En la tarde del sábado 18 de junio, la ciudad de Paraná celebró la Solemnidad del Cuerpo y Sangre de Cristo. La Santa Misa, que tuvo lugar en la Parroquia Nuestra Señora del Carmen, fue presidida por Monseñor Juan Alberto Puiggari.

La Misa se desarrolló en el exterior del templo y conto con un importante número de fieles que se dieron cita para dar culto público a Jesús Eucaristía.

Concelebraron el vicario general y los sacerdotes de la ciudad. Luego de la Misa la procesión se dirigió hacia la parroquia San Miguel Arcángel. “Cuando recibimos la Comunión, recibimos el mismo dinamismo de amor que Jesús manifestó en la Ultima Cena. Debemos aceptar que Su dinamismo transforme toda nuestra vida en una ofrenda generosa a Dios, por el bien de nuestros hermanos”, afirmó Monseñor Puiggari. El texto completo, puede leerse aquí.

Queridos hermanos:

Hoy, celebramos la Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Nuestro Señor Jesucristo (Corpus Christi) en la que la Iglesia hace como un eco del  Jueves Santo a la luz de la Resurrección.  Centramos nuestra atención en el misterio de la presencia real del Señor, bajo las apariencias del pan y del vino que atravesando el umbral de la muerte, se convierte en Pan vivo, bajado del cielo, auténtico maná, alimento inagotable por todos los siglos.
            En el sacramento de la Eucaristía el Señor se encuentra siempre en camino hacia el mundo. Este aspecto universal de la presencia eucarística se manifiesta cabalmente  en la procesión de nuestra fiesta de hoy. Llevaremos a Cristo, presente en la figura del pan, por las calles de nuestra ciudad. Encomendaremos estas calles, nuestras familias, nuestros hermanos que más sufren, nuestra vida cotidiana, a su bondad.

«En la Eucaristía, Jesús no da “algo”,  sino a sí mismo; ofrece su cuerpo y su sangre derramada. Entrega así toda su vida, manifestando la fuente originaria de este amor divino. Él es el Hijo eterno que el Padre ha entregado por nosotros.»

En la Eucaristía «está el tesoro de la Iglesia, el corazón del mundo, lo que todo el mundo,  aunque sea inconscientemente, aspira. Misterio grande, que ciertamente nos supera y pone a dura prueba la capacidad de nuestra inteligencia de ir más allá de las apariencias». 

            Es el misterio de la fe. Sin embargo, «…  estamos siempre tentado a reducir a nuestra propia medida la Eucaristía, mientras que en realidad somos nosotros los que debemos abrirnos a las dimensiones del Misterio». En el momento de la celebración de la Eucaristía,  la fe es puesta a prueba, pues como dice Santo Tomás de Aquino: «visus, gustus, tactus fallitur, sed auditu solo tuto creditur (la vista, el gusto y el tacto se engañan, solamente el oído cree todo)».

            En la Eucaristía se actualiza   su amor hasta el extremo de dar la vida por nosotros, lo que nos salva. Nos salva su amor. Esta es la salvación: recibirlo a Él que se nos entrega con infinito Amor. Y, al comerlo, nos transforma en Él, como decía San León Magno: «Nuestra participación en el cuerpo y la sangre de Cristo no tiende a otra cosa que a convertirnos en aquello que comemos». “En la Eucaristía, nosotros partimos el mismo pan que es un remedio de inmortalidad, antídoto para no morir, sino para vivir en Jesucristo para siempre” (San Ignacio de Antioquía)

            En la segunda lectura, Pablo nos relata la institución de la Eucaristía en la Última Cena. Podríamos detenernos en dos palabras: Memoria y hagan esto en memoria mía

Memoria: no es un simple recuerdo, es un acontecimiento del pasado que se actualiza con toda la realidad y poder en el presente. En la Eucaristía Jesús se hace presente de forma real en el Pan y Vino Consagrado, con toda la fuerza de la Pascua que se nos da como alimento para el camino hacia nuestra casa definitiva: el cielo

Hagan esto en memoria mía”: con este mandato de Jesús abrió el camino para la multiplicación  del pan eucarístico.

En el Evangelio se nos relata la multiplicación de los panes y un nuevo mandato del Señor “Denles de comer ustedes mismos” sorprendiendo a sus discípulos previo a la multiplicación de los panes, manifestando su poder y generosidad.

Es un episodio profético que anuncia otra multiplicación: la del pan eucarístico que manifiesta mucho más la generosidad de su corazón y que nos compromete en nuestra vida diaria

Gracias a la Eucaristía,  nos convertimos también nosotros en alimento y así podemos cumplir el mandato del Señor: “denles de comer ustedes mismos”. Hay muchos hambrientos que pasan por nuestra vida. A ellos el Maestro nos pide hoy que les demos de comer: que le demos el alimento material, nuestro tiempo, pero sobretodo el alimento de la fe, del amor… Los hambrientos  de hoy nos están esperando…

Como nos dice el Papa Francisco: “Si hay algo que debe inquietarnos santamente y preocupar nuestra conciencia es que tantos hermanos nuestros vivan sin la fuerza, la luz y el consuelo de la amistad con Jesucristo… Jesús nos repite sin cansarse: “Denles ustedes de comer”

Nunca tenemos que separar  Eucaristía y caridad, culto y vida, espiritualidad y misión, oración y la acción para construir el Reino de Dios.

Cuando recibimos la Comunión, recibimos el mismo dinamismo de amor que Jesús manifestó en la Ultima Cena. Debemos aceptar que Su dinamismo transforme toda nuestra vida en una ofrenda generosa a Dios, por el bien de nuestros hermanos.

Poseemos demasiada técnica, sabemos demasiadas cosas. Por eso nos cuesta entender sencillamente: que Dios no puede abandonarnos, que se ingenia para permanecer con nosotros hasta el fin y que nos acompaña con la alegría y fecundidad de su Pascua en cada Eucaristía   

Este año queremos pedirle al Señor especialmente por las familias, al culminar el año dedicado a ella. Le pedimos la gracia, que sea restaurada como salió del corazón de Dios Uno y Trino a su imagen y semejanza, teniendo  como modelo la sagrada Familia de Nazaret.

Quiero agradecer en esta tarde, la gracia que Dios está concediendo a nuestra Iglesia con el crecimiento de las Adoraciones Eucarísticas (en sus distintas formas). Existe un vínculo intrínseco ente celebración y adoración. Como dice San Agustín. “Nadie come de esta carne sin antes adorarla”.

Nadie como María puede ayudarnos a adorar y vivir de la Eucaristía, descubrir más allá de las apariencias sensibles, a Cristo Vivo. Que toda nuestra vida y misión tenga su fuente y culmen en Ella.

Qué por su intercesión aumente en toda la iglesia la fe en el misterio eucarístico, la alegría de participar en la santa misa, especialmente en la dominical, y el deseo de testimoniar la inmensa caridad de cristo.

Y le pedimos a Nuestra Madre, que pida junto con nosotros:

¡Señor guía los caminos de nuestra historia y de nuestra Patria!
¡Muestra a la Iglesia y a sus pastores el camino sinodal!

¡Fortalece a nuestras familias, que se descubra nuevamente el tesoro y la belleza de la misma!

¡Concédenos muchas y santas vocaciones que hagan esto en memoria tuya!
¡Mira a la humanidad que sufre, que tiene hambre y sed de paz, de alegría, de justicia, de verdad, de amor. Hambre y sed que en definitiva es falta de la presencia de Dios!
¡Dales trabajo, dales luz, dales Tú mismo!

¡Haznos comprender que sólo mediante la participación en tu Pasión, mediante el «sí» a la cruz, a la renuncia, a las purificaciones que nos impones, nuestra vida, puede madurar y alcanzar su verdadera plenitud y felicidad!
 ¡Une y purifica a tu Iglesia, une a la humanidad dividida!  ¡Danos tu paz!