25 DE MAYO DE 2004

Homilía de monseñor Mario Luis Bautista Maulión, arzobispo de Paraná en el tedéum del 25 de Mayo celebrado en la parroquia San Juan Bosco

1. El 194 Aniversario del 25 de Mayo de 1810, es ocasión oportuna para que la Nacían Argentina quiera celebrar su historia, atender el presente y proyectarse hacia el futuro.

La memoria en el hombre está llamada “poner en el corazón” (es decir, recordar) la mirada a nuestros orígenes y a nuestras raíces.  Es un modo precioso de responder al “¿quiénes somos?”  “¿qué queremos ser?”.

El futuro no es ni puede ser la repetición mecánica ni puede ser una novedad tan total como si la Nación actual hubiese surgido de la nada.

La Nación, como el hombre individual es hija que no puede desconocer sus padres ni tampoco ser la simple reiteración de ellos: su desarrollo y su progreso se logran en ese delicado punto que es su decisión libre: asumiendo el pasado, desde el presente, se proyecta creativamente hacia el futuro marcando y realizando, así, su historia.

2. Ese futuro será fecundo cuando esté marcado y enmarcado en el horizonte de un claro proyecto: “¿qué queremos ser? ¿cómo lo vamos a hacer?

Los grandes ideales en los que presumimos coincidir todos (así surge de nuestra expresiones corrientes y comunes) como justicia, honestidad, trabajo, familia unida, educación para todos, seguridad, solidaridad, etc. pueden ser a menudo aspiraciones genéricas y abstractas. La concreción de dichos ideales en hechos más concretos y palpables, logrados a través del diálogo de propuestas, formuladas con respeto y con audaz sinceridad, es un camino que diariamente es preciso recorrer.

Los desencuentros que personal y socialmente se han producido provocaron y provocan heridas y exclusiones.

El camino para un lograr coincidir en un proyecto común, que incluya a todos, requiere siempre un valiente, completo y delicado examen de conciencia. “¿qué hice?”, “¿qué no hice?”, “¿cómo lo hice?”; y hacerlo no sólo en singular sino en el plural.

Detectar lo negativo y reconocerlo con sinceridad supone valentía: es el camino de la verdad y de la humildad para alcanzar un proyecto que sea integral.

3. El arrepentimiento, el pedido de perdón, la disposición a reparar los daños ocasionados son el camino que desde pequeños fuimos enseñados a recorrer en la familia, en la escuela, en la sociedad, en la Iglesia. No es fácil recorrerlo.

Sólo desde esta perspectiva se entiende el perdón que los creyentes confiamos obtener de Dios padre cuando reconocemos el mal que hicimos. Perdón que el mismo Jesús nos pide brindar hasta los enemigos. Con generosidad. Este camino siempre se orienta hacia una laboriosa y generosa reconciliación.

Tanto en el orden personal como en el ámbito social, la reconciliación requiere el respeto a la justicia. Sólo en la verdad, en la justicia y la libertad se edifica la reconciliación que siempre tenderá a impregnarse en la misericordia.

La reconciliación no es impunidad. Pero ha de superar el horizonte de la revancha y el desquite, abriéndose a una generosa actitud de incluir a todos.

4. La Palabra que Dios nos da, abre el corazón a actitudes que son también  un programa social, un proyecto de Nación.

l Somos hijos de Dios: es el camino más válido para vernos y considerarnos como hermanos.

l Compartir (la “com-pasión”) es estar activa y generosamente junto al hombre, en particular al que sufre.

l Querer bien (“benevolencia” = “bene-volencia”), con humildad, con delicada paciencia para comprender y con la generosa actitud de saber que, siendo diferentes, no necesariamente estamos divididos y, menos, enfrentado.

La Palabra de Dios nos lleva a dejar que el Señor reine con su Paz en nuestros corazones: esa Paz, que sólo Él puede dar, es la que ha de iluminar y juzgar nuestras conductas.

5. Desde nuestra condición de hijos de Dios, a Quien reconocemos y adoramos como Fuente de toda Razón y Justicia, queremos y necesitamos hacer un Proyecto de Nación, que incluya a todos, que priorice a los más necesitados, que promueva los valores morales que son los que fundamentan y cohesionan una sociedad: cuando se los vivieron y se los viven, hicieron y hacen sólida la soberanía de una Nación. Y, cuando se los descuidan o degradan, entra en esa sociedad el virus de la disgregación.

La recuperación de nuestra Nación, ante Dios y ante los hombres, comienza en el corazón de cada uno de sus miembros, de cada uno de nosotros. Desde este corazón es preciso vernos como responsables gestores del bien común, como laboriosos actores de una cultura sólida, de brindar con valentía y generosidad el aporte para el bien de todos.

6. La Virgen María, en las diversas advocaciones que marcan la geografía de nuestra Nación Argentina (Lujan, Itatí, del Valle, del Rosario, del Carmen, de la Merced, etc. es venerada por gran parte de los argentinos como Madre y Protectora de nuestra Patria. A Ella la invocamos. A Ella queremos mirarla como Modelo también para construir la Nación.

Mons. Mario Maulión, arzobispo de Paraná