HOMILIA EN LA ORDENACION PRESBITERAL DE LOS DIACONOS Andrés Benítez y Claudio Massutti.

Catedral Ntra. Señora del Rosario.

Paraná, 5 de noviembre de 2011

 

 

Queridos hermanos:

 

En todo tiempo ha sido motivo de gozo en la Iglesia de Jesucristo, la ordenación de nuevos sacerdotes. El día que un joven consagra por primera vez el pan de esta tierra en el cuerpo de Cristo sigue siendo hoy, una gran fiesta. Todos recibimos con emoción la bendición que nos da con sus manos recién consagradas.

El sacerdocio sigue siendo, para el pueblo fiel, el gran don que espera que nos sea concedido por la infinita bondad de Dios. Por eso esta Iglesia que peregrina en Paraná se alegra y agradece profundamente, porque dos de sus hijos, por imposición de manos del Obispo, serán consagrados hoy sacerdotes para siempre.

Nosotros sabemos y una vez más lo hemos escuchado en el Evangelio de hoy, que El Buen Pastor es Cristo, conoce a sus ovejas por el nombre, busca a las perdidas, desea un solo rebaño y da la vida por sus ovejas. El Gran Pastor de las ovejas encomienda a los apóstoles y a sus sucesores el ministerio de apacentar la grey de Dios, para ésta misión los sacerdotes son los colaboradores imprescindibles.

Sin sacerdotes la Iglesia no podría vivir aquella obediencia fundamental que se sitúa en el centro mismo de su existencia y de su misión en la historia, la obediencia al mandato de Jesús » Vayan y hagan discípulos a todas las gentes» (Mt 28,19) y «hagan esto en conmemoración mía» (Lc 22,19); el mandato de anunciar el evangelio y renovar cada día el

 

sacrificio de Su Cuerpo entregado y de Su Sangre derramada por la vida del mundo. (PDV) 

Quienes tenemos fe, podemos hoy alegrarnos profundamente y agradecer infinitamente a Dios, porque el Señor sigue acordándose de su Pueblo, y envía pastores a su rebaño. «Tenemos la certeza, – como decía el Santo Padre a un grupo de sacerdotes,- que sin Dios el mundo no puede vivir, el Dios de la Revelación, el Dios que ha mostrado en Jesucristo su rostro. Éste rostro que ha sufrido por nosotros, este rostro de amor que transforma el mundo como el grano de trigo caído en tierra.»

El mundo, nuestra patria, nuestra Arquidiócesis, necesita de Dios. Por eso le damos gracias que haya suscitado en estos dos hombres jóvenes, la capacidad de escuchar la suave y persuasiva voz del Maestro que les dice «síganme, yo los haré pescadores de hombres» y ellos dejando todo, acá están, para que por la imposición de las manos y la oración consagratoria, sean, por el Espíritu Santo, configurados a Jesucristo Cabeza y Pastor, y así animados con Su caridad pastoral, sean servidores del anuncio del evangelio a todos los hombres y de la plenitud de la vida cristiana de todos los bautizados .

 Dentro de unos momentos serán asumidos por el mismo Señor como cabecera de su eterno y único Pontificado entre Dios y los hombres, y les confiará poderes divinos para que perpetúen su Misión redentora.         Ellos hoy han escuchado las palabras de San Pablo, que les recuerda » Nosotros llevamos ese tesoro en recipientes de barro, para que se vea bien que este poder extraordinario no procede de nosotros, sino de Dios» (2 Cor. 7) por eso dentro de instantes se postraran en señal de humildad y nosotros cantaremos las letanías pidiendo la intercesión de los santos para que sean fieles al don que se les concederá.

Comienza un camino que ellos bien saben que no es de rosas, ni de triunfos, ni de halagos. «Siempre y en todas partes llevamos, en nuestro cuerpo, los sufrimientos de la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo» (2Cor 4 7-15). Comenzar a consagrar es también comenzar a ser hostias. Nadie puede llegar a la Pascua, si no imita a Cristo en Su Pasión.

Los Diáconos Andrés y Claudio serán «ordenados sacerdotes y así promovidos para servir a Cristo Maestro, sacerdote y Rey, participando de su ministerio, que construye sin cesar la Iglesia aquí en la tierra como Pueblo de Dios, Cuerpo de Cristo y Templo del Espíritu Santo» P.O.1. Esta es su vocación. Llamados por Dios para servir a los hombres. No pueden olvidar de Dios. No puede descuidar a los hombres.

Como nos recordaba el Santo Padre en Aparecida «El sacerdote tiene que ser ante todo un «hombre de Dios», (1 Tm 6,11) que conoce a Dios directamente, que tiene una profunda amistad personal con Jesús, que comparte con los demás los mismos sentimientos de Cristo (Cf. Fil 2,5). Sólo así el sacerdote será capaz de llevar a los hombres a Dios, encarnado en Jesucristo.»

Propiedad de Dios. Le pertenecen con exclusividad.
En la medida que estén muy cerca de Dios, estarán muy cerca de los hombres. Todo lo contrario es falacia. Nadie se desentiende de sus hermanos, si vive profundamente anclado en Dios.

 Hombre de Dios, Profeta de Dios, “Antes de formarte en el vientre materno…yo te había consagrado, te había constituido profeta para las naciones” (Jer 1, 4) «He aquí que Yo pongo en tu boca mí Palabra». …. . El no es dueño de esta Palabra, es su servidor, como dice San Pablo “no nos predicamos a nosotros mismos sino a Cristo Jesús” 

Hombre de Dios, testigo de Dios: con su vida que es lo que verdaderamente mueve al hombre de hoy. El primer presupuesto para ser testigo es haberlo visto, conocido y reconocido. Así podrá señalar a sus hermanos como Juan a Pedro » es el Señor». Tenemos los sacerdotes que estar cerca de Jesucristo ponernos a sus pies, irlo a buscar en la Escritura, en el trato frecuente con los sacramentos, en la capacidad de descubrirlo en nuestros hermanos sufrientes. Sólo así hablaremos de Él con entusiasmo y conmoveremos los corazones fríos, pero necesitados del pan de la Palabra.

 Hombre de Dios, pero también hombre de los hombres: porque si fue segregado, fue para ser enviado, puesto al servicio. Por eso es el hombre de todos, y ahí es donde encuentra su razón más profunda el celibato, ama a Dios con un corazón indiviso, por eso mismo debe amar a todos, servir a todos, entregarse a todos sin exclusiones, sin exclusivismo, con un amor preferencial a los pobres, a los que sufren a los pecadores. Hombre, que está dispuesto a dejarse devorar por sus hermanos, porque los ama, y entiende que sólo muriendo dará vida.

Queridos Claudio y Andrés: Qué grande, que digno y trascendente, en qué medida compensador de las renuncias que exige, es darle encarnación a Jesucristo en el propio tiempo y espacio. Así lo ha entendido siempre la Iglesia, construida, sostenida y conducida por los grandes sacerdotes que han jalonado su historia.. . Ahora llega la hora de ustedes, continuar esta tarea es su misión. Misterio de grandeza que nos deja perplejos y llenos de admiración ante los designios de Dios

 En este comienzo de milenio, tienen que tener clara conciencia de la gigantesca obra evangelizadora que le espera a la Iglesia, y como nos dice el Concilio » la deseada renovación de la Iglesia depende en gran parte del ministerio de los sacerdotes animados por el espíritu de Cristo» O.T.

«El Pueblo de Dios siente necesidad de presbíteros-discípulos: que tengan una profunda experiencia de Dios, configurados con el corazón del buen Pastor; de presbíteros misioneros: movidos por la caridad pastoral que los lleve a cuidad del rebaño a ellos confiados y a buscar a los más alejados; de presbíteros – servidores de la vida: que estén atentos a las necesidades de los más necesitados; de presbíteros llenos de misericordia: disponibles para administrar el sacramento de la reconciliación.-» Aparecida n.215.

Permítanme que en este día tan importante para ustedes, les pida de todo corazón:

–      Cada día renueven la decisión de seguir al Maestro, lo cual significa que ya no pueden elegir un camino propio, deben recorrer un camino que es opuesto al de la ley natural de la gravedad del egoísmo, de la búsqueda de las cosas materiales; el seguimiento es como decía el cardenal Ratzinger » un camino a través de aguas agitadas y turbulentas, un camino que sólo podemos recorrer si nos hallamos dentro del campo de gravedad del amor de Jesucristo, si tenemos la mirada puesta en Él y somos así llevados por la nueva fuerza de la gravedad de la Gracia»

–      Este seguimiento exige que renuncien a la propia voluntad, a la idea de autorrealización, para entregarse a otra Voluntad para dejarse guiar por ella, identificarse con ella y dejarse conducir incluso a donde no quieran. Lo escuchábamos en la primera lectura al profeta Jeremías “…porque tu irás adonde Yo te envíe y dirás todo lo que Yo te ordene”

 

Este seguimiento y renuncia exige la entrega total. Reclama la totalidad de su ser. No basta la entrega de parte de nuestro ser, sino no le entregamos todo, no le entregamos nada. No hay un sacerdocio a media jornada ni medio corazón.

–      Para que todo esto sea posible, deben ser hombres de profunda oración. El agua de la oración ha de regar el corazón del sacerdote, para que su vida sea fecunda. Tienen que ser grandes intercesores de Su Pueblo, como Moisés, mejor aún como Jesús.

Confiarlo todo a Él, aprender a lo largo de toda la vida, a orar, atreverse a orar. Deben ser hombres de oración, porque rezan creen y así serán hombres de esperanza.

El momento privilegiado de esta oración será sin duda la Eucaristía de cada día. Será el momento culminante de la jornada sacerdotal.

 Que al celebrar cada día el Santo Sacrificio de la Misa y repetir «Esto es mi cuerpo que se entrega por ustedes» experimenten la necesidad de imitar lo que hacen y de cumplir lo que dicen, inmolándose con Cristo que se inmola, abrazándose a la Cruz. Abrasen la Cruz sin miedo, ahí está el secreto de la fecundidad de la vida del sacerdote, porque la semilla que muere da fruto, no hay mayor amor que dar la vida por los que se ama, siguiendo el ejemplo del Maestro. Solo dando recibimos, sólo siguiendo somos libres, sólo ofrendando recibimos lo que de ningún modo merecemos.

 

La espiritualidad sacerdotal es intrínsecamente eucarística, nos lo recuerda Benedicto XVI en su Exhortación Sacramentum Caritatis. El ardor misionero será auténtico si es una prolongación y consecuencia de la vida eucarística., como decía San Alberto Hurtado «Mi Misa es mi vida y mi vida es una Misa prolongada».

 

Queridos hijos: frente al avance del hedonismo, les pido que den un valeroso testimonio de la castidad, como expresión de un corazón que conoce la belleza y el precio del amor de Dios. Frente a la sed del dinero, de confort, sus vidas sobrias, austeras los harán libres para servir y recordarán que Dios es la riqueza verdadera que no se acaba. Frente al individualismo y al relativismo, que inducen a las personas a ser única norma de sí mismas, sus vidas de obediencia, confirmaran que ustedes ponen en Dios su realización».

 

Que se graben en el corazón de cada uno de ustedes las palabras de San Pablo “no somos más que servidores de ustedes por amor de Jesús” 2 Cor. 4,5

 

Tal es, en síntesis, la existencia y misión del sacerdote: servidor de Cristo para servir a los hermanos. Pero sólo podrán servir eficazmente al hombre si se sienten «encadenados a Cristo por el Espíritu.

El servicio cotidiano no es fácil. Importa una permanente disponibilidad para contemplar, convertirnos y morir. Servir a los hombres es entenderlos, asumirlos, salvarlos… Multiplicarles el pan eucarístico, abrirles los misterios del Reino, comunicarles el don del Espíritu.(Siervo de Dios Cardenal Pironio).

 

Para terminar les pido que pongan sus sacerdocio bajo la protección de la Santísima Virgen, Madre del sacerdocio de Jesucristo. Que Ella esté íntimamente asociada a la vida de ustedes como lo estuvo a la de Jesús Que Ella sea el apoyo eficaz en el camino de santificación de cada uno y fortaleza en la misión que emprenden.

Que Dios los bendiga, los haga santos sacerdotes. Bendiga a sus familias y comunidades parroquiales, en las que estuvieron junto a ustedes en este tiempo de diaconado y a todos los que los acompañaron en el camino formativo, especialmente a los formadores del Seminario.

Que el dueño de la mies nos siga bendiciendo con muchas y santas vocaciones.

 

Permítanme terminar invocando a Nuestra Madre, parafraseando a la Querida Beata Teresa de Calcuta.

María, Madre de los sacerdotes concédeles tu ayuda maternal para que puedan dominar sus debilidades;

  • Tu plegaria para que puedan ser hombres de oración;
  • Tu amor para que puedan iluminar a sus hermanos como hombres de perdón,
  • Tu bendición para que sean nada menos, que la imagen de Tu Hijo, Nuestro Señor y Salvador Jesucristo;
  • Tu presencia de Madre, para que vivan con alegría su soledad sacerdotal,
  • Tu humilde confianza para que sean fieles en los momentos de desaliento y de fatiga.

 

En tus manos, MADRE, Virgen del Rosario, pongo el sacerdocio y las vidas de Andrés y Claudio. Que naveguen Mar adentro, que tiren las redes, una y mil veces sin cansarse. Guarda en tu amor, la pureza de sus corazones para Jesús. Que así sea