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Logo del 3° Sínodo Arquidiocesano de Paraná

El logo del 3° Sínodo Arquidiocesano tiene unos detalles teológicos muy significativos que es muy bueno que los tengamos en cuenta para insertarnos en la corriente de gracia que ya está ocasionando. Trataremos de manifestarlos para que sea en verdad significativo para todos nosotros. Antes que nada, lo presentamos en sociedad:

loguito

Los tres colores

Amarillo, verde y rojo se conjugan armónicamente. El blanco solamente está para trazar líneas que permitan un diseño más definido a la vista, por lo cual no le daremos mayor importancia. Cada color tiene su significado en sí y luego resignifica los distintos elementos en los cuales se usan. Quedémonos ahora con el uso del color en sí.

Amarillo: expresa la Gloria de Dios que todo lo cubre y que desciende hacia nosotros en la creación, en la redención y en la santificación. Es el Reino de Dios, anunciado por los profetas, instaurado por Cristo y hacia cuya consumación final camina la humanidad encabezada por la Iglesia.

Verde: es el color de la esperanza, motor de la historia y de la humanidad renovada por la fuerza de la Gracia.

Rojo: la acción del Espíritu Santo y el testimonio de vida de quién se deja conducir por su Amor Maternal.

El Círculo Amarillo

Rodea a toda la realidad humana. Nada se escapa a la Presencia Divina porque “en él vivimos, nos movemos y existimos” (Hch 17,28). Todo fue hecho por Él y para Él (Jn 1,3) “y nos ha elegido en Cristo, antes de la creación del mundo, para que fuéramos santos e irreprochables en su presencia, por el amor (…) para alabanza de la gloria de su gracia” (Ef 1,4.6).

La Cruz Gloriosa

En el centro mismo de la realidad se encuentra el gran signo de la cruz, necedad y escándalo para el mundo pero fuerza y sabiduría de Dios para los que la descubren (1 Cor 1,18-31). Se encuentra coloreada en rojo porque es el gran testimonio (martirio) que el Hijo de Dios da de su amor al Padre en la obediencia a su mandato (Fil 2,6-11). En su Sangre derramada en la cruz y celebrada en la Misa somos salvados (Mt 26, 26-29).

En su centro destella el amarillo, porque es la fuente de Agua Viva (Jn 7,38-39) de la cual brota la vida nueva que se nos regala (Jn 19,34), Vida del Espíritu Santo (Rom 8,9-17) que transforma a los que se abren por la fe (Ef 2,8-10). Así se pone de manifiesto la enseñanza de Jesús: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre, sino por mí” (Jn 14,6).

“Jesucristo es el nuevo comienzo de todo: todo en El converge, es acogido y restituido al Creador de quien procede. De este modo, Cristo es el cumplimiento del anhelo de todas las religiones del mundo y, por ello mismo, es su única y definitiva culminación. Si por una parte Dios en Cristo habla de sí a la humanidad, por otra, en el mismo Cristo, la humanidad entera y toda la creación hablan de sí a Dios, es más, se donan a Dios. Todo retorna de este modo a su principio. Jesucristo es la recapitulación de todo (cf. Ef 1, 10) y a la vez el cumplimiento de cada cosa en Dios: cumplimiento que es gloria de Dios. La religión fundamentada en Jesucristo es religión de la gloria, es un existir en vida nueva para alabanza de la gloria de Dios (cf. Ef 1, 12). Toda la creación, en realidad, es manifestación de su gloria; en particular el hombre (vivens homo) es epifanía de la gloria de Dios, llamado a vivir de la plenitud de la vida en Dios.” (TMA 6)

La Casa verde

Dentro de la percepción del Pueblo de Dios que camina por esta Arquidiócesis hay una intuición: la Casa de Dios está en el Templo Parroquial cercano a sus casas. Por eso con una casa se ha significado a la Iglesia. Pero no se la debe entender a esta figura como un edificio material, sino en el sentido que le da la Revelación Divina: la de una comunidad de personas renovadas por la acción del Santo Espíritu.

En este sentido nos ilumina San Pablo:

“Ustedes están edificados sobre los apóstoles y los profetas, que son los cimientos, mientras que la piedra angular es el mismo Jesucristo. En él, todo el edificio, bien trabado, va creciendo para constituir un templo santo en el Señor.” (Ef 2,20-21)

San Pedro, por su parte, nos recuerda la participación de cada bautizado:

“Al acercarse a él, la piedra viva, rechazada por los hombres pero elegida y preciosa a los ojos de Dios, también ustedes, a manera de piedras vivas, son edificados como una casa espiritual, para ejercer un sacerdocio santo y ofrecer sacrificios espirituales, agradables a Dios por Jesucristo.” (1 Pe 2,4-5)

El color verde tiene que ver con el Reino de Dios, al cual la Iglesia sirve:

“la Iglesia, enriquecida con los dones de su Fundador y observando fielmente sus preceptos de caridad, humildad y abnegación, recibe la misión de anunciar el reino de Cristo y de Dios e instaurarlo en todos los pueblos, y constituye en la tierra el germen y el principio de ese reino. Y, mientras ella paulatinamente va creciendo, anhela simultáneamente el reino consumado y con todas sus fuerzas espera y ansia unirse con su Rey en la gloria.” (LG 5)

La Estrella verde

La presencia de María al pie de la cruz (Jn 19,26-27) está simbolizada por la estrella. Ha sido coloreada de verde al igual que la Iglesia. Esto es porque la Virgen es

“miembro excelentísimo y enteramente singular de la Iglesia y como tipo y ejemplar acabadísimo de la misma en la fe y en la caridad, y a quien la Iglesia católica, instruida por el Espíritu Santo, venera, como a madre amantísima, con afecto de piedad filial” (LG 53).

La Cruz dentro de la Casa

Nos recuerda el Concilio que “Cristo es la luz de los pueblos. (…) (Y) la Iglesia es en Cristo como un sacramento, o sea signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano” (LG 1). Y por esto “esta Iglesia peregrinante es necesaria para la salvación” (LG 14) ya que “el único Mediador y camino de salvación es Cristo, quien se hace presente a todos nosotros en su Cuerpo, que es la Iglesia.” (LG 14)

Si bien la Gloria de Dios toca a cada hombre en el mismo momento de su concepción, esta nos hace renacer a la Vida Nueva que da el Espíritu Santo a través de la Cruz Gloriosa del Hijo.

“Por esta razón, así como Cristo fue enviado por el Padre, Él, a su vez, envió a los Apóstoles llenos del Espíritu Santo. No sólo los envió a predicar el Evangelio a toda criatura y a anunciar que el Hijo de Dios, con su Muerte y Resurrección, nos libró del poder de Satanás y de la muerte, y nos condujo al reino del Padre, sino también a realizar la obra de salvación que proclamaban, mediante el sacrificio y los sacramentos, en torno a los cuales gira toda la vida litúrgica.”(SC 6)

Así la Iglesia

“con su trabajo consigue que todo lo bueno que se encuentra sembrado en el corazón y en la mente de los hombres y en los ritos y culturas de estos pueblos, no sólo no desaparezca, sino que se purifique, se eleve y perfeccione para la gloria de Dios, confusión del demonio y felicidad del hombre”. (LG 17)

Las personas en rojo

Todas las personas están bajo la influencia de Gloria de Dios (círculo amarillo) pero todas no están dentro de la Casa que es la Iglesia. En el logo podemos notar que hay cuatro que están totalmente dentro; dos parcialmente y las otras dos afuera. Junto a eso vemos como en perspectiva los personajes que dan un sensación de estar marchando desde afuera hacia el centro que es la cruz. Esto nos decía el Concilio:

“Todos los hombres son llamados a esta unidad católica del Pueblo de Dios, que simboliza y promueve paz universal, y a ella pertenecen o se ordenan de diversos modos, sea los fieles católicos, sea los demás creyentes en Cristo, sea también todos los hombres en general, por la gracia de Dios llamados a la salvación.” (LG 13)

Pertenencia plena:

“A esta sociedad de la Iglesia están incorporados plenamente quienes, poseyendo el Espíritu de Cristo, aceptan la totalidad de su organización y todos los medios de salvación establecidos en ella, y en su cuerpo visible están unidos con Cristo, el cual la rige mediante el Sumo Pontífice y los Obispos, por los vínculos de la profesión de fe, de los sacramentos, del gobierno y comunión eclesiástica.”(LG 14)

Simbolizados por los cuatro que están completamente dentro de la casa.

Pertenencia no plena:

“La Iglesia se reconoce unida por muchas razones con quienes, estando bautizados, se honran con el nombre de cristianos, pero no profesan la fe en su totalidad o no guardan la unidad de comunión bajo el sucesor de Pedro.” (LG 15)

Simbolizada por los dos personajes que están en el borde y parcialmente dentro.

Se ordenan a:

“En primer lugar, aquel pueblo que recibió los testamentos y las promesas y del que Cristo nació según la carne (cf. Rm 9,4-5). (…) Pero el designio de salvación abarca también a los que reconocen al Creador, entre los cuales están en primer lugar los musulmanes. (…) Ni el mismo Dios está lejos de otros que buscan en sombras e imágenes al Dios desconocido, puesto que todos reciben de Él la vida, la inspiración y todas las cosas (cf. Hch 17,25-28), y el Salvador quiere que todos los hombres se salven (cf. 1 Tm 2,4). (…) Y la divina Providencia tampoco niega los auxilios necesarios para la salvación a quienes sin culpa no han llegado todavía a un conocimiento expreso de Dios y se esfuerzan en llevar una vida recta, no sin la gracia de Dios. Cuanto hay de bueno y verdadero entre ellos, la Iglesia lo juzga como una preparación del Evangelio y otorgado por quien ilumina a todos los hombres para que al fin tengan la vida.” (LG 16)

Si notamos con detenimiento el logo entonces nos daremos cuenta de que hay dos personajes que están fuera de la casa. Pero si extendemos la caída del techo entonces percibimos que también ellos están bajo su sombra protectora.

La Parroquia está destinada a amparar a todas las personas que habitan en su territorio como madre misericordiosa que está llamada a ser. Atiende pastoralmente a quienes tienen pertenencia plena (ya sea de manera ministerial, sacramental o popular), a quienes comparten el bautismo aunque no tienen pertenencia plena y a quienes no profesan nuestra fe pero con su vida y actitudes se ordenan al Dios Vivo.

Línea Tricolor

Aquí la coloración es accidental. Simplemente son tres líneas porque esto nos ubica en la historia de la Iglesia Particular de Paraná. Nuestra Arquidiócesis tiene una tradición sinodal en la cual nos situamos en este momento histórico privilegiado. En 1915 fue convocado el Primer Sínodo Diocesano de Paraná por Mons. Abel Bazán y Bustos. En 1925 el mismo pastor convoca el Segundo. En el 2014, siendo ya Arquidiócesis, Mons. Juan Alberto Puiggari convoca al Tercer Sínodo Arquidiocesano de Paraná.

Estas tres líneas reflejan simbólicamente la continuidad, en el marco de la Nueva Evangelización, de nuestra “peculiar tradición catequística, litúrgica, caritativa, espiritual y canónica”.

Memoria, Presencia y Profecía

Es el lema bajo el cual se oriental los trabajos pre y propiamente sinodales.

Memoria:

rescatar lo que hemos caminado en el siglo XX y en los comienzos de este nuevo milenio es un desafío. La Iglesia no comienza con cada nueva generación sino que es el edificio que se va construyendo sobre lo que hicieron las “piedras vivas” anteriores.

Presencia:

la acción pastoral es profundamente encarnada y supone una respuesta a la vida concreta de las personas que viven en el “aquí y ahora” cotidiano. Este concepto hace referencia al trabajo del discernimiento de los signos de los tiempos que se debe realizar y al reconocimiento de las acciones que ya se están realizando. Es un presupuesto indispensable para llevar adelante la Conversión Pastoral que supone el Sínodo.

Profecía:

la evangelización supone hablar en nombre del Dios vivo. Esto lo hace una Iglesia que conoce vitalmente la Palabra de Dios y busca todos los medios pertinentes para anunciarla, con el testimonio y la palabra, a sus prójimos. En definitiva, sobre esto tratarán las conclusiones de este Sínodo