“Cuaresma, camino de esperanza”

 

Queridos hermanos y hermanas,

            En este tiempo de gracia que es la Cuaresma, quiero dirigirme a cada uno de ustedes para invitarlos a realizar juntos, como Iglesia que peregrina en Paraná, un especial camino de conversión profunda que nos prepare para dejarnos renovar en esta Pascua del Señor y nos abra así a una nueva esperanza.

¡Cómo necesitamos que el Señor nos reanime con su perdón y su gracia! ¡Con cuánta fuerza deseamos convertirnos de corazón a su Evangelio!

Quiero invitarlos a un camino especial, porque en lo más profundo de nuestro interior experimentamos heridas que la vida va dejando, que nuestro pecado profundiza y que el cansancio del camino, muchas veces, acrecienta.

Nuestra Iglesia diocesana viene viviendo duros golpes, frutos de nuestros pecados, la debilidad y flaqueza de algunos de nosotros. Nuestra respuesta no ha sido siempre la de la santidad a la que el Señor nos invita. Por eso nos sentimos heridos y agobiados, necesitados del perdón y de la fortaleza que vienen sólo del Señor de la Vida. Necesitamos acercarnos confiados en la fuerza del amor fiel de Dios y en la victoria de su Resurrección (cfr. Francisco, Catequesis Audiencia miércoles de ceniza 2017). Esta esperanza es la que nos anima a emprender un camino de renovación que se ha manifestado en la realización del III SÍNODO ARQUIDIOCESANO.

Necesitamos llegar a los pies del Señor como aquella mujer pecadora que encontró en Su mirada una vida nueva (Jn 8,1-11).

            Ella era consciente de su pecado. También nosotros llegamos ante el Señor con nuestras faltas, que Él conoce en profundidad. Ante su mirada no existen falsos justificativos ni medias verdades. No se deja engañar por las apariencias. Él atraviesa nuestra historia y nos descubre la hondura del pecado y, al mismo tiempo, nos revela la dignidad que cada uno de nosotros tiene ante Dios: “Yo tampoco te condeno”. Palabras de consuelo y esperanza que abren las puertas de su gracia y nos impulsan al cambio profundo: “vete y en adelante no peques más” (Jn 8, 11b).

            Todos necesitamos de esta mirada del Señor que transforma la vida. Necesitamos revisar nuestra vida, pedir perdón y abrirnos más al amor de Dios que nos invita a seguirlo con nuestra libertad. El Señor Jesús nos acompaña en este peregrinar como maestro de la reconciliación y de la paz. Él en persona ha recorrido este sendero, asumiendo nuestra condición frágil y pecadora y dándonos la certeza de la esperanza. Él nos asegura con su entrega de amor hasta el extremo que siempre es posible vivir en su novedad.

            Una vida nueva que sólo podrá hacerse carne en nosotros en la medida que reconozcamos la verdad de nuestra condición, pongamos los medios para vivir en la justicia y nos abramos a la fuerza del amor misericordioso del Padre.

Por eso en este tiempo cuaresmal, como lo hacemos en cada Eucaristía, queremos decir confiados: ¡Señor ten piedad! Queremos pedir perdón, reconocernos necesitados de la misericordia del Padre. No sólo por nuestras faltas individuales, sino también como miembros de su Iglesia. Frente a la dureza del pecado que nos conmueve y escandaliza ¡necesitamos sostenernos con la Eucaristía! En ella somos transformados por el Señor Resucitado, que se nos entrega personalmente. En ella encontramos la fuerza para vivir en la verdad, para dejarnos conducir en la justicia y para que el Señor nos modele según su caridad.

Como Iglesia también necesitamos sostenernos unos a otros, desde la oración. Les propongo hermanos, que en este tiempo recemos fuertemente unos por otros, sobre todo por los que están confundidos y desorientados y por aquellos que en su dolor o pecado lastiman a muchos.

Les propongo que recemos y acompañemos a quienes sufren las consecuencias de nuestras limitaciones y les pido encarecidamente, que como también lo pide con humilde reiteración el Papa, recen por mí. Recen por mí para que pueda ver con claridad lo que el Padre quiere en su plan providente para nuestra Iglesia diocesana que se irá plasmando en las Conclusiones del Sínodo. Recen para que tenga la fuerza necesaria para realizar con caridad y fortaleza las acciones, correcciones y decisiones que son necesarias en nuestro tiempo. Yo los llevo cada día en mis oraciones ante el Señor y pido por cada uno de ustedes, a quienes el Señor ha llamado a ser miembros de su Cuerpo, la Iglesia. Recemos para poder vivir cada uno la magnífica vocación de ser sus testigos en el lugar que Él nos ha confiado.

            Recemos con la mirada puesta en el Señor, con la confianza del salmista: “Él perdona todas tus culpas y cura todas tus enfermedades; Él rescata tu vida de la fosa y te colma de gracia y de ternura; Él sacia de bienes tus anhelos, y como un águila se renueva tu juventud”. (Salmo 102) 

¡La Cuaresma es un camino de esperanza! Así como el águila renueva sus alas cansadas para retomar el vuelo, así como la mujer pecadora restableció su vida, así el Señor nos llama en este tiempo de gracia a rejuvenecer nuestra relación con Él para poder servir fielmente a nuestros hermanos.

Nuestro tiempo necesita de una Iglesia que, habiéndose encontrado con el Señor resucitado, pueda salir al encuentro de las alegrías y de tantos dolores de los hombres y mujeres de nuestro tiempo. La alegría del Evangelio es más fuerte que todos nuestros cansancios y decepciones.

Como a María Magdalena, el encuentro con el Señor nos debe impulsar a ser apóstoles misioneros (cfr. Jn 20,11-18). Más allá de su condición, de su historia pasada, María se dejó transformar y renovar por el Resucitado y emprendió una vida nueva llena del entusiasmo del Evangelio. Este encuentro despierta siempre en nosotros una valentía desconocida.

Nos confiamos a la intercesión de nuestra Madre, Nuestra Señora del Rosario, para que este tiempo de Cuaresma nos encamine hacia esa alegría y fecundidad misionera que inundó a la Iglesia luego de la Pascua. Nuestra Madre la Virgen supo acompañar y guiar a los apóstoles y a toda la Iglesia a través del camino de la Cruz hacia la alegría pascual. Pidamos su intercesión para que en nuestra Arquidiócesis esta Cuaresma sea verdaderamente un camino de esperanza que nos renueve en la alegría de la fe y en la fidelidad del servicio.

Les agradezco de corazón a cada uno por su compañía y oración.

Con paternal afecto.

Juan Alberto Puiggari

Arzobispo de Paraná

Paraná, 12 marzo de 2017 – II Domingo de Cuaresma