Paraná, 9 de junio de 2012

“Yo os adoro por mi dueño, Pan, cordero de Sión,

que darse un amo a un esclavo; es maravilla de amor”

Lope de Vega

 

Queridos hermanos:

En la Solemnidad del Corpus Christi, que estamos celebrando, la Iglesia no sólo celebra la Eucaristía, sino que también la lleva solemnemente en procesión, recorriendo las calles de nuestra ciudad, proclamando públicamente que el Sacrificio de Cristo es para la salvación del mundo entero. “Pan para la vida del mundo”

La Iglesia, agradecida por este inmenso don, se reúne hoy, en torno al Santísimo Sacramento, porque en él se encuentra la fuente y la cumbre de su ser y su actuar. “¡La Iglesia vive de la Eucaristía!” y sabe que esta verdad no sólo expresa una experiencia diaria de fe, sino que también encierra de manera sintética el núcleo del misterio que es ella misma. (cf. Ecclesia de Eucharistia, 1).

 

 

Desde el siglo XIII la Iglesia celebra con gran devoción esta fiesta, que en un primer momento puede parecer la repetición del gran misterio pascual celebrado el Jueves Santo. Sin embargo allí se considera el aspecto sacrificial y aquí la presencia real.

Profesamos nuestra fe en la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía, con su cuerpo, sangre, alma y divinidad. Es el “misterio de fe” por excelencia. “es el compendio y la suma de nuestra fe” (SC, n°6).

“La Santísima Eucaristía es el don que Jesucristo hace de sí mismo, revelándonos el amor infinito de Dios por cada hombre. En el Sacramento eucarístico Jesús sigue amándonos “hasta el extremo”, hasta el don de su cuerpo y de su sangre. ¡Qué emoción debió embargar el corazón de los Apóstoles ante los gestos y palabras del Señor durante aquella Cena! ¡Qué admiración ha de suscitar también en nuestro corazón el Misterio eucarístico!” (Sacramentum Caritatis, introducción)

La fe de la Iglesia es esencialmente fe eucarística y se alimenta en la mesa de la Eucaristía. El documento de Aparecida (Documento de la V Conferencia) nos invita a renacer desde Cristo, y como nos dice nuestro querido Benedicto XVI: “Toda gran reforma está vinculada de algún modo al redescubrimiento de la fe en la presencia eucarística del Señor en medio de su pueblo”.

Quisiéramos en este día pedir la gracia que en toda la Arquidiócesis se despierte cada vez más el “asombro” eucarístico, que nos lleve a “arrodillarnos en adoración ante el Señor. Sería la mejor preparación para el Año de la FE. Adorar al Dios de Jesucristo, que se hizo pan partido por amor, es el remedio más válido y radical contra las idolatrías de ayer y hoy. Arrodillarse ante la Eucaristía es una profesión de libertad: quien se inclina

 

ante Jesús no puede y no debe postrarse ante ningún poder terreno, por más fuerte que sea.” (Benedicto XVI, Corpus Christi) Comunión y contemplación no se pueden separar, van juntos Nos decía el Santo Padre, en la homilía de este año. Para comunicar verdaderamente con otra persona debo conocerla, saber estar en silencio cerca de ella, escucharla, mirarla con amor. El verdadero amor y la verdadera amistad viven siempre de esta reciprocidad de miradas, de silencios intensos, elocuentes, plenos de respeto y veneración, de manera que el encuentro se viva profundamente, de modo personal y no superficial. Y lamentablemente, si falta esta dimensión, incluso la misma comunión sacramental puede llegar a ser, por nuestra parte, un gesto superficial. En cambio, en la verdadera comunión, preparada por el coloquio de la oración y de la vida, podemos decir al Señor palabras de confianza, como las que han resonado hace poco en el Salmo responsorial: “Yo soy tu siervo, hijo de tu esclava:/ tu has roto mis cadenas./ Te ofreceré un sacrificio de alabanza/ e invocaré el nombre del señor” (Sal 115,16-17).

 

“Nos postramos ante un Dios que se ha abajado en primer lugar hacia el hombre, como el Buen Samaritano, para socorrerle y volverle a dar la vida, y se ha arrodillado ante nosotros para lavar nuestros pies sucios. Adorar el Cuerpo de Cristo quiere decir creer que allí, en ese pedazo de pan, se encuentra realmente Cristo, quien da verdaderamente sentido a la vida, al inmenso universo y a la más pequeña criatura, a toda la historia humana y a la más breve existencia. La adoración es oración que prolonga la celebración y la comunión eucarística, en la que el alma sigue alimentándose: se alimenta de amor, de verdad, de paz; se alimenta de esperanza, pues Aquél ante el que nos postramos no nos juzga, no nos aplasta, sino que nos libera y nos transforma.” (ibid)

 

La liturgia de hoy nos propone tres textos que hemos leído: el primero, tomado del libro del Éxodo, está relacionado con el establecimiento de la Antigua Alianza. “Moisés tomo la sangre y roció con ella al pueblo diciendo “Esta es la sangre de la Alianza que ahora el Señor hace con ustedes…” “Estamos resueltos a poner en práctica y a obedecer todo lo que el Señor ha dicho”. En la segunda lectura de la carta a los Hebreos nos presenta el misterio de Cristo como misterio de mediación y alianza y en el Evangelio, Marcos nos relata la institución de la Eucaristía como misterio de Alianza. Toda la liturgia de la Palabra nos hace reflexionar sobre el significado de la Alianza.
Jesús realiza en la última cena un gesto sorprendente: “Mientras comían, Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: «Tomen, esto es mi Cuerpo.»
Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, y todos bebieron de ella. Y les dijo: «Esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por muchos”. Jesús estableció la Nueva Alianza con Su sacrificio. No fue a buscar una víctima en un rebaño, sino que se ofreció Él mismo como el “cordero de Dios” y se trasformó en sacrificio de Alianza. Toma su pasión y su muerte y los pone al servicio de un don de amor, establece la Nueva Alianza, obteniéndonos así la redención eterna.

Así, queridos hermanos, la Eucaristía se convierte en un sacramento de unidad porque unifica en sí el pasado, el presente y el futuro de la historia (de la salvación). El pasado, en cuanto hace memoria de la Pasión del Señor; el presente porque la Iglesia se une a Cristo para seguir inmolándose. No hay Eucaristía sin Gólgota, pero tampoco hay Eucaristía sin Iglesia. El futuro porque la Eucaristía mira hacia la gloria; es el nuevo maná de la Iglesia que peregrina hacia el cielo, pero ya es anticipo porque comemos a Cristo glorioso, nos alimentamos de gloria, es anticipo y esperanza de la Resurrección.

El pasado nada pierde de su riqueza en el presente, y el presente se orienta hacia el futuro. Desde el Génesis hasta el Apocalipsis pasando por la Cruz.

La Eucaristía es un sacramento de unidad porque lleva a su máxima expresión la identificación entre Cristo y el hombre hasta tal punto que ambos se hacen uno en una sola carne: “el que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él”. Se realiza la verdadera cristificación. San Agustín pone en boca de Jesucristo “No eres tú quien me convertirás a ti, como el alimento de tu cuerpo, sino que soy Yo quien te convertiré a Mí”.
“El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y Yo lo resucitaré en el último día”. El que come a Cristo lleva en sí la fuente de la vida eterna, al modo como los sarmientos unidos a la vid reciben la sabia vivificante. Él comunica su gloria a la debilidad del hombre, el cual queda enraizado en la vida gloriosa de Cristo.
La Eucaristía es también un sacramento de unidad porque lleva a su máxima expresión y a su plenitud la unidad del Cuerpo Místico de Cristo, que es la Iglesia por el hecho de que muchos son uno en Cristo.
Unidad eclesial, toda falta contra la unidad es también una falta contra la Eucaristía; pero además nos interpela a cultivar el amor social con el cual anteponemos el bien privado al bien común. La mística del sacramento tiene un carácter social que nos lleva a unirnos con todos los hombres para trabajar por la defensa de la vida, la familia, la paz, la justicia, la reconciliación y el perdón, transformar las estructuras injustas para restablecer la dignidad del hombre, creado a imagen y semejanza de Dios. El que como el cuerpo de Cristo debe dejarse comer por el hermano.

Queridos hermanos: “La fuerza del sacramento de la Eucaristía va más allá de las paredes de nuestras iglesias. En este sacramento el Señor está siempre en camino hacia el mundo. Este aspecto universal de la presencia eucarística se aprecia en la procesión que haremos al concluir la Misa.
Llevamos a Cristo, presente en la figura del pan, por las calles de nuestra ciudad.

 

 

Encomendamos estas calles, estas casas, nuestra vida diaria, a su bondad.
Que nuestras calles sean calles de Jesús.
Que nuestras casas sean casas para Él y con Él.
Que nuestra vida de cada día esté impregnada de su presencia.
Con este gesto, ponemos ante sus ojos los sufrimientos de los enfermos, la soledad de los jóvenes y los ancianos, las tentaciones, los miedos, toda nuestra vida.
La procesión quiere ser una gran bendición pública para nuestra ciudad: Cristo es, en persona, la bendición divina para el mundo. Que su bendición descienda sobre todos nosotros. (Benedicto XVI, Homilía de Corpus Christi, 26/5/2005)

Concluyo con palabras de Benedicto XVI del jueves pasado: “Con la Eucaristía, y «sin ilusiones, sin utopías ideológicas, nosotros caminamos por las calles del mundo, llevando dentro de nosotros el Cuerpo del Señor, como la Virgen María en el misterio de la Visitación».
«Con la humildad de sabernos simples granos de trigo, custodiamos la firme certeza que el amor de Dios encarnado en Cristo, es más fuerte que el mal, que la violencia y la muerte. Sabemos que Dios prepara para todos los hombres cielos nuevos y tierra nueva, donde reina la paz y la justicia, y en la fe entrevemos el mundo nuevo, que es nuestra verdadera patria».

Que así sea

+ Juan Alberto Puiggari
Arzobispo de Paraná