CATEDRAL DE PARANÁ, 12 de Diciembre de 2015.

 

Queridos hermanos:

Con alegría y esperanza damos comienzo al Jubileo Extraordinario de la Misericordia  con la plena certeza de que será  un tiempo de gracia para la Iglesia toda, y también para nuestra Iglesia Particular de Paraná,

El papa Francisco nos invita en este tiempo a poner nuestra mirada en la Misericordia: “es la palabra que revela el misterio de la Santísima Trinidad. Misericordia: es el acto último y supremo con el cual Dios viene a nuestro encuentro. Misericordia: es la ley fundamental que habita en el corazón de cada persona cuando mira con ojos sinceros al hermano que encuentra en el camino de la vida. Misericordia: es la vía que une Dios y el hombre, porque abre el corazón a la esperanza de ser amados para siempre no obstante el límite de nuestro pecado”. (MV 2).

Hemos abierto la “Puerta Santa” que  nos invita a  atravesar con la plena seguridad que es Cristo, el Buen Pastor, la puerta que nos permite ser “hijos en el Hijo”. Puerta Santa que será más que nunca «Puerta de la Misericordia» “para que,  cualquiera que entre pueda experimentar el amor de Dios que consuela, que perdona y ofrece esperanza”. (MV 3, b). En su homilía en el comienzo en Roma de este Jubileo, nos decís Francisco:

 “Entrar por la puerta significa descubrir la profundidad de la misericordia del Padre que acoge a todos y sale personalmente al encuentro de cada uno”.

El mundo, cada uno de nosotros necesita descubrir la misericordia de Dios. Será un año para crecer en la convicción de la misericordia. “Debemos anteponer la misericordia al juicio, nos dice el Papa, y, en todo caso, el juicio de Dios será siempre a la luz de su misericordia. Atravesar la Puerta Santa, por lo tanto, nos hace sentir partícipes de este misterio de amor. Abandonemos toda forma de miedo y temor, porque no es propio de quien es amado; vivamos, más bien, la alegría del encuentro con la gracia que lo transforma todo”.

 Cruzar hoy la Puerta Santa nos compromete a hacer testigo   de  la misericordia del Buen Samaritano. Misericordiosos como el Padre.

En la gran tradición teológica, santo Tomás de Aquino, siguiendo a los Santos Padres, afirma que “la misericordia es lo propio de Dios, y en ella se manifiesta de forma máxima su omnipotencia“(Suma Teológica, 2-2, q. 30, a. 4). En el discurso de apertura del Concilio Vaticano II, san Juan XXIII recordó la importancia de la medicina de la misericordia como pauta para la vida y actividad de la Iglesia.  En este mismo sentido, un elemento fundamental de la enseñanza del Papa Francisco, es la centralidad de la misericordia.

El amor de Dios se transforma en misericordia ante las limitaciones, y debilidades del ser humano, especialmente ante el hombre pecador.   Un corazón que se vuelve hacia la miseria humana, el corazón de Dios que abraza y rescata de la fragilidad  y  del pecado al ser humano para restablecerle nuevamente en la Alianza… La misericordia va más allá de la compasión: la misericordia es activa, es salida, es búsqueda sin fin para rescatar, sanar, restablecer, vivificar.

 Ante la oscuridad, el abandono, el dolor y la desesperanza, todo ser humano puede invocar a Dios con la seguridad de que será escuchado y ayudado: “Recuerda, Señor, que tu ternura y tu misericordia son eternas”. (Sal 25, 6).

 Este amor, ternura y misericordia de Dios se han manifestado en Cristo, su Hijo amado, hecho carne por nosotros. En Él, Dios ha salido a nuestro encuentro: “Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho revivir con Cristo” (Ef 2,4-5). Podríamos decir que la misericordia de Dios se ha manifestado en la carne; ha adquirido rostro y corazón humanos: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en Él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 3, 16).

La misericordia de Dios está íntimamente relacionada con una Iglesia en salida, una Iglesia enviada a “evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista, a poner en libertad a los oprimidos; a proclamar el año de gracia del Señor” (cfr. Lc 4, 18-19). Es la misma idea que nos quiere transmitir el Papa Francisco animándonos a hacerla realidad con la ayuda de Dios: “La Iglesia tiene que ser el lugar de la misericordia gratuita, donde todo el mundo pueda sentirse acogido, amado, perdonado y alentado a vivir según la vida buena del Evangelio” (EG 114).

 Evangelizar es precisamente dar a conocer esta Buena Noticia, comunicar esta experiencia, el don que Cristo nos ha hecho: gracias a Su Espíritu podemos exclamar: Dios es nuestro Padre rico en misericordia.

 El Año Santo y Jubilar que estamos comenzando, nos encuentra en pleno desarrollo del III° Sínodo Arquidiocesano.

Hoy lo percibimos como algo providencial, ya que nos ayudará a todos a centrar  nuestra reflexión sobre la Parroquia en clave de Misericordia. ” La Iglesia tiene la misión de anunciar la misericordia de Dios, corazón palpitante del Evangelio, que por su medio debe alcanzar la mente y el corazón de toda persona. La Esposa de Cristo hace suyo el comportamiento del Hijo de Dios que sale a encontrar a todos, sin excluir ninguno. En nuestro tiempo, en el que la Iglesia está comprometida en la nueva evangelización, el tema de la misericordia exige ser propuesto una vez más con nuevo entusiasmo y con una renovada acción pastoral. Es determinante para la Iglesia y para la credibilidad de su anuncio que ella viva y testimonie en primera persona la misericordia. Su lenguaje y sus gestos deben transmitir misericordia para penetrar en el corazón de las personas y motivarlas a reencontrar el camino de vuelta al Padre”. (MV 12).

Que la Virgen María nos ayude a vivir este año Jubilar con el gozo de aquella que cómo nadie conoció y experimentó la Misericordia del Señor. Para que encontremos los gestos y palabras oportunas que nos permitan a lo largo del año, realizar una catequesis sencilla y profunda sobre las maravillas de Dios que se extiende de generación en generación (Lc 1, 50).

Pidamos a nuestra Madre la gracia de hacer de nuestras vidas, parroquias y comunidades “misioneros de la misericordia” que sepamos visitar a todos aquellos que están necesitando de nuestra cercanía y gestos de ternura.

Que ella nos permita cuidar nuestra casa común,  y ayudar a que a esta humanidad no le falte el buen vino que solo llega como don de lo alto, pero que necesita la cooperación de aquellos que viven la vida en clave de servicio.

Pero por sobre todas las cosas, no dudemos de pedirle a la  Virgen, Reina y Madre de la misericordia, con humildad y sencillez: Ruega por nosotros pecadores!!!

Somos pecadores… y por eso necesitamos de tu Hijo.

Somos pecadores… y por eso gracias por estar al pie de la Cruz de tu Hijo.

Somos pecadores… y por eso no dejes de congregarnos en nuestra Madre Iglesia para que podamos CANTAR ETERNAMENTE LAS MISERCORDIAS DEL SEÑOR (Cf. Salmo 88, 117, 136)