Sin duda que uno de los gestos, que con el tiempo, se medirá en toda su audacia y grandeza será el gesto de Benedicto XVI, cuando nos anunciaba su renuncia al ejercicio de su ministerio petrino.

Recuerdo que me encontraba en Córdoba, en la convivencia de los seminaristas, cuando nos sorprendió la noticia, sí, lo primero que sentimos fue: sorpresa, estupor y esa sensación de orfandad de los primeros  días que se unían a una certeza de que es Jesús quien conduce a la barca de Pedro.

Uno  sabía que era verdad, pero aun así, con la confianza puesta en  Dios, no era extraño  que los horizontes que se abrían a la iglesia fueran absolutamente novedosos e inciertos.

Y ese Dios, que maneja los hilos de la historia, nos volvió  a sorprender con la fumata blanca, la cual, casi en un gesto de ternura del Padre, la gaviota nos anunciaba vientos que venían del sur, una brisa que traía aires renovados y sangre nueva a la viña del Señor.

La aparición del Cardenal Bergoglio, ahora Francisco, nos confirmó cómo Cristo está junto a nosotros, caminando la historia como lo hizo con los discípulos de Emaús. La alegría espontanea  de la gente en las calles, los templos que se hacían ecos de plegarias de miles y miles de argentinos, de paranaenses que colmaron la catedral nos llevaba a decir “ tú eres Pedro”…

Este entusiasmo y alegría se notó en nuestras comunidades, en la gente que  se acercaba  con la necesidad de acompañar a este compatriota quien se convertía, ahora, en padre del mundo entero. Dejaba de ser  el cardenal primado para ser el sucesor de Pedro: de Jorge  a Francisco; cercanía que los llevaba a replantearse su vida a la luz de Dios, de su misericordia y que tuvo su expresión fresca y vigorosa en la JMJ de Río de Janeiro.

En ellos, en los jóvenes, es donde se  comprueban los mayores cambios, la mayor movilización,  el mayor deseo de “hacer lío” y confiamos, en que si bien  no se ha registrado gran repercusión en el panorama vocacional, sabemos que estos procesos son largos, y que por el “efecto Francisco”, como gustan llamarlo, se hará sentir en los muchachos y en las chicas que no duden en entregar su vida y consagrarla al servicio de los hermanos en la vida matrimonial y de especial consagración. Comprobamos también cuántos hermanos nuestros que se habían alejado vuelven a su casa: la Iglesia.

Damos gracias a Dios por el regalo que nos ha hecho en Francisco, a nosotros y a la Iglesia toda, y como él siempre nos pide,  recemos por todo lo que lleva en el corazón, y tengamos un corazón dócil para dejarnos enseñar. Una vez decimos con convicción: “tú eres Pedro y donde esta Pedro esta la Iglesia”.

+ Mons. Juan Alberto Puiggari

Arzobispo de Paraná