Catedral Nuestra Señora del Rosario.

Paraná, 13 de junio de 2015.

 

Querido Sr. Cardenal

Queridos sacerdotes,  diáconos y seminaristas

Queridos consagrados.

Queridos hermanos en el Señor

 

Nos congrega, una vez más, un don grande del Señor para Su Iglesia: la ordenación presbiteral de nuestros queridos diáconos Gustavo y Damián.

Con inmensa alegría estamos participando de la Santa Misa en que estos hermanos nuestros, dentro de unos momentos, por la imposición de manos del Obispo y la oración consagratoria, han de recibir el sacramento del Orden que los configurara con Cristo Cabeza, Pastor, Siervo y Esposo de la Iglesia.

La vocación sacerdotal  es un misterio de la elección divina: «No me han elegido ustedes a mí, sino que yo los he elegido a ustedes, y los he destinado para que vayan y den fruto, y que ese fruto sea duradero» (Jn 15, 16). Estas palabras inspiradas de la Sagrada Escritura estremecen profundamente el corazón de todo sacerdote, seguramente en esta mañana al de Gustavo y Damián.

Tengan bien presentes, queridos hijos,  que es el Señor quien los ha llamado desde toda la eternidad y es Él, quien los ha consagrado  para que sean Su propiedad.

Por la consagración quedarán  sellados con una nueva identidad, como sacerdotes del Señor: actuarán en nombre de Cristo Cabeza; serán administradores de sus sacramentos para bien del Pueblo de Dios; presidirán la Eucaristía, proclamarán Su palabra; y deberán ofrecerse a ustedes mismos juntamente con el Señor sobre el altar, para ser con Él víctima viva, para alabanza de Su gloria y salvación de los hombres.

Esta misión, como comprenderán, no podrán realizarla plenamente sino es poniendo de parte de ustedes un esfuerzo continuo por ser sacerdotes santos, sabiendo desde ya, que es el Señor quien realiza la obra. “jamás destacaremos, Benedicto XVI, suficientemente, cuán fundamental y decisiva es nuestra respuesta personal a la llamada a la santidad. Esta es la condición no sólo para que nuestro apostolado personal sea fecundo, sino también, y más ampliamente, para que el rostro de la Iglesia refleje la luz de Cristo (cf. Lumen Gentium, 1),

Él, quien nos ha llamado de un modo tan personal, quiere que la existencia de cada uno, el ministerio y la santidad de nuestras vidas vayan unidos. «Hoy más que nunca la Iglesia necesita sacerdotes santos, cuyo ejemplo diario de conversión inspire en los demás el deseo de buscar la santidad a la que está llamado todo el pueblo de Dios” S. Juan Pablo II

Permítanme que en esta mañana subraye dos aspecto del sacerdocio, que son muy queridos por nuestro Papa Francisco.

La identidad del presbítero se comprende contemplando la imagen del Buen Pastor, por lo tanto la primera exigencia para un sacerdote es que  sea un auténtico discípulo de Jesucristo, porque solo un sacerdote enamorado del Señor puede cumplir la misión confiada por Él. Pero, al mismo tiempo, debe ser un ardoroso misionero que vive el constante anhelo de buscar a los alejados.

Discípulos enamorados: cuya existencia esté centrada en la escucha de la Palabra de Dios y en la celebración diaria de la Eucaristía: “mi Misa es mi vida y mi vida es una Misa prolongada” (S. Alberto Hurtado) (191) «La santa misa es, de modo absoluto, el centro de mi vida y de toda mi jornada”. S. Juan Pablo II.

Para configurarse con el Maestro desde la Eucaristía, es necesario asumir la centralidad del mandamiento del amor  “En el seguimiento de Jesucristo aprendemos y practicamos las bienaventuranzas  del Reino, el estilo de vida del mismo Jesucristo: su amor y obediencia filial al Padre, su compasión entrañable ante el dolor humano, su cercanía a los pobres y a los pequeños, su fidelidad a la misión encomendada, su amor servicial hasta el don de su vida”

Ardorosos misioneros: entregados apasionadamente a la misión pastoral; y para que esto sea posible hay que tener una certeza: la certeza de que el mundo no puede vivir sin Dios, el Dios de la Revelación, el Dios que en Jesucristo nos mostró su rostro, un rostro que sufrió por nosotros, un rostro de amor que transforma el mundo como el grano de trigo que cae en tierra. Por consiguiente, tenemos esta profundísima certeza: Cristo es la respuesta y, sin Él,  el Dios con el rostro de Cristo, el mundo se autodestruye y hoy resulta  evidente  cuando se tiene la pretensión de construir un mundo sin Dios. El hombre se autodestruye.  Debemos tener una certeza renovada: él es la Verdad y sólo caminando tras sus huellas vamos en la dirección correcta, y nuestra misión es caminar y guiar a nuestros hermanos en esta dirección.

Este ardor misionero es obra del Espíritu Santo; “se basa en la docilidad al impulso del Espíritu, a su potencia de vida que moviliza y transfigura todas las dimensiones de la existencia.

El discípulo y misionero, movido por el impulso y el ardor que proviene del Espíritu, tiene que anunciar, sin cansarse y con creatividad, con fuego en el alma, el Evangelio de Jesús. ¡Pobre de mí si no evangelizo!

 “Llevemos nuestras naves mar adentro, con el soplo potente del Espíritu Santo, sin miedo a las tormentas, seguros de que la Providencia de Dios nos deparará grandes sorpresas”  DAP(551).  Tengan siempre  valor y  audacia apostólicos”. Sean ministros del Evangelio cuya vida irradie el fervor de quienes han recibido, ante todo, en sí mismos, la alegría de Cristo y aceptan consagrar su vida a la tarea de anunciar el Reino de Dios y de implantar la Iglesia en el mundo”.

La actitud de servicio, queridos Damián y Gustavo, es una de las características que más  pide Francisco a los sacerdotes. Nace de la doble dimensión: discípulos enamorados y ardorosos misioneros.

El Pueblo de Dios siente necesidad de presbíteros-discípulos, configurados con el corazón del Buen Pastor y de presbíteros-misioneros, que cuiden del rebaño a ellos confiados y busquen a los más alejados”, que estén atentos a las necesidades de los más pobres,  y promotores de la cultura de la solidaridad. También de presbíteros llenos de misericordia, que se manifieste especialmente en la disponibilidad para celebrar el sacramento de la reconciliación y correr, sin demora, al lecho del enfermo o de cualquier sufrimiento.

 “Nos reconocemos como comunidad de pobres pecadores, mendicantes de la misericordia de Dios…” y necesitados de abrirnos a “la misericordia del Padre”. Esta conciencia de pecador es fundamental en el discípulo y más si, es presbítero.  Al considerarse vivencialmente como pecador, el presbítero se hace, “a imagen del Buen Pastor,… hombre de la misericordia y la compasión, cercano a su pueblo y servidor de todos” . Crece en “el amor de misericordia para con todos los que ven vulnerada su vida en cualquiera de sus dimensiones, como bien nos muestra el Señor en todos sus gestos de misericordia”. “Tu misericordia Señor me sostiene”… han querido tomar como lema. Háganlo realidad en sus vidas.

Quiero concluir,  brevemente, con algunos consejos sencillos pero fundamentales para la fecundidad y fidelidad de la misión que hoy la Iglesia les encomienda:

-sean hombres de oración: no seguimos a un personaje de la historia pasada, sino a Cristo vivo, presente en el hoy  de nuestras vidas. Necesitamos una profunda experiencia  que nos configure con Él y que culmine en la madurez del discípulo de Jesucristo.  Sólo lo lograremos en la oración, que hace madurar la elección de vida por Dios, que nos hace vivir con alegría y fecundidad nuestra entrega celibataria. Si no hay oración, nuestro sacerdocio está en peligro. Oración cuyo culmen es la Eucaristía, diariamente celebrada  y adorada, que irá transformando la vida de ustedes en una existencia eucarística

Como ardorosos misioneros: tenemos que tener bien claro: “La evangelización se hace de rodillas”…  Sin la relación constante con Dios, la misión se convierte en función” SS Francisco

«La salvación de muchos depende de la oración de pocos» SS Pío XII

-Amen a la Iglesia y vivan la comunión. «Que todos sean uno: como Tú, Padre, estás en mí y yo en Ti, que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste». (Jn.17:21).Por vocación somos constructores de comunión. Nuestra comunión nace en la de la Trinidad y vive de ella. Se inserta en el misterio de Cristo y de la Iglesia, su Cuerpo místico y misterio de comunión. Las relaciones entre nosotros, miembros de este Cuerpo, surgen de la fe.

Sientan al hermano de fe en la unidad profunda del Cuerpo místico y, por tanto, como “uno que me pertenece”, para saber compartir sus alegrías y sus sufrimientos, para intuir sus deseos y atender a sus necesidades, para ofrecerle una verdadera y profunda amistad.  Tengan capacidad de ver, ante todo, lo que hay de positivo en el otro, para acogerlo y valorarlo como regalo de Dios: un “don para mí”. Sepan “dar espacio” al hermano, llevando mutuamente la carga de los otros (Cf. Gal 6, 2) y rechazando las tentaciones egoístas que continuamente nos asechan.

 

Y para con  la Iglesia, la  mejor actitud es el amor y la entrega, como Jesús. “Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella para santificarla” (Ef. 5,25). Sientan la alegría de ser uno en Cristo. Ningún momento de la Iglesia escapa a su Providencia.

-Sean profundamente marianos. De María Virgen podrás aprender lo que significa ser el esclavo del Señor y que se haga en ustedes según su palabra, día a día, momento a momento.

Hoy quiero pedirle a la Virgen para ustedes y para todos los sacerdotes, la gracia de saber recibir el don de Dios con amor agradecido, apreciándolo plenamente como ella hizo en el Magníficat; la gracia de la generosidad en la entrega personal para imitar su ejemplo de Madre generosa, la Virgen de la Visitación; la gracia de la pureza y la fidelidad en el compromiso del celibato, siguiendo su ejemplo de Virgen fiel; la gracia de un amor ardiente y misericordioso a la luz de su testimonio de Madre de misericordia.

Queridos hijos, tengan presente siempre que en las dificultades que encuentren pueden contar con la ayuda de María, como ella estuvo al pie de la cruz de su Hijo está siempre junto a nosotros en las pruebas.

 

Que Dios los bendiga y recuerden bien que Contemplar el rostro de Cristo, y contemplarlo con María, es el programa  que  la Iglesia les pide en el alba del tercer milenio, invitándolos a remar mar adentro en las aguas de la historia con el entusiasmo de la nueva evangelización.

Agradezco a sus familias, a sus comunidades de origen: Inmaculada concepción y San Miguel de Bovril, a sus comunidades que los acompañan en esta última etapa de preparación y especialmente a los formadores del Seminario.

Pidamos al Señor que siga enviando sacerdotes para su Iglesia. Que así sea