelidad a la oración y a la escucha de la Palabra de Dios; fidelidad al servicio de los hombres de nuestro tiempo, fidelidad a la enseñanza de la Iglesia; fidelidad a los sacramentos que nos sostienen; fidelidad al amor tierno y viril a la Santísima Virgen, la Servidora del Señor.

Cuando hablamos de fidelidad hablamos ante todo de amor. Es el amor que dura en el tiempo. Con san Pablo graben en el corazón: “El permanece fiel” 2Fil.

Recordemos el episodio del Lavatorio de los pies: el sentido de este gesto y enseñanza de Jesús, actitud que desconcertó a Pedro es Jesús servidor de Dios y de los hombres. El servicio es una expresión neutra. Hay un servicio al pecado (Rom. 6,16), a los ídolos  (1 Cor. 6, 9). Hay un servicio forzado, que es esclavitud o buscando reconocimiento (vanagloria). Hay servicios solidarios, y tantos otros que muchas veces son loables…

Pero el servicio del creyente es muy distinto: es la expresión mayor del mandamiento nuevo. El lavado de los pies es el sacramento de la autoridad cristiana. Caridad y humildad, juntas forman parte  del servicio evangélico.

Hoy nuestro servicio se siente tentado por el peligro de la secularización, nos advierte el Cardenal Cantalamesa; Se da muy fácilmente por descontado que todo servicio a los hombres es servicio a Dios: san pablo habla de un servicio del Espíritu, y los ministros ordenados estamos destinados  a este servicio. Hoy con más claridad nos enseña la Iglesia que demos lugar a los laicos en lo que ellos pueden hacer y que nos dediquemos a las cosas que se refieren a DIOS, y que nuestros hermanos tienen derecho y esperan de nosotros. Somos ante todo servidores de Dios y servidores de los hombres, pero como nos recuerda la Carta a los Hebreos, en las cosas que se refieren a Dios.

            Queridos hijos, ustedes son conscientes de la grandeza del don y al mismo tiempo de su debilidad y por eso recuerden las palabras del Apóstol que les recuerda que llevan un tesoro en vasos de barro. Por eso con mi afecto de Padre quiero decirles con toda mi convicción: hoy y siempre, hay algo que es fundamental para la vida y misión del sacerdote y del diácono: la oración. Ella es el factor decisivo, es de lo que tiene más necesidad la Iglesia y el mundo de hoy. Tengan necesidad de ella como del pan, más que el pan. Porque rezar es confiar la Iglesia a Dios, con la conciencia de que la Iglesia no es nuestra, sino Suya .Orar es confiar la Iglesia y la humanidad a Dios. Sin la oración no sólo perdemos la orientación de nuestra vida, del mundo, sino la auténtica fuente de vida. Vale para todos, pero es absolutamente imprescindible para el sacerdote. Sin oración somos como satélites que han perdido su órbita y caemos como enloquecidos en el vacío. Sean hombres de oración, hombres de la Eucaristía, hijos de María.

         Francisco les decía a seminaristas  “Ustedes,… no se están preparando para realizar una profesión, para convertirse en funcionarios de una empresa o de un organismo burocrático. Tenemos tantos, tantos sacerdotes a mitad del camino…. Les pido, ¡estén atentos a no caer en eso! Ustedes se están convirtiendo en pastores a imagen de Jesús, el Buen Pastor, para ser como Él y en persona de Él en medio de su rebaño, para apacentar a sus ovejas”.

Recuerden que estamos en el tiempo del Sínodo sobre la Sinodalidad que nos exige un modo de ser Iglesia, sintiéndonos todos corresponsables, en comunión para la misión.

            Nunca, pero más en este tiempo del mundo y de la Iglesia, no hay lugar para la mediocridad. El mundo necesita santos. “La única tristeza es no ser santos” (Paul Claudel)

           Tengan grandeza de corazón, sean magnánimos, naveguen mar adentro, dispuestos a dejarse asumir por el Espíritu Santo, dejándose santificar para santificar.

Agradezco a sus familias, que Dios las recompense abundantemente, a los formadores del Seminario y a todos los que los ayudaron en el  proceso de formación. A las comunidades parroquiales de origen y a las que los han acompañaron en este período pastoral.

           Queridos hijos: para terminar les pido que amen entrañablemente a Nuestra Madre Santísima. Que no se aparte nunca de su boca, ni de su corazón. Sean siempre niños ante Ella y al mismo tiempo sus apóstoles para extender el reino de su Hijo por todo el mundo.

          Madre Nuestra, Nuestra Señora del Rosario, te pido acompañes siempre a Juan Cruz y Enzo con la misma entrega maternal que hiciste con  Tu Hijo para que se sientan siempre muy acompañados, amados y protegidos por ti que eres la gran intercesora.

 María,  ayúdalos a ser fuertes ante las dificultades, a caminar siempre con la fortaleza del que se sabe acompañado de tu amor…

 María, danos sacerdotes santos y danos familias santas para que haya muchas vocaciones de sacerdotes santos.

 Madre del Rosario: Únenos a ti en la tierra, y llévanos contigo al cielo

Homilía en la Solemnidad de Corpus Christi

Catedral Nuestra Señora del Rosario
Paraná, 10 de junio de 2023

Queridos hermanos:

Hoy, solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo, pedimos la gracia de abrir el corazón y la inteligencia para acercarnos con humildad y temblor  a este gran Misterio..

Creo que lo más necesario que hay que hacer en esta fiesta del Corpus Christi no es tanto explicar tal o cual aspecto de la Eucaristía, sino reavivar cada año nuestro estupor y maravilla ante el misterio Eucaristico.

Es  la primera fiesta cuyo objeto no es un misterio de la vida de Cristo, sino una verdad de fe: la presencia real de Él en la Eucaristía. Responde a una necesidad: la de proclamar solemne y públicamente nuestra  fe: “La presencia del verdadero Cuerpo de Cristo y de la verdadera Sangre de Cristo en este sacramento, «no se conoce por los sentidos, dice santo Tomás, sino sólo por la fe, la cual se apoya en la autoridad de Dios». San Cirilo declara: «No te preguntes si esto es verdad, sino acoge más bien con fe las palabras del Salvador, porque Él, que es la Verdad, no miente»»  (Te adoro devotamente, oculta Deidad, que bajo estas sagradas especies te ocultas verdaderamente: A ti mi corazón totalmente se somete, pues al contemplarte, se siente desfallecer por completo. La vista, el tacto, el gusto, son aquí falaces; sólo con el oído se llega a tener fe segura. Creo todo lo que ha dicho el Hijo de Dios, nada más verdadero que esta palabra de Verdad.)

Necesitamos, proclamar nuestra fe, para evitar un peligro: el de acostumbrarse a tal presencia y  merecer  el reproche que Juan Bautista dirigía a sus contemporáneos: « ¡En medio de ustedes hay uno a quien no conocen!».

Lo necesitamos para no banalizarla y acercarnos a ella sin la preparación interior, por  acostumbramiento,   por  frivolidad y por la rutina.

Sí, hay alguien que no se acostumbró  a la Eucaristía y habla de Ella siempre con admiración y veneración era San Francisco de Asís. «Que tema la humanidad, que tiemble el universo entero, y el cielo exulte, cuando en el altar, en las manos del sacerdote, está el Cristo Hijo de Dios vivo… ¡Oh admirable elevación y designación asombrosa! ¡Oh humildad sublime! ¡Oh sublimidad humilde, que el Señor del universo, Dios e Hijo de Dios, tanto se humille como para esconderse bajo poca apariencia de pan!».

Pero en realidad lo que nos causa estupor ante el misterio eucarístico, no es  tanto la grandeza y la majestad de Dios, sino más bien su  amor, el  que se pone a nuestro servicio, no sólo lavando los pies de los apóstoles, sino dándose a nosotros como alimento y bebida. La Eucaristía es sobre todo esto: memorial del amor del que no existe mayor: dar la vida por los propios amigos.

En las lecturas de hoy, vemos como el amor de Dios, acudió en ayuda de su pueblo, con el maná, en el antiguo testamento; en el evangelio de hoy, Jesús nos dice “Este es el pan bajado del cielo, no como el que comieron sus padres y murieron. El que coma de este pan vivirá eternamente”.  Él no, nos da “algo”, sino a sí mismo; ofrece su cuerpo entregado y su sangre derrama.  Entrega toda su vida, por amor al Padre y a cada uno de nosotros.

“Yo soy el pan Vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente”.  Necesitamos este pan para afrontar la fatiga y el cansancio del largo viaje hacia la tierra prometida del cielo.

Para descubrir el verdadero  significado de la celebración eucarística . Jesús nos invita a comer y beber su cuerpo y sangre. Comer, es entrar en comunión con la persona del Señor vivo. Esta comunión, este acto de «comer», es realmente un encuentro entre dos personas, es un dejarse penetrar por la vida de Aquel que es el Señor; de Aquel que es mi Creador y Redentor. El objetivo de esta comunión es la asimilación de mi vida con la suya, mi transformación y configuración con quien es Amor vivo. Por ello, esta comunión implica la adoración, la acción de gracias, pero fundamentalmente implica la voluntad de seguir a Cristo, dejándome transformar por Él. Misterio maravilloso de cristificación de nuestras vidas, de vaciamiento y plenitud de Vida Plena.

 Esto es lo principal del misterio Eucarístico: la comunión vital con Jesús. Cuerpo y la sangre de Cristo no tiende a otra cosa que a convertirnos en aquello que comemos».

Y el segundo aspecto fundamental, también lo señala claramente el Apóstol: “ya que hay un solo pan, todos nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque participamos de ese único pan”.

Sacramento de la unidad con Dios y entre nosotros, por eso es tan imperioso para el cristiano trabajar por la unidad para no ultrajar el Cuerpo de Cristo.

No podemos comulgar con el Señor, si no comulgamos entre nosotros. Si queremos encontramos con Él, también debemos ponernos en camino para ir al encuentro unos de otros hasta el punto de convertirse en un solo cuerpo. Somos comunidad, alimentados por el cuerpo y la sangre de Cristo.

Este doble fruto de la Eucaristía: unión y comunión nos impela a la misión:

Gracias a la Eucaristía, al Pan que nos convierte en alimento a nosotros, podremos cumplir el mandato del Señor: “denles de comer ustedes mismos”. Hay muchos hambrientos que pasan por nuestra vida. A ellos el Maestro nos pide hoy que les demos de comer: que le demos el alimento, la fe, el tiempo, el amor… Los hambrientos de hoy nos están esperando…

El que comulga tiene que salir de la Misa queriendo ser pan comido por el hermano. Hoy se está realizando la colecta de Caritas, bajo el lema: “Mirarnos, Encontrarnos, Ayudarnos”.

Al unirnos a Cristo Eucaristía lejos de replegarnos sobre nosotros mismos nos abre al amor de lo demás, una Iglesia que vive de la Eucaristía, necesariamente se vuelve misionera, en salida, misericordiosa y solidaria. :

 Un buen programa Eucarístico: celebrar,  adorar y compartir.

Después de la celebración llevaremos a Jesucristo en procesión por nuestras calles. Quiere ser una gran bendición pública  para nuestra ciudad. Cristo, es la gran bendición que necesita nuestra Patria.

Señor este es tu pueblo, lo fundó tu Madre, bajo la advocación tan querida de Nuestra Señora del Rosario.  Lo fundó para Ti, Señor. Una vez más te reconocemos como Señor de nuestra historia.

Te encomendamos a todo nuestro pueblo que peregrina en nuestra Arquidiócesis;

Ponemos ante sus ojos los sufrimientos de los enfermos, la soledad de los jóvenes, de los niños, de los niños por nacer; y  los ancianos.

¡Muestra a la Iglesia y a sus pastores, consagrados y laicos lo que Tú quieres en este tiempo sinodal!

¡Fortalece a nuestras familias, que se descubra nuevamente el tesoro y la belleza de la misma! Iglesia doméstica, santuario de vida y de amor.

¡Alienta a los que están sufriendo estrecheces económicas, incertidumbre en su trabajo y futuro!

Muestra tu amor hacia los pobres y enfermos, cuida a los jóvenes víctimas de las adicciones. Descúbreles el sentido maravilloso de la vida

¡Concédenos muchas y santas vocaciones, que hagan esto en memoria tuya! ¡Mira a la humanidad que sufre, que se siente insegura entre tantos interrogantes; mira el hambre físico y psíquico que la atormenta pero sobre todo el hambre de Dios. ¡Da a los hombres pan para el cuerpo y para el alma! ¡Dales trabajo, dales luz, dales Tú mismo! ¡Une a tu Iglesia, une a la humanidad sufriente!  ¡Danos tu paz!

¡Señor guía los caminos de nuestra historia!

Nadie como María, Mujer Eucarística puede educarnos en la fe, para vivir este Gran Misterios. Que nos ayude a acoger siempre con asombro y gratitud el gran regalo que nos ha hecho su Hijo.

Gracias Señor Jesús. Quédate con nosotros porque anochece.

Monseñor Puiggari celebra sus 25 años de ordenación episcopal en la Catedral de Paraná

El lunes 8 de Mayo se celebró en la Catedral Metropolitana la Santa Misa en Acción de Gracias por los 25 años de Consagración Episcopal de Monseñor Juan Alberto Puiggari, con la presencia Mons. Eduardo Martin, Arzobispo de Rosario; Mons. Sergio Fenoi, Arzobispo de Santa Fe; Mons. Luis Collazuol, Obispo de Concordia; Héctor Zordán, Obispo de Gualeguaychú; Pedro Torres, Obispo de Rafaela, Mons. Gustavo Help, Obispo emérito de Venado Tuerto, como así también autoridades civiles, militares, fuerzas vivas, vecinos.

En su homilía, Monseñor Juan Alberto Puiggari destacó la figura de la Virgen de Luján, Patrona de Argentina, y su vocación de Madre.

“En la Virgen de Luján vemos claramente su vocación de Madre, la que Jesús le dio en la Cruz, cuando una humilde imagen de la Virgen quiso quedarse en nuestra pampa, para decirnos a los argentinos: ‘Aquí estoy, soy su Madre’”, afirmó monseñor Puiggari.

En este sentido, el arzobispo remarcó que, frente a la imagen de la Virgen de Luján, se congregan miles de argentinos llevando sus tristezas, alegrías, proyectos e ilusiones, y sobre todo el agradecimiento tan propio de nuestro pueblo noble.

Asimismo, monseñor Puiggari agradeció y alabó a la Trinidad Santísima por su obra creadora, redentora, santificadora y de prenda de Vida eterna, y celebró la fidelidad del Señor que lo ha cuidado y sostenido durante estos años.

“Por gracia de Dios, soy lo que soy. No elegí el camino, Dios me llamó, me eligió sin ningún mérito de mi parte, por puro amor de predilección, me eligió débil para confundir a los fuertes, para que en todo se manifieste su poder. Me tomó de entre los hombres, para entregarme al servicio de mis hermanos, me hizo experimentar mis debilidades, para que fuera capaz de comparecerme de las debilidades de los hombres”, expresó el arzobispo.

En este sentido, monseñor Puiggari recordó que el episcopado es oficio de amor, como lo enseña San Agustín, y que fue llamado para colaborar en la glorificación del Padre y en la salvación de los hombres. “Este servicio no es fácil, como recordaba el profeta Jeremías: ‘Antes de haberte formado en el seno materno te conocía, y antes que nacieses te tenía consagrado, Yo, Profeta de las naciones te constituí’. Por eso, me siento necesitado de exclamar con San Pablo: ‘Por gracia de Dios, soy lo que soy’”, afirmó el arzobispo.

Finalmente, monseñor Puiggari destacó que el mundo actual espera de los sacerdotes y obispos que les muestren y entreguen al Dios que necesitan, al Cristo que salva, al Espíritu de Amor que da Vida. “Y este tiempo secularizado y desesperanzado, nos exige que seamos hombres de lo Absoluto, profetas de esperanza y signos del Reino escatológico”, concluyó el arzobispo.

Compartimos el texto completo de la homilía.

HOMILIA CON MOTIVO DE LAS BODAS DE PLATA EPISCOPALES

Solemnidad de Nuestra Señora de Luján

Catedral de Paraná, 8 de mayo de 2023

Queridos hermanos:

Estamos celebrando la Solemnidad de Nuestra Señora de Luján, Patrona de nuestra Patria, la Virgen gaucha, la del manto humedecido por el rocío de nuestra pampa y cubierto de abrojos, como señal de su caminar en medio de nuestro Pueblo peregrino.

En la Virgen de Luján vemos claramente su vocación de Madre,  la que Jesús le dio en la Cruz, cuando una humilde imagen de la Virgen quiso quedarse en nuestra pampa, para decirnos a los argentinos: “Aquí estoy, soy su Madre”. Frente a su imagen humilde y silenciosa, se congregan miles y miles de argentinos llevando sus tristezas y alegrías, proyectos e ilusiones, y sobre todo el agradecimiento tan propio de nuestro pueblo noble.

Frente a su imagen, hoy, tengo la necesidad  de alabar y agradecer a la Trinidad Santísima por su obra creadora,  redentora, santificadora y de prenda de  Vida eterna.

Doy gracias y alabo al Padre que tanto amó a los hombres que envió a su propio Hijo para la salvación del mundo.

 Y  de una manera especial, quiero agradecer y alabar  por los veinticinco años  de vida episcopal que me ha concedido. Celebro y quiero cantar la fidelidad del Señor que me ha cuidado y sostenido durante estos años. Elevo mi mirada agradecida y emocionada  a Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote. Sólo desde Él comprendo algo del gran misterio del sacerdocio y del episcopado. 

El profeta Jeremías me recuerda: “Antes de haberte formado en el seno materno te conocía, y antes que nacieses te tenía consagrado, Yo, Profeta de las naciones te constituí”. (Jr. 1,15). Por eso en esta noche me siento necesitado de exclamar con San Pablo: “Por gracia de Dios, soy lo que soy”. No elegí el camino, Dios me llamó, me eligió sin ningún mérito de mi parte, por puro amor de predilección, me eligió débil para confundir a los fuertes, para que en todo se manifieste su poder. Me tomó de entre los hombres, para entregarme al servicio de mis hermanos, me hizo experimentar mis debilidades, para que fuera capaz de comparecerme de las debilidades de los hombres.

Me eligió por amor; me exigió una respuesta de amor. “Pedro me amas”…“apacienta mis ovejas”. Una vez más quiero recordar que no me es lícito apacentar el rebaño del Señor, si no lo hago por amor, como el de Jesús, hasta la entrega total, hasta dar la vida por las ovejas. El episcopado es oficio de amor como lo enseña San Agustín.

Y me llamó, para que configurado con Él,  fuera instrumento suyo, para colaborar en  la glorificación del Padre y en la salvación de los hombres. Como Él tengo que ser Maestro, Sacerdote y Pastor. Por Él, con Él y en Él tengo que actualizar cada día para los hombres de hoy, su Sacrificio de la Cruz.

Y nuestro mundo hambriento y sediento espera de nosotros, los sacerdotes, los obispos, que le mostremos y entreguemos al Dios que necesitan, al Cristo que salva, al Espíritu de Amor que da Vida. Y este tiempo secularizado y desesperanzado, nos exige que seamos hombres de lo Absoluto, profetas de esperanza y signos del Reino escatológico.  Esperanza que toma su fuerza en la certeza de la voluntad salvadora universal de Dios y de la presencia constante del Señor Jesús, el Emmanuel, siempre con nosotros hasta el fin del mundo.

Servidor de Cristo, servidor de los hombres, para eso he sido elegido. Este servicio no es fácil, (como recordaba el Venerable Cardenal Pironio), exige una permanente disponibilidad para contemplar, convertirnos y morir. Servir a los hombres es entenderlos, asumirlos, salvarlos, multiplicarles el pan, abrirles los misterios de la Palabra, comunicarles la Vida de Dios, que es  don del Espíritu.

Recordando todo esto, la acción de gracias se transforma también en un sincero pedido de perdón, a Dios, a la Iglesia, y a ustedes mis hermanos, porque no he sido  epifanía del rostro del Buen Pastor que ustedes se merecen; por mis debilidades y pecados, he obstaculizado la obra que Dios ha querido hacer, por mi intermedio, a favor de su Pueblo.

También necesito pedir a Dios y a ustedes para que me ayuden a vivir más a fondo la oblación eucarística que es lo central del obispo: donación total que se manifiesta y toma su fuerza de la Eucaristía. En el corazón sacerdotal tienen que resonar muy hondo las palabras de Jesús “Éste es mi Cuerpo entregado…ésta es mi Sangre derramada”. Que Dios me ayude para que éste sea mi programa hasta el final de mi vida.

Adoración, acción de gracias, pedido de perdón, súplicas son los sentimientos que hoy quiero tener en lo más profundo de mi corazón. Les pido que me acompañen a elevarlos a Dios…

Pero esta acción de gracias, no sería completa, si no lo hiciera, con los instrumentos que Dios ha puesto en mi camino.

Sería ciertamente muy largo hacerlo, porque me siento especialmente bendecido por Él, y peligroso de ser injusto por olvido, pero permítanme mencionar en pocas personas las grandes etapas de mi vida.        

A la Iglesia,  mi Madre, a ella le debo todo, a Ella quiero servir con fidelidad hasta mi último aliento.

A mis padres, les debo el don de la vida, el don de la fe, el apoyo permanente en mi vocación, y las grandes enseñanzas que se descubren con el tiempo y que fueron grabadas en mi alma con el cincel del ejemplo silencioso y testimonial. Me dieron  una familia en donde fue fácil vivir el Bautismo, fuente de todas las gracias.

Al siervo de Dios Padre Etcheverry Boneo, instrumento para escuchar el llamado de Dios, modelo ejemplar que me entusiasmó con metas grandes, me transmitió ese fuego irresistible del amor a Jesucristo, del celo por la Gloria del Padre y la entrega sin reservas por mis hermanos. También me dio una familia espiritual.           

A muchos sacerdotes, consagrados y laicos que Dios puso a lo largo de mi vida que han sido un ejemplo apoyo y estímulo. Sería muy largo enumerar.

Al Cardenal Karlic, que junto con Mons. Eichor y Mons. Cargnello por la imposición de sus manos me introdujeron en el Colegio Episcopal. En los primeros años como Obispo Auxiliar, cuánto agradecer, aprendiendo a serlo con la sabiduría del Cardenal.

Luego, mi primera experiencia de Pastor en la querida Diócesis de Mar del Plata. Llegaba a un lugar desconocido y en pocos días me hicieron sentir el calor, afecto y  entusiasmo para trabajar en comunión para el anuncio del Evangelio.

Luego el Señor me llamó para venir desde el “mar” hasta el “hermano de mar”, nuevamente a Paraná.

Gracias a todos los sacerdotes por su cooperación, por su trabajo y disponibilidad;  gracias a los diáconos, a los consagrados, a los seminaristas. A los agentes pastorales, a las instituciones y movimientos, a los colaboradores de la  Curia y a los laicos en general.  Una  vez más los invito a escuchar la suave y vigorosa voz del Maestro “duc in altum” y renovar nuestro compromiso para caminar juntos,  como comunidad evangelizadora, eucarística y misericordiosa, comprometidamente misionera y en salida hacia las periferias espirituales y existenciales, que ame con predilección a los pobres, a los que más sufren. Agradezco también a los sacerdotes de otras Diócesis que han querido acompañarme en este día.

Gracias,  por la mucha oración con la que me han acompañado y fortalecido en momentos difíciles y también por mi salud. No tengo duda que soy un milagro de la oración de ustedes.

Y por último, y no porque sea la menos importante, quiero contemplar con agradecimiento filial a Nuestra Madre Santísima, bajo la advocación de Nuestra Señora de Luján. Siempre he sentido fuertemente su protección; Ella es apoyo eficaz en mi camino personal, energía poderosa en el apostolado, consuelo en las dificultades, fortaleza en las pruebas. Hoy quiero renovarle mi pedido filial: “Haz que mi paso por esta Arquidiócesis sea nada más que para sembrar el amor a Dios y a Ti,  en todos aquellos con los que me encuentre”.

Quiero recordar con gratitud el pasado, vivir con pasión el presente para evangelizar, y abrirme con confianza al futuro, a Él le pertenece, es el Señor de la historia.

Como San Pablo quiero, fortalecido por esta acción de gracias y las oraciones de ustedes, “lanzarme hacia lo que está por delante, corro hacia la meta, para alcanzar el premio al que Dios me llama desde lo alto, en Cristo Jesús”.

Que en esta Eucaristía suba hasta el Padre por Cristo en el Espíritu Santo, mi  agradecimiento por estos  veinticinco años de obispo, y mi súplica confiada por todas las necesidades de la iglesia, de nuestra Arquidiócesis  y de cada uno de ustedes.

                                                                                         + Mons. Juan Alberto Puiggari

Audio Radio Corazón

Homilía de la Fiesta de Nuestra Sra. del Rosario

HOMILIA DE LA FIESTA DE NUESTRA SEÑORA DEL ROSARIO,

PATRONA DE LA ARQUIDIOCESIS DE PARANA

Catedral, 7 de octubre de 2022

Queridos hermanos:

Con gran alegría, después de años difíciles, estamos celebrando a nuestra Patrona y Madre, la Santísima Virgen del Rosario. Ella nos primerió y esta mañana visitó nuestra ciudad; ahora con un corazón agradecido y gozoso estamos aquí reunidos para expresarle nuestro amor y gratitud por su protección a lo largo de nuestra historia.

 Su presencia en una humilde capilla, en 1730, reúne al primer grupo de pobladores en la llamada “Baxada de Paraná”. Así comienza la historia religiosa, política y social de nuestra ciudad. Por eso la reconocemos como  Fundadora.

Reconocer nuestro origen es asegurar nuestro futuro, profundizar sus raíces y garantizar el crecimiento de nuestro pueblo poniendo en el centro a Dios y reconociéndolo como Nuestro Señor.

 Hoy queremos pedir: Madre ¡enséñanos a ser fieles al  Amor de Dios!

 Dios es Amor, es su autorrevelación. Gracias a ese Amor surgió la creación de la nada, el hombre a su imagen y semejanza, pero sobre todo ese Amor se manifiesta en la Encarnación y en Su Pascua.

El mundo en el que nos toca vivir frecuentemente profana esta palabra, la corrompe, la vacía de contenido.

A nosotros nos toca redescubrir su sentido profundo, vivirla con intensidad y mostrar al mundo la infinita riqueza del amor.

Debemos suscitar en el mundo -primero en nuestras vidas- un renovado  compromiso en la respuesta humana al amor divino. Vivir el amor e irradiar la luz de Dios: “El amor es una luz –en el fondo la única–, que ilumina constantemente al mundo oscuro y nos da la fuerza para vivir y actuar”. Tenemos que manifestar la centralidad de la fe en Dios, en ese Dios que ha asumido un rostro humano y un corazón humano. Tenemos necesidad del Dios vivo que nos ha amado hasta la muerte.

“Dios es Amor y quien permanece en el Amor permanece en Dios, y Dios en él”. La ternura, la misericordia, la compasión, la fidelidad son los rasgos del amor que Dios nos tiene. “El amor se convierte en el criterio para la decisión definitiva sobre la valoración positiva o negativa de una vida humana. Amor a Dios y amor al prójimo se funden entre sí: en el más humilde encontramos a Jesús mismo y en Jesús encontramos a Dios”.

Como decía San Agustín: “Amas cielo eres cielo, amas tierra eres tierra”. Cada uno de nosotros es lo que ama. Madre, ¡que descubramos, vivamos y seamos fieles al Amor de Dios!

Ante nuestro mundo, que cada vez  se va alejando de Dios y  por lo tanto del amor, de la felicidad, de la libertad, ante este mundo que grita que Dios ha muerto, estamos proclamando inconscientemente la muerte del hombre. No podemos caer en el pesimismo, en la desesperanza o en la indiferencia. Debemos reaccionar, como lo decía nuestro querido Papa Emérito Benedicto, comprometiéndonos en la revolución del amor, o como lo expresa Francisco, en la revolución de la ternura. Sólo la caridad cambiará al mundo, porque sólo el amor redentor de Cristo salvó al mundo. Queremos educarnos en la ley del amor y en la ley del servicio.                           

La prueba más grande del amor es dar la vida. Queremos aprender a darla, día a día, por Dios y por los hombres. Creemos en la fuerza omnipotente del amor.

No podemos resignarnos porque Dios no se resigna, ama a todos los hombres y por todos envió a Su Hijo a morir en la Cruz, no para condenarlos sino para salvarlos.

Para no resignarnos y caer en la desesperanza debemos descubrir una vez más nuestra vocación a la santidad, nuestra necesidad de la oración y el llamado imperioso a la misión.

Misión, a la cual nos invita con insistencia Francisco: “invitarlos a una nueva etapa evangelizadora marcada por la alegría” que exige renovar nuestro encuentro personal con Cristo.

“Éste es el momento para decirle a Jesucristo: «Señor, me he dejado engañar, de mil maneras escapé de tu amor, pero aquí estoy otra vez para renovar mi alianza contigo. Te necesito. Rescátame de nuevo, Señor, acéptame una vez más entre tus brazos redentores». Quiero ser tu discípulo-misionero por amor al Padre y a mis hermanos.

Con María, queremos ser una Iglesia en salida, de puertas abiertas, que sepamos caminar juntos en comunión para anunciar al Señor que salva.

  Pero bien sabemos que somos débiles y por eso necesitamos de la oración. El título de nuestra Patrona, María del Rosario, nos habla de la cercanía de nuestra Madre que en los momentos difíciles nos brinda un medio maravilloso para conseguir las gracias necesarias y especialmente para alcanzar su gran deseo: que nos identifiquemos con su Hijo Jesús.

 “El Rosario es el poema  del amor divino por el hombre.  Es la gesta del Hijo de Dios.”


Por medio del Rosario queremos descubrir  que hay un oasis siempre a mano  para restaurar el alma  y retomar el camino de las cumbres.  Este oasis es la oración, es el Rosario.

Oración simple y  profunda. San Juan Pablo II decía”. El Rosario es oración contemplativa y cristocéntrica, inseparable de la meditación de la Sagrada Escritura. Es la plegaria del cristiano que avanza en la peregrinación de la fe, en el seguimiento de Jesús, precedido por María.» (Castelgandolfo, 1º octubre de 2006)

En su sencillez y profundidad,  sigue siendo también en este tercer Milenio, de gran significado, destinada a producir frutos de santidad. Se encuadra bien en el camino espiritual de un cristianismo que, después de dos mil años, no ha perdido nada de la novedad de los orígenes, y se siente empujado por el Espíritu de Dios a «remar mar adentro» (duc in altum!), para anunciar a Cristo al  como Señor y Salvador, «el Camino, la Verdad y la Vida» (Jn14, 6), el «fin de la historia humana, el punto en el que convergen los deseos de la historia y de la civilización».

«El Rosario, exclamaba S. Juan Pablo II, es mi oración predilecta. ¡Plegaria maravillosa! Maravillosa en su sencillez y en su profundidad.

Nos hace entrar en la escuela de María, para  contemplar el rostro de Cristo, recordar, comprender y configurarse con Él. En el Rosario el camino de Cristo y el de María se encuentran profundamente unidos. ¡María no vive más que en Cristo y en función de Cristo! Mi vida es Cristo, decía San Pablo, cada uno de nosotros tenemos que repetirlo sin cansarnos, para que por medio de Ella podamos hacerlo realidad.

Queridos hermanos: permítanme pedirles que recen el Rosario. “Una oración tan fácil, y al mismo tiempo tan rica, merece de veras ser recuperada por la comunidad cristiana.” Estamos como Arquidiócesis marcados por la Virgen del Rosario, crezcamos en su rezo, en las familias, en todas las comunidades parroquiales.

Ella es punto de referencia constante para la Iglesia (EG: 287) y modelo eclesial para la Evangelización, en Ella aprendemos sobre todo una actitud, un estilo, es el estilo mariano con el que hemos de conducirnos en esta hora de nuestra Iglesia que necesita su conversión pastoral. Un estilo servicial y tierno, que cuida de los hijos, sobre todo de los más débiles.

En este tiempo Sinodal, le pedimos a María que podamos redescubrir la alegría de ser discípulos-misioneros de  su Hijo,  y que caminando juntos en comunión, tengamos la pasión de la evangelización. 

Que nos haga  una Iglesia más contemplativa y orante para poder ser  más profética, misionera, misericordiosa y samaritana.

Le pido a María la gracia  de ponerme, junto con toda la Iglesia, a la escucha de la Palabra y de la voluntad del Señor para dejarnos conducir por El, de tal modo que sea Él mismo quien conduzca a la Iglesia que peregrina en Paraná.

 Que como Iglesia respondamos siendo misioneros con nuestra vida de fe, esperanza y caridad, cada uno según su carisma, en cada Eucaristía, en cada acto de libertad.

Como es entero el Amor de tu Hijo, sea entera nuestra entrega.

Madre de Rosario: nos ponemos en tus manos, cuida a todos tus hijos, especialmente a los que más sufren.

Únenos a Ti en la tierra y llévanos contigo al cielo. Amén.

+ Mons. Juan Alberto Puiggari

HOMILIA DE ORDENACION DE JULIAN RODRÍGUEZ

Catedral de Paraná

21 de septiembre de 2022

Queridos hermanos:

            Dios, por boca del Profeta Jeremías, nos dice: «Os daré Pastores según mi corazón». Con estas palabras, Dios promete a su Pueblo no dejarlo nunca privado de Pastores que lo congreguen y guíen.

El Pueblo fiel experimenta siempre la realización de este anuncio profético. Y en esta noche, la Iglesia que peregrina en Paraná es testigo del cumplimiento de estas palabras del Señor, con la ordenación de un nuevo sacerdote; por eso damos gracias a Dios porque una vez más ha cumplido Su Promesa. Con inmensa alegría estamos participando de la Eucaristía en la que este hermano nuestro va a recibir el sacramento del Orden que lo configurara con Cristo Cabeza, Pastor, Siervo y Esposo de la Iglesia.

La vocación sacerdotal  es un misterio de la elección divina: «No me han elegido ustedes a mí, sino que yo los he elegido a ustedes, y los he destinado para que vayan y den fruto, y ese fruto permanezca» (Jn. 15,16);  «Antes de formarte en el vientre materno, yo te conocía; antes que salieras del seno yo te había consagrado, te había constituido profeta» (Jr. 1,5). Estas palabras inspiradas de la Sagrada Escritura estremecen profundamente el corazón de todo sacerdote, seguramente en esta noche el de Julián.

Pero podríamos preguntarnos: ¿qué significa ser  sacerdote? ¿Tiene validez en un mundo secularizado como el nuestro? ¿Vale la pena?

Para contestar tenemos que avivar la fe, sumergirnos en el plano sobrenatural y tratar de asomarnos con admiración al Misterio, desde una relación esencial con Cristo.

El mundo ha cambiado enormemente, y sigue cambiando a un ritmo vertiginoso; ya nada nos asombra… pero sin embargo  sigue siendo válido que la única respuesta para las soluciones a los grandes conflictos de nuestro tiempo es Jesucristo,  el Único que salva, «aquel a quien el Padre santificó y envió al mundo» no para condenarlo, sino para que el mundo viva y se salve.

 Y si creemos esto, quedamos admirados frente a la grandeza de lo que pasa hoy. Porque  el sacerdote se ubica  en la misma consagración y misión de Cristo: » Como el Padre me envió, también yo los envío a ustedes». » Como el Padre me ama, Yo también los he amado”. Solo así se comprende lo radical del llamado y lo irreversible de la respuesta que va a dar Julián. Cristo tiene derecho a elegirlo y a enviarlo, de una manera original y única. Cuando se lo piensa en la fe, se  comprende algo de lo misterioso y maravilloso que estamos viviendo…Como decía el Santo Cura de Ars “si comprendiéramos el misterio del sacerdocio, moriríamos, pero no de temor sino de amor”.

El sacerdocio es un don, es una elección, es una gracia inmerecida, porque no está basada en nuestros propios méritos o capacidades, sino en el  puro amor de predilección de Dios, como escuchábamos en el Evangelio: “Yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores”. Como a san Mateo, Jesucristo, después de orar al Padre, lo llama a Julián,  en orden a la edificación del Cuerpo de Cristo. Le pido al Señor  que  tenga la repuesta de Mateo: levantarse, seguirlo y abandonarlo todo. 

          Pero ¿qué significa ser sacerdote?  San Pablo nos dice que, ante todo, ser sacerdote es ser administrador: «servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios.” (1 Cor. 4, 1-2).  El administrador no es propietario, sino aquel a quien se le confían los bienes para que los gestione con justicia y responsabilidad.

Recibe de Cristo  nada menos que los tesoros de la salvación para distribuirlos entre sus hermanos a los cuales es enviado. Se trata de los bienes de la fe.  Es, por tanto,  el hombre de la Palabra, el hombre de los  sacramentos, el hombre del «misterio de la fe».  Nadie puede considerarse «propietario» de estos bienes. Todos somos sus destinatarios. El sacerdote, sin embargo, tiene la tarea de administrarlos en virtud de lo que Cristo ha establecido.

 La vocación sacerdotal es un misterio. Es el misterio de un «maravilloso intercambio» entre Dios y el hombre. Éste ofrece a Cristo su humanidad para que Él pueda servirse de ella como instrumento de salvación, casi haciendo de este hombre otro sí mismo. (Tomen y coman, este es mi cuerpo…yo te absuelvo…). Si no se percibe el misterio de este «intercambio», no se logra entender cómo puede suceder que un hombre joven, escuchando la palabra ‘‘¡Sígueme!», llegue a renunciar a todo por Cristo, con la certeza de que por este camino su personalidad humana se realizará plenamente.

 Nuestro querido y recordado san Juan Pablo II se preguntaba. “¿Hay en el mundo una realización más grande de nuestra humanidad que poder representar cada día “in persona Christi” el Sacrificio redentor, el mismo que Cristo llevó a cabo en la Cruz?

El Espíritu Santo quiere servirse de Julián, de su boca, de sus manos, de su cuerpo para proclamar incesantemente la Palabra; traducirla de tal modo que toque los corazones, pero sin alterarla ni rebajarla, sin acomodarla a sus criterios; y repetir el gesto de ofrecimiento de Jesús en la Última Cena, sus gestos de perdón a los pecadores.

Será tomado de entre los hombres y permanecerá cercano a ellos, “cristiano en medio de ellos”, decía San Agustín. Pero totalmente consagrado a la obra de la salvación.

Será instrumento, pobre y humilde, que no debe atribuirse el mérito de la gracia transmitida; solo instrumento.

Querido Julián:

¡Qué grande y maravilloso es proclamar la Buena Nueva!, hacer conocer a Jesucristo; poner a nuestros hermanos en relación personal, viva con Él; velar por la autenticidad y la fidelidad de la fe, para que no decaiga, para que no sea alterada ni esclerotizada. Ser maestro de fe y predicador incansable de la misma; testigo de quien vive lo que anuncia y ayuda a descubrir, con gestos cotidianos, la verdad de lo que dice y lo que cree y así mantener en la Iglesia el impulso misionero, como nos insiste Francisco, formando comunidades santas, evangelizadoras y servidoras.

¡Que noble misión es dispensar los misterios de Dios!, ser canal transparente de la gracia de Cristo, hacerlo presente de modo sublime en el misterio pascual a través de la Eucaristía, y en su gesto misericordioso del perdón.

¡Qué extraordinario es ser pastor!; construir y mantener la comunión entre los cristianos, en el lugar que se te confíe, corresponsable de las otras comunidades  de la Arquidiócesis, todas en unión con el sucesor de Pedro. ¡Qué desafiante buscar las ovejas perdidas!

En ese pastoreo tendrás que presidir la caridad de tu comunidad especialmente entre los  más pobres y los que más sufren.

Julián: sólo podrás servir eficazmente al hombre si te sientes «encadenado a Cristo por el Espíritu”. Somos humildes servidores de los hombres; pero nuestra capacidad de servicio la engendra en nosotros la absoluta y gozosa inmolación a Cristo.

El servicio cotidiano no es fácil. Es importante una permanente disponibilidad para contemplar, convertirnos y morir.  Servir a los hombres es entenderlos, asumirlos, salvarlos… Multiplicarles el pan eucarístico, abrirles los misterios del Reino, comunicarles el don del Espíritu. (Como  lo enseñaba el Venerable Cardenal Pironio).

Como decía santa Teresa de Calcuta: “Tengan la libertad de amar y de ser todo para los hombres. Por eso necesitan ser libres, pobres y llevar una vida simple… Como sacerdotes tienen que ser capaces de alegrarse de esta libertad, de no poseer, de no tener a nadie; sólo entonces podrán amar a Cristo con amor indiviso en la castidad y entregarse sin reservas a sus hermanos”.

Que la Eucaristía llegue a ser para vos una escuela de vida, en la que aprendas a entregarla. La vida no se da sólo en el momento de la muerte, y no solamente en el modo del martirio. Debes darla día a día. Debes aprender a desprenderte, a estar a disposición del Señor para lo que te necesite  en cada momento. Dar la vida, no tomarla. Sólo quien da su vida la encuentra.

Marianiza tu sacerdocio. Como san Juan, introdúcela en el dinamismo de tu existencia y de tu misión. Vas a  comenzar a ser su hijo predilecto porque te asemejarás más a Jesús, y también porque como Ella, vas a estar comprometido  en la misión de proclamar, testimoniar y dar a Cristo al mundo.

Que Ella te conceda la gracia de la generosidad en la entrega, la fidelidad en el compromiso, una vida pobre y un amor ardiente y misericordioso…

Has tomado como lema, una frase que te ha marcado fuertemente los últimos años de tu Seminario y que hoy por primera vez la pronunciarás como sacerdote: “Por Cristo, con Él y en Él”.

Es todo un programa de vida sacerdotal porque señala la configuración más íntima del amor en quien pertenece a Cristo. Nada hace por sí mismo ni para sí mismo, nada hace para ser visto por los hombres ni aplaudido por ellos: sólo obra por Cristo, para Cristo, movido por su Amor y en respuesta a su Amor.

 Es el dinamismo de la vida cristiana, que parte siempre de la Gracia: ¡siempre con Cristo! Nuestra existencia  es fruto de un encuentro personal y único con Él, un acontecimiento decisivo, y nada ni nadie nos puede separar de su Amor.

Con Él, que siempre nos acompaña; que siempre dirige nuestros pasos; que jamás nos niega su Gracia. ¡Siempre con Él!, rechazando cuanto nos aparte de Él…

       “Por Cristo, con Él y en Él…”

  En Él, ¡en el Señor! Ya comamos, bebamos, o hagamos cualquier otra cosa, siempre en Él, en el Señor, para Gloria del Padre. Cuanto hacemos, lo hacemos en Cristo, movidos por su Espíritu Santo;  con Él y por Él para la Gloria del Padre y para el bien de nuestros hermanos.

 Nuestro mundo tiene necesidad de esperanza, estamos viviendo la  asfixia de ocultar a Dios de nuestra cultura y la parálisis del pesimismo. Sé profeta de esperanza, grita al mundo la esperanza, pero no una fácil o ilusoria, sino la que nace de la cruz Pascual de Cristo. «Una esperanza sin alegría no es esperanza, no va más allá de un sano optimismo.» «La alegría fortalece la esperanza y la esperanza florece en la alegría”.  (Francisco)

 Que Dios bendiga a tu familia, a los Formadores del Seminario, especialmente a las comunidades parroquiales de Santa Lucía en donde nació tu vocación, y de Santa Rosa que te acompañó con tanto cariño en esta última etapa.

Demos gracias a Dios y pidamos con insistencia y confianza por el aumento de las vocaciones sacerdotales y consagradas.

Santísima Virgen del Rosario,  nuestra Madre y Patrona, te encomiendo el sacerdocio de Julián.

Madre, únenos a Ti en la tierra y llévanos contigo al Cielo.

Homilía en el Tedeum del 9 de Julio

Parroquia San Miguel Arcángel. Paraná

Queridos hermanos:

Como nuestros representantes reunidos en la histórica Casa de Tucumán, el 9 de julio de 1916, hoy también nosotros nos hemos reunido en este templo histórico de San Miguel, para implorar a Dios Nuestro Señor por el bien de nuestra Patria, reconociéndolo como fuente y origen de toda razón y justicia, como lo invoca nuestra Constitución Nacional.

Y lo hacemos con el convencimiento más firme, como dice el Salmo, de que en vano trabaja el obrero, si el Señor no construye la casa, y que en vano vigila el centinela, si el Señor no cuida la Ciudad.

Mirando nuestra historia nacional nos damos cuenta, por encima de las limitaciones que tenemos, de los errores que hemos cometido o de las situaciones difíciles que estamos viviendo; nuestra Nación ha recibido grandes dones y beneficios del Dios que es Uno y Trino.

En tiempos marcados por la globalización, no debe debilitarse la voluntad de ser Nación, una familia fiel a su historia, a su identidad y a sus valores humanos y cristianos.

La Patria es nuestra madre: nos engendró, somos parte de sus entrañas, nos abriga bajo su bandera celeste y blanca, nos da su nombre, el de argentinos, nos hace partícipes de sus triunfos y fracasos, de sus alegrías y sus sufrimientos, de sus sueños y esperanzas.

El amor a la Patria es un deber imperioso para todo hombre y más aún para todo cristiano. Jesucristo quiso anunciar la Buena Nueva del Evangelio, antes que a nadie, a las ovejas de la casa de Israel, y lloró sobre futuras desgracias de Jerusalén, como lloró sobre el sepulcro de  su amigo Lázaro.

San Agustín, con sus frases vigorosas, nos recuerda: “Ama a tus padres, pero más que a ellos ama a tu Patria, y más que a tu Patria ama a Dios”.

Por eso, mis hermanos, todos tenemos que sentirnos protagonistas en este momento difícil que estamos atravesando. No podemos ser insensibles al dolor de nuestra gente, a la cierta desesperanza que hay en nuestro pueblo. Tenemos que pedir la gracia de renovar nuestro entusiasmo por construirla juntos y curar cuidadosamente sus heridas. Es el momento para  la magnanimidad, la humildad y debemos deponer el interés mezquino del proyecto personal para recrear las bases de un proyecto grande de país, que nos convoque, nos identifique y nos exprese. Tenemos que tener presente a nuestros grandes héroes como San Martín, Belgrano y Güemes,  que fueron capaces de postergar toda ambición personal para servir a la Patria.

Creo, queridos hermanos, que todos somos conscientes del estado anímico de nuestra gente, por muchos motivos – que no viene al caso enumerar- pero debemos comprometernos a sanar a nuestro pueblo herido y sufrido, para lo cual no bastan palabras grandilocuentes sino  hechos concretos que hagan creíble el compromiso de los que tenemos más responsabilidad.

Hoy queremos sentirnos herederos de los próceres de Tucumán.

Le damos gracias a Dios porque en Su Providencia nos quiso una Nación libre e independiente, y   queremos renovar nuestro compromiso de defender cada día la libertad, como don precioso de Dios.

La Independencia es un hecho histórico que celebramos pero es sobre todo una tarea cotidiana que nos compromete a todos. Hay nuevas formas de colonialismo que “pretenden imponer una nueva cultura que hace limpieza de las tradiciones válidas,  de nuestra historia, también de la religión de un pueblo. Estas colonizaciones ideológicas reniegan del pasado y no miran el futuro: viven el momento, no el tiempo, y por eso no pueden prometernos nada”. (Papa Francisco)

 Esto requiere de todos un fuerte y lúcido sentido patriótico que se exprese en la capacidad de discernir lo bueno de lo nuevo y rechazar los que son anti-valores y se oponen al ser nacional.

Dios quiera que sepamos vivir y defender la libertad, que supone el cuidado de toda vida, el  respeto de los derechos de los otros, que excluye el egoísmo, porque busca el Bien Común amando a todos sin excluir a nadie, privilegiando a los pobres, perdonando a los que nos ofenden, aborreciendo el odio y construyendo la paz.

Ser una sociedad libre es trabajar por una cultura cívica en la que cada uno pase de habitante a ciudadano; de quejarse a ser constructor de una sociedad mejor. Nuestra Patria se construye comprometiendo nuestra libertad personal y social en la búsqueda del Bien Común.

El querido y recordado San  Juan Pablo II nos dio un ejemplo profundo de amor a su Patria y en un mensaje a los jóvenes les enseñaba cómo el amor y el arraigo a la familia está íntimamente unido al amor y al arraigo a la Patria. Porque la Patria es como la prolongación de la familia, es una familia grande en la que estamos unidos por lazos de historia común, de tradición, de cultura, de lengua y de Fe. Necesitamos hacer un gran esfuerzo para restaurar la familia y así  hacer crecer la Patria a través de una convivencia de hermanos que recree el tejido social, y nos permita afianzar la identidad y la alegría de ser una Nación.

A la hora de soñar con un país ideal, la Iglesia mira a su Señor y Maestro, Jesús, que en el monte de las bienaventuranzas ofrece su programa de vida – que acabamos de escuchar – a todas las generaciones de la historia y se nos presenta como la Roca sobre la cual tenemos que construir para tener la certeza de que las tempestades no lo harán sucumbir.

Quiero elevar mi oración a Dios, fuente de toda Sabiduría, para que ilumine a todos los gobernantes y los fortalezca para los grandes desafíos de este tiempo, para que busquen  ante todo el bien de nuestro pueblo procurando el Bien Común.

Que Nuestra Señora de Luján, Patrona de la Argentina,  haga sentir su presencia de Madre, especialmente a aquellos hermanos nuestros que más sufren en el cuerpo o en el alma y nos acompañe siempre en el caminar de nuestra historia.

Que así sea.

                                       + Juan Alberto Puiggari

                                                    Arzobispo de Paraná

Homilía del Te Deum del 25 de Mayo

Queridos hermanos:

Nos hemos reunido para  celebrar la memoria de un acontecimiento que nos define como pueblo. En cuanto hecho histórico, lo recibimos como algo que nos es dado, y que debemos actualizarlo para definir, desde él, nuestra identidad y proyectarnos como Nación. Toda celebración patria presenta una mirada al pasado en el que reconocemos nuestras raíces; una vivencia del presente que nos compromete y nos lleva a examinar nuestros logros, pero también nuestros límites y carencias; y una mirada hacia el futuro, que nos llama al compromiso de todos para construir una Argentina mucho mejor para las futuras generaciones.

Damos gracias al Señor por la posibilidad de volver a encontrarnos en esta iglesia Catedral para orar por la Argentina. El largo período de cuarentena que hemos vivido a consecuencia de la pandemia ha calado hondo en todos nosotros. Ciertamente, no somos los mismos… Extrañamos a hermanas y hermanos que han perdido la vida en este tiempo. A muchos no los hemos podido despedir como hubiésemos querido. Pero los que estamos aquí  tampoco somos los mismos de ayer. Un verdadero torbellino ha pasado (y tal vez sigue pasando) en medio nuestro. En esos momentos difíciles el Santo Padre Francisco nos advertía que nadie iba a salir igual, o saldríamos mejores o peores. Es un buen momento para que como sociedad, nos examinemos.

  Nos ha cambiado la vida, y un primer sentimiento que nos une hoy, es hacer memoria doliente junto a quienes han sufrido durante estos últimos meses la muerte de seres queridos, la enfermedad y sus secuelas, la pérdida de fuentes laborales y la precariedad económica. Para muchas personas este tiempo  ha causado un importante deterioro en su ánimo y salud mental, especialmente en los jóvenes y ancianos. Todo esto se ve incrementado cuando ha afectado a las familias más pobres.

 Es tiempo de valorar la vida austera y las cosas sencillas que nos dan felicidad. Es tiempo de agradecer por la familia, revalorizar la comunidad, el barrio, las redes sociales de amistad y solidaridad.

Al dar gracias en este día al Señor por la Patria, tenemos la necesidad de una especial expresión de gratitud  a quienes han servido con abnegación heroica: el personal de salud, de seguridad, los servidores públicos, los capellanes y tantos otros  que han puesto lo mejor de sí para servir a sus hermanos.  Varios  perdieron su vida: a ellos nuestra admiración y oración. Que el Señor les recompense con creces.

El recuerdo agradecido a estos hermanos nuestros nos exige, a la dirigencia de todo tipo, redoblar el esfuerzo para sacar a nuestra Patria de esta postración,  que no es sólo económica, sino principalmente moral.

Para refundar los vínculos sociales, tan debilitados en nuestro país,  debemos apelar a la ética de la solidaridad, y generar una cultura del encuentro. El punto de vista ordenador de una cultura del encuentro debe centrarse en el hombre, principio, sujeto y fin de toda actividad humana.

Urge recrear los lazos de la amistad social entre los argentinos para pacificar los corazones tan heridos y enfrentados. Es imprescindible la reconciliación para poder aspirar a una Nación que tenga pasión por la verdad y compromiso por el Bien Común.

Para quienes creemos en Cristo, la paz es fruto de la justicia, y esos valores sólo se logran con respeto y diálogo, con altura en la mirada, dejando de lado actitudes mezquinas, y sobre todo con humildad.

En el Evangelio que se ha proclamado, hemos escuchado la regla de oro para toda autoridad, para todo representante del pueblo, para todo dirigente de una institución. “El que es más grande, dice el texto evangélico, que se comporte como el menor, y el que gobierna, como su servidor”. (Lc. 22, 26).

Queremos y necesitamos autoridades (en todos los campos) que busquen genuinamente el bien de los argentinos, que estén dispuestos a buscar acuerdos, que trabajen en forma mancomunada. El verdadero liderazgo supera la omnipotencia del poder y no se conforma con la mera gestión de las urgencias. Recordemos algunos valores propios de los auténticos líderes: la integridad moral, el compromiso concreto por el bien de todos, la capacidad de escucha, el interés por proyectar más allá de lo inmediato, el respeto de la ley, el discernimiento atento de los nuevos signos de los tiempos y, sobre todo, la coherencia de vida.

 Y también necesitamos que todos los ciudadanos nos comprometamos con el Bien Común de la Patria; tenemos que  “ponernos la Patria al hombro”, como le gustaba decir Francisco, cuando estaba entre nosotros. Sin excepción, no tenemos derecho a la indiferencia ni al desinterés o a mirar hacia otro lado. Argentina nos necesita humildes, sencillos, disponibles, dispuestos a dar lo mejor de nosotros para que la Patria se levante. Si una persona, si un sector cualquiera sea, no se compromete,  Argentina está incompleta.

Nos necesita a nosotros, a quienes creemos en Él y a todas las demás personas de buena voluntad. Una Argentina justa y solidaria, la amistad social que anhelamos entre todos, no se impone por decreto ni por arreglo de unos pocos.

No habrá cambios profundos si no renace, en todos los ambientes y sectores, una intensa mística del servicio, que ayude a despertar nuevas vocaciones de compromiso social y político.

 Tenemos que pensar la Argentina de los próximos 100 años, salir de la mirada cortoplacista; necesitamos un proyecto de país, reafirmando  nuestra identidad común, estableciendo políticas públicas con consensos fundamentales que se conviertan en referencias para la vida de la Nación y puedan subsistir más allá de los cambios de gobierno, para lo cual hay que mirar el pasado de nuestra historia.

Desde los inicios de nuestra comunidad nacional, aún antes de la emancipación, los valores cristianos impregnaron la vida pública. Esos valores se unieron a la sabiduría de los pueblos originarios y se enriquecieron con las sucesivas inmigraciones. Así se formó la compleja cultura que nos caracteriza. Es necesario respetar y honrar esos orígenes, no para quedarnos anclados en el pasado, sino para valorar el presente y construir el futuro. No se puede mirar hacia adelante sin tener en cuenta el camino recorrido y honrar lo bueno de la propia historia.

Hay dificultades, no las negamos.  Y frente a ellas tenemos que superar la parálisis frente al mal, vencer la tentación de la queja inútil, de la protesta por la protesta. Debemos reaccionar como Jesús, amando a la Patria, como exigencia del mandamiento que nos pide honrar al padre y a la madre, porque la Patria es el conjunto de bienes que hemos recibido como herencia de nuestros antepasados, es un bien común de todos los ciudadanos, y como tal, también es un gran deber.

Recibimos la Patria como un legado maravilloso y una tarea inacabada. Todos somos constructores y responsables de su futuro.  No esperemos a ver que hacen los otros, no miremos con indiferencia lo que no nos toca, despertemos de la inmadurez de pretender un estado paternalista. La Argentina es obra de todos, que se hace con el deber de cada día, hecho con esfuerzo, con honestidad, pensando más en los otros que en el propio interés. Actitud que supone heroísmo para no cansarse, para no claudicar, para comenzar cada mañana, en nuestro lugar, para creer y esperar que con la Gracia de Dios otra Argentina es posible legar a nuestros hijos.

Para poder realizar esta noble tarea, todos debemos superar los individualismos, los partidismos, los intereses egoístas, y trabajar decididamente por el Bien Común. Todos tenemos que sentirnos patriotas, como nuestros próceres de mayo.

En este día, en que se mezcla la preocupación y la esperanza, venimos aquí a implorar al Señor que ilumine nuestro camino y fortalezca nuestros espíritus, especialmente que le dé sabiduría y prudencia a nuestros gobernantes.

Demos gracias a Dios e invoquemos la protección de Nuestra Señora de Luján, Patrona de la Argentina, para que nos dé el gusto por lo grande y noble, que nos preserve de la tentación de lo pequeño e inmediato, que no nos asusten el cansancio o las dificultades, pero que sí nos asuste la falta de ideales que no nos permitan soñar con una Argentina en donde reine la paz, la justicia y el amor, que es la cumbre de aquel camino social que nos ha enseñado su Hijo Jesucristo Nuestro Señor.

Amén.